Santa Blanca Quotes

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De súbito me vi agarrando la cruz de granito de Cuatro Postes. Apenas me atrevía a darme la vuelta y tender la vista sobre la ciudad nevada. Cuando lo hice, un sentimiento amplio, inconcreto, me resbaló por la espalda. La ciudad, ebria de luna, era un bello producto de contrastes. Brotaba de la tierra dibujada en claroscuros ofensivos. Era un espectáculo fosforescente y pálido, con algo de endeble, de exinanido y de nostálgico. La torre de la Catedral sobresalía al fondo como un capitán de un ejército de piedra. En su derredor las moles, en blanco y negro, de la torre de Velasco, del torreón de los Guzmanes, del Mosén Rubí... Ávila emergía de la nieve mística y escandalosamente blanca, como una monja o una niña vestida de primera comunión. Tenía un sello antiguo, hermético, de maciza solidez patriarcal. La villa, centrada en plena y opulenta civilización, era como una armadura detonando en una reunión de fraques. Imaginé que no otra, en todo el mundo, podía ser la cuna de Santa Teresa. Porque su espíritu impregnaba, una por una, cada una de sus piedras y sus torres.
Miguel Delibes (La sombra del ciprés es alargada)
Pasaron los días, llegaron las lluvias de invierno. Octubre tocaba a su fin cuando recibí las pruebas de imprenta de mi libro. Me compré un coche, un Ford de 1929. No tenía capota, pero corría como el viento y cuando llegaron los días de cielo despejado emprendí viajes largos, siguiendo la línea azul de la costa, a Ventura y Santa Bárbara por el norte, a San Clemente y San Diego por el sur, siguiendo la raya blanca del asfalto, bajo las estrellas acechantes, con el pie apoyado en la consola de mandos, con la cabeza llena de proyectos para escribir otro libro, una noche, y otra, y otra, noches todas que en conjunto me proporcionaron una serie de días delirantes y visionarios como nunca había conocido, días serenos cuyo sentido temía cuestionarme. Patrullaba por la ciudad con el Ford: encontraba callejones misteriosos, árboles solitarios, casas antiguas y medio derruidas que procedían de un pasado desaparecido. Vivía en el Ford día y noche y no me detenía más que el tiempo necesario para pedir una hamburguesa y un café en desconocidos restaurantes de carretera. Aquello era vivir, dejarse llevar y detenerse para proseguir inmediatamente después, siguiendo siempre la raya blanca que corría paralela a la costa llena de accidentes, descansar un momento al volante, encender otro cigarrillo y observar como un tonto el cielo abrumador del desierto para preguntarse por el significado de las cosas.
John Fante (Ask the Dust (The Saga of Arturo Bandini, #3))
Once años atrás el capitán no era capitán sino teniente de caballería, y navegaba peligrosas aguas a bordo de la fragata Santa Dorotea. España era todavía aliada de Francia y el barco estaba fondeado en Tolón mientras la impresionante escuadra francesa ultimaba los preparativos para la campaña de Egipto. Hubo una fiesta de honor para la oficialidad española, y Bonaparte se abrió paso entre muchos y clavó la mirada en el teniente español. Fueron unos segundos mágicos y desconcertantes, que nadie pudo comprender, y entonces el futuro emperador dio un paso más y tomó un botón de la casaca blanca y celeste, y leyó el nombre de Murcia. El teniente le sostuvo la mirada, y Napoleón sonrió de manera enigmática como si entendiera con el instinto algo que no podía pronunciarse. Tal vez solo se trataba de un vago presentimiento.
Jorge Fernández Díaz (La logia de Cádiz (Spanish Edition))