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Los padres de Tom son docentes e intelectuales. Su padre dio clases de Literatura en el Connecticut College durante treinta años. Su madre trabajaba en la secretaría de exalumnos. Vivían y respiraban universidad, y se ufanaban de ser cultos, cosa que se reflejaba en todo lo que hacían y eran. En gran parte era inofensivo, y hasta beneficioso, para Tom y su hermana pequeña, Kathy. Las vacaciones eran siempre de acampada familiar. No les dejaban ver la tele sin supervisión, y solo los fines de semana. Imaginaos lo insulso que era el contenido autorizado. Tenían que leer diez libros por verano, y a colonias nunca iban. Nada de quedarse a dormir en casa de un amigo. Toque de queda estricto, y cada domingo a la iglesia, aunque de religión se hablaba más en términos de teoría y sociología que de pasión y fe. Lo evaluaban y lo analizaban todo, despojándolo de las influencias emocionales que pudieran llevar a creer en una mentira o a actuar de modo erróneo. Seguro que conocéis a gente de este tipo. A los no tan disciplinados les despiertan ganas de zarandearlos hasta que se desprenda alguna emoción, aunque se queden inconscientes. No parecen humanos, a pesar de su tan buen comportamiento.
¿En qué se traducía todo esto para Tom? Si llegaba a casa con sobresalientes, no había euforia, abrazos, besos ni llamadas por teléfono a los abuelos. Nada de monedas para la hucha, ni de postre especial, ni de saltarse una práctica de piano. No pegaban las notas a la nevera, no; las evaluaban y las comentaban, y a Tom le recordaban que sus notas eran un reflejo de lo mucho que había trabajado, y que no se pensara que era mejor o más listo que los otros. Y cuando cantaba en la obra de fin de curso, o anotaba una carrera en el partido de béisbol, o traía un animal de barro pintado de la asignatura de arte, con un vago parecido a una jirafa… Todo lo que hacía Tom era objeto de valoración sincera y desapasionada. En el segundo estribillo has desafinado un poco, Tom. A la primera base has llegado más que nada por suerte, Tom. No te creas que te volverá a pasar. Tienes que practicar más. Hombre, se nota que te has divertido haciéndolo.
Sí, ¿verdad? Exacto. Un poco adelantados a su tiempo, precursores de los consejos educativos que nos han endosado durante la pasada década. No hay que estar orgulloso de los hijos. Son ellos los que tienen que enorgullecerse. Tampoco hay que hacer falsos elogios, porque entonces dejan de fiarse de nuestras opiniones. No hay que dejarlos por el mundo creyéndose mejores de lo que son, porque solo servirá para que se lleven una decepción. La verdadera autoestima es la que viene de tener unos padres sinceros.
Yo estos disparates los rechazo desde siempre. En eso soy un caso aparte.
Somos seres pequeños e insignificantes. Lo único que nos llena, lo que nos da un horizonte, orgullo, sentido del yo, es el lugar que ocupamos en los corazones de la gente. Necesitamos que nos quieran nuestros padres sin condicionantes, sin lógica ni racionalidad. Necesitamos que nos vean a través de un cristal distorsionado por su amor y que nos digan de todas las maneras posibles que los llena de felicidad el mero hecho de que estemos en el mundo. De acuerdo, algún día nos daremos cuenta de que nuestras jirafas de barro no eran magistrales, pero es necesario que nos hagan llorar siempre que las bajemos de nuestros desvanes, sabiendo que cuando nuestros padres veían estos trozos de yeso tan feos sentían un orgullo absurdo y ganas de abrazarnos hasta que nos dolieran los huesos. Es lo que necesitamos de los padres, más que la verdad sobre lo pequeños que somos. Ya habrá gente de sobra que nos lo recuerde y nos ofrezca evaluaciones desapasionadas de nuestra mediocridad.
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