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Quisiera recordar - dijo Ylla rompiendo el silencio y mirando a lo lejos, más allá de la figura de su marido, frío, erguido, de mirada amarilla.
- ¿Qué quisieras recordar? - preguntó el señor K bebiendo un poco de vino.
- Aquella canción - respondió Ylla -, aquella dulce y hermosa canción. Cerró los ojos y tarareó algo, pero no la canción. - La he olvidado y no se por qué. No quisiera olvidarla. Quisiera recordarla siempre.
Movió las manos, como si el ritmo pudiera ayudarle a recordar la canción.
Luego se recostó en su silla.
- No puedo acordarme - dijo, y se echó a llorar.
- ¿Por qué lloras? - le preguntó su marido.
- No sé, no sé, no puedo contenerme. Estoy triste y no sé por qué. Lloro y no sé por qué.
Lloraba con el rostro entre las manos; los hombros sacudidos por los sollozos.
- Mañana te sentirás mejor - le dijo su marido.
Ylla no lo miró. Miró únicamente el desierto vacío y las brillantísimas estrellas que aparecían ahora en el cielo negro, y a lo lejos se oyó el ruido creciente del viento y de las aguas frías que se agitaban en los largos canales. Cerró los ojos, estremeciéndose.
- Sí - dijo -, mañana me sentiré mejor...
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