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El silencio que había no provocaba paz alguna: al contrario, era tan perturbador como tener que escuchar un concierto de Blink 182 estando crudo. Y la recurrente voz me gritaba al oído, Esto —esto— es La Soledad. Bienvenido. Este es tu estado de confort, no porque te sientas cómodo en él, sino porque es el único que conoces. Por eso lo sigues buscando a dondequiera que vas, por eso te alejas de todo al punto en que llegas a la enajenación completa del resto del mundo. No lo quieres, pero no puedes vivir sin él, no sabes vivir sin él. Necesitas tanto a ese falso-estado-de-confort que, por más que lo quieres dejar, no puedes. Y se ha convertido en una trampa, un callejón sin salida del cual no puedes escapar, una adicción de la que por más que quieras no puedes desintoxicarte. Te han convertido en un junkie de soledad, todos se han encargado de darte tus dosis diarias sin falta, todos se han encargado de que te conviertas en eso. Y tampoco quieres aceptar esto pero tú, sí, tú, eres una buena persona. Eres la persona más buena que has conocido en tu vida porque nunca has orillado a nadie a que caiga en esta adicción como lo han hecho contigo. Y no lo has hecho porque sabes que eso es inhumano, que es lo peor que se le puede hacer a una persona. Te creen egoísta, pero tampoco lo eres. Al contrario, has dejado que todos a tu alrededor depositen en ti su egoísmo, el cual ha sido tanto que te ha orillado a lo más cercano que se puede estar del abismo. Eres noble, eres bueno, y tú, así como cualquiera de los que están allá afuera, sólo buscas una cosa. Eso me dijo —me gritó— al oído. Y lo hizo con tanta seguridad que casi se lo creí. Las voces: son tantas que llega un punto en el que no sabes cuál es la tuya.
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