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El resultado fue un «western patriótico», con las virtudes del primer género y los defectos del segundo, guiado por un Travis bobalicón, un Crockett (en que Wayne se interpretaba a sí mismo) todo sabiduría populista y heroicidad que daba sentido a su vida, acompañado de una tropa de borrachos y putañeros que no tienen nada claro por qué están ahí, excepto que la situación les da la oportunidad de matar algunos mexicanos. Como sacada del reflejo en el espejo de un film del realismo socialista, esta joya del realismo capitalista, repleta de discursos y arengas que eluden el tema de la esclavitud y el despojo nacional a México, que evaden la cuestión de los especuladores de tierras y la angloamericanización de la independencia texana, la película jugaría sin embargo su función de propagar el mito.
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