Costa Blanca Quotes

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-¿No tenéis acaso otra hija? -No-dijo el hombre-, sólo tenemos una Cenicienta, pequeña e ingenua, de mi difunta esposa, pero es imposible que ella sea la novia. El hijo del rey dijo que fueran a buscarla, pero la madre respondió: -Ay, no, está demasiado sucia, no puede dejarse ver. Pero él insistió en verla a toda costa y tuvieron que llamar a Cenicienta. Ella se lavó primero las manos y la cara, fue luego hasta allí y se inclinó ante el hijo del rey, que le tendió el zapato de oro. Después se sentó en un escabel, sacó el pie del pesado zueco de madera y lo metió en la chinela: le quedaba como hecha a medida. Y cuando se enderezó y el rey la miró a la cara, reconoció a la hermosa joven que había bailado con él y dijo: -¡Ésta es la verdadera novia! La madrastra y las dos hermanas se asustaron y empalidecieron de rabia, pero él subió a Cenicienta al caballo y se marchó de allí. Al pasar por el pequeño avellano, las dos palomitas blancas dijeron: -Vuélvete y mira, vuélvete y mira, ya no hay sangre en la zapatilla: la zapatilla bien ya le encaja, a la novia de verdad llevas a casa.
Jacob Grimm (Cuentos de los hermanos Grimm)
-¿No tenéis acaso otra hija? -No-dijo el hombre-, sólo tenemos una Cenicienta, pequeña e ingenua, de mi difunta esposa, pero es imposible que ella sea la novia. El hijo del rey dijo que fueran a buscarla, pero la madre respondió: -Ay, no, está demasiado sucia, no puede dejarse ver. Pero él insistió en verla a toda costa y tuvieron que llamar a Cenicienta. Ella se lavó primero las manos y la cara, fue luego hasta allí y se inclinó ante el hijo del rey, que le tendió el zapato de oro. Después se sentó en un escabel, sacó el pie del pesado zueco de madera y lo metió en la chinela: le quedaba como hecha a medida. Y cuando se enderezó y el rey la miró a la cara, reconoció a la hermosa joven que había bailado con él y dijo: -¡Ésta es la verdadera novia! La madrastra y las dos hermanas se asustaron y empalidecieron de rabia, pero él subió a Cenicienta al caballo y se marchó de allí. Al pasar por el pequeño avellano, las dos palomitas blancas dijeron: -Vuélvete y mira, vuélvete y mira, ya no hay sangre en la zapatilla: la zapatilla bien ya le encaja, a la novia de verdad llevas a casa. (Fragmento perteneciente al cuento de Cenicienta)
Jacob Grimm (Cuentos de los hermanos Grimm)
El aliento del mar fue alejando lentamente la marea de la orilla, y dejó la arena lisa y espejeante bajo las estrellas. Las algas mojadas, enmarañadas, plagadas de insectos. Las dunas agrupadas y tranquilas, el viento frío combando la hierba. El camino asfaltado que subía de la playa en silencio ahora, cubierto por una capa de arena blanca; un brillo tenue sobre los techos curvos de las caravanas; los coches aparcados, formas oscuras y agazapadas sobre la hierba. Y luego la feria, el quiosco de helados con la persiana bajada, y siguiendo la calle, ya en el pueblo, la oficina de correos, el hotel, el restaurante. El Sailor’s Friend, con las puertas cerradas, pegatinas ilegibles en las ventanas. La estela de los faros de un único coche al pasar. Las luces traseras rojas como ascuas. Más allá, una hilera de casas, las ventanas reflejando impasibles la luz de las farolas, los cubos de basura alineados enfrente, y luego la carretera de la costa que salía del pueblo, silenciosa, desierta, los árboles alzándose por entre la oscuridad. El mar hacia el oeste, una extensión de manto negro. Y al este, cruzando la verja, la antigua rectoría, de un azul lechoso. Dentro, cuatro cuerpos durmiendo, despertando, durmiendo otra vez. De lado, o tumbados de espaldas, sacudiéndose las colchas con los pies, cruzando de sueño en sueño en silencio. Y ya por detrás de la casa empezaba a salir el sol. En los muros traseros y entre las ramas de los árboles, entre las hojas coloridas de los árboles y la hierba verde y húmeda, se filtra la luz del alba. Mañana de verano. Agua fría y clara en el hueco de la mano.
Sally Rooney (Beautiful World, Where Are You)
El núcleo del problema racial, tal como yo lo veo, es este: el negro (y también otros grupos raciales, pero el negro sobre todo) resulta víctima de los conflictos psicológicos y sociales que ahora forman parte de una civilización blanca que teme una disgregación inminente y no tiene una comprensión madura de la realidad de la crisis. La sociedad blanca es pura y simplemente incapaz de aceptar realmente al negro y asimilarle, porque los blancos no pueden hacer frente a sus propios impulsos, no pueden defenderse contra sus propias emociones, que son extremadamente inestables en una sociedad sobreestimulada y rápidamente cambiante. Para minimizar la sensación de riesgo y desastre siempre latente en sí mismos, los blancos tienen que proyectar sus miedos en algún objeto exterior a ellos mismos. Claro que la Guerra Fría ofrece amplias oportunidades, y cuanto más inseguros están los hombres, en un bando o en otro, más recurren a paranoicas acusaciones de «comunismo» o «imperialismo», según sea el caso. Las acusaciones no carecen de base, pero siguen siendo patológicas. Aprisionado en este ineludible síndrome queda el negro, que tiene la desgracia de hacerse visible, con su presencia, su desgracia, sus propios conflictos y su propia división, precisamente en el momento en que la sociedad blanca está menos preparada para arreglárselas con un peso extra de riesgo. ¿Cuál es el resultado? Por un lado, la ternura de los «liberales» se precipita, de modo patético pero comprensible, a dar la bienvenida y a conciliar esa pena trágica. Por otro lado, los inseguros se endurecen de modo enconadamente patológico, se tensan las resistencias, y se confirman en el temor y el odio aquellos que (conservadores o no) están decididos a echar la culpa a otro de sus propias deformidades interiores. La increíble inhumanidad de esta negativa a escuchar por un momento al negro, de algún modo, y de esta decisión de mantenerle oprimido a toda costa, me parece que proporcionará casi con seguridad una situación revolucionaria desesperanzadamente caótica y violenta. Cada vez más, la animosidad, la suspicacia y el miedo que sienten esos blancos (y que en su raíz sigue siendo un miedo a su propia miseria interior, que probablemente no pueden sentir tal como es) llegan a hacerse una profecía que se cumple a sí misma. El odio del racista blanco al negro (lo repito, odio, porque aún es una palabra muy suave para indicar lo que hay en los corazones de esa agitada gente) se le hace aceptable cuando lo presenta como un odio del negro a los blancos, fomentado y estimulado por el comunismo. ¡La Guerra Fría y los miedos racistas se ensamblan en una sola unidad! ¡Qué sencillo es todo! Al negro, claramente, se le invita a una sola reacción. Ha tenido innumerables razones para odiar al hombre blanco. Ahora se reúnen y se confirman sólidamente. Aunque no tenga nada que ganar por la violencia, tampoco tiene nada que perder. ¡Y por lo menos la violencia será un modo decisivo de decir lo que piensa de la sociedad blanca! El resultado, sin duda, será muy desagradable, y la culpa caerá de lleno en las espaldas de la América blanca, con su inmadurez emocional, cultural y política, y su lamentable negativa a comprender.
Thomas Merton (Conjeturas de un espectador culpable (Servidores y Testigos nº 127) (Spanish Edition))
«Feia tants dies, mesos, que no sentia l’impuls d’escriure, d’escriure literàriament alguna cosa digne de ser llegida, que segurament no s’hi hauria agafat si no hagués estat per la pluja. La pluja l’havia inspirat mil vegades des de l’adolescència, i al llarg de gairebé quaranta anys fins el dia d’avui, però feia tants dies, mesos, que l’impuls no l’agafava pels pebrots i el llençava a l’abisme d’omplir de lletres la pantalla blanca i buida, que quan per fi es va decidir, no sabia on agafar-se. La novel·la inacabada de torn, per no parlar de les que feia anys que dormien el son sord dels avortaments, li semblava massa enrevessada per a aquella engruna d’inspiració filla d’un ruixat: es passaria una hora rellegint cabdellets, una altra perfilant l’agulla, i perdria el fil abans de lligar la primera puntada. Potser podia repassar un dels darrers contes, que són fàcils d’entallar però sovint costa acabar de cosir, tot i que fins i tot això li resultava remot, com l’eco de una veu que ja no sentia seva. D’altra banda, devia tenir mig centenar de contes polits i a punt d’editar que també dormien als llimbs, probablement per sempre. Li constava que la literatura, o més ben dit l’esforç narratiu creatiu, li havia salvat la vida. Li havia justificat gairebé quatre dècades de respirar i fer la viu-viu, esperant sempre que al capdavall ell, ell com a individu més enllà de cap altra persona, hi descobrís un sentit genuí, transcendent, que li compensés poc o molt totes les hores, esperances, il·lusions i etcèteres que ja a l’adolescència i sense ser-ne gaire conscient havia dipositat en la màgia, sovint desagraïda per no dir traïdora, de la creació literària». · Les muses - Jordi Cussà
Jordi Cussà (Les muses (Catalan Edition))
«Feia tants dies, mesos, que no sentia l’impuls d’escriure, d’escriure literàriament alguna cosa digne de ser llegida, que segurament no s’hi hauria agafat si no hagués estat per la pluja. La pluja l’havia inspirat mil vegades des de l’adolescència, i al llarg de gairebé quaranta anys fins el dia d’avui, però feia tants dies, mesos, que l’impuls no l’agafava pels pebrots i el llençava a l’abisme d’omplir de lletres la pantalla blanca i buida, que quan per fi es va decidir, no sabia on agafar-se. La novel·la inacabada de torn, per no parlar de les que feia anys que dormien el son sord dels avortaments, li semblava massa enrevessada per a aquella engruna d’inspiració filla d’un ruixat: es passaria una hora rellegint cabdellets, una altra perfilant l’agulla, i perdria el fil abans de lligar la primera puntada. Potser podia repassar un dels darrers contes, que són fàcils d’entallar però sovint costa acabar de cosir, tot i que fins i tot això li resultava remot, com l’eco de una veu que ja no sentia seva. D’altra banda, devia tenir mig centenar de contes polits i a punt d’editar que també dormien als llimbs, probablement per sempre. Li constava que la literatura, o més ben dit l’esforç narratiu creatiu, li havia salvat la vida. Li havia justificat gairebé quatre dècades de respirar i fer la viu-viu, esperant sempre que al capdavall ell, ell com a individu més enllà de cap altra persona, hi descobrís un sentit genuí, transcendent, que li compensés poc o molt totes les hores, esperances, il·lusions i etcèteres que ja a l’adolescència i sense ser-ne gaire conscient havia dipositat en la màgia, sovint desagraïda per no dir traïdora, de la creació literària». · Les muses - Jordi Cussà Balaguer
Jordi Cussà (Les muses (Catalan Edition))
Entonces, Almitra habló otra vez: ¿Qué nos dirás sobre el matrimonio, maestro? Y él respondió, diciendo: Nacieron juntos y juntos serán para siempre. Estarán juntos hasta cuando las alas blancas de la muerte esparzan sus días. Sí, estarán juntos aun en la memoria silenciosa de Dios. Pero dejen que haya espacios en su cercanía, y dejen que los vientos del cielo dancen entre ustedes. Ámense el uno al otro, pero no hagan del amor una atadura: que sea, más bien, un mar movible entre las costas de sus almas. Llenen uno al otro sus copas, pero no beban de una sola. Dense el uno al otro de su pan, pero no coman del mismo trozo. Canten y bailen juntos, y estén siempre alegres; pero que cada uno de ustedes sea independiente. Las cuerdas de un laúd están solas, aunque tiemblen con la misma música.
Kahlil Gibran (The Prophet: Bilingual Spanish and English Edition (Spanish Edition))
El Matrimonio Entonces, Almitra habló otra vez: ¿Qué nos diréis sobre el Matrimonio, Maestro? Y él respondió, diciendo: Nacisteis juntos y juntos para siempre. Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte esparzan vuestros días. Sí; estaréis juntos aun en la memoria silenciosa de Dios. Pero dejad que haya espacios en vuestra cercanía. Y dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros. Amaos el uno al otro, pero no hagáis del arnor una atadura. Que sea, más bien, un mar movible entre las costas de vuestras almas. Llenaos uno al otro vuestras copas, pero no bebáis de una sola copa. Daos el uno al otro de vuestro pan, pero no comáis del mismo trozo. Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea independiente. Las cuerdas de un laúd están solas, aunque tiemblen con la misma música. Dad vuestro corazón, pero no para que vuestro compañero lo tenga. Porque sólo la mano de la Vida puede contener los corazones. Y estad juntos, pero no demasiado juntos. Porque los pilares del templo están aparte. Y, ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble.
Kahlil Gibran (El profeta)
Llegaba hasta el Carpanta, traído por la brisa de tierra, el olor de los montes cercanos: desnudos, secos y calcinados por el sol, con tomillo, romero, palmito y chumbera entre sus peñas pardas, ramblas secas donde crecían las higueras, y almendrales escalonados por muretes de piedra. Pese al cemento y al cristal y al acero y a las excavadoras, a la sucesión interminable de luces bastardas que mancillaba sus orillas de costa a costa, todo el Mediterráneo seguía estando allí, a poca atención que se prestase al tenue rumor de la memoria: aceite y vino rojo, Islam y Talmud, cruces, pinos, cipreses, tumbas, iglesias, ponientes cárdenos como la sangre, velas blancas a lo lejos, piedras talladas por los hombres y por el tiempo, hora singular de la tarde en que todo quedaba quieto y en silencio salvo el canto de la cigarra, noches a la luz de una hoguera hecha con madera de deriva, mientras la luna se elevaba despacio sobre un mar de islas sin agua. Y también espetones de sardinas, laurel y aceitunas, cáscaras de sandía flotando quietas en el leve ondular vespertino de la playa, rumor de guijarros en la resaca del amanecer, barcas pintadas de azul, blanco y rojo, varadas en orillas con molinos en ruinas y olivos grises, y uvas que amarilleaban en los emparrados. Y a su sombra, perdidos los ojos en el azul intenso que se extendía hacia levante, hombres inmóviles mirando el mar; héroes atezados y barbudos que sabían de naufragios en calas designadas por dioses crueles, ocultos bajo la apariencia de mutiladas estatuas que dormían, con los ojos abiertos, un silencio de siglos.
Arturo Pérez-Reverte (La Carta Esf�rica / The Nautical Chart)
Pasaron los días, llegaron las lluvias de invierno. Octubre tocaba a su fin cuando recibí las pruebas de imprenta de mi libro. Me compré un coche, un Ford de 1929. No tenía capota, pero corría como el viento y cuando llegaron los días de cielo despejado emprendí viajes largos, siguiendo la línea azul de la costa, a Ventura y Santa Bárbara por el norte, a San Clemente y San Diego por el sur, siguiendo la raya blanca del asfalto, bajo las estrellas acechantes, con el pie apoyado en la consola de mandos, con la cabeza llena de proyectos para escribir otro libro, una noche, y otra, y otra, noches todas que en conjunto me proporcionaron una serie de días delirantes y visionarios como nunca había conocido, días serenos cuyo sentido temía cuestionarme. Patrullaba por la ciudad con el Ford: encontraba callejones misteriosos, árboles solitarios, casas antiguas y medio derruidas que procedían de un pasado desaparecido. Vivía en el Ford día y noche y no me detenía más que el tiempo necesario para pedir una hamburguesa y un café en desconocidos restaurantes de carretera. Aquello era vivir, dejarse llevar y detenerse para proseguir inmediatamente después, siguiendo siempre la raya blanca que corría paralela a la costa llena de accidentes, descansar un momento al volante, encender otro cigarrillo y observar como un tonto el cielo abrumador del desierto para preguntarse por el significado de las cosas.
John Fante (Ask the Dust (The Saga of Arturo Bandini, #3))