Cuando Llueve Quotes

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Las verdaderas penas, esas que te cambian la vida, nunca desaparecen completamente por más que pretendas ignorarlas. Siempre se quedan contigo como una reuma constante que te ataca sin piedad cuando hace frío o llueve
Erika Fiorucci (Cuatro días en Londres)
Caddy olía como los árboles cuando llueve y como cuando ella dice que estamos dormidos.
William Faulkner (The Sound and the Fury)
Todo el mundo lo sabe: cuando te rompen el corazón en mil pedazos y te agachas para recogerlos, solo hay novecientos noventa y nueve trozos
Chris Pueyo (Aquí dentro siempre llueve)
Prometo rozar tu alas cuando olvides que sabes volar.
Chris Pueyo (Aquí dentro siempre llueve)
Porque el cielo siempre es bonito. Incluso cuando está nublado y llueve, es maravilloso mirar al cielo. Es mi cosa preferida porque sé que si alguna vez me pierdo o estoy asustado, solo tengo que mirar hacia arriba y siempre estará ahí pase lo que pase... y que siempre será precioso.
Colleen Hoover (Hopeless (Hopeless, #1))
Me encantan los días de lluvia. Desde chico. Siempre me ha parecido una imbecilidad que la gente hable de "mal tiempo" cuando llueve. ¿Mal tiempo por qué?
Eduardo Sacheri (The Secret in Their Eyes)
Las obsesiones dañan. Las metas imposibles también. Lo que Dana trataba de decir no era que teníamos que tirar la toalla a las primeras de cambio. Luchar con uñas y dientes era nuestra obligación. Parar de clavárnoslas en la piel cuando salía sangre también. Intentarlo hasta estar orgullosos de nosotros y, si aun así no lo lográbamos, no amargarnos, sino buscar ese arcoíris que solo sale cuando llueve.
Alexandra Roma (El club de los eternos 27)
Pero hace mucho que ha disminuido la demanda de este artículo. El hueso tuvo su momento de gloria en tiempos de la reina Ana, cuando el guardainfante estaba en su apogeo. Y así como esas antiguas damas se movían alegres, por así decirlo, entre las fauces de la ballena, en nuestros días corremos con la misma indiferencia hacia las mismas mandíbulas en busca de protección cuando llueve: el paraguas es una tienda sostenida por los mismos huesos.
Herman Melville (Moby Dick (Los mejores clásicos): con introducción de un profesor de la Universidad de Columbia (Spanish Edition))
Mátenme al alba. Con cuchillos [ilegible] y con cuchillas oxidadas. Estaré en cuclillas esperando. Salva tu amor. No lo salves. Desafección y mierda violenta que aprendió a expresarse en nuestros días mediante fórmulas atroces como «hacer el amor» y «asumir la responsabilidad» y «negar el pasado» y «el hombre es lo que se hace». No hay más que la memoria, maravilla sin igual, horror sin semejanza. Hace mucho que me entregué a las sombras. Y no me contenta mi destino sombrío, mi destino asombrado. Me han asolado, me han agostado. Libérame de ti pues te amo y no estás. No me hables. No te apostes en mis rincones preferidos. Estás aquí. Me deliras. Me cortas las cintas de colores que me aliaban a las niñas que fui. Me abandonas loca furiosa, comiendo sombras furiosamente, girando convulsa con las manos espantadas, revolcándome en tu huida hasta los atroces orgasmos y gritos de bestia asesinada. Pero te amo. A ti te asumo, ante ti sin pasado ni relojes ni sonidos. Sucia y susurrante, leve, ingrávida, llena de sangre y de sustancias sexuales, húmeda, mojada, reventando de calor, de sangre que pide. Me dañas la columna vertebral, tantos días despeñada sobre tu cuerpo imaginado. Me dañas la cabeza que di contra las paredes porque no sabía qué hacer salvo esto: que debía golpearme y castigarme ya que tú no venías. Con tu sonrisa de paraíso exactamente situado en el tiempo y en el espacio. Con tus ojos que sonríen antes que tus labios. En tus ojos encuentro mi persona súbitamente reconstruida. En tus ojos se acumulan mis fragmentos que se unen apenas me miras. En tus ojos vivo una vida de aire puro, de respiración fiel. En tus ojos no necesito del conocimiento, no necesito del lenguaje. En tus ojos me siento y sonrío y hay una niña azul en el jardín de un castillo. Ahora que no estás me atrae la caída, la mierda, lo abyecto, lo denigrante. Salgo a la calle y siento la suciedad, la ruina. Entro en los bares más siniestros y tomo un vino como sangre coagulada, como menstruación, y me rodean brujas negras, perros sarnosos, viejos mutilados y jóvenes putos de ambos sexos. Yo bebo y me miro en el espejo lleno de mierda de moscas. Después no me veo más. Después hablo en no sé cuál idioma. Hablo con estos desechos que no me echan, ellos me aceptan, me incorporan, me reconocen. Recito poemas. Discuto cuestiones inverosímiles. Acaricio a los perros y me chupo las manos. Sonrío a los mutilados. Me dejo tocar, palpar, manos en mi cuerpo adolescente que tanto te gustaba por ser ceñido y firme y suave. («La lisura de tu vientre, tus caderas de efebo solar, tu cintura hecha a la medida de mis manos cerrándose, tus pechos de niña salvaje que los deja desnudos aun cuando llueve, tu sexo y tus gritos rítmicos, que deshacían la ciudad y me llevaban a una selva musical en donde todo confabulaba para que los cuerpos se reconozcan y se amen con sonidos de leves tambores incesantes. Esas noches en que hacíamos el amor debajo de las grandes palabras que perdían su sentido, porque no había más que nuestros cuerpos rítmicos y esenciales… Y ahora llueve y tengo náuseas y vomito casi todo el día y siempre que hay un olor espantoso en la calle, un olor a paquete olvidado, a muerto olvidado. Y tengo miedo. Eso quería decir: que no estás y tengo miedo.»)
Alejandra Pizarnik (Diarios: edición definitiva)
La literatura es un lugar en el que llueve. He dedicado buena parte de mi vida a coleccionar chubascos literarios. Me he quemado las pestañas buscando citas. La frase es arcaica, lo sé. Es más vieja que yo, viene de cuando se leía con velas. Pero las pestañas de los grandes lectores se siguen quemando, Ahora se queman por autocombustión. Arden al advertir la lumbre de los textos. Apenas me quedan pestañas. Dirán que nunca las tuve. Falso: las ofrendé como ofrendé la vista. Una biblioteca es un banco de ojos, Allí están las miradas que han donado lectores.
Juan Villoro (Conferencia sobre la lluvia)
LA CUADRA Cuando, al mediodía, voy a ver a Platero, un transparente rayo del sol de las doce enciende un gran lunar de oro en la plata blanda de su lomo. Bajo su barriga, por el oscuro suelo, vagamente verde, que todo lo contagia de esmeralda, el techo viejo llueve claras monedas de fuego. Diana, que está echada entre las patas de Platero, viene a mí, bailarina, y me pone sus manos en el pecho, anhelando lamerme la boca con su lengua rosa. Subida en lo más alto del
Juan Ramón Jiménez (Platero y yo: Elegía Andaluza (Spanish Edition))
Quiero que cuando se te ocurra apretar el puño, recuerdes que somos agua.
Chris Pueyo (Aquí dentro siempre llueve)
Si cada hora viene con su muerte Si el tiempo es una cueva de ladrones Los aires ya no son los buenos aires La vida es nada más que un blanco móvil Usted preguntará por qué cantamos Si nuestros bravos quedan sin abrazo La patria se nos muere de tristeza Y el corazón del hombre se hace añicos Antes aún que explote la vergüenza Usted preguntará por qué cantamos Si estamos lejos como un horizonte Si allá quedaron árboles y cielo Si cada noche es siempre alguna ausencia Y cada despertar un desencuentro Usted preguntará por que cantamos Cantamos por qué el río está sonando Y cuando suena el río / suena el río Cantamos porque el cruel no tiene nombre Y en cambio tiene nombre su destino Cantamos por el niño y porque todo Y porque algún futuro y porque el pueblo Cantamos porque los sobrevivientes Y nuestros muertos quieren que cantemos Cantamos porque el grito no es bastante Y no es bastante el llanto ni la bronca Cantamos porque creemos en la gente Y porque venceremos la derrota Cantamos porque el sol nos reconoce Y porque el campo huele a primavera Y porque en este tallo en aquel fruto Cada pregunta tiene su respuesta Cantamos porque llueve sobre el surco Y somos militantes de la vida Y porque no podemos ni queremos Dejar que la canción se haga ceniza.
Mario Benedetti (Cotidianas)
Por supuesto, resulta espantosa e insoportablemente aburrida esta inactividad tan absoluta, este quedarse sentado sin hacer nada en un estado de postración mental, pero, por otro lado, ¿acaso no pasan el tiempo de esa manera tan pasiva y apática millones y millones de gentes del planeta? Y además, ¿no lo hacen así desde hace años, desde haces siglos, independientemente de la religión, de la cultura, de la raza? Basta con que, en América del Sur, vayamos a los Andes o nos paseemos en coche por las polvorientas calles de Piura o naveguemos por el Orinoco: en todas partes encontramos aldeas de barro, poblados y villas pobres y veremos cuánta gente permanece sentada en la puerta de su casa, sobre piedras o en bancos, inmóvil, sin hacer nada. Vayamos de América del Sur a África, visitemos los solitarios oasis del Sáhara o los poblados de pescadores negros que se extienden a lo largo del Golfo de Guinea, visitemos a los misteriosos pigmeos en la jungla del Congo, la diminuta ciudad de Mwenzo en Zambia, la hermosa y dotada tribu Dinka en Sudán: en todas partes veremos gentes sentadas que de vez en cuando articularán alguna palabra, que por la noche se calentarán alrededor de un fuego, pero que en realidad, aparte de permanecer sentadas, inmóviles e inactivas, no hacen nada en absoluto y se encuentran (podemos suponer) en un estado de postración mental. ¿Acaso Asia es diferente? ¿Acaso, yendo de Karachi a Lahore o de Bombay a Madrás o de Yakarta a Malangu, no nos chocará ver que miles, qué digo, millones de paquistaníes, hindúes, indonesios y otros asiáticos están sentados inmóviles con la vista fija en no se sabe qué? Cojamos un vuelo a las Filipinas o a Samoa, visitemos las inconmensurables extensiones del Yukón o la exótica Jamaica: en todas partes veremos el mismo panorama de gentes sentadas que permanecen inmóviles durante horas enteras en unas sillas viejas, en unos tablones de madera, en unas cajas de plástico, a la sombra de olmos y mangos, apoyadas contras las paredes de las chabolas, las vallas y los marcos de las ventanas, independientemente de la hora del día y de la estación del año, de si hace solo o llueve, gentes aturdidas e indefinidas, gentes en un estado de somnolencia crónica, que no hacen nada excepto permanecer allí sin necesidad y sin objetivo, y también sumidas (podemos suponer) en una postración mental.
Ryszard Kapuściński (Imperium)
No pudimos impedir que se abriesen grietas. El problema que tienen las grietas es que mantienen en pie algo que antes era sólido, no se abren lo suficiente como para que eso se desmorone. Pero están ahí. Están latentes. Y cuando llueve..., cuando llueve el agua sale por todas partes.
Alice Kellen (Nosotros en la Luna)
La procrastinación es enemiga de la autodisciplina porque con frecuencia implica que esperamos por las condiciones perfectas y así justificamos nuestra inacción. Por ejemplo, es fácil posponer ir al gimnasio porque nuestras pantorrillas están fatigadas o porque llueve. Solo porque la carretera no está en condiciones óptimas para que vayas al gimnasio no significa que debas posponer el compromiso. Son solo excusas. Lo que debes hacer para mejorar tu autodisciplina es simple. No esperes más para “estar listo”, o “sentirte preparado” para perseguir tus metas o cambiar tus hábitos. La inacción va de la mano con las excusas y realmente sabotea tus probabilidades de tener éxito. Cuando todo se siente cómodo y preparado ya es demasiado tarde, habrás esperado demasiado tiempo.
Peter Hollins (La ciencia de la autodisciplina: La fuerza de voluntad, fortaleza mental, y el autocontrol para resistir la tentación y alcanzar tus metas (Peter Hollins Español nº 2) (Spanish Edition))
Sé una cosa sobre las carreras bajo la lluvia. Sé que se trata de mantener el equilibrio. Sé que se trata de anticipar lo que va a ocurrir y tener paciencia, Sé que para tener éxito cuando llueve se requieren habilidades especiales en el manejo del coche, ¡Pero correr bajo la lluvia también tiene que ver con la mente! Con ser dueño del propio cuerpo. Con sentir que el coche no es más que una extensión del cuerpo. Sentir que la pista es una extensión del vehículo, y la lluvia una extensión de la pista y el cielo una extensión de la lluvia. Sentir que tú no eres tú; tú eres todo. Y todo eres tú.
Garth Stein (The Art of Racing in the Rain)
Hay millones que desean la inmortalidad, y luego no saben que hacer un domingo por la tarde cuando llueve.
Susan Ertz (Anger in the Sky)
Todo esto cuando quiere llover y no llueve. Todo esto cuando quiero querer y no quieres. Cuando te estoy suplicando que te quedes... y ya hace rato que te vas.
Risto Mejide
—Porque el cielo siempre es bonito. Incluso cuando está nublado y llueve, es maravilloso mirar al cielo. Es mi cosa preferida porque sé que si alguna vez me pierdo o estoy asustado, solo tengo que mirar hacia arriba y siempre estará ahí pase lo que pase... y que siempre será precioso.
Colleen Hoover (Hopeless: Tocando el cielo (Hopeless, #1))
Intenta sentarte frente al mar, un día de verano, de cielo azul y poco viento, cuando la línea del horizonte se dibuja tan clara como si un niño pequeño lo hubiera trazado con una escuadra, y piensa que la calma puede astillarse en cuestión de minutos: unas nubes en la lejanía y un relámpago que ilumina un trozo de cielo y, al cabo de un rato, el trueno. Y otro rayo y otro trueno, cada vez el tiempo que pasa entre uno y otro es más breve. La tormenta se acerca. Se levanta un aire frío y húmedo, inquietante, que parece cargado de malos presagios y el mar se remueve hasta que las olas son bien visibles donde antes había un espejo. Empiezan a caer gotas gruesas y, ahora ya sí, llueve en bote de punta. De la calma a la tempestad sin avisar. Esto ocurre. Y a sus vidas llegó una tempestad que ninguno de ellos hubiera podido imaginar, la más devastadora.
Sílvia Soler (L'estiu que comença)
Cuando gane ese campeonato voy a ponerme mis jeans viejos y un sombrero viejo y me dejaré la barba y caminaré por un viejo camino de campo donde nadie me conozca hasta encontrar una linda chica cuyo nombre no conozca que simplemente me quiera por lo que soy. Y después la llevaré a mi casa de doscientos cincuenta mil dólares en mi complejo de viviendas de un millón de dólares y le mostraré todos mis Cadillac y la pileta bajo techo por si llueve y le diré: “Esto es tuyo, querida, porque me quieres por lo que soy”.
Jack Canfield (Un Segundo Plato de Sopa de Pollo para el Alma: Nuevos relatos que conmueven el corazón y ponen fuego en el espíritu (Spanish Edition))
La isla está en la confluencia misma de los ríos Paraguay y Paraná y el puerto está en la desembocadura de los dos, en Punta Norte. Desde la ventana de mi estudio puedo ver bajar las dos masas de agua, la una rabiosa y rojiza que sacude todo a su paso y la otra, azulada y calma, que mira al otro río sin intimidarse. Corre unido a él pero no se juntan nunca. Muchacho, este mundo está hecho para ti. Está cargado de extremos, huele a destrucción permanente. Y a vida, si la quieres ver. No te ofrezco nada más que habitar tu decisión. El suelo se desliza como mármol negro y, cuando llueve, el agua arrasa con todo. Aquí la gente habita las orillas de la desgracia. Todo ha sido restregado por ácido y se encuentra abierto.
Gabriela Alemán (Humo (Spanish Edition))
El muchacho Un único individuo que fue realmente olvidado por la muerte y, además, para siempre. Un hombre muy sencillo que nunca cambió y que a los cien años come exactamente lo mismo que a los veinte. Pronuncia exactamente las mismas palabras y jamás se viste de otra manera. Su memoria, nunca particularmente buena, tampoco empeora. No se casó, no tuvo suerte con las mujeres y, en consecuencia, se quedó sin hijos. Es muy modesto y se contenta con tener para comer. Le gustan las visitas, pero no demasiadas. Contempla la lluvia como si las gotas fuesen años. El sol le resulta a veces excesivo. Respira con regularidad y jamás tiene miedo. A veces estira las piernas como ramas, acercándolas al fuego hasta que llegan a chisporrotear. Ha olvidado su nombre, de manera que no tiene; sin embargo, generalmente lo llaman «muchacho». Considera a los niños sus iguales; enseguida entiende lo que quieren. Es un tanto lento para los adultos. El muchacho duerme sobre una colchoneta en el suelo de arcilla. Si no llueve ni hace frío, le gusta dormir delante de la cabaña. Su perro parece tan viejo como él, pero es siempre otro. Nunca lo llama. El perro acude por sí solo cuando su amo piensa que lo querría a su lado. Su pelo lleva tiempo sin crecer. Es un pelo extraño, sin duda, pero quien esperara una jungla allá arriba se decepcionaría. No se lo puede definir como blanco; su color tiene algo indescriptiblemente suave, como si sirviera para acariciar las lesiones de un herido. Es esa cualidad de su cabello la que a veces lleva a los enfermos hasta él. Porque quien lo ha visto alguna vez y sufre luego una enfermedad grave, recuerda ese cabello, incluso después de años, como si fuese un bálsamo, y habla de él en un estado febril. No cabe la menor duda de que algunos enfermos se han curado después de ver su cabello, aunque resulta difícil comprobar si se debía al efecto curativo de ese pelo. A las mujeres les extraña un poco; no esperan nada de él y pocas veces se curan al verlo. Se han formulado diversas conjeturas respecto a su lugar de residencia. Suponen algunos que desde hace cientos de años siempre ha permanecido en el mismo lugar. Otros demuestran la existencia de huellas suyas en regiones remotas. Se dice que se han encontrado pelos suyos en África y pisadas suyas en Australia. No cabe la menor duda de que ha podido andar muy lejos; tiempo no le ha faltado para ello; y como ha aguantado vivir tantos años en un lugar, no se entiende que no haya podido hacer lo mismo en lugares muy diferentes y lejanos. Los escépticos que a duras penas aceptan su época africana se burlan de la idea de que viniera de Australia. Nadie ha recorrido ese mar sin mojarse, dicen, y se deberían haber encontrado huellas del barco que hubiera utilizado. No se resolverá aquí esta cuestión. No obstante, sería estúpido callar una duda. Es posible que otras personas trajeran al «muchacho» de Australia. Parece demostrado que siempre vivió solo. Pero ¿no es concebible que lo raptaran? A lo mejor lo emplearon como remero y luego resultó molesto e incluso inquietante a los señores por la curiosa sensación de soledad que transmitía. En vez de tirarlo simplemente al agua, lo dejaron en la costa de Asia, provisto de alimentos para un tiempo. Se quedó solo en otro continente, tal como probablemente lo habían encontrado y tal como les había parecido, un solitario, durante la larga travesía. Su frugalidad y el extraño talento para la vejez le conservaron también allí la vida. Sin embargo, nos llevaría demasiado lejos analizar todas las posibilidades que contiene una existencia de este tipo. Quizá sería conveniente no querer demasiadas cosas al mismo tiempo y conformarse con contemplar al «muchacho» y considerar cómo es ahora. Una descripción de su persona, hecha de forma fiel y sin prejuicios, debería permitirnos profundizar más que toda suerte de conjeturas sobre su pasado. Por otra parte, parece mucho más propio del respeto que merece una criatura así.
Elias Canetti (Il libro contro la morte)