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El Libertador avanza serenamente, con el sombrero en la mano. Una de las damas, desde el balcón de la esquina de la plaza principal, arroja una corona de laureles, que el héroe toma al punto y agradece, con una mirada penetrante. La mujer se llama Manuela Sáenz, y se la presentan al general por la noche en el baile de gala ofrecido por el Ayuntamiento en su honor. Tiene la bella quiteña veinticuatro años, ojos negros de gran pasión, piel blanca, rostro ovalado, cabellera muy abundante, oscurísima, partida en dos y un pecho de admirables turgencias. Luce en el baile la banda de Caballeresa del Sol, condecoración otorgada poco antes en Lima por el general San Martín a la valerosa mujer en reconocimiento de los servicios que prestara a la libertad en la capital peruana, junto a Rosita Campuzano –amante de San Martín– y otras damas de categoría. Manuela es hija ilegítima del español Simón Sáenz de Vergara y de la linajuda criolla María Joaquina Aispuru. Está casada con un inglés que le dobla casi en edad, el doctor Jaime Thorne, quien se ocupa a la vez en medicina y en negocios y mueve sus combinaciones económicas con el propio padre de Manuela. Esta bella mujer decía que se había casado con Thorne para "molestar y reírse de la aristocracia quiteña". El matrimonio se efectuó, en realidad, a poco de que la quiteña se hubiera fugado con un oficial, del convento donde se educaba.
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