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2En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
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Casiodoro de Reina (Biblia: Reina Valera 1960: La Palabra De Dios (Spanish Edition))
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En casa intenté con algunas indirectas que mis padres entendiera que ya era hora de que dejaran de decirme que si no me portaba bien Papá Noel no me traería nada. Pero cuando vi la mirada de pánico que mi madre lanzó a mi padre, lo dejé correr. No quería que se pusieran tristes. A veces hay que mentir a los padres para que estén contentos.
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Pierre Szalowski (El frío modifica la trayectoria de los peces)
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Por ella dejé la casa de mi padre,[24] y por ella me puse en este traje, para seguirla dondequiera que fuese, como la saeta al blanco o como el marinero al norte. Ella no sabe de mis deseos más de lo que ha podido entender de algunas veces que desde lejos ha visto llorar mis ojos.
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Miguel de Cervantes Saavedra (Don Quijote de la Mancha: Edición anotada (Spanish Edition))
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-Escúchame, Chuck -contestó, haciendo una pausa para calmarse y que no se le quebrara la voz-.No me cabe la menor duda de que tienes padres. Lo sé. Suena horrible, pero estoy seguro de que tu mamá está sentada ahora en tu cuarto, sosteniendo tu almohada, observando por la ventana ese mundo que te arrebató de ella. Y te apuesto a que está llorando. Con fuerza. Los ojos hinchados, los mocos en la nariz: un llanto como debe ser.
No dijo nada, pero Thomas escuchó unos ligerísimos gemidos.
-No debes rendirte, Chuck. Vamos a solucionar todo y a salir de aquí. Ya soy un Corredor, y prometo por mi vida que te voy a llevar de vuelta a tu habitación. Y tu mamá dejará de llorar.
Lo decía en serio. Esa promesa le quemaba el corazón.
-Espero que tengas razón -dijo Chuck con voz temblorosa. Hizo el gesto del pulgar hacia arriba en la ventana y se alejó.
Thomas se levantó y caminó por el pequeño recinto, ardiendo en deseos de poder cumplir su palabra.
-Créeme, Chuck -susurró al aire-.Te juro que te llevaré de vuelta a tu casa.
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James Dashner (The Maze Runner (The Maze Runner, #1))
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Por la noche, sin embargo, aparecieron en mi pieza para decirme que me castigarían con una semana sin salir. Por qué me castigan si se rieron tanto, pregunté, enojado. Porque mentiste, dijo mi padre.
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Alejandro Zambra (Formas de volver a casa)
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Niños que tenían dos altares en su casa: en uno le rezaban a Pablo Escobar para que les siguiera dando trabajo y en otro a la Virgen de la Milagrosa para que les afinara la puntería. Ambos eran muy efectivos.
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Sara Jaramillo Klinkert (Cómo maté a mi padre)
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Me contó un montón de cosas que yo no quería oír, cosas que mi madre y mi padre nunca supieron, y que odiarían saber. Lo cabrón que era Billy con ella. Cómo en ocasiones la golpeaba, la humillaba, y la trataba en general como un trozo de mierda excepcionalmente corrompida.
"¿Por qué te quedaste con él?"
"Era mi chico. Siempre piensas que será diferente, que puedes hacerle cambiar, que tú puedes suponer la diferencia."
Eso lo entendía, Pero es un error. Los únicos hijoputas que supusieron alguna vez una diferencia para Billy fueron los Provisionales, y ellos también eran unos cabrones. No tengo ninguna ilusión sobre ellos como luchadores de la libertad. Los muy hijoputas convirtieron a mi hermano en un montón de comida para gatos. Pero ellos sólo tiraron de la palanca. Su muerte fue concebida por esos cabrones anaranjaos que venían por aquí todos los meses de julio con sus fajines y sus flautas, llenando la estúpida cabeza de Billy con insensateces acerca de la corona y la nación y toda esa mierda. Ellos irán a casa felices por el día de hoy. Pueden contarles a todos sus colegas cómo murió asesinado por el IRA uno de la familia mientras defendía el Ulster. Eso alimentará su ira sin objeto, hará que les inviten a copas en los pubs, y consolidará su credibilidad memo-bastarda entre otros tontolabas sectarios.
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Irvine Welsh (Trainspotting)
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Yo había estado en otros pueblos de los que me había ido sin parecer un lloricas. Así había sido varias veces: mi madre tenía una nueva plaza, hacíamos el equipaje y nos íbamos, sin más. Viajaba contento y a salvo porque «mi patria», como decía mi padre, cabía «en un utilitario pequeño». No solo es que con cada nuevo destino nos acercáramos más al puñetero Madrid, o sea, a mi padre. Sino que, de algún modo, también sentía que todas las cosas imprescindibles para mi vida estaban en ese coche: mi madre, mis hermanas, mis cosas, mis tebeos.
Pero llega una edad en la que te das cuenta de que hay un tam-tam apache que te llama, una edad en la que amplías esa patria que decía papá. O, directamente, la cambias.
Y entonces sales y compruebas que las cosas imprescindibles no tienen necesariamente tu sangre, ni tu apellido, ni tu mismo techo, ni el mismo destino que tu madre. Lo de fuera empieza a ganarle terreno a lo de dentro. Tu casa es un espacio borroso como un día de niebla que va desde los caminos hasta las riberas. Tu familia son también los amigos, un tendero cojo, los gatos del vecino. Y las lecciones no son cosa de una maestra, sino de una sorda o de una niña que te cobra un duro por enseñarte el culo.
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Pedro Simón (Los ingratos)
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El olor de las flores cortadas dentro de un recipiente con agua es algo que no soporto. Huele a iglesia. Huele a cementerio. Huele a casa de muerto. Huele a tristeza. Las flores no se hicieron para ser cortadas. Odio que me las regalen y no resisto entrar en una floristería sin que se me revuelva el estómago.
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Sara Jaramillo Klinkert (Cómo maté a mi padre)
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Tengo las piernas cortas y retorcidas, y me cuesta caminar. Necesito una silla de montar especial para no caerme del caballo. Por cierto, la diseñé yo mismo, ya que hablamos del tema. Tenía que elegir entre eso o ir en poni. Tengo fuerza en los brazos, pero también son cortos. Nunca seré un espadachín. Si hubiera nacido en una familia de campesinos seguramente me habrían abandonado a la intemperie para que muriera, o me habrían vendido como monstruo de feria. Pero soy un Lannister de Roca Casterly, y eso que se perdieron las ferias. Se esperan cosas de mí. Mi padre fué Mano del Rey veinte años. Después resulta que mi hermano mató a ese mismo rey, ironías de la vida. Mi hermana se casó con el nuevo rey, y ese odioso sobrino que tengo será rey tras su muerte. Debo hacer algo por el honor de mi casa, ¿no te parece? Pero, ¿qué? Puede que tenga las piernas cortas en relación con mi cuerpo, pero la cabeza la tengo demasiado grande, aunque prefiero pensar que es del tamaño adecuado para mi mente. Tengo una idea bastante precisa de cuáles son mis puntos fuertes y mis puntos débiles. Mi mejor arma está en mi cerebro. Mi hermano tiene su espada, el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente...Pero una mente necesita de los libros igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo...Por eso leo tanto, Jon Nieves.
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George R.R. Martin
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Preguntó Isaac, Padre, qué mal te he hecho para que quisieras matarme, a mí que soy tú único hijo, Mal no me has hecho, Isaac, Entonces por qué quisiste cortarme el cuello como si fuese un borrego, preguntó el chiquillo, si no hubiera aparecido ese hombre, a quien el señor cubra de bendiciones, para sujetarte el brazo, estarías ahora llevando un cadáver a casa, La idea fue del señor, que quería la prueba, La de qué, De mi fe, de mi obediencia, Y qué señor es ese que ordena a un padre que mate a su propio hijo, Es el señor que tenemos, el señor de nuestros antepasados, el señor que estaba aquí cuando nacimos, Y si ese señor tuviera un hijo, también lo mandaría matar, preguntó Isaac, El futuro lo dirá, Entonces el señor es capaz de todo, de lo bueno, de lo malo y de lo peor, Así es, Si tú hubieras desobedecido la orden, qué habría sucedido, Lo que el señor suele hacer es mandar la ruina o una enfermedad a quien le falla, Entonces el señor es rencoroso, Creo que sí, respondió Abraham en voz baja.
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José Saramago (Caim)
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¡Ah, reverendo padre! (me dicen), explícanos cómo el mal inunda toda la tierra." Mi ignorancia es igual a la de los que me formulan esta pregunta; a veces les digo que en el mundo todo va del mejor modo posible; pero los que se han arruinado o han sido mutilados en la guerra no me creen, y yo tampoco me lo creo; me retiro a mi casa abrumado por mi curiosidad y mi ignorancia. Leo nuestros antiguos libros y ellos espesan todavía más mis tinieblas. Hablo con mis compañeros: los unos me responden que hay que gozar de la vida y burlarse de los hombres; los otros creen saber algo y se pierden en ideas extravagantes; todo aumenta el sentimiento doloroso que experimento. A veces estoy a punto de caer en la desesperación cuando pienso que, después de tanto estudiar, no sé ni de dónde vengo, ni lo que soy, ni adónde iré, ni lo que será de mí."
El estado de este buen hombre me causó verdadera pena: nadie era más razonable ni más sincero que él. Comprendí que cuantos más conocimientos tenía en su cabeza y más sensibilidad en su corazón, más desgraciado era.
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Voltaire
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«Así dijo el Señor Dios: Cuando habré reunido la casa de Israel de entre los pueblos por los que están dispersos y estaré santificado en ellos a la vista de las naciones, entonces ellos vivirán en la tierra que di a mi siervo Jacob y en la que han vivido vuestros padres, y ellos vivirán en aquella tierra, y vivirán ellos y sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre».
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Leon Uris (Éxodo)
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La verdad, Oshima, si te soy sincero, a mí no me gusta en absoluto el recipiente actual que me contiene. No me ha gustado nunca, ni un solo instante desde el día en que nací. Más acertado sería decir que lo detesto. Mi cara, mis manos, mi sangre, mis genes… Me repugna todo cuanto he heredado de mis padres. Si pudiera desprenderme de todo eso, lo haría sin pensármelo dos veces. Al igual que me fui de casa
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Haruki Murakami (Kafka on the Shore)
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- No tienes por qué coger nuestros libros; dependes de nosotros, dice mamá; no tienes dinero, pues tu padre no te dejó nada, y deberías estar pidiendo limosna, no viviendo aquí con nosotros, hijos de un caballero, comiendo lo que comemos nosotros y llevando ropa comprada por nuestra querida madre. Yo te enseñaré a saquear mi biblioteca, porque es mía: toda la casa es mía, o lo será dentro de unos cuantos años. Ve y ponte al lado de la puerta, apartada del espejo y de las ventanas - John Reed
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Charlotte Brontë (Jane Eyre)
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Vos, hermano, idos a ser gobierno o ínsulo, y entonaos a vuestro gusto; que mi hija ni yo, por el siglo de mi madre, que no nos hemos de mudar un paso de nuestra aldea: la mujer honrada, la pierna quebrada, y en casa; y la doncella honesta, el hacer algo es su fiesta. Idos con vuestro don Quijote a vuestras aventuras, y dejadnos a nosotras con nuestras malas venturas, que Dios nos las mejorará como seamos buenas; y yo no sé, por cierto, quién le puso a él don, que no tuvieron sus padres ni sus agüelos.
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Miguel de Cervantes Saavedra (Don Quijote de la Mancha (Spanish Edition))
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Cuando era pequeño, la esclava madalena, madre de la esclava miriam, se dio cuenta de que yo hacía todo con la mano izquierda. Se lo dijo a mi madre, mi madre se lo dijo a mi padre, y mi padre ordenó a la esclava madalena que me atase la mano izquierda a la espalda. Estuve dos meses con la mano atada, haciéndolo todo con la derecha. Cuando me desataron la mano, en una ceremonia que presenció toda la familia, hasta los primos del extranjero, no volví nunca más a hacer nada con la izquierda. Pasé a ser un niño normal.
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José Luís Peixoto (Uma Casa na Escuridão)
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- Recuerdo el año pasado, cuando Adam vino a casa en Nochebuena. Ya entonces le dije a tu padre que te habías enamorado demasiado pronto.
+ Lo sé, lo sé. ¿Qué sabe una adolescente tonta sobre el amor?
Mamá dejó de secar una sartén.
- No es eso, sino todo lo contrario. Lo tuyo con Adam nunca me pareció el típico rollete de instituto -explicó-. Nada que ver con el rollo beber y darse el lote en el Chevy de algún tío, que era lo que pasaba por relación en mi época de instituto. Vosotros parecíais, y seguís pareciendo, profundamente enamorados. - Suspiró-. Pero a los diecisiete es una edad muy inadecuada para enamorarse de verdad.
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Gayle Forman (If I Stay (If I Stay, #1))
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—El día que conocí a tu madre, sabía que estaría en mi vida para siempre. Había algo sobre ella y supe que me estaba enamorando ese primer día. Te hacía querer ser mejor, tratar de ser digno de su amor. Lamentablemente, tu padre pensaba lo mismo, nadie entendía por qué cambió drásticamente, excepto yo. A pesar de que ella estaba conmigo, dejó de beber, dejó de dormir con otras chicas, es como si lo hubiera hecho madurar al instante y convertido en el tipo que finalmente quería ser para que pudiera tener una oportunidad con ella. Siempre tuve miedo de perderla por él algún día, es como si me diera cuenta de que era una cuestión de cuándo, no de sí. Pero tu madre era diferente, yo había salido con muchas chicas, pero realmente no me importaba si estaban allí o no. Eran sólo alguien para tratar de llenar el dolor de perder a mi padre. Así que cuando me reuní con ella y se dio cuenta de mis sentimientos, luché por mantenerla tanto tiempo como pude. No se lo digas a tu mamá, pero Chase y yo constantemente peleábamos por ella cuando no estaba cerca. Infierno, incluso peleábamos por ella cuando estaba cerca. Sabíamos que cualquiera de nosotros podría tener a cualquier chica que quisiéramos, pero sólo queríamos a Harper. Así que, por supuesto, siendo nosotros, las palabras se utilizaron en puños y volaban cuando nos quedábamos solos. No le dije esto, pero ya sabía lo que había pasado con tu padre antes de que ella me lo dijera. Cuando llegué a casa de la rotura, y Chase no me molestó de nuevo, sabía que algo había pasado. Sólo no sabía qué todavía. Pero ¿sabes qué pequeño hombrecito? No puedo ni siquiera estar loco sobre eso más, porque si no hubiera pasado, no estarías aquí ahora.
Besó suavemente a nuestro hijo de tres meses quien estaba completamente cautivado en sus historias y señaló la última foto en el libro.
—Y él te amaba y a tu mamá, muchísimo. Siempre voy a recordarte eso, pero desearía que hubieras podido reunirte con él.
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Molly McAdams (Taking Chances (Taking Chances, #1))
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Porque si una lleva una falda o un escote de un tiempo a esta parte lo lleva para sí misma o en nombre del empoderamiento, una de dos, y que no me mire nadie porque machete al machote y madre mía qué fuerte e independiente con mi falda, que era a lo que me reducían antes, a ser dos piernas y poca tela y me quejaba y con razón y ahora como por arte de magia resulta que eso es signo de empoderamiento, pero no puede mirarlo nadie. Nos hemos encerrado tanto en nosotros mismos, nos hemos individuado tanto y hemos hecho tantos esfuerzos por acabar con lo de las dinámicas de poder —y, nos guste o no, la belleza siempre ha implicado y siempre implicará poder— que hemos terminado creyendo que no provocamos ningún efecto, ninguna reacción en el otro y que lo contrario sería inaceptable, aunque las mujeres nos lo hemos creído a medias, como todas las mentiras que nos contamos a nosotras mismas.
Por eso rara vez nos ponemos escote y los labios rojos para estar solas en casa, de la misma forma que el pavo real no desplegaría su cola si no hubiera una pava a la vista, porque gilipollas no es y por lo del ahorro energético, y negar que un escote bonito es enseñado de cuando en cuando para ser visto, solo cuando quiere ser visto, cuando quiere ser mirado, además de ridículo niega parte de nuestro poder como mujeres, un poder que no se reduce a lo bello y a lo sexual pero del que lo bello y lo sexual forman parte y no pasa nada y por eso toda mujer ama a un fascista: porque todo el que mira nuestros escotes lo es, a no ser que sea un trapero en un videoclip, entonces es un trapero al uso, entonces se le permite. Y porque mal que bien y según el nuevo canon, nuestros abuelos lo fueron y nuestros padres lo son. No solo porque se les fueran los ojos con las mujeres bonitas que cruzaban los pasos de cebra cuando pensaban, inocentes, que no nos dábamos cuenta.
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Ana Iris Simón (Feria)
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que no conmovieran, especialmente entre las enviadas a casa de los padres. En esta carta se decía poco de las molestias sufridas, de los peligros afrontados o de la nostalgia a la cual había que sobreponerse; era una carta alegre, llena de descripciones de la vida del soldado, de las marchas y de noticias militares; y sólo hacia el final el autor de la carta dejó brotar el amor paternal de su corazón y su deseo de ver a las niñas que había dejado en casa. "Mi cariño y un beso a cada una. Diles que pienso en ellas durante el día, y por la noche oro por ellas, y siempre encuentro en su cariño el mejor consuelo. Un año de espera para verlas parece interminable, pero recuérdales que, mientras esperamos, podemos todos trabajar, de manera que estos días tan duros no se desperdicien. Sé que ellas recordarán todo lo que les dije, que serán niñas cariñosas para ti, que cuando vuelva podré enorgullecerme de mis mujercitas más que nunca.” Todas se conmovían algo al llegar a esta parte, Jo no se avergonzó de la gruesa lágrima que caía sobre el papel blanco, y Amy no se preocupó de que iba a desarreglar sus bucles al esconder la cara en el seno de su madre y dijo sollozando: -¡Soy egoísta! Pero trataré de ser mejor para que no se lleve un chasco conmigo. - ¡Trataremos todas! -exclamó Meg -. Pienso demasiado en mi apariencia y detesto trabajar, pero no lo haré más si puedo remediarlo. -Trataré de ser lo que le gusta a él llamarme "una mujercita", y no ser brusca y atolondrada; cumpliré aquí con mi deber en vez de desear estar en otra parte -dijo Jo, pensando que dominarse a sí misma era obra más difícil que hacer frente a unos rebeldes. Beth no dijo nada, pero secó sus lágrimas con el calcetín del ejército y se puso a trabajar con todas sus fuerzas, no perdiendo tiempo en hacer lo que tenía más cerca de ella, mientras decidía en su corazón ser como su padre lo deseaba cuando al cabo de un
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Louisa May Alcott (Mujercitas / Buenas esposas / Hombrecitos / Los muchachos de Joe)
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Desde la parte de Dios que hay en mí, Yo te bendigo mi casa querida, bendigo cada átomo de cal y arena que te componen, bendigo el techo con me amparas y a mis seres queridos a partir de este momento no cruzará por esta puerta nada que sea diferente a la armonía y perfección de Dios manifestada en Amor puro, no entraran personas ni comidas desagradables, pido humilde y reverentemente a los ángeles de la llama Rosa, a todos los ángeles de la llama azul del Arcángel Miguel que vengan, vengan, vengan y envuelvan ésta mi casa querida, cada puerta y ventana para que cualquier espíritu encarnado o desencarnado que rose con éste manto de protección sagrada, sienta latir en su corazón el amor de Dios y pierda cualquier deseo de dañar la propiedad ajena, invito a todos los seres celestiales a entrar y formar parte de esta casa. A partir de ahora solo entrará el bien, el éxito y la opulencia, Gracias amados Ángeles gracias Padre que así es”. Con esto das por hecho que has colocado un sello de protección
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Sandra Castellanos (Ángeles : Tu dulce Compañía)
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De todas las criaturas que tienen mente y alma
no hay especie más mísera que la de las mujeres.
Primero han de acopiar dinero con que compren
un marido que en amo se torne de sus cuerpos,
lo cual es ya la cosa más dolorosa que hay.
Y en ello es capital el hecho de que sea
buena o mala la compra, porque honroso el divorcio
no es para las mujeres ni el rehuir al cónyuge.
Llega una, pues, a nuevas leyes y usos y debe
trocarse en adivina, pues nada de soltera
aprendió sobre cómo con su esposo portarse.
Si, tras tantos esfuerzos, se aviene el hombre y no
protesta contra el yugo, vida envidiable es ésta;
pero, si tal no ocurre, morirse vale más.
El varón, si se aburre de estar con la familia,
en la calle al hastío de su humor pone fin;
nosotras nadie más a quien mirar tenemos.
Y dicen que vivimos en casa una existencia
segura mientras ellos con la lanza combaten,
mas sin razón: tres veces formar con el escudo
preferiría yo antes que parir una sola.
Pero el mismo lenguaje no me cuadra que a ti:
tienes esta ciudad, la casa de tus padres,
los goces de la vida, trato con los amigos,
y en cambio yo el ultraje padezco de mi esposo,
que de mi tierra bárbara me raptó, abandonada,
sin patria, madre, hermanos, parientes en los cuales
pudiera echar el ancla frente a tal infortunio.
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Euripides (Medea)
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No puedo soportar más en silencio. Debo hablar con usted por cualquier medio a mi alcance. Me desgarra usted el alma. Estoy entre la agonía y la esperanza. No me diga que es demasiado tarde, que tan preciosos sentimientos han desaparecido para siempre. Me ofrezco a usted nuevamente con un corazón que es aún más suyo que cuando casi lo destrozó hace ocho años y medio. No se atreva a decir que el hombre olvida más prontamente que la mujer, que su amor muere antes. No he amado a nadie más que a usted. Puedo haber sido injusto, débil y rencoroso, pero jamás inconsciente. Sólo por usted he venido a Bath; sólo por usted pienso y proyecto. ¿No se ha dado cuenta? ¿No ha interpretado mis deseos? No hubiera esperado estos diez días de haber podido leer sus sentimientos como debe usted haber leído los míos. Apenas puedo escribir. A cada instante escucho algo que me domina. Baja usted la voz, pero puedo percibir los tonos de esa voz cuando se pierde entre otras. ¡Buenísima, excelente criatura! No nos hace usted en verdad justicia. Crea que también hay verdadero afecto y constancia entre los hombres. Crea usted que estas dos cosas tienen todo el fervor de “F. W. “Debo irme, es verdad. Pero volveré o me reuniré con su grupo en cuanto pueda. Una palabra, una mirada me bastarán para comprender si debo ir a casa de su padre esta noche o nunca”.
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Jane Austen (Persuasion (Spanish Edition))
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El teléfono perdió sus terrores, pero a fines de octubre, Carlos Argentino me habló. Estaba agitadísimo; no identifiqué su voz, al principio. Con tristeza y con ira balbuceó que esos ya ilimitados Zunino y Zungri, so pretexto de ampliar su desaforada confitería, iban a demoler su casa.
-¡La casa de mis padres, mi casa, la vieja casa inveterada de la calle Garay! -repitió, quizá olvidando su pesar en la melodía.
No me resultó muy difícil compartir su congoja. Ya cumplidos los cuarenta años, todo cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo; además, se trataba de una casa que, para mí, aludía infinitamente a Beatriz. Quise aclarar ese delicadísimo rasgo; mi interlocutor no me oyó. Dijo que si Zunino y Zungri persistían en ese propósito absurdo, el doctor Zunni, su abogado, los demandaría ipso facto por daños y perjuicios y los obligaría a abonar cien mil nacionales.
El nombre de Zunni me impresionó; su bufete, en Caseros y Tacuarí, es de una seriedad proverbial. Interrogué si éste se había encargado ya del asunto. Daneri dijo que le hablaría esa misma tarde. Vaciló y con esa voz llana, impersonal, a que solemos recurrir para confiar algo muy íntimo, dijo que para terminar el poema le era indispensable la casa, pues en un ángulo del sótano había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos.
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Jorge Luis Borges (El Aleph)
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ropa bonita a su hija. Pero María no se daba por satisfecha. Creía que merecía algo mucho mejor. Cuando María ya era mujercita, no quería tener nada que ver con los jóvenes de su pueblo. No eran bastante buenos para ella. Muchas veces cuando se paseaba con su abuelita por las afueras del pueblo, decía: —Abuelita, cuando yo me case, voy a casarme con el hombre más guapo del mundo. La abuela movía la cabeza. Pero María miraba a través de la ladera y decía: —Va a tener el pelo tan negro y reluciente como el cuervo que veo posado en aquel piñón. Y cuando se mueva, va a mostrar la fuerza y la gracia del caballo que mi abuelito tiene en su corral. —María —decía la anciana suspirando—, ¿por qué piensas siempre en cómo se ve un hombre? Si vas a casarte con un hombre hay que asegurarte de que sea un buen hombre, de que tenga buen corazón. No te fijes tanto en lo guapo que es. Pero María se decía: —Estas viejitas. Tienen las ideas tan anticuadas. No entienden nada. Un día llegó al pueblo un hombre que parecía ser el mero hombre de quien María hablaba. Se llamaba Gregorio. Era un vaquero del llano al este de la sierra. Sabía montar cualquier bestia. Si tenía un caballo que se amansaba mucho, lo regalaba y se iba para capturar un caballo salvaje. Pensaba que no era varonil montar un caballo que no fuera medio bronco. Era tan guapo que todas las muchachas andaban enamorándose de él. Tocaba la guitarra y cantaba con buena voz. María decidió que ése era el hombre con quien se iba a casar. Pero disimulaba sus sentimientos. Si se encontraban en la calle y Gregorio la saludaba, María volteaba la cara. Si venía a su casa para tocar su guitarra y cantar, ella ni siquiera se asomaba a la ventana. Al poco tiempo Gregorio también se decidió. Se dijo: —Esa orgullosa de María. Es con ella que me voy a casar. Yo puedo conquistar su corazón. Todo resultó tal y como María lo había planeado. Los padres de María no querían que se casara con Gregorio. Le dijeron: —Él no puede ser buen marido. Está acostumbrado a la vida bárbara del llano. No te cases con él. Por supuesto María no les hizo caso a sus padres. Se casó con Gregorio. Por algún tiempo todo andaba bien. Tuvieron dos hijos. Pero después de varios años, Gregorio volvió a su antigua manera de ser. Se mantenía fuera de casa por meses a la vez. Cuando regresaba a casa le decía a María: —Yo no vine a verte a ti. Quiero pasar un rato con mis hijos nomás. Jugaba con los hijos por un tiempo, y luego se iba para pasar toda la noche jugando a las cartas con sus amigos y tomando vino. Y empezó a decir
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Joe Hayes (The Day It Snowed Tortillas / El día que nevó tortilla)
“
Jesucristo dijo: «En la casa de mi padre hay muchas mansiones».
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Conny Méndez (El Librito Azul: Manual de Metafísica en términos sencillos (Spanish Edition))
“
Chssst. Chsst. Les contaré lo que sé. Me da igual. Una vez Lucía vino a mi casa, me pidió que le preparara un novenario de ruibarbo y artemisa y así lo hice. Ya saben para qué sirve. La veía llegar todas las madrugadas mirando siempre a todos lads como si alguien la siguiera, con miedo. Entraba en silencio y tomaba el brebaje, sin decir nada. Luego como si fuse yo un sacerdote, se ponía a hablar, sin mirarme. Me contó tantas cosas de su infancia, de ese pobre hombre que era su padre, de su madre muda como un tronco, de lo que recordaba, porque decía que recordaba poco, cada vez menos.
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”
Natalia García Freire (Trajiste contigo el viento)
“
Describí mi violación. Con todo detalle. Aunque nunca ha sucedido en realidad. Describí m violación en un documento Word, con palabras que encajaron a la primera las unas con las otras, como si hubiesen estado organizándose por su cuenta dentro de mi cabeza durante mucho tiempo. Y pensé: todas las mujeres seríamos capaces de hacerlo. Describir nuestra violación, aunque nunca haya ocurrido. Porque todas hemos vivido la angustia de esa pesadilla. Todas hemos imaginado alguna vez la terrible situación. todas hemos andado por la calle con esa posibilidad rondándonos la cabeza. Y la espalda. Y la nuca.
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Karmele Jaio (La casa del padre)
“
Describí mi violación y pensé: no nos han violado más porque hemos sido unas estrategas. No nos han forzado más porque al cruzarnos por la noche con un grupo de hombres siempre hemos agachado la cabeza, hemos evitado mirarlos a los ojos y hemos pasado a su lado lo más rápido posible. No nos han sobado mas sin permisio porque hemos evitado entrar en esos bares de última hora, en esas trampas para mujeres, aunque nos apeteciera seguir de marcha. No nos han violado más porque hemos sido unas estrategas... No nos han hecho más cosas porque nos han educado en el miedo y el miedo nos ha protegido. Porque nos hemos defendido con el miedo.
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Karmele Jaio (La casa del padre)
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Por el anillo de Felagund, que él mismo dio a Barahir, mi padre, en el campo de batalla del Norte, mi casa no se ha ganado epítetos tales de Elfo alguno, sea él rey o no.
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”
J.R.R. Tolkien (El Silmarillion)
“
—He cambiado de opinión. Vámonos.
Jared me engancha de la mano y me devuelve a mi lugar, delante de la puerta de casa de mis padres.
—De eso nada.
—De verdad que quiero irme —le suplico en voz baja.
—Enfréntate a tus miedos, Rocky.
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Joana Marcús (La última nota (Canciones para ella, #1))
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La familia es el organismo favorito del silencio, y es peor que un muro con humedad o una plaga de hormigas cuando se empeñan en destrozar una casa.
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Alma Delia Murillo (La cabeza de mi padre)
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No pude enterarme de nada más sobre aquel asunto porque mi padre empezó a hablar otra vez de mi madrastra diciendo que tenía que agradecerle que me hubiese sacado del internado, y que mi lugar estaba «en casa, a su lado». Estuvo hablando de ella durante mucho rato, y comprendí por qué no estaba ella delante: sus palabras la hubieran cohibido. A mí, me cansaban.
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Imre Kertész (Sin destino)
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Singular historia: pretendió saber que Judas lo señalaría con el dedo a gentes que le conocían muy bien desde hacía tiempo, y, aún sabiendo que Judas debía traicionarlo, no le previno.
En fin, el pueblo empieza a gritar Barrabás, Barrabás, mueran los polis, abajo las sotanas y, crucificado entre dos chulos, uno de los cuales era chivato, exhala el último suspiro; las mujeres se revuelcan por el suelo aullando de dolor, un gallo canta y el trueno truena como de costumbre.
Confortablemente instalado sobre su nube insignia, Dios padre, de la casa Dios padre hijo Espíritu Santo y Cía., lanza un inmenso suspiro de satisfacción; seguidamente dos o tres nubecillas subalternas estallan con obsequiosidad y Dios padre exclama: «Loado sea yo, bendita mi santa razón social, con mi bienamado hijo en la cruz, mi negocio está lanzado!»
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”
Jacques Prévert
“
mirábamos hacia delante, las dos cosas estaban equivocadas. Al fin y al cabo, veinte minutos son bastante tiempo, de manera relativa y también de hecho. Cada uno de aquellos minutos empezó, transcurrió y acabó; y después empezó el siguiente. Ahora, seguí explicándome, cada uno de aquellos momentos en realidad habría podido traer algo nuevo. No trajeron nada, claro que no, pero habrían podido hacerlo. Había que reconocer que cada instante hubiera podido traer algo nuevo, algo diferente de lo que trajo, en Auschwitz y también en casa, por ejemplo en la noche que habíamos despedido a mi padre.
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”
Imre Kertész (Sin destino)
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ESCUCHA Jerarquía de los cinco sentidos: no solamente no es la misma en el animal y en el hombre (perro: olfato → oído → vista), sino que no es la misma dentro de la historia humana. Febvre:1 hombre medieval: predominancia del oído sobre la vista, luego, a partir del Renacimiento, inversión. Una civilización de la vista: el oído pasa a segundo plano. Pero ¿está quizá simplemente reprimido? → Espacio del Vivir-Juntos: huellas activas de la escucha. La escucha es allí constitutiva de algo. Una vez más, abrimos el dossier. TERRITORIO Y ESCUCHA Territorio animal: a menudo marcado por el olor. Territorio humano: a) puede estar marcado por la vista: me pertenece todo lo que puedo abarcar con la mirada2 (hay ciertamente leyendas al respecto); b) puede estar marcado por el tacto: me pertenece todo aquello que está al alcance de mi contacto, de mi gesto, de mi brazo: es el nicho, el microterritorio (cf. infra “Proxemia”). Pero también: –Territorio: red polifónica de todos los ruidos familiares: los que puedo reconocer y que, por eso mismo, son la señal de mi espacio. –Kafka y el apartamento (Diario, p. 121):3 [“Estoy sentado en mi cuarto, es decir, en el cuartel general del ruido de todo el apartamento. Oigo golpear todas las puertas, gracias a lo cual sólo me pierdo los pasos de las personas que corren entre dos de ellas; oigo incluso el ruido del horno, cuya puerta cierran en la cocina. Mi padre empuja la puerta de mi cuarto y pasa, vestido con su bata que arrastra sobre los talones; se frotan los restos de la sartén en el cuarto contiguo; Valli pregunta, gritando a través de la antecámara como en una calle de París, si han cepillado bien el sombrero de mi padre; un ¡silencio! que quiere hacerse mi aliado, levanta los gritos de una voz que responde. La puerta del apartamento se abre y hace un ruido que parece salir de una garganta resfriada, luego se abre un poco más produciendo una nota breve como la de una voz de mujer, y se cierra con una sacudida sorda y viril, de efecto muy brutal para el oído. Mi padre salió, ahora comienza un ruido más fino, más disperso, más desesperante aún, y dirigido por la voz de los dos canarios.”] =Verdadero paisaje sonoro, familiar: tranquilizador. Interesante, pues es un paisaje discontinuo, errático, y sin embargo muy codificado, de allí la fuerza de lo insólito; ya sea el silencio inesperado, o el ruido irreconocible que obliga a un trabajo interno de interpretación. Diferencia, al respecto, entre el apartamento y la casa. Apartamento: ruidos exiguos, controlables ≠ casa: riesgo mayor de ruidos desconocidos. Casa: objeto fantástico; todo un folclore del miedo por la aparición del ruido irreconocible. Apartamento: seguridad, porque se sabe que un vago ruido de canilla o de la calefacción detrás de una pared viene del vecino. ≠ Casa: integra todos los ruidos. Todos los ruidos me pertenecen, me afectan: el ruido desconocido me está dirigido.
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Roland Barthes (Cómo vivir juntos. Simulaciones novelescas de algunos espacios cotidianos. Notas de cursos y semenarios en el Collège de France, 1976-1977)
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Soy un hombre cerrado, taciturno, poco sociable, descontento, sin que todo ello constituya una infelicidad para mí, ya que es solamente el reflejo de mi meta. De mi modo de vivir en casa se puede sacar alguna deducción. Vivo en familia con personas bonísimas y afectuosas, más extraño que un extraño. Con mi madre no he cambiado en estos últimos años más de veinte palabras de promedio al día; con mi padre, nada más que el saludo. Con mis hermanas casadas y mis cuñados no hablo en absoluto, sin que esto signifique que esté enojado con ellos. El motivo es sencillamente éste: no tengo absolutamente nada que decirles. Todo cuanto no es literatura me hastía y provoca mi odio, porque me molesta o es un obstáculo para mí, por lo menos en mi opinión
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Franz Kafka
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Un kleenex para Cándido Mientras Rebellin y Cancellara intentaban robarle la gloria a Samuel por el asfalto pekinés, Cándido Sánchez circulaba tranquilo con su coche por las carreteras asturianas. La dirección no era otra que Infiesto, el pueblo asturiano en el que el progenitor tiene una casa para descansar. Con las manos en el volante y los ojos centrados en la calzada, Cándido, nacido en Extremadura pero asturiano de corazón, deslizó sus dedos por el interruptor de la radio. Un narrador emocionado comentaba la prueba de ciclismo en ruta. “Pensaba que era la de chicas. Estaba convencido de que la de los hombres era al día siguiente. No sé qué me pasó por la cabeza para despistarme”, recuerda con gracia sobre su tremendo olvido: seguir la prueba de su hijo. El locutor, cada vez más entusiasmado, avisaba por las ondas que Samuel Sánchez andaba en el grupo de escapados. Cándido no pudo esperar más y dio un volantazo drástico que acabó en un pequeño bar situado en el Cogollo de la Pola. En la Cafetería Vaporetto, con prisas y nervios, papá Sánchez iba a vivir el momento más emocionante de su vida.Y de la de su hijo. Sin tiempo para pedir nada, Cándido se hizo dueño del bar. Con la televisión a tope, perdió los papeles dando golpes a la barra y a todo lo que encontraba a su paso. “Vamos Samu.Venga, dale más fuerte”, gritaba sin parar. Los ojos, según pudieron presenciar los sorprendidos clientes del local, parecían salirse de sus órbitas.Aquel desconocido exaltado se había vuelto definitivamente loco. La meta se acercaba y él se encontraba en un bar desconocido. Maldito despiste. Los clientes, sin saber todavía a ciencia cierta quién era, comenzaron a sospechar.Vale que fuera asturiano, pero nadie en su sano juicio viviría con semejante intensidad la carrera de un paisano. Cuando acabó la prueba, todos se dieron cuenta: aquel hombre era el padre del flamante oro español. “Un kleenex para este hombre”, se pudo escuchar. Las lágrimas se derramaban sin cesar por su rostro. Pura alegría. “Me emocioné como un niño. Creo que incluso más que mi propio hijo. Su imagen entrando en meta no la olvidaré jamás. Cuando le vi arrancar estaba seguro de que lo iba a conseguir”, evoca con las manos manchadas de grasa y sentado cerca de la barra de otro bar, pero este cercano al taller que regenta en Gijón. Después, mientras se dirigía a Infiesto, preparó una gorda en la carretera nacional: “Iba escuchando la ceremonia de entrega de las medallas por la radio y estaba tan centrado, que iba casi parado. Organicé una caravana de veinte coches detrás de mí”. Mientras se secaba las lágrimas, su móvil recibió una llamada muy especial: “¿Qué tal me viste, papá?”. Era su hijo, de cuyo cuello colgaba una presea color oro. Cándido casi no pudo ni contestar. Estaba roto por la emoción. “Al final le llegaba la recompensa. No es porque sea su padre, pero llevaba muchos años mereciendo un triunfo de esas características. La suerte y la justicia se pusieron esta vez de su lado porque en muchas ocasiones le habían esquivado”. Aquella mañana de agosto, Cándido pasó, en apenas unos instantes, de la tranquilidad vacacional al adrenalítico estado de uno de los mejores días de su vida: “Probablemente no habrá otro igual”.
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Nacho Labarga (Samuel, el ciclista de oro. (Spanish Edition))
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El lenguaje, los silencios, las casas, la convivencia, los sentimientos... Todo es política. Incluso la literatura. Es política que uno de mis libros preferidos de niña fuera La vida nueva de Pedrito Andía. Es política la entonación de mi padre al leerme Las encinas de Machado antes de dormir: "Quién ha visto sin temblar/ un hayedo en un pinar". Siempre enfatizaba estos versos. Mientras escribo sobre mi familia, releo a Machado y repito con frecuencia el poema. Imagino a mi madre y a mi abuelo como encinas (sencillos, vigorosos, pero sin tormento).
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Gabriela Ybarra (El comensal)
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La gente que me inquieta es la que no tiene ninguna lengua materna. Nicholas, un amigo de mi padre, era de madre francesa y padre holandés. En casa hablaba francés, holandés e inglés, pero creció en Suiza hablando italiano y alemán en el colegio. Cuando le pregunto en qué idioma piensa, dice: Depende de en lo que esté pensando.
La idea de no tener una lengua materna me preocupa. ¿Es como sentirte un nómada dentro de tu propia cabeza? No me puedo imaginar no tener palabras en las que refugiarme. Ser huérfana de lengua.
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Meg Rosoff (Picture Me Gone)
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PAPÁ OLVIDA W. Livingston Larned. Escucha, hijo: voy a decirte esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida. He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una ola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama. Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo. Te regañé cuando te vestías para ir a la escuela, porque apenas te mojaste la cara con una toalla. Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo. Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado. Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado el pan con mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: «¡Adiós, papito!» y yo fruncí el entrecejo y te respondí: «¡Ten erguidos los hombros!» Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenías agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí. Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar, hijo, que un padre diga eso. ¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta. «¿Qué quieres ahora?» te dije bruscamente. Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aun el descuido ajeno puede agotar. Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera. Bien, hijo; poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender; esta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de ti. Y medía según la vara de mis años maduros. Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas. Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza. Es una pobre explicación; sé que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto. Pero mañana seré un verdadero papito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: «No es más que un niño, un niño pequeñito». Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro.
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Anonymous
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Veo hacia atrás -madre-
y en tus ojos encuentro
el derribado recuerdo de mi padre.
Silencio que derramaste
a todas horas
para enterrar un amor
que sólo era envejecidas grietas
sobre un muro derruido.
Enmudecidos violines
llevarás por siempre
entre las manos.
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Carmen Matute (Ecos de casa vacía)
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—Ya está. —Mi madre me da la vuelta y deja caer de nuevo mi pelo por la espalda. Me mira pensativa y sé lo que va a decirme—. Cariño,¿puedo darte un consejo de madre?
—No —respondo rápidamente con una sonrisa.
Me devuelve la sonrisa y me sienta en el borde de la cama.
—Cuando te casas, te conviertes en la piedra angular de tu esposo —
me sonríe con afecto—. Deja que piense que manda, que crea que no puedes vivir sin él, pero no permitas nunca que te robe tu independencia o tu identidad, cariño. Los hombres necesitan que les masajeen el ego. —Se ríe—. Les gusta pensar que son ellos los que llevan los pantalones, y debes dejar que se lo crean.
Niego con la cabeza.
—Mamá, no es necesario...
—Sí que lo es —insiste—. Los hombres son criaturas complicadas.
Me río, burlona. No tiene ni idea de lo complicada que es mi criatura.
—Lo sé.
—Y aunque se hacen los valientes y se creen muy hombres, ¡no son nada sin nosotras! —Acerca mi cara colorada a la suya—. Ava, veo que Jesse te quiere, y admiro lo franco que es cuando se trata de lo que siente por ti, pero recuerda quién eres. No dejes que te cambie nunca, cariño.
—No va a cambiarme, mamá.
No estoy en absoluto cómoda con esta conversación, aunque ha dado en el clavo. Después de que Jesse se declarase, mis padres se quedaron dos
días con nosotros, y ahora llevan en Londres desde el miércoles, así que
han visto de sobra cómo es Jesse conmigo (salvo por las cuentas atrás y las distintas clases de polvos). Han visto cómo me colma de atenciones y de
cariño, cómo no se separa de mí, y al menos yo no he ignorado sus comedidas observaciones. Jesse no se ha dado ni cuenta. Mejor dicho, se ha dado cuenta pero le da igual, y yo no voy a decirle nada. Me gusta el contacto constante tanto como a él.
Mi madre me sonríe.
—Quiere cuidar de ti y ha dejado claro que para él lo eres todo. A tu padre y a mí nos hace muy felices saber que has encontrado un hombre que te adora, un hombre que caminaría sobre ascuas por ti.
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Jodi Ellen Malpas (Beneath This Man (This Man, #2))
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Escucha, hijo: voy a decirte esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida. He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una ola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama. Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo. Te regañé cuando te vestías para ir a la escuela, porque apenas te mojaste la cara con una toalla. Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo. Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado. Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado el pan con mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: " ¡Adiós, papito!" y yo fruncí el entrecejo y te respondí: "¡Ten erguidos los hombros!" Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenías agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí. Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar, hijo, que un padre diga eso. ¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta. "¿Qué quieres ahora?" te dije bruscamente. Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aun el descuido ajeno puede agotar. Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera. Bien, hijo; poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender; esta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de ti. Y medía según la vara de mis años maduros. Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas. Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza. Es una pobre explicación; sé que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto. Pero mañana seré un verdadero papito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: "No es más que un niño, un niño pequeñito". Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro. He pedido demasiado, demasiado. ==========
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Anonymous
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Con su padre sirviendo en una misión, Ezra asumió gran parte de la responsabilidad de mantener la granja familiar. “Llevaba a cabo el trabajo de un hombre, aunque era solamente un niño”, recordaba su hermana Margaret tiempo después. “Ocupó el lugar de papá durante casi dos años”4. Bajo la dirección de Sarah, Ezra y sus hermanos trabajaban juntos, oraban juntos y leían juntos cartas de su padre. Setenta y cinco años después, el presidente Benson reflexionaba en las bendiciones que recibió su familia por el hecho de que su padre sirviera en una misión: “Me imagino que habrá algunos en el mundo que dirán que el hecho de que él hubiera aceptado ese llamamiento es prueba de que en realidad no amaba a su familia. Dejar en casa solos durante dos años a siete hijos y a su esposa embarazada, ¿cómo puede eso ser amor verdadero? “Pero mi padre tenía una visión mucho más amplia del amor. Él sabía que ‘para los que aman a Dios, todas las cosas obrarán juntamente para su bien’ (Romanos 8:28). Él sabía que lo mejor que podía hacer por su familia era obedecer a Dios.
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Anonymous
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crié en un entorno «hostil» que me hizo ser como soy. No cumplí muchas de las pretensiones de mis adorados padres (los adoro, de verdad) y tuve que demostrarles que se puede ser mujer y tener ideas o sueños diferentes a los de la seguridad de la pareja, la casa y los hijos. Sé que a mi madre le inquieta, de verdad, que me quede sola o que no tenga hijos. Y, sin
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Diana López Varela (No es país para coños: Sobre la necesidad de una sociedad feminista (ATALAYA) (Spanish Edition))
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Sintiendo frío, cerré la ventana y recorrí con la mirada la diminuta habitación con su techo inclinado y su estrecha cama. Sorprendido, comprobé que no habría querido estar en ningún otro sitio de los cuatro rincones. Casi me sentía en casa.
Quizá a vosotros no os parezca extraño, pero para mí sí lo era. Había crecido entre los Edena Ruh, y para mí, el hogar nunca había sido un lugar. El hogar era un grupo de carromatos y canciones alrededor de una hoguera. Cuando mataron a mi troupe, perdí algo más que a mi familia y a mis amigos de la infancia. Fue como si todo mi mundo hubiera ardido hasta los cimientos.
Tras casi un año en la Universidad, empezaba a sentir que pertenecía a ese lugar. Era una sensación extraña, ese cariño a un sitio. En cierto modo era reconfortante, pero el Ruh que llevaba dentro estaba inquieto, pues se rebelaba contra la idea de echar raíces como una planta.
Me quedé dormido preguntándome qué habría pensado mi padre de mí.
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Patrick Rothfuss (The Wise Man’s Fear (The Kingkiller Chronicle, #2))
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Entonces me dijeron lo de la llamada de casa y que se tomaban en serio las amenazas. No sé por qué, pero oír que estaba amenazada no me preocupó. Me parecía que todos sabemos que algún día vamos a morir. Creo que nadie puede
detener a la muerte, venga de un talibán o del cáncer. Así que seguiré haciendo lo que quiera hacer.
« Quizá deberíamos detener nuestra campaña, Jani, y dedicarnos a hibernarpor algún tiempo» , dijo mi padre. « ¿Cómo vamos a hacer eso? —respondí—. Tú eres el que dijo que si creemos en algo más grande que nuestras vidas nuestras voces se multiplicarán incluso si estamos muertos. ¡No podemos traicionar nuestra campaña!» .
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Malala Yousafzai (I Am Malala: The Story of the Girl Who Stood Up for Education and Was Shot by the Taliban)
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No es mi casa. Es el lugar donde nací y donde pasé parte de mi niñez. Donde vivieron mis padres y donde ahora solo queda mi hermana. No, ya no es mi casa. Nada me une a esa isla. Porque [...] no tenía unas piedras que le pertenecieran, no tenía un lugar donde volver por Navidades. Un lugar donde quedarse en las fechas señaladas en el calendario por las familias normales.
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Cristina Campos (Pan de limón con semillas de amapola)
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PAPÁ OLVIDA W. Livingston Larned Escucha, hijo: voy a decirte esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida. He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una ola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama. Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo. Te regañé cuando te vestías para ir a la escuela, porque apenas te mojaste la cara con una toalla. Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo. Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado. Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado el pan con mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: " ¡Adiós, papito!" y yo fruncí el entrecejo y te respondí: "¡Ten erguidos los hombros!" Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenías agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí. Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar, hijo, que un padre diga eso. ¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta. "¿Qué quieres ahora?" te dije bruscamente. Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aun el descuido ajeno puede agotar. Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera. Bien, hijo; poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender; esta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de ti. Y medía según la vara de mis años maduros. Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas. Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza. Es una pobre explicación; sé que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto. Pero mañana seré un verdadero papito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: "No es más que un niño, un niño pequeñito". Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro. He pedido demasiado, demasiado.
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Dale Carnegie (Cómo ganar amigos e influir sobre las personas: Versión completa)
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Comía el mismo rancho que se cocinaba para los mineros y tenía prohibido que circulara licor en la mina. Tampoco lo tenía en mi casa, porque siempre he pensado que la soledad y el aburrimiento terminan por convertir al hombre en alcohólico. Tal vez el recuerdo de mi padre, con el cuello desabotonado, la corbata floja y manchada, los ojos turbios y el aliento pesado, con un vaso en la mano, hicieron de mí un abstemio. No tengo buena cabeza para el trago, me emborracho con facilidad. Descubrí eso a los dieciséis años y nunca lo he olvidado
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Isabel Allende
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No podía oír su voz o sentir su tacto, pero su luz y su calor ardían en cada rincón de aquella casa y yo, con la fe de los que todavía pueden contar sus años con los dedos de las manos, creía que si cerraba los ojos y le hablaba, ella podría oírme desde donde estuviese. A veces, mi padre me escuchaba desde el comedor y lloraba a escondida.
Recuerdo que aquel alba de junio me desperté gritando. El corazón me batía en el pecho como si el alma quisiera abrirse camino y echar a correr escaleras abajo. Mi padre acudió azorado a mi habitación y me sostuvo en sus brazos, intentando calmarme.
–No puedo acordarme de su cara. No puedo acordarme de la cara de mamá– murmuré sin aliento.
Mi padre me abrazó con fuerza.
–No te preocupes, Daniel. Yo me acordaré por los dos.
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Carlos Ruiz Zafón (The Shadow of the Wind (The Cemetery of Forgotten Books, #1))
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Adelante, dije, pero de inmediato añadí: no, espera, déjame respirar, que era como decir déjame mirar mi cuarto, mi casa, la cara de mis padres por última vez.
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Roberto Bolaño (Distant Star)
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Las guarderías y colegios no deberían estar desde las 7:30 de la mañana llenas de críos pequeños, por mucho que algunos padres hayan perfeccionado su disonancia cognitiva hasta el punto de creer que están ahí mejor que en su casa. Y la maternidad no tendría que ser una de las principales causas de estrés o depresión y búsqueda de atención psicológica.
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Carolina del Olmo (¿Dónde está mi tribu?: Maternidad y crianza en una sociedad individualista (Mujeres nº 4) (Spanish Edition))
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Kevin relataba que algo dentro de su madre lo estaba separando de su padre. Elegía a su madre y se apartaba de su padre. “Tenía demasiado miedo de elegir a papá”, recuerda. En su visión, había dejado olvidado un objeto en casa. No sabía qué era, pero sabía que mamá lo estaba sosteniendo. ¡Esa cosa era yo! ¡Era mi infancia! ¡Era mi identidad! Me la había perdido toda mi vida. Mis compañeros del colegio habían estado esperando a mi 'yo completo' todo el tiempo. Sentí que me estaba convirtiendo en un hombre; que esta sanación no era solo para el niño que había en mí, sino para todo mi yo. Me sentí crecer y madurar en fuerza, incluso en tamaño físico. Era la libertad de abrazar mi virilidad.
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Neal Lozano (Unbound: A Practical Guide to Deliverance (from Evil Spirits))
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—Me llamo Rosa. ¿Y tú? —me preguntó.
Le dije mi nombre desganadamente y añadí un “Adiós” que creí definitivo.
—¿Por qué no te quedas y hablamos un rato?
—Tengo que subir —me excusé.
—Pero puedes bajar.
—Ya veremos —le dije.
No bajé esa tarde, pero sí me entretuve con ella en ocasiones posteriores, cediendo a su insistencia, hasta que entre nosotras surgió algo que no era una amistad, al menos por mi parte no llegaba a serlo, mientras que, por la suya, era todo lo contrario: me profesaba una auténtica devoción de la que yo era consciente y que trataba de contener sin demasiado éxito.
***
Los días fueron pasando y el tiempo, que todo lo amortigua, cumplió su tarea de fundir mis resistencias iniciales y de abrirme a nuevas relaciones con mis compañeros y compañeras de curso, con quienes empecé a quedar en detrimento del tiempo que le dedicaba a Rosa. Ella no estudiaba en el instituto. Sus padres tenían un negocio de exportación de productos hortofrutícolas y su padre la había puesto estudiar contabilidad para que llevara las cuentas del negocio. Al principio no pareció molestarle el hecho de que yo entablara otras relaciones, al contrario: aunque mi llegada se retrasara, siempre estaba en la puerta de su casa o de la mía esperándome. Un día me preguntó:
—¿Ya no somos amigas?
La tranquilicé y le expliqué que era normal que quedará con mis compañeros.
—Ya lo sé. Pero eso te alejará de mí.
No intenté convencerla de lo contrario, pero me propuse a no alejarme de manera definitiva de ella, no abandonarla del todo.
[...]
—¿Tú me quieres? —me preguntó Rosa de pronto.
—¿Por qué me preguntas eso?
—Porque yo te quiero.
Me disponía a decirle que yo también le tenía cariño cuando se acercó a mí y me besó. Yo no le respondí el beso.
—¡Perdóname! —se excusó levantándose.
—No hay nada que perdonar. No tiene ninguna importancia.
—Me siento avergonzada. ¿Qué pensarás de mí?
No le dije que no pensaba nada, que no me importaba, que la comprendía. Tampoco le dije que no había respondido a su beso porque ella no era Marta.
[...]
Vicente me sujetaba por los hombros y Andrés se sentó sobre mis pies para frenar mi pataleo. Busqué a Rosa, esperando su ayuda, y lo que vi fue su mirada ávida sobre mí, expectante ante lo que pudiera ocurrir contemplando, quizá con algo de temor y sorpresa, pero con una inconfundible expresión de gozo y de triunfo, la violencia que estaba sufriendo.
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Cristina Domenech, Catalina Maer, Mila Martínez, María Mínguez, Teresa Morodo, Martha Lovera, Prado
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Yo haré que de tus descendientes salgan los reyes de Israel, y humillaré a tus enemigos. Después de tu muerte, yo haré que uno de tus hijos llegue a ser rey de mi pueblo. A él sí le permitiré que me construya una casa, y haré que su reino dure para siempre. Yo seré para él como un padre, y él será para mí como un hijo. Y nunca dejaré de amarlo, ni lo abandonaré como abandoné a Saúl”».
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Anonymous (Biblia Traducción en lenguaje actual (Spanish Edition))
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No podemos deshacernos de nuestros padres ni suprimirlos, sea cual sea la historia que tengamos con ellos. Ellos están en nosotros y nosotros formamos parte de ellos, aunque ni siquiera hayamos llegado a conocerlos. Si los rechazamos, solo conseguimos distanciarnos más de nosotros mismos y crear más sufrimiento. Aquellos dos maestros habían sido capaces de verlo. Yo no. Mi ceguera era literal y metafórica al mismo tiempo. Ahora empezaba a despertar, sobre todo al hecho de que había dejado en mi casa un lío enorme. Llevaba años juzgando a mis padres con severidad. Me figuraba que yo estaba más capacitado, que era mucho más sensible y humano que ellos. Les culpaba de todas las cosas que yo creía que estaban mal en mi vida. Ahora, tenía que volver con ellos para reponer lo que me faltaba en mi propio ser, a saber, mi vulnerabilidad.
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Mark Wolynn (Este dolor no es mío (Spanish Edition))
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Los grandes maestros comprenden que nuestro origen afecta a nuestro destino y que lo que queda por resolver de nuestro pasado influye sobre nuestro presente. Saben que nuestros padres tienen importancia, con independencia de si saben ser buenos padres o no. Es innegable: la historia de nuestra familia es nuestra historia. Reside en nosotros, nos guste o no. No podemos deshacernos de nuestros padres ni suprimirlos, sea cual sea la historia que tengamos con ellos. Ellos están en nosotros y nosotros formamos parte de ellos, aunque ni siquiera hayamos llegado a conocerlos. Si los rechazamos, solo conseguimos distanciarnos más de nosotros mismos y crear más sufrimiento. Aquellos dos maestros habían sido capaces de verlo. Yo no. Mi ceguera era literal y metafórica al mismo tiempo. Ahora empezaba a despertar, sobre todo al hecho de que había dejado en mi casa un lío enorme. Llevaba años juzgando a mis padres con severidad. Me figuraba que yo estaba más capacitado, que era mucho más sensible y humano que ellos. Les culpaba de todas las cosas que yo creía que estaban mal en mi vida. Ahora, tenía que volver con ellos para reponer lo que me faltaba en mi propio ser, a saber, mi vulnerabilidad.
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Mark Wolynn (Este dolor no es mío (Spanish Edition))
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Yo tenía catorce años; había pasado mi niñez en una casa ajena, vigilado siempre por crueles personas. El señor de la casa, el padre, tenía ojos de párpados enrojecidos y cejas espesas; le placía hacer sufrir a los que dependían de él, sirvientes y animales. Después, cuando mi padre me rescató y vagué con él por los pueblos, encontré que en todas partes la gente sufría. La “María Angola” lloraba, quizás, por todos ellos, desde el Cuzco. A nadie había visto más humillado que a ese pongo del Viejo. A cada golpe, la campana entristecía más y se hundía en todas las cosas.
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José María Arguedas
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Ningún niño debería jamás crecer sin una familia o en un entorno violento, en una casa de adopción u orfanato. Nadie que quiera formar una familia debería renunciar a ella por no poder concebir naturalmente. Nadie que quiera adoptar debería dejar de cumplir ese deseo por falta de información o por temor a lo desconocido. Y si una madre o padre biológicos no pueden ofrecerle a su hijo o hija la vida que merecen y necesitan, deberían poder considerar siempre la adopción.
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Marisa Lacouture (En tu amor encontre mi hogar: Testimonio de una madre adoptiva (Spanish Edition))
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La mesa consumida por el fuego
Las marcas en el cuerpo de mi padre
La rápida confianza en los escombros
Las frases en el muro de la infancia
El ruido de mos dedos vacilando
Tu ropa en los cajones de otra casa
El ruido interminable de los autos
La cálida esperanza de volver
Sin pasos sin camino de memoria
La larga convicción de que esperamos
Que nadie reconozca en nuestra cara
La cara que perdimos hace tiempo
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Alejandro Zambra (Ways of Going Home)
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Cuando pienso en ese árbol de frutas con formas extrañas, me pregunto si sus cenizas sabrán que ya son libres, me pregunto si desplomarse fue su forma de encontrar la libertad. Y aunque no tenga respuestas y sienta a ratos un sabor amargo en la boca, siempre quedarán las manos callosas de mi madre para seguir haciendo jaleas y bocadillos, como cuando éramos niños y crecíamos felices a la sombra de ese árbol gigante de guayabas, que una vez vivió en el patio de la casa y se desplomó antes de tiempo para enseñarnos que ni las raíces más profundas, ni la madera más gruesa permanece firme para siempre.
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Sara Jaramillo Klinkert (Cómo maté a mi padre)
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¿Qué les dijo Dios a Adán y a Eva tras haberlos creado? “De todo árbol del huerto podrás comer” (Gén. 2: 16, 17). Años más tarde, cuando el pueblo de Israel estaba en camino hacia la tierra prometida, Moisés les dijo: “Os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deut. 30: 19). Josué, el sucesor de Moisés, declaró: “Escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24: 15).
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John Graz (El Adventista y... (Spanish Edition))
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1) eliminar de la casa otros alimentos más tentadores y menos saludables (como las galletas, las patatas saladas y todo tipo de dulces); 2) comer todos juntos para que el niño nos imite cuando comemos verduras; 3) que haya siempre verdura en la mesa para que el niño se acostumbre a su aspecto y olor; 4) dejar que el niño se sirva o coja con la mano la cantidad que considere oportuna (en mi casa, la norma es: «Puedes ponerte desde muy poco hasta mucho, pero siempre pon en tu plato al menos un poquito»); 5) partirlo muy pequeñito para que pueda habituarse a su sabor poco a poco; 6) animarlo (nunca obligarlo) a que pruebe un poquito, aunque sea del tamaño de un grano de arroz, de los alimentos nuevos para que su cerebro se habitúe a su sabor poco a poco, y 7), posiblemente la más importante, tener un ambiente distendido y relajado en la mesa que ayude al niño a asociar comida saludable con cariño y un poquito de diversión.
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Álvaro Bilbao (El cerebro del niño explicado a los padres)
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Mi amigo sabía muy bien que yo nunca había tenido una mascota en casa, que mi madre no aceptaba ni moscas bajo su mismo techo, que mi hermana era alérgica a los gatos, que mi hermano estaba en contra del cautiverio de animales salvajes, que mi padre se opondría de manera contundente sin mayor motivo, etc., sin embargo, se arriesgó a encargarme su bicho, porque se acordaría tal vez de cuando hojeábamos juntos en las tardes de nuestra niñez una y otra vez todos mis libros de 'La vida de los animales' de Espasa Calpe. O simplemente se atrevió porque el amigo de la infancia es ese al que no podríamos negarle ningún favor y, aunque no lo viéramos varios años, bastaría con reencontrarlo de casualidad en la calle para tener la sensación de que el día anterior fue la última vez que lo vimos".
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Ofelia Huamanchumo de la Cuba (Bestiario Personal: Narrativa (Spanish Edition))
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No asistí al sepelio de mi padre. No tenía ganas de volver a ver a mis hermanos, con quienes no hablaba desde hacía más de treinta años. Desde ese entonces, lo único que había visto de ellos eran los portarretratos esparcidos por aquí y por allá en la casa de Muizon. Sabía cómo se veían, a qué se parecían físicamente. Pero ¿cómo podía volver a verlos después de tanto tiempo, aunque fuera en esas circunstancias? “¡Cómo cambió!”, habríamos pensado unos y otros, buscando con desesperación descubrir en los rasgos de hoy lo que fuimos ayer; más aún, antes de ayer, cuando éramos hermanos, es decir, cuando éramos jóvenes.
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Didier Eribon (Regreso a Reims (Spanish Edition))
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Mi padre se daba maña con los arreglos de la casa, estaba orgulloso de su destreza en ese ámbito, así como estaba orgulloso del trabajo manual en general. Dedicaba la mayor parte de su tiempo libre a esa actividad que lo hacía dichoso y disfrutaba de un trabajo bien hecho. Cuando yo estaba en el liceo, en segundo o primero,4 me construyó un escritorio a partir de una vieja mesa. Instalaba placares, reparaba todo lo que empezaba a funcionar mal en el departamento. Yo no sabía hacer nada con las manos. Y, por supuesto, cargaba, en esta incapacidad deseada —¿no podría haberme decidido a aprender algo de él?—, todo mi deseo de no parecerme a él, de convertirme en alguien socialmente diferente a él. Más adelante, descubriría que algunos intelectuales adoran ocuparse de los arreglos de sus casas y que uno puede amar los libros —leerlos y escribirlos— y, a la vez, dedicarse con placer a realizar actividades prácticas y manuales. Ese descubrimiento me hundiría en un abismo de perplejidad: como si toda mi personalidad estuviera puesta en duda por la desestabilización de lo que había percibido y vivido por mucho tiempo como un binarismo fundamental, constitutivo (aunque en realidad sólo era constitutivo de mí mismo).
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Didier Eribon (Regreso a Reims (Spanish Edition))
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Y mi arma secreta: cada vez que entro en casa tiro el abrigo al suelo, me pongo de rodillas y grito sus nombres con efusividad. Así ellos vienen corriendo a saludarme y me devuelven el mismo cariño que les doy. No esperes a que tus hijos te adoren si tú no les haces sentir primero a ellos que son especiales cada día de sus vidas. El secreto de tener la relación que siempre has soñado con tus hijos no es otro que construirla día a día con ellos.
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Álvaro Bilbao (El cerebro del niño explicado a los padres)
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Tu sueño realista es difícil de destruir, una encarnación que no quieres dejar, es lo que te pertenece, casi no es un sueño, eres naturalmente la pareja de Romualdo y lo sabes y no quieres dejarme destruir ese sueño para iniciarte en otro. El sueño de Romualdo lo comprendes entero, el que te propongo, no, te queda grande, pero yo lo puedo rebajar a tu medida, te puedo ir encajando poco a poco dentro de él. Estás urgida, no puedes más, salir, salir ahora es lo que quieres, no puedes postergar tu deseo de salir.
- Te vas a perder.
- No me importa.
- No vas a tener dónde dormir ni qué comer.
Te encoges de hombros con un gesto que desprecia mi temor de la intemperie que no quiero que desprecies porque necesito que lo hagas tuyo, por lo menos ahora, esta noche: te hablo, me escuchas, te explico que todo lo del Gigante fue una farsa porque el verdadero padre se escondía dentro de Romualdo, que no ere más que otra máscara como la del Gigante que ella vio que destruyeron, ahora hay que destruir la máscara de cartonpiedra de Romualdo para encontrar al otro adentro, al verdadero padre de tu hijo, vive en su palacio de fierro y cristal, lo puedes ver desde tu ventana, uno de esos palacios que despiden haces de luz que tratas de atrapar con tus manos para encaramarte a ellos, no tendrás para qué encaramarte a un haz de luces, Iris, yo destruiré la máscara de Romualdo y te traeré al verdadero padre, espérame aquí, las calles son terribles, hay hombres barbudos que acechan y médicos que hacen sufrir al extirparte órganos con sus bisturís finísimos, y los perros de los doctores persiguen a la gente que anda por la calle de noche y no tiene identificación ni domicilio conocido, la oscuridad de afuera no es como la oscuridad de esta Casa, Iris, esa oscuridad de allá es la de la gente que no tiene ni dónde caerse muerta como dicen y no tienen dónde caerse muerta porque esa oscuridad es el vacío que traga y uno cae gritando y nunca deja de caer gritando y gritando y cayendo y cayendo porque no hay fondo, hasta que la voz se pierde pero uno sigue y sigue cayendo en esa infinidad de calles vertiginosas con nombres que tú no conoces, llenas de caras de gentes que se reirán de ti, que viven en casas donde no te van a dejar entrar y hacen cosas que tú no entiendes, no te acerques más, Iris, no me toques así, no Humberto, no permitas que la Iris siga tocándote porque va a romper tus disfraces, si no huyese tendrás que volver a ser un tú mismo que ya no recuerdas dónde está ni quién es, acercas tus labios gordos a mi boca y tus muslos hurgan entre mis pobres piernas flacas que tiemblan, no le permitas que te transforme en Humberto Peñaloza con su carga de nostalgia intolerable, huye para que tu sexo no despierte con la presión de esas palmas carnosas, que no responda a su lengua que explora tu boca y tu lengua, mantenerte yerto en el rincón donde sus tetas y sus caderas te aprietan, Humberto no existe, el Mudito no existe, existe sólo la séptima vieja. Tu mano no encuentra nada.
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José Donoso (El obsceno pájaro de la noche)
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Presenta primero la opción grande, luego la pequeña Mi hija de ocho años me cautiva constantemente. Una de sus tácticas favoritas es pedirme que la lleve a una juguetería del barrio llamada Cheeky Monkey. El propietario de la tienda tiene productos para los padres «helicóptero» (llamados así porque dan vueltas alrededor de sus críos) que no reparan en gastos para sus pequeños tesoros. Por tanto, salir de Cheeky Monkey sin haber gastado como mínimo 20 dólares (un par de peluches pequeños) es algo así como «Misión Imposible». Cuando me niego a ir a Cheeky Monkey, mi hija vuelve a la carga con un: «Pues entonces, ¿podemos ir a la tienda de chuches a comprar caramelos?». Y yo rara vez le niego nada. (Sinceramente, no preveo decirle «No» hasta que se case... y, tal vez, ni siquiera entonces. Y, por supuesto, nunca le negaré nada si me da nietos.) En retrospectiva, no debería haber usado nunca el libro de Robert Cialdini como fuente de cuentos para acostarla, porque ahora domina como nadie lo que ella llama «el principio del contraste». Significa que después de una petición grande, como ir a comprar un juguete a Cheeky Monkey Toys, su petición de caramelos, por contraste, parece insignificante, por lo que no puedo negarme a ella. Pero, como dicen en publicidad: «¡Espere, hay más!». Si ahora puedes conseguir que la gente te conceda pequeños favores, es más posible que accedan a hacerte favores más grandes en el futuro. En 1966, J. L. Freedman y S. C. Fraser hicieron un experimento en el que pedían permiso a los participantes para entrar en sus casas a catalogar los productos caseros que usaban. Sólo accedió el 28 % de ellos. Cuando les pidieron a los participantes que respondieran a unas cuantas preguntas de una encuesta y luego volvían a llamarlos al cabo de tres días, para pedirles poder entrar en sus casas, el 53 % accedió. Poniendo «un pie en la puerta» mediante la pequeña petición de responder a la encuesta, los investigadores duplicaron su tasa de éxito.[20] Alguien debería hacer un estudio que combine ambas técnicas: una opción grande, luego una pequeña para poner el pie en la puerta y después una grande una vez dentro de la casa. Es decir, primero los investigadores les pedían a los participantes un favor grande, como entrar en sus casas. Segundo, cuando la mayoría se negaba, les pedían un pequeño favor: «¿Y si sólo le pido que conteste a unas cuantas preguntas de una encuesta?». Finalmente, al cabo de tres días y teniendo ya el pie en la puerta, les volvían a pedir a los que habían respondido a la encuesta si podían entrar en sus casas. Sólo espero que mi hija no aprenda nunca el matiz de poner el pie en la puerta.
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Guy Kawasaki (El arte de cautivar: Cómo se cambian los corazones, las mentes y las acciones)
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Leonid Andréyev, del que ya le he hablado, tiene un relato. Un hombre que vivía en Jerusalén vio un día cómo junto a su casa conducían a Cristo. El hombre lo vio todo y lo oyó, pero entonces le dolía una muela. Ante sus ojos, Cristo cayó al suelo con la cruz a cuestas, cayó y lanzó un grito de dolor. El hombre que veía todo esto no salió de su casa a la calle porque le dolía una muela. Al cabo de dos días, cuando dejó de dolerle la muela, le contaron que Cristo había resucitado y entonces el hombre pensó: «Y yo que podía haber sido testigo del hecho, pero como me dolía la muela…».
¿Será posible que siempre ocurra igual? Los hombres nunca están a la altura de los grandes acontecimientos. Siempre les superan los hechos. Mi padre luchó en la defensa de Moscú en el 42. Pero no comprendió que había participado en un gran acontecimiento hasta pasadas decenas de años. Por los libros, las películas. Él, en cambio, recordaba: «Estaba metido en una trinchera. Disparaba. Quedé enterrado por una explosión. Los enfermeros me sacaron de allí medio vivo». Y nada más.
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Svetlana Alexievich (Voices from Chernobyl: The Oral History of a Nuclear Disaster)
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El olvido me invade ahí, sentado al lado de mi padre y mi madre, paso de palabras vacías al vacío absoluto de un modo perfecto, indoloro.
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Daniele Mencarelli (La casa de las miradas (Literaria nº 22) (Spanish Edition))
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Llevóme de vuestros ojos
a su casa Fernán Gómez;
la oveja al lobo dexáis,
como cobardes pastores.
¡Qué dagas no vi en mi pecho!
¡Qué desatinos enormes,
qué palabras, qué amenazas,
y qué delitos atrozes,
por rendir mi castidad
a sus apetitos torpes!
Mis cabellos, ¿no lo dizen?
¿No se ven aquí los golpes,
de la sangre, y las señales?
¿Vosotros sois hombres nobles?
¿Vosotros, padres y deudos?
¿Vosotros, que no se os rompen
las entrañas de dolor,
de verme en tantos dolores?
Ovejas sois, bien lo dize
de Fuente Ovejuna el nombre.
¡Dadme unas armas a mí, pues sois piedras, pues sois bronzes!
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Lope de Vega (Fuenteovejuna)
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LI LORD No sé si tú, Platero, sabrás ver una fotografía. Yo se las he enseñado a algunos hombres del campo y no veían nada en ella. Pues éste es Lord, Platero, el perrillo foxterrier de que a veces te he hablado. Míralo. Está ¿lo ves? en un cojín de los del patio de mármol, tomando, entre las macetas de geranios, el sol de invierno. ¡Pobre Lord! Vino de Sevilla cuando yo estaba allí pintando. Era blanco, casi incoloro de tanta luz, pleno como un muslo de dama, redondo e impetuoso como el agua en la boca de la caño. Aquí y allá, mariposas posadas, unos toques negros. Sus ojos brillantes eran dos breves inmensidades de sentimientos de nobleza. Tenían vena de loco. A veces, sin razón, se ponía a dar vueltas vertiginosas entre las azucenas del patio de mármol, que en mayo lo adornan todo, hojas, azules, amarillas de los cristales traspasados del sol de la montera, como los palomos que pinta don Camilo... Otras se subía a los tejados y promovía un alboroto piador en los nidos de los aviones... La Macaria lo enjabonaba cada mañana y estaba tan radiante siempre como las almenas de la azotea sobre el cielo azul, Platero. Cuando se murió mi padre, pasó toda la noche velándolo junto a la caja. Una vez que mi madre se puso mala, se echó a los pies de su cama y allí se pasó un mes sin comer ni beber... Vinieron a decir un día mi casa que un perro rabioso lo había mordido... Hubo que llevarlo a la bodega del Castillo y atarlo allí al naranjo, fuera de la gente. La mirada que dejó atrás por la callejilla cuando se lo llevaban sigue agujereando mi corazón como entonces, Platero, igual que la luz de una estrella muerta, viva siempre, sobre pasando su nada con la exaltada intensidad de su doloroso sentimiento... Cada vez que un sufrimiento material me punza el corazón, surge ante mí, larga como la vereda de la vida a la eternidad, digo, del arroyo al pino de la Corona, la mirada que Lord dejó en él para siempre cual una huella macerada.
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Juan Ramón Jiménez (Platero y yo: Elegía Andaluza (Spanish Edition))
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Continué por la calle, pero los había perdido de vista. Y allí estaba yo, sin sombrero, dando la impresión de estar también loco. Como pensaría cualquiera, uno está loco y otro se ahogó y a la otra la puso su marido en la calle, ¿por qué razón no van a estar también los demás locos? Siempre los sentía mirarme como buitres, como esperando la ocasión de decir No me extraña siempre he pensado que toda la familia estaba loca. Vender un terreno para mandarlo a Harvard y pagar impuestos para sostener la Universidad del Estado que no he visto nunca excepto en un partido de béisbol y no permitir que se pronuncie el nombre de su hija en la casa y que Padre después de cierto tiempo no volviese a venir al pueblo sino que se quedaba allí sentado todo el día con la botella yo veía la parte inferior de su camisón y las piernas desnudas y oía el tintineo de la botella hasta que finalmente se lo tenía que servir T. P. y ella dice No tienes respeto por la memoria de tu Padre y yo digo No veo por qué seguro que está bien guardada sólo que si yo también estoy loco Dios sabe lo que haré sólo ver el agua me pone enfermo y casi prefiero beber gasolina que un vaso de whisky y Lorraine les dice puede que no beba pero si creéis que no es hombre ya os diré yo cómo podéis comprobarlo ella dice como te pille tonteando con una de estas zorras ya sabes lo que haré dice la daré una paliza dice la agarraré y la pegaré la pegaré mientras no se me escape y yo digo si no bebo es asunto mío pero acaso te he fallado alguna vez la digo que la invitaré a tanta cerveza como para que si quiere se dé un baño con ella porque siento respeto por una puta honrada porque con la salud de Madre y la posición en que pretendo mantenerla sin ningún respeto por lo que intento hacer por ella más que convertir su nombre, mi nombre y el nombre de mi madre en la comidilla del pueblo.
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Anonymous
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El señor de Montecristo no está aquí en casa de mi padre; el señor de Montecristo no está aquí en casa de la señora de Villefort; el señor de Montecristo está en su casa.
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Anonymous
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Los niños, los blancos, iban a jugar allí conmigo, y a veces yo iba a jugar a casa de ellos; algunos eran muy buenos. A mi padre no le gustaba. Hasta mucho tiempo después no supe por qué no le gustaba. Pero ahora lo sé. No había otra familia de color en muchas leguas a la redonda. Y ahora sólo hay un hombre de color en este rancho y una familia en Soledad.
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John Steinbeck (Of Mice and Men)
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—¿Qué es esto? —preguntó Lirin, devolviendo la atención al trabajo—. ¿La casa del alto príncipe ya está enviando soldados? Esperaba que tardaran más. ¿A cuántos traes contigo? Nos vendrá muy bien la... Lirin dejó la frase en el aire y volvió a mirar a Kaladin. Abrió los ojos como platos. —Hola, padre —dijo Kaladin. El guardia por fin recuperó terreno, avanzando a empujones entre sorprendidos lugareños y blandiendo su maza como si fuera una porra. Kaladin se hizo a un lado sin pensarlo y empujó al hombre para que siguiera tropezando pasillo abajo. —Sí que eres tú —dijo Lirin. Se acercó a toda prisa y dio un abrazo a Kaladin—. Oh, Kal. Mi chico. Mi niño. ¡Hesina! ¡Hesina!
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Brandon Sanderson (Juramentada (El archivo de las tormentas, #3))
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Vi cómo el hombre a quien yo odiaba golpeaba a la mujer a quien yo amaba. Al día siguiente, mi padre estaba muerto.
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Charlie Donlea (La casa de los suicidios (Charlie Donlea) (Spanish Edition))