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Leonardo era un maestro de los gestos, pero también sabía hacerlos enigmáticos, de modo que el espectador participara en la obra. ¿Baja la mano como diciendo: «Lo sabía»? ¿Señala con el pulgar a Judas? Ahora detengámonos en Mateo. Con las palmas de las manos vueltas hacia arriba, ¿apunta a Jesús o a Judas? El espectador no tiene por qué avergonzarse por su confusión; a su manera, Mateo y Tadeo también lo están sobre lo que acaba de ocurrir, intentan aclararse y acuden a Simón el Zelote en busca de respuesta. Jesús tiende la mano derecha hacia un vaso de vidrio lleno una tercera parte de vino tinto. En un detalle deslumbrante, se le ve el meñique a través del vaso, más allá del cual hay un plato y un pedazo de pan. La mano izquierda de Jesús, con la palma hacia arriba, se alarga hacia otro pedazo de pan, al que contempla bajando la mirada. La perspectiva y la composición de la pintura, en especial vista desde la puerta que los monjes usaban para acceder al refectorio, guían la mirada del espectador en la misma dirección que los ojos de Jesús, descendiendo por su brazo izquierdo hasta el pedazo de pan. Ese gesto y esa mirada crean el segundo momento destacado en el relato pictórico: el de la institución de la eucaristía. En el Evangelio según san Mateo, esta ocurre en el momento posterior al anuncio de la traición: «Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: “Tomad, comed, este es mi cuerpo”. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: “Bebed de ella todos, porque esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados”». Este pasaje del relato parte de Jesús para abarcar tanto la reacción a su revelación de que Judas lo traicionaría como la institución del santísimo sacramento.[11]
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