Dejando Ir Quotes

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—Ignoraba que usted pensara ir a Petersburgo. ¿Por qué va? —preguntó Ana, dejando caer su mano, mientras una alegría imposible de contener iluminó su rostro. —¿Por qué voy? —repitió él mirándola fijamente—. Usted bien sabe que voy sólo para estar junto a usted; no puedo evitarlo.
Leo Tolstoy (Ana Karenina)
A veces, cuando me levanto y me miro en el espejo, me parece estar viendo a otra persona. Si no ando con cuidado, esa persona me va a ir dejando atrás.
Haruki Murakami (Sputnik Sweetheart)
Con sus ojos grandes y llenos de miedo, suavemente tira de mi mano y la pone en su pecho sobre su corazón, en la zona prohibida. Su respiración se acelera. Su corazón está bombeando un frenético, pulsante latido bajo mis dedos. No quita sus ojos de mí; su mandíbula está tensa, sus dientes apretados. Jadeo. ¡Oh mi Cincuenta! Me está dejando tocarlo. Y es como si todo el aire de mis pulmones se ha vaporizado, ido. La sangre está latiendo en mis oídos cuando el ritmo de mi corazón aumenta para igualar el suyo. Él deja ir mi mano, dejándola en su lugar sobre su corazón. Flexiono levemente mis dedos, sintiendo la calidez de su piel bajo la tela de su camiseta. Está sosteniendo el aliento. No puedo soportarlo. Intento mover mi mano. —No —dice rápidamente y pone su mano una vez más sobre la mía, presionando mis dedos contra él—. No.
E.L. James
Voy dejando ir, voy soltando…
Isabel Allende (Mujeres del alma mía: Sobre el amor impaciente, la vida larga y las brujas buenas (Spanish Edition))
quienes se empiecen a ir no sean los que no consiguen trabajo sino los que más impuestos pagan, dejando en el mediano plazo a los políticos sin recursos para sostener modelos indeseados.
Leo Piccioli (Soy Solo: Historias honestas de liderazgo para ser feliz en el siglo XXI (Spanish Edition))
—Cada uno de nosotros sigue perdiendo algo muy preciado —dice cuando el teléfono deja de sonar—. Oportunidades importantes, posibilidades, sentimientos que no podrán recuperarse jamás. Esto es parte de lo que significa estar vivo. Pero dentro de nuestra cabeza, porque creo que es ahí donde debe de estar, hay un pequeño cuarto donde vamos dejando todo esto en forma de recuerdos. Seguro que es algo parecido a las estanterías de esta biblioteca. Y nosotros, para localizar dónde se esconde algo de nuestro corazón, tenemos que ir haciendo siempre fichas catalográficas. Hay que limpiar, ventilar la habitación, cambiar el agua de los jarrones de flores. Dicho de otro modo, tú deberás vivir hasta el fin de tus días en tu propia biblioteca.
Haruki Murakami (Kafka on the Shore)
Entonces", dice mientras íbamos por la carretera principal, el rompe el silencio, "he estado pensando." "¿Sí?" Él asintió "Realmente necesitas salir conmigo." Parpadeé. "¿Perdona?" "Ya sabes. Tú, yo. Un restaurante o una película. Juntos" Él me mira otra vez, cambia de velocidad. "¿Quizás es algo nuevo para ti? Si es así, voy a estar feliz de guiarte" "¿Quieres llevarme a ver una película?", Pregunto. "Bueno, realmente no", dijo. "Lo que en verdad quiero es que seas mi novia. Pero pensé que si te lo decía así te asustarías." Sentí que mi corazón salto de mi pecho. "¿Siempre eres tan directo sobre este tipo de cosas?" "No", dice. Doblamos a la derecha, subiendo por la colina hacia la ciudad, los altos edificios del hospital y la campana U eran visibles desde arriba de la colina. "Pero tengo la sensación de que tienes prisa y estas dejando todo, así que pensé que debería ir al grano" "Yo sólo estaré fuera una semana", digo en voz baja. "Cierto", dice mientras seguimos subiendo. "Pero he querido hacerlo desde hace tiempos y ya no podía esperar." "¿En serio?", Pregunto. Él asiente con la cabeza. "Como, ¿desde cuándo?" Él lo piensa por un segundo. "El día que me golpeaste en baloncesto." "¿Eso te pareció atractivo?" "No exactamente", respondió. "Más bien fue como vergonzoso y humillante. Pero hubo algo en ese momento. . . Era como una pizarra limpia. Ninguna postura o pretensión. Fue como, ya sabes, real”. Estábamos llegando a la ciudad ahora, pasando FrayBake, Luna Blu sólo estaba ha unas cuadras de distancia. "Real", repito.
Sarah Dessen (What Happened to Goodbye)
habiendo algunos fanáticos en el valle de Shah-i-Kot, en la provincia de Paktia. Una vez más la información era inexacta: no eran un puñado, sino centenares. Al ser afganos los talibanes derrotados, tenían a donde ir: sus aldeas y pueblos natales. Allí podían escabullirse sin dejar rastro. Pero los miembros de Al Qaeda eran árabes, uzbekos y, los más feroces de todos, chechenos. No hablaban pastún y la gente del pueblo afgano los odiaba, de manera que solo podían rendirse o morir peleando. Casi todos eligieron esto último. El mando estadounidense reaccionó al chivatazo con un plan a pequeña escala, la operación Anaconda, que fue asignada a los SEAL de la Armada. Tres enormes Chinook repletos de efectivos despegaron rumbo al valle, que se suponía vacío de combatientes. El helicóptero que iba en cabeza se disponía a tomar tierra, con el morro levantado y la cola baja, la rampa abierta por detrás y a solo un par de metros del suelo, cuando los emboscados de Al Qaeda dieron el primer aviso. Un lanzagranadas hizo fuego. Estaba tan cerca que el proyectil atravesó el fuselaje del helicóptero sin explotar. No había tenido tiempo de cargarse, así que lo único que hizo fue entrar por un costado y salir por el otro sin tocar a nadie, dejando un par de boquetes simétricos. Pero lo que sí hizo daño fue el incesante fuego de ametralladora desde el nido situado entre las rocas salpicadas de nieve. Tampoco hirió a nadie de a bordo, pero destrozó los controles del aparato al horadar la cubierta de vuelo. Gracias a la habilidad y la genialidad del piloto, pocos minutos después el moribundo Chinook ganaba altura y recorría cuatro kilómetros hasta encontrar un sitio más seguro donde proceder a un aterrizaje forzoso. Los otros dos helicópteros se retiraron también. Pero un SEAL, el suboficial Neil Roberts, que se había desenganchado de su cable de amarre, resbaló en un charquito de fluido hidráulico y cayó a tierra. Resultó ileso, pero inmediatamente fue rodeado por miembros de Al Qaeda. Los SEAL jamás abandonan a uno de los suyos, esté vivo o muerto. Poco después de aterrizar regresaron en busca de Roberts, al tiempo que pedían refuerzos por radio. Había empezado la batalla de Shah-i-Kot. Duró cuatro días, y se saldó con la muerte del suboficial Neil Roberts y otros seis estadounidenses. Había tres unidades lo bastante cerca como para acudir a la llamada: un pelotón de SBS británicos por un lado y la unidad de la SAD por el otro; pero el grupo más numeroso era un batallón del 75 Regimiento de Rangers. Hacía un frío endemoniado, estaban a muchos grados bajo cero. La nieve, empujada por el viento incesante, se clavaba en los ojos. Nadie entendía cómo los árabes habían podido sobrevivir en aquellas montañas; pero el caso era que allí estaban, y dispuestos a morir hasta el último hombre. Ellos no hacían prisioneros ni esperaban serlo tampoco. Según testigos presenciales, salieron de hendiduras en las rocas, de grutas invisibles y nidos de ametralladoras ocultos. Cualquier veterano puede confirmar que toda batalla degenera rápidamente en un caos, y en Shah-i-Kot eso sucedió más rápido que nunca. Las unidades se separaron de su contingente, los soldados de sus unidades. Kit Carson se encontró de repente a solas en medio de la ventisca. Vio a otro estadounidense (pudo identificarlo por lo que llevaba en la cabeza: casco, no turbante) también solo, a unos cuarenta metros. Un hombre vestido con túnica surgió del suelo y disparó contra el soldado con su lanzagranadas. Esa vez la granada sí estalló; no dio en el blanco sino que explotó a los pies del soldado.
Frederick Forsyth (La lista)
Mi abuela tenía una teoría muy interesante, decía que si bien todos nacemos con una caja de cerillos en nuestro interior, no los podemos encender solos, necesitamos, como en el experimento, oxígeno y la ayuda de una vela. Sólo que en este caso el oxígeno tiene que provenir, por ejemplo, del aliento de la persona amada; la vela puede ser cualquier tipo de alimento, música, caricia, palabra o sonido que haga disparar el detonador y así encender uno de los cerillos. Por un momento nos sentiremos deslumbrados por una intensa emoción. Se producirá en nuestro interior un agradable calor que irá desapareciendo poco a poco conforme pase el tiempo, hasta que venga una nueva explosión a reavivarlo. Cada persona tiene que descubrir cuáles son sus detonadores para poder vivir, pues la combustión que se produce al encenderse uno de ellos es lo que nutre de energía el alma. En otras palabras, esta combustión es su alimento. Si uno no descubre a tiempo cuáles son sus propios detonadores, la caja de cerillos se humedece y ya nunca podremos encender un solo fósforo. Claro que también hay que poner mucho cuidado en ir encendiendo los cerillos uno a uno. Porque si por una emoción muy fuerte se llegan a encender todos de un solo golpe producen un resplandor tan fuerte que ilumina más allá de lo que podemos ver normalmente y entonces ante nuestros ojos aparece un túnel esplendoroso que nos muestra el camino que olvidamos al momento de nacer y que nos llama a reencontrar nuestro perdido origen divino. El alma desea reintegrarse al lugar de donde proviene, dejando al cuerpo inerte...
Laura Esquivel (Like Water for Chocolate)
Mi abuela tenía una teoría muy interesante, decía que si bien todos nacemos con una caja de cerillas en nuestro interior, no las podemos encender solos, necesitamos oxígeno y la ayuda de una vela. Sólo que en este caso, el oxígeno tiene que provenir, por ejemplo, del aliento de la persona amada; la vela puede ser cualquier tipo de alimento, música, caricia, palabra o sonido que haga disparar el detonador y así encender una de las cerillas. Por un momento nos sentiremos deslumbrados por una intensa emoción. Se producirá en nuestro interior un agradable calor que irá desapareciendo poco a poco conforme pase el tiempo, hasta que venga una nueva explosión que haga reavivarlo. Cada persona tiene que descubrir cuáles son sus detonadores para poder vivir, pues la combustión que se produce al encenderse una de ellas es lo que nutre de energía el alma. En otras palabras, esta combustión es su alimento. Si uno no descubre a tiempo cuáles son sus propios detonadores, la caja de cerillas se humedece y ya nunca podremos encender un solo fósforo. Si eso llega a pasar el alma huye de nuestro cuerpo, camina errante por las tinieblas más profundas tratando vanamente de encontrar alimento por sí misma, ignorante de que sólo el cuerpo que ha dejado inerme, lleno de frío, es el único que podría dárselo. Por eso hay que permanecer alejados de personas que tengan un aliento gélido. Su sola presencia podría apagar el fuego más intenso, con los resultados que ya conocemos. Mientras más distancia tomemos de estas personas, será más fácil protegernos de su soplo. Hay muchas maneras de poner a secar una caja de cerillas húmeda, pero puede estar segura de que tiene remedio. Claro que también hay que poner mucho cuidado en ir encendiendo las cerillas una a una. Porque si por una emoción muy fuerte se llegan a encender todas de un solo golpe, producen un resplandor tan fuerte que ilumina más allá de lo que podemos ver normalmente y entonces ante nuestros ojos aparece un túnel esplendoroso que nos muestra el camino que olvidamos al momento de nacer y que nos llama a reencontrar nuestro perdido origen divino. El alma desea reintegrarse al lugar de donde proviene, dejando al cuerpo inerte… Desde que mi abuela murió he tratado de demostrar científicamente esta teoría. Tal vez algún día lo logre
Laura Esquivel (Como Água Para Chocolate)
Mi abuela tenia una teoría muy interesante, decía que si bien todos nacemos con una caja de cerillos en nuestro interior, no los podemos encender solos, necesitamos, como en el experimento, oxígeno y la ayuda de una vela. Sólo que en este caso el oxígeno tiene que provenir, por ejemplo, del aliento de la persona amada; la vela puede ser cualquier tipo de alimento, música, caricia, palabra o sonido que haga disparar el detonador y así encender uno de los cerillos. Por un momento nos sentiremos deslumbrados por una intensa emoción. Se producirá en nuestro interior un agradable calor que irá desapareciendo poco a poco conforme pase el tiempo, hasta que venga una nueva explosión a reavivarlo. Cada persona tiene que descubrir cuáles son sus detonadores para poder vivir, pues la combustión que se produce al encenderse uno de ellos es lo que nutre de energía el alma. En tras palabras, esta combustión es su alimento. Si uno no descubre a tiempo cuáles son sus propios detonadores, la caja de cerillos se humedece y ya nunca podremos encender un solo fósforo. Claro que también hay que poner mucho cuidado en ir encendiendo los cerillos uno a uno. Porque si por una emoción muy fuerte se llegan a encender todos de un solo golpe producen un resplandor tan fuerte que ilumina más allá de lo que podemos ver normalmente y entonces ante nuestros ojos aparece un túnel esplendoroso que nos muestra el camino que olvidamos al momento de nacer y que nos llama a reencontrar nuestro perdido origen divino. El alma desea reintegrarse al lugar de donde proviene, dejando al cuerpo inerte...
Laura Esquivel (Like Water for Chocolate)
Procrastinar no es solo ir dejando las cosas para después, sino también todas las acciones evasivas que tomamos de modo inconsciente para no hacer lo que es realmente importante.
Daniel Habif (Inquebrantables (Unbreakable))
Amar es, sin duda, la mejor manera de vivir, es guardar la luna llena en el estanque del jardín de tu corazón e ir por la vida dejando huellas de luz.
Chamalu (Maestría en Felicidad: Claves y enseñanzas para recorrer el camino de la vida plena (Spanish Edition))
negativas, que habíamos mantenido ingenuamente como verdad, eran simplemente el resultado de la acumulación de los sentimientos negativos. Cuando la sensación se deja, entonces, cambia el patrón de pensamiento del "no puedo" al "puedo" y "soy feliz de hacerlo". Áreas enteras de la vida pueden abrirse. Lo que solía ser embarazoso o no expresado puede llegar a hacerse sin esfuerzo y alegremente vivido. Ilustra esta progresión la experiencia de un hombre inteligente, exitoso, de mediana edad y profesional que toda su vida había sido incapaz de bailar. Quería bailar fuera como fuera, y en varias ocasiones había asistido a clases de baile. Pero cada una de ellas, se encontró rígido, torpe y tímido. Por pura fuerza de voluntad, ensayaba para seguir todos los pasos en la pista de baile, pero nunca lo disfrutaba y siempre me sentí incómodo. Sus movimientos se sentían rígidos y calculados, y toda la experiencia estaba carente de satisfacción, no haciendo nada bueno por su auto-estima. Después de un año trabajando con el mecanismo de la entrega, estaba en una fiesta con alguien que insistía en que se levantara y bailara."Sabes que no puedo bailar", dijo."Ah, ven e inténtalo", suplicó. Ella insistió y dijo: "Olvídate de tus pies. Sólo mírame y haz lo que mi cuerpo haga". De mala gana, aceptó, y se mantuvo dejando ir sus sentimientos de resistencia y ansiedad. En la pista de baile se soltó por completo. En un instante, su sensación
Anonymous
Se levantó y, completamente desnudo, se dirigió hacia el vestidor, una habitación a la que se llegaba después de cruzar una puerta disimulada debajo de un tapiz, y salió de allí con un cepillo del pelo de marfil con adornos dorados. Empezó a cepillarse el pelo delante de ella mientras miraba por el ventanal hacia el día que estaba apuntando. –Eres un… –masculló Erinni. Dayan se giró y la miró con ojos inocentes. –¿Qué ocurre? –Lo sabes perfectamente –farfulló ella, medio enfadada y medio divertida por la sutileza de Dayan a la hora de sobornarla para que se quedara un poco más–. Trae. Erinni caminó hacia él con la mano extendida, pidiéndole el cepillo. Él se lo ofreció con una pícara sonrisa curvando sus labios, y se sentó en el diván para que ella pudiera peinarlo sin tener que ponerse de puntillas. –Mi pelo te vuelve loca. –Entre otras cosas, sí. Dayan frunció el ceño. –No sé si sentirme halagado u ofendido. Erinni se rio, y el sonido musical llenó toda la estancia. –Siéntete halagado. La mayoría de hombres tienen el pelo hecho un desastre. A las mujeres nos gustan los hombres como tú, varoniles pero aseados, y pasar nuestras manos por un pelo como el tuyo nos excita. Claro que eso ya lo sabes. –Me gusta que las mujeres que me rodean sean muy felices –contestó a propósito. Quería tantear el terreno, ver hasta qué punto él significaba algo para ella. ¿Se pondría celosa? ¿O por el contrario no le importarían sus devaneos con otras mujeres? La respuesta la tuvo en forma de tirón que casi le arranca un mechón de pelo–. ¡Auch! –No seas quejica –le espetó Erinni dándole otro tirón. Dayan se giró y le cogió la mano. –¿Te has propuesto dejarme calvo? –Tienes el pelo muy enredado –replicó ella haciendo un mohín y entrecerrando los ojos. Dayan estuvo a punto de echarse a reír. Definitivamente, a ella no le gustaba que hablara de otras mujeres. –¿Y no puedes ir con más cuidado? –Mejor cepíllate el pelo tú mismo. No pienso esforzarme en algo para que lo disfrute alguna otra. Erinni se giró dejando caer el cepillo en el suelo y se propuso marcharse de allí, pero Dayan se lo impidió cogiéndola por la cintura y tirando de ella hasta que la obligó a sentarse sobre sus rodillas. –¡Suéltame! Erinni lo empujó poniendo las manos en su pecho, pero él la apretó por la cintura y la atrajo más hacia él. –No pienso hacerlo, cariño. –No me llames así. –Erinni… –No. Dayan soltó una risita divertida mientras la obligaba a mirarlo. –Cariño, ninguna otra mujer recibirá mis atenciones mientras tú y yo estemos juntos. Te lo prometo. Erinni se quedó muda por el asombro. No se esperaba algo así. –¿Por qué? –musitó. –Porque tú no eres una esclava con la que… desahogar una necesidad. –Le pasó el dedo por el mentón, acariciándola–. Tú eres mi hechicera." (Dayan y Erinni. Capítulo 7, parte D. Final del capítulo.)
Alaine Scott (La hechicera rebelde (Cuentos eróticos de Kargul #2))
No hablamos del tiempo ni de sus arbitrariedades mientras avanzamos en la misma dirección. Ha estado buscando trabajo desde hace horas y el desánimo le surge feroz de sus ojos grises. Yo también le cuento una historia de abandonos y de calendarios inútiles. A ella no le importa que el agua se le meta por el cuello. -El mundo se va a acabar- me dice serenamente- pero quedarán algunos, los elegidos, ¿me entiénde? Yo no respondo, la invito a tomar un café, al lugar de Rosas. Ella acepta y sonríe triste. Me gustan sus ojeras y la tomo del brazo como si la conociera desde siempre. Hablamos durante horas y la lluvia no declina. Con el cuerpo tibio salimos a la calle, espero que se despida, retarda el momento, debe tener otras cosas que hacer, seguir buscando trabajo, o tomar el bus de vuelta. Me pregunta: ¿vamos al centro? Por primera vez, la hora no me preocupa. Le digo: sí. Caminamos lentamente por calles que yo conozco demasiado, algunas veces ella se detiene a mirar las vitrinas. Sin embargo ella no mira, sus ojos se pierden en un camino recto, interminable, atraviesan los maniquíes, como si quisieran ir más allá de todo. El viento me refresca cuando veo cómo una anciana busca desesperada un taxi, con un pedazo de papel protegiendo su cabeza. Después de una hora de peregrinación le propongo entrar a un hotel. No entiendo mi propia invitación, por qué no a mi casa, allí estaríamos a solas, sin interrupciones, además hace tiempo que ya no recibo visitas inesperadas. Pero, ¿por qué este querer estar solas?, sé que ella también lo siente, por eso nuevamente acepta, sin mirarme, aunque le adivine su sonrisa de pecados secretos. Es bella cuando se saca el abrigo de paño negro y su cuerpo se refleja mohoso en el espejo. Mi cabeza se asoma detrás de ella. La abrazo. Contemplamos esta escena por un tiempo suprimido. Ella no parece darse cuenta de su protagonismo y mira asombrada cómo yo le retiro el pelo húmedo de los hombros y lo ordeno hacia arriba, dejando libre su cuello, soplando despacio para darle más calor a sus orejas frías. Cierra los ojos y permite que le desabroche la blusa. Poco a poco va girando hasta encontrarnos en pechos que se rozan. Quiero que sus pezones aparezcan erectos y enormes. Los adorno de saliva. Sus pezones brillan rosados, ínfimos, como semillas de granada. Ella gime a medida que mi lengua baja hasta su ombligo. Se recuesta en la cama y abre sus piernas. Mi lengua desciende, ella se arquea, las caderas oscilan, me frena y susurra algo. La beso. Me busca los labios. Ciega cachorra. Oigo que cantan afuera, los hacen callar, siguen haciéndolo hasta que los cantos se pierden, luego, a lo lejos, oigo el ulular de una sirena. Ella se deja ir como en un baile antiguo. Me abraza y echa su cuerpo hacia atrás en un apuro que trato en vano de retener, hasta que grita estremecida por sueños desenfrenados. La elegida grita muriendo sobre mi. La elegida dormita con su cara pegada a mi clavícula. La elegida no se da cuenta de que por la claraboya del techo se descuelga la lluvia y que ya da igual este silencio de noche clausurada. La abrazo tratando de buscar calor en toda su humedad y espero que ella se despierte. II. Usted no quiso abrir sus ojos, y cuando lo hizo fue como despertar de un mal sueño, algo nuevo, incómodo quizás. ¿Habrá oído mis canciones? Sus manos buscan a tientas el espacio que yo he invadido. Silenciosa se toca el cuerpo, intentando reconocerse, se toca las piernas, el vellón triangular de su pubis. Pero sus manos siguen buscando lo que añora, en una nostalgia llena de casualidades. Ella me pregunta dónde estoy. Usted se refiere a un episodio de su vida, intenta contarme lo que ya sé, un encuentro casual entre dos mujeres. Tartamudea, se arregla la ropa, se alisa el pelo, se palpa las mejillas, sus palabras tropiezan y caen. ¿La volveré a ver? usted se esconde frente al espejo para no responder.
Lilian Elphick
Al día siguiente su esposa está mejor, parece que conseguirá salir adelante. Bartali abandona su habitación dejando allí al médico, y coge la bicicleta para ir a casa de un amigo suyo que es carpintero. Le dice que le fabrique un pequeño ataúd, con la mejor de las maderas. Le dice que no se lo diga a nadie. De vuelta a casa se acerca al lecho de su esposa, la besa con ternura, susurra un todo irá bien. Luego introduce el cuerpo de su hijo, de aquel hijo a quien nunca enseñará a andar en bici, en el pequeño ataúd, lo pone bajo el brazo, y vuelve a coger su máquina. Atraviesa de esta forma una Florencia en llamas, el Campo de Marte con miles de ciudadanos acampados allí, carreteras plagadas de agujeros por el efecto de los obuses, muros semiderruidos
Marcos Pereda Herrera (Arriva Italia: Gloria y miseria de una nación que soñó ciclismo (Spanish Edition))
Oh, moriré. Moriré. Moriré. Mi piel está en el furor ardiente. No sé qué hare, donde iré. Oh, estoy enferma. Patearé todas las artes en el trasero y me iré, Shubha. Shubha me dejó ir y vivir en tu melón encapuchado. En la sombra desabrochada de la cortina de azafrán destruida oscura. La última ancla me está dejando después de que levanté los otros anclajes. No puedo resistirme más, un millón de paneles de vidrio se están rompiendo en mi corteza. Lo sé, Shubha, extiende tu matriz, dame paz. Cada vena lleva un torrente de lágrimas hasta el corazón. Los pedernales contagiosos del cerebro se están descomponiendo de la enfermedad eterna. ¿Por qué no me diste a luz en forma de esqueleto? Habría pasado dos mil millones de años luz y besado el culo de Dios. Pero nada me agrada, nada suena bien, siento náuseas con más de un solo beso. He olvidado a las mujeres durante la cópula y he regresado a la Musa en la vejiga del color del sol que hago. No sé qué son estos acontecimientos, pero están ocurriendo dentro de mí. Destruiré y destruiré todo. Dibujaré y elevaré a Shubha a mi hambre. Shubha tendrá que ser administrada. Oh, Malay. Kolkata parece ser una procesión de órganos húmedos y resbaladizos hoy. Pero sí no sé lo que haré ahora con mi propio ser. 66 El Corno Emplumado: la determinación ... Alfredo Zárate-Flores y Tirtha Prasad Mukhopadhyay La Colmena 103 julio-septiembre de 2019 ISSN 1405-6313 eISSN 2448-6302 Mi poder de recuerdo se está agotando. Déjame ascender solo hacia la muerte. No he tenido que aprender la cópula y morir. No he tenido que aprender la responsabilidad de derramar las últimas gotas después de la micción. No he tenido que aprender a acostarme junto a Shubha en la oscuridad. No he tenido que aprender el uso del francés cuero
Malay Roy Choudhury (The Hungryalist Poems by Malay Roychoudhury)
No era una región triste, como por un momento había creído. Inspiraba un sentimiento parecido al que despierta oír, a lo lejos y en la noche, la sirena de un barco que se adentra en el mar. El aire de aquella región estaba invadido por miles de chispas luminosas, que se encendían y apagaban sin cesar, como misteriosos guiños, de acá para allá. Flotaban en el aire y, aunque se encendían y apagaban casi al mismo tiempo, había tantas, que todo estaba lleno de su inquieto centelleo. Todo brillaba y, a la vez, permanecía en la penumbra. A Gabriela le vino el recuerdo de aquellos destellos, igualmente fugaces y deslumbrantes, que en el Cuarto de Mamá despedían los frasquitos de cristal, los espejos y las piedras de sus brazaletes y collares. Era como si allí habitaran millares de minúsculas mariposas de luz, danzando en el aire, persiguiéndose, chocando unas con otras. Cuando sus ojos fueron habituándose al torbellino de aquel enorme enjambre, Gabriela distinguió un gran espejo, redondo, bordeado por un marco. Pero la superficie del Espejo no brillaba: estaba enteramente cubierta por una capa de polvo, y nada se reflejaba en él. Ni siquiera las nubes de chispas luminosas que casi la habían cegado lograban arrancarle un destello. Los lápices-enanitos patinaban ahora sobre la superficie llena de polvo, donde sus huellas comenzaban a marcarse, como las estrías que van dejando tras sí los trineos, los patinadores o los esquiadores. Pero éstas eran caminillos brillantes, despedían luz, y el polvo que brotaba tras ellos se levantaba alto, y a su vez se convertía en una especie de niebla dorada. Gabriela se dio cuenta entonces de que los lápices-enanitos no trazaban caminos caprichosos, ni patinaban sólo para divertirse, sino que escribían algo. Poco a poco fue descifrando aquellas palabras, y al fin pudo leer cómodamente que los lápices-enanitos traían recuerdos al Espejo de parte de Homolumbú, anunciaban la visita de Gabriela y por último se presentaban ellos mismos. Para esto, cada uno escribía su nombre, como era su costumbre. Después ya no pudo entender nada más, porque, con tanto ir y venir, el polvo había desaparecido casi completamente. Entonces, los lápices-enanitos, que todo lo hacían a un tiempo, y muy rápidamente, se precipitaron sobre un paño que había en el suelo y con él terminaron de limpiar la superficie del Espejo. Ahora se veía lo hermoso que era; parecía un lago, y tenía el mismo resplandor del agua bajo la luna llena. Precisamente, aquella noche la Luna aparecía completamente redonda en el cielo. Acababa de asomar tras la única ventana abierta (porque tenía un batiente medio desprendido), y por un momento Gabriela no supo quién era la Luna y quién era el Espejo. Casi se confundían. Pero no tardó mucho en distinguirlos: en lugar de las conocidas manchas de la Luna, el Espejo estaba cruzado de arriba abajo por una larga cicatriz.
Ana María Matute (Sólo un pie descalzo)
Sin embargo, no le gusta la idea de verse ni que le vean, no soporta ir dejando rastro. «Los caracoles son animales muy bonitos, pero a la gente le dan asco por las babas que van dejando» suele decir Font, que si de algo es enemigo es de la nostalgia.
Leticia Sánchez Ruiz (Los libros luciérnaga)
así yo, luego que deslicé en aquel despeñadero de marfil, tanto más peligroso cuando más agradable, comencé a ir rodando y despeñándome de unas desdichas en otras, dejando en cada tope, aquí la hacienda, allá la honra, la salud, los padres, los amigos y mi libertad, quedando como sepultado en una cárcel, abismo de desdichas. Mas no digo bien, pues lo que me acarreó de males la riqueza, me restituyó en bienes la pobreza. Puédolo decir con verdad, pues que aquí hallé la sabiduría (que hasta entonces no la había conocido), aquí el desengaño, la experiencia y la salud de cuerpo y alma.
Baltasar Gracián (El Criticón)
¿Será posible que en algún momento de nuestras vidas cambiemos tanto que nos diluyamos, como si fuésemos jabón escurriéndose por el desagüe de la ducha, dejando solo un envoltorio de carne, nuevo y aséptico?
María Oruña (Un lugar a donde ir)
Mi abuela tenía una teoría muy interesante, decía que si bien todos nacemos con una caja de cerillos en nuestro interior, no los podemos encender solos, necesitamos oxígeno y la ayuda de una vela. Sólo que en este caso el oxígeno tiene que provenir, por ejemplo, del aliento de la persona amada; la vela puede ser cualquier tipo de alimento, música, caricia, palabra o sonido que haga disparar el detonador y así encender uno de los cerillos. Por un momento nos sentiremos deslumbrados por una intensa emoción. Se producirá en nuestro interior un agradable calor que irá desapareciendo poco a poco conforme pase el tiempo, hasta que venga una nueva explosión a reavivarlo. Cada persona tiene que descubrir cuáles son sus detonadores para poder vivir, pues la combustión que se produce al encenderse uno de ellos es lo que nutre de energía al alma. En otras palabras, esta combustión es su alimento. Si uno no descubre a tiempo cuáles son sus propios detonadores, la caja de cerillos se humedece y ya nunca podremos encender un solo fósforo. Si eso llega a pasar el alma huye de nuestro cuerpo, camina errante por las tinieblas más profundas tratando vanamente de encontrar alimento por sí misma, ignorante de que sólo el cuerpo que ha dejado inerme, lleno de frío, es el único que podría dárselo. Por eso hay que permanecer alejados de personas que tengan un aliento gélido. Su sola presencia podría apagar el fuego más intenso, con los resultados que ya conocemos. Mientras más distancia tomemos de estas personas, será más fácil protegernos de su soplo. Hay muchas maneras de poner a secar una caja de cerillos húmeda, pero puede estar segura de que tiene remedio. Claro que también hay que poner mucho cuidado en ir encendiendo los cerillos uno por uno. Porque si por una emoción muy fuerte se llegan a encender todos de un solo golpe producen un resplandor tan fuerte que ilumina más allá de lo que podemos ver normalmente y entonces ante nuestros ojos aparece un túnel esplendoroso que nos muestra el camino que olvidamos al momento de nacer y que nos llama a reencontrar nuestro perdido origen divino. El alma desea reintegrarse al lugar de donde proviene, dejando al cuerpo inerte...
Laura Esquivel (Like Water for Chocolate)
—Jura que no sirves a los falsos spren que se inclinan ante Dalinar Kholin. —Lo juro. —¿Lo ves? —dijo la mujer, mirando a un compañero suyo—. Si hubiera sido una Radiante, no podría haber jurado en falso. «Ay, dulce y suave brisa —pensó Velo—. Bendita inocencia. No todos somos Forjadores de Vínculos o cosas por el estilo.» Para los Corredores del Viento o los Rompedores del Cielo quizá fuese un problema ir dejando caer por ahí promesas falsas, pero la orden de Shallan se cimentaba precisamente en la idea de que todo el mundo mentía, sobre todo a sí mismos.
Brandon Sanderson (El ritmo de la guerra (El archivo de las tormentas, #4))