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Al poco tiempo tuvo una hija que era tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y tenía los cabellos tan negros como el ébano, y por eso la llamaron Blancanieves. Y, nada más crecer la niña, murió la reina.
Pasado un año, el rey tomó otra esposa. Era una mujer hermosa, pero orgullosa y arrogante, y no podía soportar que alguien la superase en belleza. Tenía un espejo maravilloso y, cuando se situaba frente a él y se miraba, decía:
-Espejito, espejito de la pared, la más hermosa de todo el reino, ¿quién es?
A lo que el espejo respondía:
-Mi reina y señora, en el reino vos sois la más hermosa.
Entonces se quedaba satisfecha, pues sabía que el espejo decía la verdad.
Pero Blancanieves fue creciendo y fue haciéndose cada vez más bella, y cuando hubo cumplido siete años, era ya tan linda como la luz del día y más hermosa que la propia reina. En una ocasión le preguntó a su espejo:
-Espejito, espejito de la pared, la más hermosa de todo el reino, ¿quién es?
El espejo respondió:
-Mi reina y señora, vos sois aquí la más hermosa, pero Blancanieves es mil veces que vos más preciosa.
Entonces la reina se asustó y se puso amarilla y verde de envidia.
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