Ciudades De Papel Quotes

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La ciudad era papel, pero los recuerdos no
John Green (Paper Towns)
Margo no era un milagro. Ella no era una aventura. No era una cosa bella y preciosa. Era una chica.
John Green (Paper Towns)
Irás a las ciudades de papel. Y nunca volverás.
John Green (Paper Towns)
Que engañoso creer que una persona es algo más que una persona.
John Green (Paper Towns)
La manera en la que piensas de una persona no es como ellos realmente son.
John Green (Paper Towns)
Desde aquí no se ve el óxido, la pintura cayéndose y todo eso, pero ves lo que es realmente. Ves lo falso que es todo. Ni siquiera es duro como el plástico. Es una ciudad de papel. Mírala, Q, mira todos esos callejones, esas calles que giran sobre sí mismas, todas las casas que construyeron para que acaben desmoronándose. Toda esa gente de papel que vive en sus casas de papel y queman el futuro para calentarse. Todos los chicos de papel bebiendo cerveza que algún imbécil les ha comprado en una tienda de papel. Todo el mundo enloquecido por la manía de poseer cosas. Todas las cosas débiles y frágiles como el papel. Y todas las personas también. He vivido aquí dieciocho años y ni una sola vez en la vida me he encontrado con alguien que se preocupe por lo que de verdad importa.
John Green (Paper Towns)
«Me gustaría saber», se dijo, «qué pasa realmente en un libro cuando está cerrado. Naturalmente, dentro hay sólo letras impresas sobre el papel, pero sin embargo… Algo debe de pasar, porque cuando lo abro aparece de pronto una historia entera. Dentro hay personas que no conozco todavía, y todas las aventuras, hazañas y peleas posibles… y a veces se producen tormentas en el mar o se llega a países o ciudades exóticos. Todo eso está en el libro de algún modo. Para vivirlo hay que leerlo, eso está claro. Pero está dentro ya antes. Me gustaría saber de qué modo».
Michael Ende (La historia interminable)
Una ciudad de papel para una chica de papel [...]. Miraba hacia abajo y pensaba que yo era de papel. Yo era la persona débil y plegable, no los demás. Y esa es la cuestión. A la gente le encanta la idea de una chica de papel. Siempre le ha encantado. Y lo peor es que a mí me encantaba también. Lo cultivaba, ¿sabes?
John Green (Paper Towns)
Cual es el placer? La planificacion, supongo. No lo se. Hacer cosas nunca se siente tan bien como esperas que se sentira.
John Green (Paper Towns)
No puedo creer que no quisieras que te encontrara.
John Green (Paper Towns)
Marcharse es muy duro...hasta que te marchas. Entonces es lo más sencillo del mundo. - Ciudades de papel (John Green) pg 274
John Green (Paper Towns)
Había pasado buenos momentos en aquel instituto. Y el último día es muy difícil recordar los malos, porque en cualquier caso había hecho su vida allí, como yo. La ciudad era de papel, pero los recuerdos no.
John Green (Paper Towns)
Desde ya tenéis disponible «La Ciudad tras la penumbra» también en papel a través de tu plataforma Amazon. ¡A por ella!
Javier Núñez
La belleza de Margo era una especie de recipiente de perfección cerrado, intacto e irrompible.
John Green (Paper Towns)
Todo es más feo de cerca.
John Green (Paper Towns)
Todo el mundo está enloquecido por la manía de poseer cosas. Todas las cosas débiles y frágiles como el papel.
John Green (Paper Towns)
Una ciudad de papel para una chica de papel.
John Green (Paper Towns)
El problema es que yo sí creo en la universidad, en el trabajo y quizás en los hijos algún día.
John Green (Paper Towns)
No estoy diciendo que pueda sobrevivirse a todo. Sólo que puede sobrevivirse a todo, menos a lo último.
John Green (Paper Towns)
No soy guapa, al menos no de cerca. En general, cuanto más se me acercan, menos guapa les parezco.
John Green (Paper Towns)
He vivido aquí dieciocho años, y ni una sola vez en la vida me he encontrado con alguien que se preocupe de lo que de verdad importa.
John Green (Paper Towns)
Siempre me han gustado las rutinas. Supongo que aburrirme nunca me había aburrido demasiado.
John Green (Paper Towns)
En alguna parte te espero.
John Green (Paper Towns)
Siempre esperas que la gente no sea quien es.
John Green (Paper Towns)
Es muy difícil para cualquiera mostrarnos como se nos ve, y para nosotros mostrar a cualquiera como nos sentimos.
John Green (Paper Towns)
Nunca había visto sus ojos muertos hasta ese punto, pero quizá nunca antes había visto sus ojos.
John Green (Paper Towns)
Para mi habías sido como un chico de papel todos estos años… Dos dimensiones como personaje en el papel, y otras dos dimensiones diferentes, pero también planas, como persona.
John Green (Paper Towns)
Miraba hacia abajo y pensaba que yo era de papel.
John Green (Paper Towns)
Un punto en el mapa se convirtió en un lugar real, más real de lo que las personas que crearon ese punto habrían imaginado.
John Green (Paper Towns)
Ese algo más profundo y más secreto. Son como grietas dentro de ti. Como líneas defectuosas en las que las cosas no encajan bien.
John Green (Paper Towns)
El futuro está formado por horas.
John Green (Paper Towns)
Creo que el futuro merece que creamos en él.
John Green (Paper Towns)
Después de besarnos, nos miramos tan de cerca que nuestras frentes se tocan. Sí, la veo casi a la perfección en esta agrietada oscuridad.
John Green (Paper Towns)
Marcharse es fantástico en cuanto te has marchado.
John Green (Ciudades de papel (Spanish Edition))
Que el lodo sea mi heredero, quiero crecer del pasto que amo; Si quieres encontrarte conmigo, búscame bajo la suela de tus zapatos.
John Green (Paper Towns)
La ciudad era papel, pero los recuerdos no.
John Green (Paper Towns)
Recuerda que algunas veces las personas no son como crees que son.
John Green (Paper Towns)
Porque es genial ser una idea que a todo el mundo le gusta. Pero no podía ser la idea de mí misma, no del todo.
John Green (Paper Towns)
Oh, Dios de la Justicia Vehicular, ¿por qué te burlas de mí? ¡Monovolumen, eres mi cruz! ¡Tú, marca de Caín! ¡Tú, miserable bestia de techo alto y pocos caballos!
John Green (Ciudades de papel)
Desde aquí no se ve el óxido, la pintura cayéndose y todo eso, pero ves lo que es realmente. Ves lo falso que es todo. Ni siquiera es duro como el plástico. Es una ciudad de papel.
John Green (Paper Towns)
Se colocó el pelo detrás de las orejas, se puso la capucha y se la ató con el cordón. El farol iluminó los agudos rasgos de su cara pálida. Quizá los dos éramos ninjas, pero sólo ella lo parecía.
John Green (Paper Towns)
Te cuento lo que no me gusta: desde aquí no se ve el óxido, la pintura cayéndose y todo eso, pero ves lo que es realmente. Ves lo falso que es todo. Ni siquiera es duro como el plástico. Es una ciudad de papel.
John Green (Paper Towns)
Por un momento siento un destello de esperanza al pensar en el último verso del poema: «En alguna parte te espero». Pero luego pienso que esa primera persona no tiene por qué ser una persona. También puede ser un cuerpo.
John Green (Paper Towns)
Mira todos esos callejones, esas calles que giran sobre si mismas, todas las casas que construyeron para que acaben desmoronándose. Toda esa gente de papel que vive en sus casas de papel y queman el futuro para calentarse.
John Green (Paper Towns)
Es fácil que te guste alguien desde la distancia. Pero cuando deja de ser algo increíble e inalcanzable y empieza a ser una chica normal, con una extraña relación con la comida, bastante cascarrabias y mandona…todo cambia.
John Green (Paper Towns)
No puedes separar a la Margo persona de la Margo cuerpo. No puedes ver lo uno sin lo otro… Al final, no sabias si Margo Roth Spiegelman estaba gorda o estaba delgada, como no sabes si la torre Eiffel se siente o no se siente sola.
John Green (Paper Towns)
Estoy en este estacionamiento pensando que nunca he estado tan lejos de casa, y aquí esta la chica a la que amo y a la que no puedo seguir. Espero que sea la misión del héroe, porque no seguirla es lo más duro que he hecho en mi vida…
John Green (Paper Towns)
No te necesitaba, idiota. Te he elegido. Y luego tú me has elegido a mí. Y esto es como una promesa. Al menos por esta noche. En la salud y en la enfermedad. En lo bueno y en lo malo. En la riqueza y en la pobreza. Hasta que el amanecer nos separe.
John Green (Paper Towns)
La ciudad se descentra como se descentran las viviendas y los hogares con la televisión y el ordenador y como se descentrarán los individuos cuando los móviles sean además ordenadores y televisores. Lo urbano se extiende por todas partes, pero hemos perdido la ciudad y al mismo tiempo nos perdemos de vista a nosotros mismos. Ante este panorama, es posible que a la bicicleta le corresponda un papel determinante: ayudar a los seres humanos a recobrar la conciencia de sí mismos y de los lugares que habitan invirtiendo, en lo que corresponde a cada uno, el movimiento que proyecta a las ciudades fuera de sí mismas. Necesitamos la bicicleta para ensimismarnos en nosotros mismos y volver a centrarnos en los lugares en que vivimos.
Marc Augé (Il bello della bicicletta)
Bastian miró el libro. Me gustaría saber, se dijo, qué pasa en un libro cuando está cerrado. Naturalmente, dentro hay sólo letras impresas sobre el papel, pero sin embargo... Algo debe de pasar, porque cuando lo abro aparece de pronto una historia entera. Dentro hay personas que no conozco todavía, y todas las aventuras, hazañas y peleas posibles... y a veces se producen tormentas en el mar o se llega a países o ciudades exóticos. Todo está en el libro de algún modo. Para vivirlo hay que leerlo, eso está claro. Pero está dentro ya de antes. Me gustaría saber de qué modo.
Michael Ende (DIE UNENDLICHE GESCHICHT - AU)
Cuando pensaba en él muriendo, que admito que no ha sido muchas veces, siempre pensaba en lo que dijiste, en que se le habían roto los hilos por dentro. Pero hay mil maneras de verlo. Quizá los hilos se rompen, o quizá nuestros barcos se hunden, o quizá somos hierba, y nuestras raíces son tan interdependientes que nadie esta muerto mientras quede alguien vivo. Lo que quiero decir es que no nos faltan las metaforas. Pero debes de tener cuidado con la metáfora que eliges, porque es importante. Si eliges los hilos, estás imaginándote un mundo en el que puedes romperte irreparablemente. Si eliges la hierba, estás diciendo que todos estamos infinitamente interconectados, que podemos utilizar ese sistema de raíces no sólo para entendernos unos a los otros. Las metáforas implican cosas.
John Green (Paper Towns)
A VECES LA MAÑANA AYUDA Hace tiempo que ando escribiendo una crónica que llevaría el título "No siempre la mañana ayuda". Y hasta tenía el comienzo apuntado en un papel por ahí, a toda prisa, sobre la mesa del despacho. Empieza así: "Al salir de la casa y tropezar con el rostro del sol(antiguamente lo representábamos así, con una amplia sonrisa y los ojos alegres, con una cabellera de rayos resplandecientes), deberíamos caer de rodillas, ofrecer cualquier cosa al culto pagano de la luz y sentir después el mundo conquistado. Pero todos tenemos otra cosa que hacer". Y saldría uno por ahí fuera a ahuyentar la melancolía, a justificar el título, en definitiva. Algo me ha impedido continuar. Y sé que hoy no voy a concluir una prosa que me enfrentaría al lector. Y es que, sin esperarlo, se despertó en mi memoria un caso acontecido entre dos hombres, un caso que viene a demostrar que, a veces, la mañana ayuda, sí señor. Vamos, pues, con la historia. Imagine el lector un vagón de tren. Lleno. El día no es ni feo ni bonito: tiene algo de sol, unas nubes que lo cubren, y hay una brisa cortante allá afuera. Los viajeros van callados, hacen todos unos gestos involuntarios al albur del traqueteo. Unos leen periódicos, otros se ausentan hacia un país silencioso y sólo habitado por pensamientos ocultos e indefinidos. Hay una gran indiferencia en la atmósfera, y el sol, al descubrirse, ilumina un escenario de rostros apagados. Entonces, el hombre más(pero muy lejos deser un adolescente), que está sentado junto a la ventanilla, empieza a tararear en sordina una vaga canción. Quizá no tenga motivos especiales de contento, pero, en aquella hora, la necesidad de cantar es irresistible. Todo cuanto acude a su memoria sirve. Y va tan absorto en su pura y gratuita alegría que ni siquiera repara en que el vecino de asiento se muestra ofendido y esboza esos movimientos elocuentes que sustituyen a las palabras cuando no hay valor para pronunciarlas. Frente al hombre que canta, hay un viejo. Éste desde que salió anda rumiando problemas que lo atormentan. Es muy viejo, y está enfermo. Ha dormido mal. Sabe que va a tener un día difícil. Y detrás de él una voz deshilacha canciones, badabádabá, notas de música, de un modo impreciso pero obstinadamente vivo y afirmativo. El sol sique jugando al escondite. Y el mar, que súbitamente aparece se puebla de islas de sombra entre grandes lagos de plata fundida. A lo lejos, la ciudad se diluye en humo y niebla seca. Silenciosa, a aquella distancia, tiene un aire de fatalidad y resignación, como un cuerpo que ha renunciado a vivir y se extingue lentamente. Es grande el peligro de que la melancolía triunfe definitivamente. Pero el hombre insiste. Ya no es posible identificar al que canta. Ahora sale de su boca un flujo de armonía, un lenguaje que ha desistido de la articulación coherente para penetrarse mejor de la sustancia de la música. Esto acabrá sin duda con un grito irreprimible de alegría, con indignación y escandalo de los viajeros. Ocurrió, sin embargo, que la ciudad llegó de repente. Se abrieron las puertas, la gente se precipitó, empujándose, olvidándose unos de otros. El hombre se levanta, murmurando aún algo. Sigue a lo largo del andén, va a lo suyo, con su música. Y, de pronto, alguien lo coge del brazo. El viejo está a su lado, se juraría que tiene los ojos húmedos, y dice: "Gracias. Yo venía preocupado y triste. Cuando lo oí cantar sentí una gran paz, y durante todo el camino vine pidiéndole a Dios que siguiera usted cantando. Muchas gracias". El hombre de las canciones sonrió, primero con embarazo, luego como si fuera el amo del mundo. Se separaron. Y fue cada uno a su trabajo, con la música que era de los dos.
José Saramago (Las maletas del viajero)
Duda y fe: la situación del hombre ante el problema de Dios QUIEN intente hoy hablar de la materia de la fe cristiana ante personas que - ni por profesión ni por vocación - conocen desde dentro el discurso y el pensamiento eclesiales advertirá enseguida lo extraño e insólito de semejante empresa. Probablemente pronto le embargará la sensación de que su situación es descrita de forma muy certera en el conocido apólogo de Kierkegaard sobre el payaso y el pueblo en llamas, que Harvey Cox ha retomado hace poco en su libro La ciudad secular'. Este relato cuenta que un circo en Dinamarca se incendió. En vista de ello, el director mandó al payaso, que ya estaba vestido y maquillado para su actuación, al pueblo vecino a buscar ayuda, sobre todo teniendo en cuenta que existía el peligro de que el fuego se propagara también al pueblo a través de los secos campos ya cosechados. El payaso corrió al pueblo y pidió a sus habitantes que acudieran lo antes posible al circo en llamas y les ayudaran a extinguir el incendio. Pero los vecinos de aquel pueblo creyeron que los gritos del payaso no eran sino un magnífico truco publicitario para atraerlos a la representación en el mayor número posible; aplaudían y hasta lloraban de risa. El payaso, en cambio, tenía más ganas de llorar que de reír; en vano trató de persuadir a aquellas gentes, de explicarles que no se trataba de una simulación ni de un truco, que la situación era muy seria, que el circo se estaba quemando de veras. Sus súplicas no hacían más que alimentar la risa de los vecinos; la opinión general era que el payaso estaba representado su papel a la perfección... hasta que, de hecho, el incendio llegó por fin al pueblo y ya era tarde para cualquier tipo de ayuda, de suerte que tanto el pueblo como el circo fueron pasto de las llamas.
Pope Benedict XVI (Fe y ciencia. Un diálogo necesario (Presencia Teológica nº 183) (Spanish Edition))
Escribir sobre la ciudad de México es una empresa destinada al fracaso. Ignorante de esto, durante mucho tiempo pensé que para escribir sobre el DF debía imitar la tradición: convertirme, a lo Walter Benjamin, en una connaisseuse de las banquetas, botánica de la flora urbana, arqueóloga amateur de las fachadas del centro y los anuncios espectaculares del periférico. He intentado caminar como una petite Baudelaire por Copilco: imposible extraer una sola línea sobre Eje 10. ¿Será culpa de Copilco? Oí a alguien decir alguna vez que Copilco venía del náhuatl 'lugar de las copias'. Tras repetidas caminatas por aquella zona, puedo concluir sin temor a equivocarme que con eso queda dicho lo único que se puede decir sobre esa feísima porción de la ciudad, apéndice enfermizo de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde se reproducen masivamente los libros de sus bibliotecas a diez centavos por página. Quizá sea culpa de Copilco.
Valeria Luiselli (Papeles falsos)
Estamos en proceso de perder algo. Vamos dejando pedazos de piel muerta sobre la banqueta, palabras muertas sobre la mesa; olvidamos calles y oraciones repasadas con tinta. Las ciudades, como nuestros cuerpos, como el lenguaje, están en obra de destrucción.
Valeria Luiselli (Papeles falsos)
libros… libros, libros y más libros. Acababa de entrar en una ciudad construida enteramente de piel y papel.
Sarah J. Maas (Trono de Cristal (Trono de Cristal, #1))
Pero ni el más recalcitrante de aquellos cascarrabias con ganas de protestar habría entendido nuestros conceptos modernos de «inmigrantes ilegales» o «sin papeles». Es un hecho que la población se movía a lo largo y ancho de los territorios romanos como nunca antes: comerciantes, militares, administradores y burócratas, traficantes de esclavos, provinciales ricos con sueños de éxito en la capital. Había ciudadanos de clase alta en Britania procedentes del norte de África. Cada año, gobernadores y altos funcionarios eran enviados a destinos lejanos. Las legiones se formaban con soldados de todas las procedencias. Incluso los más desposeídos se sumaban al flujo de las migraciones. La moraleja de una fábula decía: «los pobres, al ser más ligeros de equipaje, con facilidad pasan de una ciudad a otra». Los emperadores estaban obsesionados con la iconografía global, de la que hacían propaganda. Se proclamaba que Roma no era solo la dominadora del mundo, sino también la patria común de toda la humanidad; la gran ciudad mundial, la cosmópolis realizada, capaz de ofrecer acogida en su interior a todas las gentes dispersas por geografías lejanas. Este ideal encontró tal vez su expresión más característica en el pomposo y adulador Encomio del rétor Elio Arístides: «Ni el mar ni todas las distancias de la tierra impiden obtener la ciudadanía, y aquí no hay distinción entre Asia y Europa. Todo está abierto para todos. En Roma, nadie que sea digno de confianza es extranjero». Los filósofos de la época insistieron en que el imperio realizaba el sueño cosmopolita heredado del helenismo. Con su Constitutio antoniniana, del año 212, Caracalla dio culminación jurídica a estas ideas. Por lo demás, no ha dejado un gran recuerdo como gobernante. Caprichoso y homicida, acabó asesinado a los veintinueve años por uno de sus guardaespaldas mientras meaba en la cuneta de una calzada en Mesopotamia
Irene Vallejo (El infinito en un junco)
A las seis de la tarde la ciudad caía en manos de los consumidores. A lo largo de toda la jornada la ocupación de la población productora era producir: producían bienes de consumo. A una hora determinada, como por el disparo de un interruptor, dejaban de producir y, ¡andando!, se lanzaban todos a consumir. A diario, una floración impetuosa no acababa de abrirse tras los escaparates iluminados, ni los rojos chorizos de estar colgando, las torres de platos de porcelana de alzarse hasta el techo, las piezas de tejidos desplegarse y disponer la muestra como colas de pavo real, y ya irrumpía el gentío consumidor a desmantelar, a roer, a palpar, a arramblar con todo. Una fila ininterrumpida serpeaba por las aceras y soportales, se alargaba a través de las puertas cristaleras en los comercios de alrededor de todos los mostradores, impelida por los codazos de cada quisque en las costillas de cada prójimo a modo de continuos golpes de émbolo. ¡Consumid!, y tocaban los artículos y los dejaban y vuelta a tocarlos y se los arrebataban mutuamente de las manos; ¡consumid!, y obligaban a las pálidas dependientas a desplegar sobre tablero más y más ropa blanca; ¡consumid!, y los carretes de cordel encarnado giraban como peones y las hojas de papel floreado sacudían sus alas envolviendo las compras en paquetitos, y los paquetitos en paquetes y los paquetes en paquetones, atado cada uno con su nudo de lazada. Y sucesivamente paquetones paquetes paquetitos bolsas bolsicos se arremolinaban alrededor de la caja en un atasco insoluble, manos que hurgaban en los bolsillos buscando los bolsicos y dedos que hurgaban en los bolsicos buscando los sueltos, y allá abajo, en un bosque de piernas desconocidas y faldones de gabanes, los niños, que ya no eran llevados de la mano, se perdían y lloraban.
Anonymous
México vive un momento histórico sin precedentes en el que toda la clase política, partidos e individuos por igual, ha perdido hasta la última pizca de credibilidad. A muchos, ese vacío les parece peligroso, pero para otros representa una oportunidad. Para una parte de estos últimos, abre la posibilidad de crear un nuevo tipo de liderazgo político fuera de los partidos tradicionales, de lograr una reforma radical a través de las urnas; para otro sector, en cambio, es la ocasión de una revolución genuina, guiada por las bases: de una reinvención de México que ha empezado a manifestarse en la proliferación de policías comunitarias y en otras iniciativas cívicas de autogobierno a lo largo y ancho del país, por las cuales los ciudadanos han asumido papeles que originalmente correspondían a autoridades destituidas o desacreditadas.
Francisco Goldman (El circuito interior. Una crónica de la ciudad de México (El Cuarto de las Maravillas) (Spanish Edition))
Dado que Imre era un refugio para la música y el teatro, quizá penséis que yo pasaba mucho tiempo allí, pero nada podría estar más lejos de la verdad. Solo había estado en Imre una vez. Wilem y Simmon me habían llevado a una posada donde tocaba un trío de hábiles músicos: laúd, flauta y tambor. Pedí una jarra de cerveza pequeña que me costó medio penique y me relajé, dispuesto a disfrutar de una velada con mis amigos… Pero no pude. Apenas unos minutos después de que empezara a sonar la música, casi salí corriendo del local. Dudo mucho que podáis entender por qué, pero supongo que si quiero que esto tenga algún sentido, tendré que explicároslo. No soportaba oír música y no formar parte de ella. Era como ver a la mujer que amas acostándose con otro hombre. No. No es eso. Era como… Era como los consumidores de resina que había visto en Tarbean. La resina de denner era ilegal, por supuesto, pero había partes de la ciudad en que eso no importaba. La resina se vendía envuelta en papel encerado, como los pirulís o los tofes. Mascarla te llenaba de euforia. De felicidad. De satisfacción. Pero pasadas unas horas estabas temblando, dominado por una desesperada necesidad de consumir más, y esa ansia empeoraba cuanto más tiempo llevabas consumiéndola. Una vez, en Tarbean, vi a una joven de no más de dieciséis años con los reveladores ojos hundidos y los dientes exageradamente blancos de los adictos perdidos. Le estaba pidiendo un «caramelo» de resina a un marinero, que lo sostenía fuera de su alcance, burlándose de ella. Le decía a la chica que se lo daría si se desnudaba y bailaba para él allí mismo, en medio de la calle. La chica lo hizo, sin importarle quién pudiera estar mirando, sin importarle que fuera casi el Solsticio de Invierno y que en la calle hubiera diez centímetros de nieve. Se quitó la ropa y bailó desenfrenadamente; le temblaban las pálidas extremidades, y sus movimientos eran patéticos y espasmódicos. Entonces, cuando el marinero rio y negó con la cabeza, ella cayó de rodillas en la nieve, suplicando y sollozando, agarrándose desesperadamente a las piernas del marinero, prometiéndole que haría cualquier cosa que le pidiera, cualquier cosa… Así era como me sentía yo cuando oía tocar a unos músicos. No podía soportarlo. La ausencia diaria de mi música era como un dolor de muelas al que me había acostumbrado. Podía vivir con ello. Pero no soportaba ver cómo agitaban delante de mí el objeto de mi deseo.
Patrick Rothfuss (The Name of the Wind (The Kingkiller Chronicle, #1))
Entonces, mira, a veces una muchacha parte en bicicleta, la ves de espaldas alejándose por un camino (¿la Gran Vía, King´s Road, la Avenue de Wagran, un sendero entre álamos, un paso entre colinas?), hermosa y joven la ves de espaldas yéndose, más pequeña ya, resbalando en la tercera dimensión y yéndose, y te preguntas si llegará, si salió para llegar, si salió porque quería llegar, y tienes miedo como siempre has tenido miedo por ti mismo, la ves irse tan frágil y blanca en una bicicleta de humo, te gustaría estar con ella, alcanzarla en algún recodo y apoyar una mano en el /manubrio y decir que también tú has salido, que también tú quieres llegar al sur, y sentirte por fin acompañado porque la estás acompañando, larga será la etapa pero allí en lo alto el aire es limpio y no hay papeles y latas en el suelo, hacia el fondo del valle se dibujará por la mañana el ojo celeste de un lago. Sí, también eso lo sueñas despierto en tu oficina o en la cárcel, mientras te aplauden en un escenario o una cátedra, bruscamente ves el rumbo posible, ves la chica yéndose en su bicicleta o el marinero con su bolsa al hombro, entonces es cierto, entonces hay gente que se va, que parte para llegar, y es como un azote de palomas que te pasa por la cara, por qué no tú, hay tantas bicicletas, tantas bolsas de viaje, las puertas de la ciudad están abiertas todavía, y escondes la cabeza en la almohada, acaso lloras. Porque, son cosas que se saben, la ruta del sur lleva a la muerte, allá, como la vio un poeta, vestida de almirante espera o vestida de sátrapa o de bruja, la muerte coronel o general espera sin apuro, gentil, porque nadie se apura en los aeródromos, no hay cadalsos ni piras, nadie redobla los tambores para anunciar la pena, nadie venda los ojos de los reos ni hay sacerdotes que le den a besar el crucifijo a la mujer atada a la estaca, eso no es ni siquiera Ruán y no es Sing-Sing, no es la Santé, allá la muerte espera disfrazada de nadie, allá nadie es culpable de la muerte, y la violencia es una vacua acusación de subversivos contra la disciplina y la tranquilidad del reino, allá es tierra de paz, de conferencias internacionales, copas de fútbol, ni siquiera los niños revelarán que el rey marcha desnudo en los desfiles, los diarios hablarán de la muerte cuando la sepan lejos, cuando se pueda hablar de quienes mueren a diez mil kilómetros, entonces sí hablarán, los télex y las fotos hablarán sin mordaza, mostrarán cómo el mundo es una morgue /maloliente mientras el trigo y el ganado, mientras la paz del sur, mientras la civilización cristiana. Cosas que acaso sabe la muchacha perdiéndose a lo lejos, ya inasible silueta en el crepúsculo, y quisieras estar y preguntarle, estar con ella, estar seguro de que sabe, pero cómo alcanzarla cuando el horizonte es una sola línea roja ante la noche, cuando en cada encrucijada hay múltiples opciones engañosas y ni siquiera una esfinge para hacerte las preguntas rituales. ¿Habrá llegado al sur? ¿La alcanzarás un día? Nosotros, ¿llegaremos? (Se puede partir de cualquier cosa, una caja de fósforos, una lista de desaparecidos, un viento en el tejado - ) ¿Llegaremos un día? Ella partió en su bicicleta, la viste a la distancia, no volvió la cabeza, no se apartó del rumbo. Acaso entró en el sur, lo vio sucio y golpeado en cuarteles y calles pero sur, esperanza de sur, sur esperanza. ¿Estará sola ahora, estará hablando con gente como ella, mirarán a lo lejos por si otras bicicletas apuntaran filosas? ( - un grito allá abajo en la calle, esa foto del Newsweek - ) ¿Llegaremos un día?
Julio Cortázar
LA MUJER EQUIS   Una prostituta que llegó a ser la mujer más rica del mundo Hizo construir una catedral, una especie de ciudad modelo Dotada de peluquerías, fuentes de soda, ferias de distracción Dotada si no me equivoco de tumbas, dotada de árboles En cuyas ramas se podían ver pájaros ... En el interior de esa catedral se erigió su prostíbulo Que funciona viernes y sábado de once a doce A base de fuegos artificiales, a base de eunucos. ... La inteligente prostituta no conforme con esto Hizo construir un tabernáculo en el interior de ese prostíbulo Donde hizo depositar los huesos ... Cinco minutos es el mínimo, quince minutos es el máximo. La Humanidad puede esperar unos momentos. Que primero pasen los zánganos, los hijos de sí mismos Que después pasen los demás, si queda tiempo para ellos. ... Para defender esta fortaleza ella hizo construir un revólver En cuya cacha hizo grabar la siguiente máxima: «The road of excess leads to the palace of wisdom». ... Mi cabellera es un simple pedazo de pan. Acto seguido ladró durante unos minutos Y de su boca salió un trozo de esmeralda Acompañado de una pequeña columna de humo. Después desapareció dejando tras de sí un papel escrito: «Yo soy el sembrador de estas tierras».   Años más tarde volví a visitar aquel recinto, Mi amiga prostituta me recibió en el subterráneo Allí leía la biblia, leía las luisíadas Empastados en una tela amarilla Se desnudó e iniciamos nuestras excavaciones.
Nicanor Parra
Según la leyenda, se alojó entre las ruinas del convento La Merced, y haciendo el papel de mendicante, empezo a recoger limosna (inclusive de la municipalidad, con la cual tenia contacto) para construir tanto la iglesia como el convento. Para 1835, todo el área de Tegucigalpa fue conmocionada por la erupción del volcán Cosigüina. Durante tres días con sus noches se obscureció el cielo y cayeron cenizas sobre la ciudad, ante el pavor de una ignorante y atribulada población, que no encontraba sentido al fenómeno. El joven recoleto que se había refugiado en el convento de La Merced y explicaba al tumulto enloquecido las consecuencias del vulcanismo era José Trinidad Reyes, quien en sus ratos de ocio escribía sus "Principios Elementales de Física".
Leticia de Oyuela (Historia Minima De Tegucigalpa)
El polvo atrae polvo. Seguro existe una explicación científica para esto, pero la desconozco. En la mapoteca se acumula todo el polvo del valle de México como si ése fuera su destino, su lugar natural. Si es cierto lo que dice Brodsky, 'el polvo es la carne del tiempo', la mapoteca es el gran congelador donde se guarda y restaura el tiempo de esta ciudad.
Valeria Luiselli (Papeles falsos)
En el siglo xx, es famoso el caso de la novena compañía de choque de la II División Blindada del General Lecrerc, apodada precisamente «la Nueve» (en español) porque 146 de sus 160 componentes eran republicanos españoles. Esta compañía tuvo un papel clave en la «reconquista» de Francia y fue la primera que entró en París el 24 de agosto de 1944, aunque luego este hecho fuera silenciado por todos los medios franceses de la época. El que fuera precisamente esta unidad la que liberara París no fue ningún hecho casual, sino que Lecrerc mandó al capitán de la novena compañía, el francés Raymond Dronne (por cierto homosexual), que fueran ellos los que entraran los primeros, pues no se sabía con qué se encontrarían en la ciudad y se temía a los francotiradores alemanes. Puestos a morir que lo hicieran los españoles y un capitán homosexual. Afortunada, ingenua y sorprendentemente, pudieron vencer fácilmente la resistencia de los alemanes, que había quedado concentrada en el hotel Meurice, y tomar así el ayuntamiento. Cuando al día siguiente, De Gaulle hizo su entrada triunfal y cómoda en París admitió ser escoltado por blindados españoles. Después de este hecho, el silencio más absoluto. Hubo de hecho que esperar casi setenta años a que una alcaldesa de París, de origen español, Anne Hidalgo, organizara un homenaje a estos españoles.
Alberto Gil Ibáñez (La leyenda negra: Historia del odio a España (Spanish Edition))
Entre los varios miles de estadounidenses condecorados por su papel en la liberación de Kuwait había un artillero de un vehículo de combate Bradley que recibió la Estrella de Bronce y muchas otras condecoraciones. Timothy McVeigh, un joven y prometedor soldado, intentó entrar en las Fuerzas Especiales estadounidenses, pero no lo admitieron, y dejó el ejército, amargado, el 31 de diciembre de 1991.9 Murió ejecutado el 11 de junio del 2001 por el atentado con bomba en la ciudad de Oklahoma del 19 de abril de 1995, en el que perdieron la vida 167 estadounidenses.
Robert Fisk (La gran guerra por la civilización: La conquista de Oriente Próximo)
Desde el mismo día de su presentación de credenciales en el sólido y enorme Palacio de Gobierno de la ciudad de Guatemala, el nuevo embajador hizo saber al Presidente Árbenz que con él en el país tendría la vida muy difícil. Apenas terminada la ceremonia, el Jefe de Gobierno hizo pasar al embajador a una salita privada. Y, antes de brindar con él la copa de champagne que acababa de servirles un mozo, se encontró con que Peurifoy le alcanzaba un papel en el que había una lista numerada de cuarenta personas. —¿Qué es esto? —el Presidente Árbenz era un hombre alto y bien plantado, de maneras elegantes, que se desempeñaba con dificultad en inglés; por eso, tenía siempre un intérprete a la mano. Peurifoy llevaba consigo también a otro. —Cuarenta comunistas miembros de su gobierno —le dijo con una brusquedad nada diplomática el embajador—. Le pido en nombre de Estados Unidos que los expulse de inmediato de sus cargos por ser infiltrados y trabajar para una potencia extranjera contra los intereses de Guatemala.
Mario Vargas Llosa (Tiempos recios)