Coqueta Quotes

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El amor nos hace capaces de las mejores y de las peores cosas, tengámoslo claro.
Elísabet Benavent
Yo soy orgullosa, es decir, inconquistable; maltrato a los pretendientes pero sin la menor pretensión de retenerlos. Los hombres dicen que soy coqueta, porque tienen el amor propio de creer que los deseo.
Alexandre Dumas (Le Vicomte de Bragelonne I)
Ella lo llamó con una sonrisa coqueta, último requisito para concluir que esa joven podía robarle hasta los pensamientos.
Isabel Allende (Of Love and Shadows)
Una mujer es coqueta mientras no ama.
Honoré de Balzac (The Wild Ass's Skin)
Tierna, esbelta. graciosa, encantadora, juguetona y coqueta. aquella muchacha de diecinueve años se convierte desde el primer momento en la diosa del rococó, el prototipo de la moda y del gusto dominantes
Stefan Zweig (Maria Antonieta)
Si las parisienses son tan a menudo falsas, ebrias de vanidad, personales y coquetas, es evidente, sin embargo, que cuando aman verdaderamente sacrifican mayor número de sentimientos a sus pasiones. Se elevan por encima de sus pequeñeces y llegan a ser sublimes.
Honoré de Balzac (Père Goriot)
Son los cadetes de la Gascuña que a Carbón tienen por capitán; son quimeristas, son embusteros; y a la vez nobles, firmes y enteros, blasón viviente por doquier van, son los cadetes de la Gascuña, que a Carbón tienen por capitán. Ojos de buitre, pies de cigüeña, dientes de lobo, fiero ademán; cuando arremeten a la canalla, no ciñen casco ni fina malla: rotos chambergos luciendo van… Ojos de buitre, pies de cigüeña, dientes de lobo, fiero ademán. Punza-barrigas y Rompe-hocicos son dulces motes que ellos se dan. Ebrios de gloria, sueñan conquistas, corren garitos, dan entrevistas; donde hayan riñas, allí estarán… Punza-barrigas y Rompe-hocicos son dulces motes que ellos se dan. Son los cadetes de la Gascuña que a Carbón tienen por capitán. Tras las coquetas corren ansiosos, hacen cornudos a los celosos; su gloria al viento los parches dan. ¡Son los cadetes de la Gascuña que a Carbón tienen por capitán!
Edmond Rostand (Cyrano de Bergerac)
Como una gran diosa que preside de lejos los juegos de las divinidades inferiores, la princesa se había quedado voluntariamente un poco al fondo, en un canapé lateral, rojo como una roca de coral, al lado de una ancha reverberación vidriosa que era probablemente una luna y que hacía pensar en una sección que un rayo de luz hubiera practicado, perpendicular, oscura y líquida, en el cristal deslumbrado de las aguas. Pluma y corola a un tiempo, como ciertas floraciones marinas, una gran flor blanca, aterciopelada como un ala, descendía desde la frente de la princesa a lo largo de una de sus mejillas cuya inflexión seguía con flexibilidad coqueta, amorosa y viva, y parecía encerrarla a medias como un huevo rosa en la blandura de un nido de martinete.
Marcel Proust (À la recherche du temps perdu, Tome III)
Como en todo, el profundo sexismo de Napoleón emergió también en sus resoluciones acerca de la educación. «Casi siempre la educación pública hace a las malas mujeres veleidosas, coquetas e inestables», explicó al Consejo en marzo de 1806. «La educación en grupo, tan buena para los hombres, especialmente a la hora de enseñarles a ayudarse entre ellos y prepararles para la camaradería necesaria en la batalla por la vida, es una escuela de corrupción para las mujeres. Los hombres fueron hechos para brillar en la vida. Las mujeres fueron hechas para recluirse en la vida doméstica y el hogar»[63]
Andrew Roberts (Napoleón: una vida)
Hay, efectivamente, pasiones que se encauzan mal o bien, según se quiera. Dos personas se confían a la táctica del sentimiento, hablan en vez de actuar y se baten en campo abierto en lugar de poner un cerco. Así se cansan a menudo de sí mismas al extenuar sus deseos en el vacío. Dos enamorados se dan entonces tiempo para reflexionar y juzgarse. Frecuentemente pasiones que habían entrado en campaña con las banderas desplegadas, pimpantes, con un ardor que lo arrollaba todo a su paso, acaban por volver a sus puestos sin haber logrado la victoria, avergonzadas, desarmadas y atontadas por su vano estruendo. Tales fatalidades resultan explicables en ocasiones por la timidez de la juventud y por las dilaciones de que gustan las mujeres que se inician, pues esta especie de mutuo engaño no se da ni en los fatuos duchos en la práctica, ni en las coquetas habituadas a los ardides de la pasión.
Honoré de Balzac (Lost Illusions)
Antonieta y Luis XVI representan, en todas sus facultades y cualidades, una antítesis de manual. Él pesado, ella ligera, él torpe, ella flexible, él congestivo, ella burbujeante, él obtuso, ella llameante. Y yendo más a lo intelectual: él indeciso, ella decidida con demasiada rapidez, él de lenta reflexión, ella espontánea en el sí y el no, él mojigato y estrictamente creyente, ella dichosamente enamorada del mundo, él humilde y modesto, ella coqueta y segura de sí, él puntilloso, ella distraída, él ahorrador, ella derrochadora, él excesivamente serio, ella desmedidamente juguetona, él fondo de pesada marea, ella espuma y baile de las olas. Como mejor se siente él es solo, ella en ruidosa compañía; él gusta de comer mucho y beber vino espeso, con placer obtuso y animal, ella nunca toca el vino, come poco y con presteza. El elemento de él es el sueño, el de ella la danza, su mundo el día, el de ella la noche. Así van las agujas de los relojes de su vida, constantemente enfrentadas como el sol y la luna.
Stefan Zweig (María Antonieta)
La mare mira a la filla i diu: "Que siguis bonica, suau, coqueta, femenina, per agradar, per seduir. A qui? A ell. I al nen, què li diu: Que intel·ligent que ets, que fort. Per què? Per posseir". Sense saber-ho, està mutilant la intel·ligència de la seva filla. El missatge que emet és que ella "sigui submisa". I al nen li mutila la tendresa, li dóna permís per a l'agressió. La nena haurà d'atontar-se i el nen endurir-se. Ella es quedarà a casa i ell anirà a la guerra.
Ana Kipen (Maltractament, un permís mil·lenari. La violència contra la dona)
Donde no hay nada escrito puede escribirse cualquier cosa. No era la nada, el vacío, lo que me esperaba. Era el todo. Yo escogía. Donde me cerré tantas puertas, de pronto las encontraba todas abiertas
Elísabet Benavent (Seremos recuerdos (Canciones y recuerdos, #2))
la esencia de la coqueta no radica en el señuelo y la tentación, sino en la posterior marcha atrás, la reticencia emocional. Ésta es la clave del deseo esclavizador.
Robert Greene (Guía rápida de El arte de la seducción (Biblioteca Robert Greene))
la coqueta emite señales contradictorias que estimulan respuestas contradictorias, hundiendo a la víctima en la confusión.
Robert Greene (Guía rápida de El arte de la seducción (Biblioteca Robert Greene))
La idea de la nada no es la apropiada para la humanidad laboriosa: los atareados no tienen ni tiempo ni ganas de sopesar su polvo; se resignan a las durezas o a las estupideces de la suerte; esperan: la esperanza es una virtud de esclavos. Son los vanidosos, los presumidos y las coquetas, quienes, temiendo las canas, las arrugas y los estertores, llenan su ocio cotidiano con la imagen de su carroña: se miman y se desesperan; sus pensamientos revolotean entre el espejo y el cementerio, y descubren en los rasgos amenazados de su rostro verdades tan graves como las de las religiones. Toda metafísica comienza con una angustia del cuerpo, que llega a ser después universal; de tal suerte que los inquietos por frivolidad prefiguran los espíritus auténticamente atormentados. El ocioso superficial, obseso por el espectro de la vejez, está más cerca de Pascal, de Bossuet o de Chateaubriand que el sabio que no se inquieta por sí mismo
CIORAN E.M.
Dios cambia de rostros, y dichoso aquel que puede distinguirlo detrás de cada máscara. A veces es un vaso de agua fresca, a veces un hijo que brinca sobre nuestras rodillas, a veces una mujer coqueta y a veces un breve paseo matutino.
Nikos Kazantzakis (Zorba el griego (Vida y andanzas de Alexis Zorba))
En especial, me gustaban las briznas de paja. De entre todos los objetos inanimados eran los que más vida tenían. A veces, cuando llovía, me ponía a mirar por la ventana. En las ondas de uno de los incontables arroyuelos que se formaban bailoteaba, giraba, coqueta y despreocupada, una pajita ajena al sistema de alcantarillado que se la llevaba y en el que acabaría por desaparecer. Yo salía corriendo a la calle. La lluvia, fuerte y rabiosa, me azotaba, pero yo corría a rescatar la brizna de paja y la alcanzaba justo delante de la rejilla del sumidero.
Joseph Roth (Abril: Historia de un amor)