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—¿No has soñado nunca que tenías un amigo, Alec? Nada más que eso, «mi amigo», que él procuraba ayudarte a ti y tú a él, un amigo —repitió, poniéndose sentimental súbitamente—. Alguien a quien entregar tu vida entera y que te entregara también la suya. Supongo que algo así no puede suceder fuera de los sueños.
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E.M. Forster (Maurice)