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El barrio se llamaba Voluntad de Dios y eso me hacía sentir más ahogada. Nada que tenga a Dios en su nombre trae cosas buenas. ¡Vea por Dios!, carraspeaba mi papi Chelo antes de llevarse a Noris para castigarla con su cinturón en el patio de la casa; el ñañerio tembloroso subía el volumen de la radio, pero yo igual sabía lo que estaba pasando. O ¡ay, Dios mío!, gritaba mi mami Nela antes de encerrarse a susurrar, a hablar rezando con las ñañas dentro del cuarto por una, dos, tres, cuatro, cinco, seis horas y luego todas salían rojas, ahogadas, respirando para dentro los mocos y las lágrimas.
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