W Durant Quotes

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While not all elements in the Periodic Table are represented by letters of the alphabet, some in this book (Magical Elements of the Periodic Table Presented Alphabetically by the Metal Horn Unicorns), are introduced by alternate designations. For instance, Tungsten is also known as Wolfram so “W” is used as the entry for that alphabetical letter in this book. The letter “W” is also used as the atomic symbol for Tungsten in all periodic tables.
Sybrina Durant (Magical Elements of The Periodic Table: Presented Alphabetically by The Metal Horn Unicorns)
Durante los ocho años de presidencia de George W. Bush, y los primeros cuatro de Barack Obama, el país desembolsó un billón de dólares para crear la estructura de seguridad más mastodóntica, engorrosa, duplicada y tal vez ineficaz que el mundo había conocido jamás.
Frederick Forsyth (El Zorro)
[W]orship, if not the child, is at least the brother, of fear.
Will Durant
Maquiavelo no tenía una gran opinión de los franceses. [...] Cuando se les pedía algún favor o servicio, de inmediato manipulaban el asunto para ver qué ganancia podían sacar de él, y luego cumplían con sus compromisos únicamente durante el tiempo en que estos sirvieran a sus propósitos.
W. Somerset Maugham (Hoy, como ayer)
Estoy convencido de que hay hombres que nacen fuera de su ambiente. La casualidad los coloca en un determinado medio, pero siempre sienten nostalgia de una patria que no conocen. Son extranjeros en el país de su nacimiento, y los senderos que conocieron de niños, o las calles populosas donde jugaron, no son para ellos más que lugares de paso. A veces permanecen durante toda su vida como extranjeros entre sus conciudadanos, sin conseguir aclimatarse al único ambiente que han conocido. Quizá sea esta sensación de extrañamiento la que impulsa a los hombres a recorrer el mundo en busca de algo permanente donde asentar sus reales. Quizá sea un arraigado atavismo el que los incita a volver a lugares que sus antepasados abandonaron en los oscuros comienzos de la historia. Los hombres descubren a veces un lugar al que, por causa desconocida, se sienten pertenecer. Aquella es la patria que buscaban y se quedan a vivir en regiones que no habían visto hasta entonces, entre hombres que jamás conocieron, como si les fueran familiares desde su nacimiento. En una palabra, allí encuentran por fin el apetecido descanso.
W. Somerset Maugham
Fue también decisivo para mis progresos en el colegio el que nunca considerase estudiar y leer como una carga. Muy al contrario, encerrado, como había estado hasta entonces, en la Biblia galesa y las homilías, me parecía ahora como si al pasar cada página se abriera otra puerta. Leía todo lo que ofrecía la biblioteca del colegio, formada de un modo totalmente arbitrario, y lo que conseguía prestado de mis profesores, libros de geografía y de historia, relatos de viajes, novelas y biografías, y me quedaba hasta la noche ante libros de consulta y atlas. Poco a poco surgió así en mi cabeza una especie de paisaje ideal, en el que el desierto arábigo, el imperio azteca, el continente antártico, los Alpes nevados, el Paso del Noroeste, la corriente del Congo y la península de Crimea formaban un solo panorama, poblado de todas las figuras correspondientes. Como en cualquier momento que quisiera, en la clase de latín lo mismo que durante el servicio religioso o en los ilimitados fines de semana, podía imaginarme en ese mundo, nunca caí en las depresiones que padecían tantos en Stower Grange.
W.G. Sebald (Austerlitz)
PAPÁ OLVIDA W. Livingston Larned. Escucha, hijo: voy a decirte esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida. He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una ola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama. Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo. Te regañé cuando te vestías para ir a la escuela, porque apenas te mojaste la cara con una toalla. Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo. Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado. Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado el pan con mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: «¡Adiós, papito!» y yo fruncí el entrecejo y te respondí: «¡Ten erguidos los hombros!» Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenías agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí. Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar, hijo, que un padre diga eso. ¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta. «¿Qué quieres ahora?» te dije bruscamente. Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aun el descuido ajeno puede agotar. Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera. Bien, hijo; poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender; esta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de ti. Y medía según la vara de mis años maduros. Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas. Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza. Es una pobre explicación; sé que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto. Pero mañana seré un verdadero papito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: «No es más que un niño, un niño pequeñito». Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro.
Anonymous
The greatest question of our time is not communism versus individualism, not Europe versus America, not even the East versus the West; it is whether men can live without God. WILL DURANT
Charles W. Colson (God & Government: An Insider's View on the Boundaries Between Faith & Politics)
PAPÁ OLVIDA W. Livingston Larned Escucha, hijo: voy a decirte esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida. He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una ola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama. Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo. Te regañé cuando te vestías para ir a la escuela, porque apenas te mojaste la cara con una toalla. Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo. Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado. Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado el pan con mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: " ¡Adiós, papito!" y yo fruncí el entrecejo y te respondí: "¡Ten erguidos los hombros!" Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenías agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí. Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar, hijo, que un padre diga eso. ¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta. "¿Qué quieres ahora?" te dije bruscamente. Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aun el descuido ajeno puede agotar. Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera. Bien, hijo; poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender; esta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de ti. Y medía según la vara de mis años maduros. Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas. Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza. Es una pobre explicación; sé que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto. Pero mañana seré un verdadero papito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: "No es más que un niño, un niño pequeñito". Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro. He pedido demasiado, demasiado.
Dale Carnegie (Cómo ganar amigos e influir sobre las personas: Versión completa)
A maior parte dos interrogadores voltava de mãos vazias dia após dia. “Nenhuma informação obtida da fonte”, era o que os interrogadores informavam todas as semanas. E exatamente como ■■■■■■■■■■■■■■ tinha dito, o ■■■■■■■■■■ estava desesperado para fazer os detentos falar. Assim, ■■■■■■■ montou um mini■■■■■■■■■ dentro da organização maior. Essa força-tarefa, que englobava gente do Exército, da Marinha, dos Fuzileiros Navais e civis, tinha como missão arrancar informações dos detentos. A operação foi cercada de máximo sigilo. ■■■■■■■■■■ era um personagem de destaque nesse subgrupo ■■■■■■ . Embora ■■■■■■■ fosse uma pessoa inteligente, davam a ele o serviço mais sujo da ilha e, por meio de uma espantosa lavagem cerebral, o levavam a crer que estava fazendo a coisa certa. ■■■■■■ estava sempre envolto num uniforme que o cobria da cabeça aos pés, porque ■■■■■■■■■ tinha consciência de que ele estava cometendo crimes de guerra contra detentos indefesos. ■■■■■■■■■■■■ era A Coruja da Noite, O Adorador do Diabo, O Homem da Música Alta, o Cara da Antirreligião, o interrogador por excelência. Cada um desses apelidos se justificava. ■■■■■■ tinha por hábito “entreter” os detentos que não estavam autorizados a dormir. Privou-me de sono durante cerca de dois meses, ao longo dos quais tentou subjugar minha resistência mental, sem sucesso. Para me manter acordado, ele resfriava ao máximo a temperatura de onde eu me achava, me obrigava a escrever todo tipo de coisa sobre minha vida, me dava água sem parar e às vezes me fazia ficar a noite inteira de pé. Um dia, me deixou pelado com ajuda de um carcereiro ■■■■■■■■■ para me humilhar. Outra noite, me pôs numa sala gelada cheia de fotos propagandísticas dos Estados Unidos, inclusive uma foto de George W. Bush, e me fez ouvir mil vezes o hino nacional americano. ■■■■■■ cuidava de diversos detentos ao mesmo tempo. Eu ouvia muitas portas batendo, música alta e detentos indo e vindo, o barulho das pesadas correntes denunciando sua presença. ■■■■■ punha os detentos numa sala escura com imagens que supostamente representavam demônios. Fazia os detentos ouvir música de ódio e fúria, e a música “Let the Bodies hit the Floor” mil vezes, a noite inteira, na sala escura. Ele era muito explícito sobre seu ódio ao islã, e proibia terminantemente qualquer prática islâmica, inclusive as orações e a recitação do Corão.
Mohamedou Ould Slahi (Guantánamo Diary: Restored Edition)
W.N.P Barbellion en "El diario de un hombre decepcionado" el 26 de Septiembre de 1914: Mi vida ha sido una lucha continua contra la mala salud y la ambición, y no he conseguido dominar ninguna de las dos. Intento decirme que esta maldita mala salud no afectará a mi carrera. Azoto mi voluntad con la esperanza de ganar al final. Sin embargo, en el fondo sé que es muy improbable que viva lo suficiente para realizarme. Durante mucho tiempo no he tenido otra esperanza que convencer a los demás de lo que podría haber hecho de haber vivido suficiente. Eso ya sería algo. Pero ni siquiera tengo mucho tiempo para eso. Jamás he vivido con sensación de seguridad. Nunca me he sentido instalado permanentemente en esta vida, no soy más que un difuso sustituto, un espectro, un festón de niebla que desaparecerá en cualquier momento.
Bob Pop (Días ajenos - Otoño · Invierno)
La Torre era cambiata, così come i suoi abitanti. Non c'era più l'aria spensierata e tranquilla in cui si era immersa durante le sue prime giornate, da quando tutto aveva iniziato a crollare intorno a loro. Si respirava una costante aria di tensione e pericolo imminente. Come se il nemico potesse nascondersi nelle ombre più sottili, pronto ad aggredirli e destabilizzarli.
Ska W. Barnes (Chasm: secrets you keep (Duologia dell'Abisso, #1))
También es cierto que no soy capaz de preservarme de mis recuerdos, que con tanta asiduidad y tan de improviso me subyugan, si no es escribiendo. Si permanecieran aprisionados en mi memoria, con el paso del tiempo se tornarían más y más pesados, de modo que yo acabaría por desmoronarme bajo su carga en constante aumento. Durante meses y años los recuerdos reposan adormecidos en nuestro interior y siguen proliferando en silencio hasta que son evocados por una frusleria cualquiera, y de una forma extraña nos ciegan para toda la vida. ¡Cuantas veces no habré tenido por un negocio ignominioso mis recuerdos y la trasposición del recuerdo a la escritura, en el fondo reprobable! Y, sin embargo, ¿qué sería de nosotros sin los recuerdos? No seríamos capaces de clasificar los pensamientos más sencillos, el corazón más sensible perdería la capacidad de profesar afecto por otro, nuestro ser sólo se conformaría de una sucesión infinita de momentos sin sentido, y no existiría más la huella de un pasado. ¡Qué mísera es nuestra vida! Está tan colmada de fantasías erróneas, es tan vana, que casi se reduce a la sombra de las quimeras que nuestra memoria deja en libertad.
W.G. Sebald (The Rings of Saturn)