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le antojaba caminar sobre los tablones nadie podĂa impedĂrselo, pero que debĂa de haber algĂşn modo de sofocar el ruido; y sugiriĂł con palabras vacilantes y confusas, que hubiese convenido poner una bola de estopa en el talĂłn de marfil. ¡Ah, Stubb, tĂş no conocĂas bien a Ahab! —¿Soy una bala de cañón, Stubb —dijo Ahab—, para que quieras envolverme de ese modo? Pero me habĂa olvidado de que a ti suelen ocurrĂrsete estas cosas… Baja a tu sepulcro nocturno, donde la gente como tĂş duerme envuelta en su sudario, para habituarse al Ăşltimo, al definitivo. ¡Abajo, perro, a tu agujero!
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