Alba Flores Quotes

We've searched our database for all the quotes and captions related to Alba Flores. Here they are! All 5 of them:

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El bohío de la loma, bajo sus alas de paja, siente el frescor mañanero y abre sus ojos al alba. Vuela el pájara del nido. Brinca el gallo de la rama. A los becerros, aislados de las tetas de las vacas, les corre por el hocico leche de la madrugada. Las mariposas pululan —rubí, zafir, oro, plata...—: flores huérfanas que rondan buscando a las madres ramas...
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Esmeralda Santiago (When I Was Puerto Rican: A Memoir (A Merloyd Lawrence Book))
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Why is it called tierra and not tierro? Why is it round, like two breasts sewn together, like the two halves of an orange—a naranja—or the belly of a pregnant woman, and has never had any phallic tendencies, even while it was first forming? Why do we say naturaleza, in the feminine, and not naturalezo? Why did the old poets prefer to write la mar and not el mar, the way most people do today? Why is it la noche, night, la madrugada, dawn, la soledad, solitude, la ternura, tenderness, la felicidad, happiness, la luz, light, la luna, the moon, las constelaciones, the constellations, la voz, a person’s voice, las caricias, caresses, las flores, flowers, la melancolía, melancholy? Why would it seem that the really poetic words are in the feminine? But that’s nonsense. Mentira, lie, is feminine, and that’s not so poetic. And there are lots of poetic words that are masculine: el cielo, the sky, el alba, another word for dawn, el misterio, mystery, el desea, desire, el parto, childbirth, el bien, good as opposed to evil. And speaking of evil, that’s masculine in gender, el mal, and so is power, el poder. Although we shouldn’t forget el querer, loving, a word that belongs to the strategy of desire. And also has a little bit of goodness in it. Bondad, goodness, is a very pretty word, and very feminine—it’s conjugated in the feminine. On the other hand, muerte, death, which is feminine, no matter how she gets herself up to look attractive and profound, could she ever seduce anyone?
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Zoé Valdés (Dear First Love)
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Acabada la comida, el notario se fue a su estudio a dormitar en un diván, la madre salió a regar las flores. Pilar se puso a leer una revista y Valentina y yo discutimos sobre materias graves. Una de ellas —nada menos— la iglesia donde nos casaríamos un día. Estábamos de acuerdo en que el amor libre no estaba bien y era necesario el matrimonio. Así, pues, nos casaría mosén Joaquín y, puestos a elegir la iglesia, después de nombrar todas las del pueblo, propuse yo la ermita de San Cosme y San Damián, antigua y de bastante fama, que estaba precisamente cerca de la Herradura. Valentina aprobó mi idea con entusiasmo. —Estando tan lejos la ermita —decía razonable como siempre— sólo se molestarán en venir a la boda los amigos verdaderos. No gustaba ella de la gente hipócrita, como Pilar, por ejemplo. Yo tampoco. La cocinera, al oír lo de San Cosme y San Damián soltó a reír con un fondo maligno que yo no sabía cómo entender. Se asomaba a la puerta y me miraba con sorna. Yo despreciaba en todo caso el mundo de las cocineras. Pero ella volvía con sus risas. Más tarde supe que aquella ermita era la que preferían para casarse las campesinas que no habían tenido paciencia para esperar o no habían podido resistir la impaciencia del novio. Es decir, que las mujeres que se casaban allí estaban visiblemente encintas. Solía suceder entre campesinos y gente humilde. La cocinera representaba, una vez más, la procaz realidad interfiriendo en nuestro sentido angélico de las cosas.
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RamĂłn J. Sender (CrĂłnica del alba, 2)
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Creo que debería empezar a trabajar un poco, ahora que aprendo a ver. Tengo veintiocho años y no me ha ocurrido prácticamente nada. Recapitulemos: he escrito un estudio malo sobre Carpaccio, una obra de teatro que se titula Matrimonio y trata de demostrar una tesis falsa con medios ambiguos, y algunos versos. Ay, pero los versos valen tan poco, cuando se los escribe de joven. Uno debería esperar y dedicar toda una vida a atesorar sentido y dulzura, una vida larga, a ser posible, y entonces, al término de la misma, quizá fuera capaz de escribir diez versos que merecieran la pena. Y es que, contrariamente a lo que cree la gente, los versos no son sentimientos (éstos se tienen ya en la primera juventud): son vivencias. Para dar a luz un solo verso hay que haber visto muchas ciudades, hombres y cosas, hay que conocer los animales, hay que sentir cómo vuelan las aves y saber con qué ademán se abren las flores pequeñas al amanecer. Hay que ser capaz de recordar caminos de regiones desconocidas, encuentros inesperados y separaciones que se veían venir de lejos; días de infancia aún por aclarar, a los padres a los que no podíamos evitar ofender cuando nos traían una alegría que nosotros no entendíamos (era una alegría destinada a otro); las enfermedades infantiles que aparecían de un modo tan extraño y experimentaban tantas transformaciones profundas y graves, días pasados en estancias tranquilas y recogidas, y mañanas junto al mar, el mar en general, los mares, las noches de viaje que pasaban altas y como una exhalación y volaban con todas las estrellas; y ni siquiera basta con ser capaz de pensar en todo esto. Hay que haber conservado el recuerdo de muchas noches de amor, ninguna de las cuales se parece a la otra, de gritos de parturientas y de mujeres que acaban de dar a luz y, aligeradas, blancas y durmientes, se cierran. Pero también hay que haber asistido a moribundos, estado con muertos en habitaciones con la ventana abierta y ruidos esporádicos. Y tampoco basta con tener recuerdos. Hay que saber olvidarlos, si son muchos, y tener la enorme paciencia de esperar a que regresen. Porque los recuerdos en sí todavía no existen. Solo cuando se tornan sangre en nosotros, cuando se convierten en mirada y gesto, cuando se hacen indecibles y no pueden distinguirse ya de nosotros, solo entonces puede suceder que, en un momento rarísimo, brote en su centro y emane de ellos la primera palabra de un verso.
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Rainer Maria Rilke (Los apuntes de Malte Laurids Brigge (Alba Clásica) (Spanish Edition))
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Te quiero, Léila mía, con tal exceso que te diera mi vida por solo un beso. Te quiero más que á mi alma; me es de tal modo la vida, sin tí, nada; contigo todo. Te quiero como al áura quieren las flores, como á la luz del alba los ruiseñores; te quiero cual los pájaros quieren al viento, cual los peces las ondas de su elemento: como la madre al niño, como la hiedra del muro á que se ciñe quiere á la piedra.
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Santiago Posteguillo (El séptimo círculo del infierno: Escritores malditos, escritoras olvidadas)