Por Las Calles Quotes

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Yo te he nombrado reina. Hay más altas que tú, más altas. Hay más puras que tú, más puras. Hay más bellas que tú, hay más bellas. Pero tú eres la reina. Cuando vas por las calles nadie te reconoce. Nadie ve tú corona de cristal, nadie mira la alfombra de oro rojo que pisas cuando pasas, la alfombra que no existe. Y cuando asomas suenan todos los ríos en mi cuerpo, sacuden el cielo las campanas, y un himno llena el mundo Sóló tú y yo, sóló tú y yo, amor mío, lo escuchamos.
Pablo Neruda (The Captain's Verses)
Pero el amor, esa palabra... Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos. Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado...
Julio Cortázar
Yo ya era así antes de que tú llegaras, caminaba por las mismas calles y comía las mismas cosas. Incluso antes de que llegaras yo ya vivía enamorado de tí y a veces, no pocas, te extrañaba como si supiera que me hacías falta.
Edel Juárez
¿Y para qué leer? ¿Y para qué escribir? Después de leer cien, mil, diez mil libros en la vida, ¿qué se ha leído? Nada. Decir: yo sólo sé que no he leído nada, después de leer miles de libros, no es un acto de fingida modestia: es rigurosamente exacto, hasta la primera decimal de cero por ciento. Pero ¿no es quizá eso, exactamente, socráticamente, lo que los muchos libros deberían enseñarnos? Ser ignorantes a sabiendas, con plena aceptación. Dejar de ser ignorantes, para llegar a ser ignorantes inteligentes. [...] Quizá, por eso, la medida de la lectura no debe ser el número de libros leídos, sino el estado en que nos dejan. ¿Qué demonios importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, después de leer. Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente, más reales.
Gabriel Zaid (So Many Books: Reading and Publishing in an Age of Abundance)
Antes de amarte, amor, nada era mío: vacilé por las calles y las cosas: nada contaba ni tenía nombre: el mundo era del aire que esperaba.
Pablo Neruda
Tienen razón las muy pendejas, pensé, es guapísimo. Y eso que ellas no lo han oído hablar, no han caminado con él por Madero ni han querido insultarlo a media calle.
Ángeles Mastretta (Arráncame la vida)
Tengo hambre de tu boca, de tu voz, de tu pelo y por las calles voy sin nutrirme, callado, no me sostiene el pan, el alba me desquicia, busco el sonido líquido de tus pies en el día. Estoy hambriento de tu risa resbalada, de tus manos color de furioso granero, tengo hambre de la pálida piedra de tus uñas, quiero comer tu piel como una intacta almendra. Quiero comer el rayo quemado en tu hermosura, la nariz soberana del arrogante rostro, quiero comer la sombra fugaz de tus pestañas y hambriento vengo y voy olfateando el crepúsculo buscándote, buscando tu corazón caliente como un puma en la soledad de Quitratúe
Pablo Neruda
Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un <>. [pp. 16]
Jack Kerouac (On the Road)
Lo tocó murmurando la letra, con el violín bañado en lágrimas, y con una inspiración tan intensa que a los primeros compases empezaron a ladrar los perros de la calle, y luego los de la ciudad, pero después se fueron callando poco a poco por el hechizo de la música, y el valse terminó con un silencio sobrenatural. El balcón no se abrió, ni nadie se asomó a la calle, ni siquiera el sereno que casi siempre acudía con su candil tratando de medrar con las migajas de las serenatas. El acto fue un conjuro de alivio para Florentino Ariza, pues cuando guardó el violin en el estuche y se alejó por las calles muertas sin mirar hacia atrás, no sentía ya que iba la mañana siguinte, sino que se había ido desde hacía muchos años con la disposición irrevocable de no volver jamás.
Gabriel García Márquez
Preguntaréis por qué su poesía no nos habla del sueño, de las hojas, de los grandes volcanes de su país natal? Venid a ver la sangre por las calles, venid a ver la sangre por las calles, venid a ver la sangre por las calles!
Pablo Neruda (Tercera Residencia)
¿Por qué tan lejos de los dioses? Quizá por preguntarlo. ¿Y qué? El hombre es el animal que pregunta. El día en que verdaderamente sepamos preguntar, habrá diálogo. Por ahora las preguntas nos alejan vertiginosamente de las respuestas. ¿Qué epifanía podemos esperar si nos estamos ahogando en la más falsa de las libertades, la dialéctica judeocristiana? Nos hace falta un Novum Organum de verdad, hay que abrir de par en par todas las ventanas y tirar todo a la calle, pero sobre todo hay que tirar también la ventana, y nosotros con ella. Es la muerte, o salir volando. Hay que hacerlo, de alguna manera hay que hacerlo.
Julio Cortázar
Amor Prohibido murmuran por las calles. Porque somos de distintas sociedades…” in perfect Spanish. She was having fun, letting loose…
Tillie Cole (Sweet Hope (Sweet Home, #3; Carillo Boys, #2))
La luz es mala, no al contrario, y por eso deberíamos aprender a mantenerla apagada. La luz descubre cosas que la oscuridad esconde, como la sangre y los sentimientos; en cambio, las sombras son sabias, y si hay algo guardado en ellas probablemente es porque tiene que estar ahí.
Clara Cortés (Al final de la calle 118)
El ardor de ese beso no los abandonó en muchos días y llenó de fantasmas delicados sus noches, dejando su recuerdo en la piel, como una quemadura. La alegría de ese encuentro los transportaba levitando por la calle, los impulsaba a reír sin causa aparente, los despertaba sobresaltados en la mitad de un sueño. Se tocaban los labios con las puntas de los dedos y evocaban exactamente la forma de la boca del otro.
Isabel Allende (Of Love and Shadows)
Walking Around Sucede que me canso de ser hombre. Sucede que entro en las sastrerías y en los cines marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro navegando en un agua de origen y ceniza. El olor de las pelquerías me hace llorar a gritos. Sólo quiero un descanso de piedras o de lana, sólo quiero no ver establecimientos ni jardines, ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores. Sucede que me canso de mis pies y mis uñas y mi pelo y mi sombra. Sucede que me canso de ser hombre. Sin embargo sería delicioso asustar a un notario con un lirio cortado o dar muerte a une monja con un golpe de oreja. Sería bello ir por las calles con un cuchillo verde y dando gritos hasta morir de frío. No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas, vacilante, extendido, tiritando de sueño, hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra, absorbiendo y pensando, comiendo cada día. No quiero para mí tantas desgracias. No quiero continuar de raíz y de tumba, de subterráneo solo, de bodega con muertos ateridos, muriéndome de pena. Por eso el día lunes arde como el petróleo cuando me ve llegar con mi cara de cárcel, y aúlla en su transcurso como una rueda herida, y da pasos de sangre caliente hacia la noche. Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas, a hospitales donde los huesos salen por la ventana, a ciertas zapaterías con olor a vinagre, a calles espantosas como grietas. Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos colgando de las puertas de las casas que odio, hay dentaduras olvidadas en una cafetera, hay espejos que debieran haber llorado de vergüenza y espanto, hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos. Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos, con furia, con olvido, paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia, y patios donde hay ropas colgadas de un alambre: calzoncillos, toallas y camisas que lloran lentas lágrimas sucias.
Pablo Neruda
Los cíclopes jóvenes crece solos en las calle, por eso aprenden a hacer cosas con chatarra, aprende a sobrevivir -¡Es una gran crueldad! Tyson meneó la cabeza con gran seriedad. -No.Hace que apreciemos más cualquier bendición, y que no seamos glotones, mezquinos y gordos como Polifemo...
Rick Riordan (The Sea of Monsters (Percy Jackson and the Olympians, #2))
Ya ves qué tontería, me gusta escribir tu nombre, llenar papeles con tu nombre, llenar el aire con tu nombre; decir a los niños tu nombre, escribir a mi padre muerto y contarle que te llamas así. Me creo que siempre que lo digo me oyes. Me creo que da buena suerte. Voy por las calles tan contenta y no llevo encima más que tu nombre.
Gloria Fuertes (El libro de Gloria Fuertes: Antología de poemas y vida)
Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas
Sergio Pitol (El arte de la fuga)
Hay muchas personas caminando por las calles que en realidad están muertas; hay muchas en sus tumbas que están en realidad vivas.
Idries Shah (Learning How to Learn: Psychology and Spirituality in the Sufi Way)
Pero él llevaba la literatura por bandera. Solía decir que los libros le habían enseñado lo que la vida no. Que tenia mas vidas que un gato porque, tan sólo abrir un libro, un día podía ser pirata, otro, un niño de la calle y oto, un caballero presto a la batalla. Ese amor por las letras puede salvar al mundo, de verdad que sí.
Elvira Sastre (Días sin ti)
De noche, en mi cama, busqué a aquel a quien ama mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me levantaré, pues, y rodearé la ciudad; por las calles y por las plazas buscaré a aquel a quien ama mi alma; lo busqué, y no lo encontré. Encontráronme
Paulo Coelho (La espía)
¡Alegría infantil en los rincones de las ciudades muertas!... ¡Y algo nuestro de ayer, que todavía vemos vagar por estas calles viejas!
Antonio Machado (Poesía completa (Spanish Edition))
Desde aquí no se ve el óxido, la pintura cayéndose y todo eso, pero ves lo que es realmente. Ves lo falso que es todo. Ni siquiera es duro como el plástico. Es una ciudad de papel. Mírala, Q, mira todos esos callejones, esas calles que giran sobre sí mismas, todas las casas que construyeron para que acaben desmoronándose. Toda esa gente de papel que vive en sus casas de papel y queman el futuro para calentarse. Todos los chicos de papel bebiendo cerveza que algún imbécil les ha comprado en una tienda de papel. Todo el mundo enloquecido por la manía de poseer cosas. Todas las cosas débiles y frágiles como el papel. Y todas las personas también. He vivido aquí dieciocho años y ni una sola vez en la vida me he encontrado con alguien que se preocupe por lo que de verdad importa.
John Green (Paper Towns)
«Las clases media y alta viven ahora tan protegidas, su existencia tan controlada, que carecen de cicatrices. Y a falta de cicatrices se tatúan. También por eso la ropa nueva que compran está rota y con desgaste simulado, como si hubiese sido usada por años en trabajos rudos. A estas generaciones les faltan heridas, calle, golpes».
Guillermo Arriaga (Salvar el fuego)
No te rindas, aún estás a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo, aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo. No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros y destapar el cielo. No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque lo has querido y porque te quiero. Porque existe el vino y el amor, es cierto, porque no hay heridas que no cure el tiempo, abrir las puertas, quitar los cerrojos, abandonar las murallas que te protegieron. Vivir la vida y aceptar el reto, recuperar la risa, ensayar el canto, bajar la guardia y extender las manos, desplegar las alas e intentar de nuevo, celebrar la vida y retomar los cielos, No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque cada día es un comienzo, porque esta es la hora y el mejor momento, porque no estas sola, porque yo te quiero.
Mario Benedetti
Siempre que llovía quería salir a mojarme y cerrar los ojos. Quería pensar que yo también podía ser agua que se deslizaba por los árboles y por las calles, que formaba charcos en las aceras y llenaba los embalses vacíos. Agua que se precipitaba sobre el mar, que empapaba mi pelo y rodaba por mis mejillas.
Laura Ferrero (Piscinas vacías (Spanish Edition))
Allí fuera, en los caminos del mundo, había miles de millones líneas, de recorridos de vida. Miles de millones de direcciones. Calles enfiladas, desviadas por azar, a veces interrumpidas bruscamente. Pensó que dos enamorados no eran más que dos recorridos a merced del azar. Podían dibujar los trayectos más absurdos en el mapamundi, dirigirse a cualquier parte y no encontrarse jamás. O bien cruzarse también varias veces y no reconocerse. Podían tomar el mismo autobús todas las mañanas, sin saber nada el uno del otro. Así hasta el fin de sus días, sin relacionarse. Pero bastaba muy poco: un intercambio de frases, incluso casual, y las líneas se habrían mágicamente unido. Dos grises trazos de un solitario recorrido se habrían convertido en una sola calle compartida.
Leonardo Patrignani (Multiversum (Multiversum, #1))
Cuanto riesgo para la integridad física acarrea ser diseñador de moda. Alguna del siglo XVIII vio peligrar su vida por crear más allá de lo socialmente aceptado. El 15 de enero de 1797 un inglés de nombre John Etherington salió a pasear por las calles de Londres con un nuevo diseño en la cabeza: el sombrero de copa. Su paseo vespertino acabó en comisaría y él detenido por extravagante. Algún diseñador contemporáneo que se empeña en que todas tengamos la talla 36 debería correr igual suerte.
Nieves Concostrina (Menudas historias de la Historia: Anécdotas, despropósitos, algaradas y mamarrachadas de la humanidad)
...cuando alguien muere, pensamos que ya se ha hecho tarde para cualquier cosa, para todo —más aún para esperarlo—, y nos limitamos a darlo de baja. También a nuestros allegados, aunque nos cueste mucho más y los lloremos, y su imagen nos acompañe en la mente cuando caminamos por las calles y en casa, y creamos durante mucho tiempo que no vamos a acostumbrarnos. Pero desde el principio sabemos —desde que se nos mueren— que ya no debemos contar con ellos, ni siquiera para lo más nimio, para una llamada trivial o una pregunta tonta ('¿Me he dejado ahí las llaves del coche?', ¿A qué hora salían hoy los niños?'), para nada. Nada es nada. En realidad es incomprensible, porque supone tener certidumbres y eso está reñido con nuestra naturaleza: la de que alguien no va a venir más, ni a decir más, ni a dar un paso ya nunca —para acercarse ni para apartarse—, ni a mirarnos, ni a desviar la vista. No sé cómo lo resistimos, ni cómo nos recuperamos. No sé cómo nos olvidamos a ratos, cuando el tiempo ya ha pasado y nos ha alejado de ellos, que se quedaron quietos.
Javier Marías (Los enamoramientos)
Tu mente se creerá las mentiras piadosas, pero conoce también las verdades que duelen y que hacen que esas mentiras sean necesarias. Y tu mente te castigará por creer ambas cosas.
Patrick Ness (A Monster Calls)
La gente que encontramos en las calles durante el día nos da la impresión de tener una meta precisa, que se supone razonable, pero por la noche parece caminar en sueños.
Marguerite Yourcenar (Alexis ou le Traité du vain combat / Le Coup de grâce)
Su idea de cómo iban las cosas al país se medía por el tamaño de las colillas que recogía en la calle
Fannie Flagg (Fried Green Tomatoes at the Whistle Stop Cafe)
Una mujer no podía entonces ir sola por las calles.
Virginia Woolf (Una habitación propia)
Las apariencias engañan. Un pobre puede llevar las vestiduras de un príncipe y un príncipe puede estar descalzo en la calle. Hay que juzgar a las personas por sus actos, no por la ropa que lleven. (Eleni)
Sherrilyn Kenyon (Acheron (Dark-Hunter, #14))
Quería salvarme de la droga que contamina el cuerpo y las venas y no de la otra, la que entra por debajo y por los ojos, la que se enquista en el corazón y lo corroe, la maldita droga que los más ingenuos llaman amor, pero que es tan nociva y mortal como la que se consigue en las calles envuelta en paqueticos.
Jorge Franco
Convénzanse, uno no triunfa, uno nace en el triunfo y allí se consolida, quien en estos años quiere triunfar, será siempre un fracasado, el triunfo es cada vez más herencia genética: destreza en las finanzas, la política, el cultivo de las relaciones. Es ridículo andar por la calle musitando consejas y máximas ("el éxito es una convicción íntima"), ésas son andaderas mentales, puras pendejadas.
Carlos Monsiváis (Los rituales del caos)
Nuestro padre le había enseñado a analizar las cosas que temía. Así que ir de trato o truco con él, cuando era pequeño, era como escuchar una reunión de información técnica: —Eso no es una bruja de verdad, es una figura de plástico con luces LED para los ojos y una pista pregrabada de chirridos. Esas no son tumbas reales, sino que son de PVC moldeadas en forma de lápidas, con frases espeluznantes escritas por un escritor de bromas. Esos no son verdaderos demonios que vienen por la calle, esos son los chicos de laescuela secundaria vestidos con trajes que consiguieron en Walgreens o tal vez por medio de un pedido en línea... Y todo el tiempo Alex había apretado mi mano, como si le ofreciera el último vínculo con la cordura. Me había gustado ser su protector, el que le hiciera sentirse seguro. Razón por la cual me sentía aún peor por haberlo atacado.
Emmy Laybourne (Monument 14 (Monument 14, #1))
Hay metáforas más reales que las personas que pasan por la calle. Hay imágenes en los rincones de los libros que viven más nítidamente que muchos hombres y mujeres. Hay frases literarias que tienen una personalidad absolutamente humana. Hay fragmentos de párrafos míos que me hielan de pavor, de tal modo los siento claramente como seres humanos, tan bien perfilados contra las paredes de mi cuarto, por la noche, en la sombra. He escrito frases cuyo sonido -es imposible ocultar su sonido-, es absolutamente el de una cosa que ganó exterioridad absoluta y alma por completo.
Fernando Pessoa
—Ni siquiera sé si me gusta la gente, y mucho menos si soy de las que se enamoran. Podía advertirlo en los dos: el mismo corazón amargado, impasible, herido. —¿Es que no te gusta la gente o es que te cansas de ella y no eres capaz de acordarte de por qué te pareció interesante alguna vez?
André Aciman (Find Me (Call Me By Your Name, #2))
HAMBRE (HUNGER) Anhelo tu boca, tu voz, tu pelo. En silencio y con hambre, rodando por las calles. El pan no me alimenta, me rompe el alba. Tengo hambre por tu sonrisa, Tus manos el color de una cosecha salvaje, Con hambre de las piedras pálidas que son tus uñas, Quiero comer tu piel como una almendra entera. Necesito el rayo de sol que quema de tu hermosa cuerpo, Tu nariz soberana del elegante cara, Quiero comer la sombra fugaz de tus pestañas, Paseo con hambre, olfateando el crepúsculo, Buscandote, por tu corazón caliente, Como una puma en los páramos de las montañas… ******************************** I long for your mouth, your voice, your hair. Silent and starving, rolling through the streets. Bread does not nourish me, The dawn breaks me. I have a hunger for your smile. Your hands the color of a savage harvest, I hunger for the pale stones are your nails, I want to eat your skin like a whole almond. I need the sunshine that burns from your beautiful body. Your nose,sovereign on an elegant face, I want to eat the fleeting shade of your lashes, I move on, hungry, sniffing the twilight, Looking for you, for your warm heart, As a cougar in the wilds of the mountains ...
José N. Harris (MI VIDA: A Story of Faith, Hope and Love)
— Estaba por aquí y punto. —Y yo que pensaba que erais atentos y encantadores. Frunció el ceño. —¿De quienes hablas? —De los caballeros de brillante armadura, esos que salvan a las damiselas en apuros. —Me calle. Creo que me había dado un golpe en la cabeza. —Yo no soy tu caballero andante. —Lo sé —susurré.
Jennifer L. Armentrout (Obsidian (Lux, #1))
En casa uno facilmente puede sentirse encerrado, agobiado por la falta de horizonte, por la excesiva familiaridad de las cosas. En el cafe se es a la vez sedentario y transeunte, y si uno tiene la suerte de ocupar una mesa junto al ventanal, la situacion es admirable, perfecta: uno es la estampa involuntaria del desconocido que mira la calle tras los cristales del cafe, y esa figura, ese anonimato, le concede una vision alejada y un poco novelesca de si mismo.
Antonio Muñoz Molina (Ventanas de Manhattan)
Siempre he creído que hay lugares que son imanes y te atraen si pasas por las inmediaciones. Y eso de forma imperceptible, sin que te lo malicies siquiera. Basta con una calle en cuesta, con una acera al sol, o con una acera a la sombra. O con un chaparrón. Y te llevan a ese lugar, al punto preciso en el que debías encallar.
Patrick Modiano (En el café de la juventud perdida)
Recuerdo la balanza entre nosotros: cuando yo solo puedo rayarme como un disco, caminar de un lado a otro y retorcer las manos, él consigue mantenerse sereno y calmar la situación. El equilibrio perfecto. Me he dado cuenta de que así funciona(mos), y me gusta, porque me tranquiliza por dentro de una manera que no me esperaba.
Clara Cortés (Al final de la calle 118)
Compañera, cuando amábamos (for Juanita Ramos and other spik dykes) ¿Volverán, campañera, esas tardes sordas Cuando nos amábamos tiradas en las sombras bajo otoño? Mis ojos clavados en tu mirada Tu mirada que siempre retiraba al mundo Esas tardes cuando nos acostábamos en las nubes Mano en mano nos paseábamos por las calles Entre niños jugando handball Vendedores y sus sabores de carne chamuzcada. La gente mirando nuestras manos Nos pescaban los ojos y se sonreían cómplices en este asunto del aire suave. En un café u otro nos sentábamos bien cerquita. Nos gustaba todo: las bodegas tiznadas La música de Silvio, el ruido de los trenes Y habichuelas. Compañera, ¿Volverán esas tardes sordas cuando nos amábamos? ¿Te acuerdas cuando te decía ¡tócame!? ¿Cuándo ilesa carne buscaba carne y dientes labios En los laberintos de tus bocas? Esas tardes, islas no descubiertas Cuando caminábamos hasta la orilla. Mis dedos lentos andaban las lomas de tus pechos, Recorriendo la llanura de tu espalda Tus moras hinchándose en mi boca La cueva mojada y racima. Tu corazón en mi lengua hasta en mis sueños. Dos pescadoras nadando en los mares Buscando esa perla. ¿No te acuerdas como nos amábamos, compañera? ¿Volverán esas tardes cuando vacilábamos Pasos largos, manos entrelazadas en la playa? Las gaviotas y las brizas Dos manfloras vagas en una isla de mutua melodía. Tus tiernas palmas y los planetas que se caián. Esas tardes tiñadas de mojo Cuando nos entregábamos a las olas Cuando nos tirábamos En el zacate del parque Dos cuerpos de mujer bajo los árboles Mirando los barcos cruzando el río Tus pestañas barriendo mi cara Dormitando, oliendo tu piel de amapola. Dos extranjeras al borde del abismo Yo caía descabellada encima de tu cuerpo Sobre las lunas llenas de tus pechos Esas tardes cuando se mecía el mundo con mi resuello Dos mujeres que hacían una sola sombra bailarina Esas tardes andábamos hasta que las lámparas Se prendían en las avenidas. ¿Volverán, Compañera, esas tardes  cuando nos amábanos?
Gloria E. Anzaldúa (Borderlands/La Frontera: The New Mestiza)
Pero el amor, esa palabra… Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos. Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado, jamás Wright ni Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un solo lado, y no me mires con esos ojos de pájaro, para vos la operación del amor es tan sencilla, te curarás antes que yo y eso que me querés como yo no te quiero. Claro que te curarás, porque vivís en la salud, después de mí será cualquier otro, eso se cambia como los corpiños. Tan triste oyendo al cínico Horacio que quiere un amor pasaporte, amor pasamontañas, amor llave, amor revólver, amor que le dé los mil ojos de Argos, la ubicuidad, el silencio desde donde la música es posible, la raíz desde donde se podría empezar a tejer una lengua. Y es tonto porque todo eso duerme un poco en vos, no habría más que sumergirte en un vaso de agua como una flor japonesa y poco a poco empezarían a brotar los pétalos coloreados, se hincharían las formas combadas, crecería la hermosura. Dadora de infinito, yo no sé tomar, perdoname. Me estás alcanzando una manzana y yo he dejado los dientes en la mesa de luz. Stop, ya está bien así. También puedo ser grosero, fijate. Pero fijate bien, porque no es gratuito. ¿Por qué stop? Por miedo de empezar las fabricaciones, son tan fáciles. Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te amo. Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y dos primos, convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas. De la palabra a los actos, che; en general sin verba no hay res. Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto.
Julio Cortázar
Su piel blanca, que no me digan que el blanco es la falta de color, porque es el color más hermoso y es el color de la pureza, y por supuesto que el blanco no es la falta de color: los profesores de física han descubierto a todo el mundo que en un copo de nieve, alineados en un blanco inmaculado están ocultos sin embargo el violeta de los lirios, o sea la tristeza, la melancolía, pero también está presente el azul que significa la calma de contemplar reflejado en un charco de la calle el cielo que nos espera, porque el azul está al lado del verde que es la límpida esperanza, y después viene el amarillo de las margaritas del campo, que florecen sin que nadie las plante y se presentan sin buscarlas, como buenas noticias cuando menos se las espera, y el color de las naranjas que ya están maduras por el verano se llama muy apropiadamente anaranjado, el azahar dio un fruto que el verano madura a causa del calor, qué goce saber que germinó la semilla, creció la planta que es la adolescencia y se va a entrar en la juventud del fruto que da el goce anaranjado, el fruto jugoso y refrescante de las tardes calurosas. El rojo también está oculto en el blanco, también está en ella, en Carla, que es tan blanca.
Manuel Puig (Betrayed by Rita Hayworth)
Tu mente se creerá las mentiras piadosas pero conoce también las verdades que duelen y que hacen que esas mentiras sean necesarias. Y tu mente te castigará por creer ambas cosas.
Patrick Ness (A Monster Calls)
Como marioneta dirigida por manos inexpertas, camina calle abajo dando traspiés, se le doblan las rodillas, recupera el equilibrio y prosigue su marcha vacilante.
Michael Ende (El espejo en el espejo)
Pero la ciudad no cuenta su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en las esquinas de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas, cada segmento surcado a su vez por arañazos, muescas, incisiones, comas. Italo Calvino. Las ciudades invisibles (Zaira)
Italo Calvino
Si ya nunca digo nada es por que de nada sirve. Sería como tirar una bengala al aire y pretender que eclipsase minimamente a las estrellas; completamente inútil. Así que no malgasto mis fuerzas en pelear, simplemente la dejo vivir, y yo hago lo mismo. Solo me guardo para mí que no me gusta llamarla como el resto de sus clientes porque eso me hace ser un poco como ellos.
Clara Cortés (Al final de la calle 118)
Los detectives eran como el vino, pensó Cayetano, como el vino, el ron, el tequila o la cerveza, hijos de la tierra y su clima, y quien lo olvidaba terminaba cosechando fracasos. ¿Podía alguien imaginarse a Philip Marlowe frente a la catedral de La Habana? Lo achicharraría el sol de las dos de la tarde, y lo despojarían hasta del sombrero y el impermeable sin que ni siquiera lo notara. ¿O a Miss Marple caminando con su paso lento y distinguido, de dama ya mayor, por el centro de Lima? Se intoxicaría con el primer cebiche que probara, los siniestros taxistas limeños la desviarían del aeropuerto a una casucha, donde la estarían esperando un par de facinerosos. No encontrarían ni su placa de bien montados dientes falsos. ¿Y qué decir del amanerado Hercules Poirot cruzando el mercado Cardonal de Valparaíso con el traserito erguido y las manos enguantadas de blanco? Le hurtarían el bastón de caña, el reloj de bolsillo con cadena de oro y hasta el sombrero de hongo. La gente se burlaría de ellos en sus propias narices, los perros vagos los corretearían a dentelladas y los niños de la calle los apedrearían con crueldad.
Roberto Ampuero (The Neruda Case)
LA CIUDAD (1910) Dijiste: "Iré a otra tierra, iré a otro mar. Otra ciudad ha de haber mejor que esta. Cada esfuerzo mío es una condena dictada; y mi corazón está -como un muerto- enterrado. ¿Hasta cuándo estará mi alma en este marasmo? Adonde vuelva mis ojos, adonde quiera que mire veo aquí las negras ruinas de mi vida, donde pasé tantos años que arruiné y perdí." No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares. La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo; y entre las mismas paredes irás encaneciendo. Siempre llegarás a esta ciudad. Para otra tierra -no lo esperes- no tienes barco, no hay camino. Como arruinaste aquí tu vida, en este pequeño rincón, así en toda la tierra la echaste a perder.
Konstantinos Kavafis
Son todas líneas”, pensó y comenzó a ver a cada una de esas personas como una raya trazada sobre un hipotético mapa. Un gigantesco enredo de calles que se cruzaban, se rozaba, se unían y luego proseguían adelante. Allí afuera, en los caminos del mundo, había miles de millones de líneas, de recorridos de vida. Miles de millones de direcciones. Calles enfiladas, desviadas por azar, a veces interrumpidas bruscamente. Pensó que dos enamorados no eran más que dos recorridos a merced del azar. Podían dibujar los trayectos más absurdos en el mapamundi, dirigirse a cualquier parte y no encontrarse jamás. O bien cruzarse también varias veces y no reconocerse. Podían tomar el mismo autobús todas las mañanas, sin saber nada el uno del otro. Así hasta el fin de sus días, sin relacionarse. Pero bastaba muy poco: un intercambio de frases, incluso casual, y las líneas se abrían mágicamente unido. Dos grises trazos de un solitario recorrido se habrían convertido en una sola calle compartida.
Leonardo Patrignani (Multiversum (Multiversum, #1))
Los días lluviosos son el recuerdo de un castigo mayor para la ciudad. Un poco de lluvia siempre se convierte en una caótica inundación. Las calles regresan entonces a su origen: se hacen lagunas, canales, ríos pestilentes. En ellos aparece el reflejo de los edificios, de la gente, sus dobles sepultados. La pregunta que se hacen los capitalinos tarde o temprano en medio de un chubasco es la misma que obsesionaba a los europeos que deambulaban por la destruída ciudad de México: ¿qué había antes aquí? A lo largo de los siglos, la respuesta es siempre la misma: lo que quedó de una catastrofe.
Fabrizio Mejía Madrid
Por las mañanas, al asomarme al balcón, veo el pueblo con sus tejados rojos, negruzcos, sus chimeneas cuadradas y el humo que sale por ellas en hebras muy tenues en el cielo gris del otoño. Después de las lluvias abundantes, las casas están desteñidas, las calles limpias; la carretera descarnada, con las piedras al descubierto. El azul del cielo parece lavado cuando sale entre nubes: es más diáfano, más puro.
Pío Baroja (Las Inquietudes De Shanti Andia)
... en el país de los infieles francos todos los perros tienen dueño. Al parecer los pasean por las calles arrastrándolos con cadenas al cuello como si fueran los más miserables esclavos. Dicen que además introducen a esos pobres perros a sus casas y que incluso los meten en sus camas. ... No son cosas que los francos puedan comprender el que los perros paseemos en manadas y gavillas por la calles de nuestro Estambul...
Orhan Pamuk (My Name Is Red)
La poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo estremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios.
Miguel de Cervantes Saavedra (Don Quijote)
...y un viento fuerte, que venía del oeste, se fue a estrellar contra la falda de las montañas del este, levantando polvo y hojas de periódico y cartones tirados en la calle a su paso por Santa Teresa y moviendo la ropa que Rosa había colgado en el jardín trasero, como si el viento, ese viento joven y enérgico y de tan corta vida, se probara las camisas y pantalones de Amalfitano y se metiera dentro de las bragas de su hija y leyera algunas páginas del Testamento geométrico a ver si por allí había algo que le fuera a ser de utilidad, algo que le explicara el paisaje tan curioso de calles y casas a través de las cuales estaba galopando o que lo explicara a él mismo como viento.
Roberto Bolaño (2666)
El poeta no escoge sus palabras. Cuando se dice que un poeta busca su lenguaje, no quiere decirse que ande por bibliotecas o mercados recogiendo giros antiguos y nuevos, sino que, indeciso, vacila entre las palabras que realmente le pertenecen, que están en él desde el principio, y las otras aprendidas en los libros o en la calle. Cuando un poeta encuentra su palabra, la reconoce: ya estaba en él. Y él ya estaba en ella. La palabra del poeta se confunde con su ser mismo. Él es su palabra. En el momento de la creación, aflora a la conciencia la parte más secreta de nosotros mismos. La creación consiste en un sacar a luz ciertas palabras inseparables de nuestro ser.” El Arco y la Lira
Octavio Paz
Yo te he nombrado reina. Hay más altas que tú, más altas. Hay más puras que tú, más puras. Hay más bellas que tú, hay más bellas. Pero tú eres la reina. Cuando vas por las calles nadie te reconoce. Nadie ve tu corona de cristal, nadie mira la alfombra de oro rojo que pisas donde pasas, la alfombra que no existe. Y cuando asomas suenan todos los ríos en mi cuerpo, sacuden el cielo las campanas, y un himno llena el mundo. Sólo tú y yo, sólo tú y yo, amor mío, lo escuchamos.
Pablo Neruda
El chico del avión, pensé. El del oso de peluche. ¿Dónde estaba el último consuelo de Rudy? ¿Dónde estaba esa persona que consolarle de que le robaran la vida? ¿Quién estaba allí para tranquilizarlo cuando le arrancaron la alfombra de la vida bajo los pies dormidos? Nadie. Allí sólo estaba yo. Y lo de consolar a la gente no es que se me dé muy bien que digamos, sobre todo con las manos frías y estando la cama tan caliente. Cargué con él, con suavidad, por la calle destrozada, con sabor a sal en un ojo y el sepulcral corazón en un puño. Con él me esmeré un poco más. Miré un momento lo que contenía su alma y vi un niño tiznado de negro gritando el nombre de Tesse Owens mientras se llevaba por delante la cinta de llegada. Lo vi hundido hasta la cintura en el agua gélida, intentado atrapar un libro, y vi un niño tumbado en la cama imaginando el sabor que tendría un beso de su extraordinaria vecina. Este chico puede conmigo. Siempre. Es lo único malo que tiene. Me rompe el corazón. Me hace llorar.
Markus Zusak (The Book Thief)
Y todavía lo remueve a uno por dentro y le empaña los ojos ver en las fotos y los viejos documentales de la liberación de París, cuando pasan los carros blindados aliados por las calles, aplaudidos y besados por franceses y francesas, a un montón de fulanos bajitos, morenos y sonrientes, despechugados de uniforme y siempre con un pitillo a medio fumar en la boca, y leer con asombro los nombres que esos tipos indestructibles pintaron sobre el acero para bautizar sus tanques: Guernica, Guadalajara, Brunete, Don Quijote o España Cañí.
Arturo Pérez-Reverte (Una historia de España (Spanish Edition))
No puede estar claro, padre, porque no tiene sentido, porque es estúpido decirlo, estúpido pensarlo, porque no lo puedes evitar, nadie puede evitarlo a no ser que los matéis a todos, a todos sus hijos, a todos sus nietos, a tus hermanos, y a tus primos, y a tus sobrinos, y a los de madre. Eso tendríais que hacer, matar a tanta gente que sus cadáveres lo cubrieran todo, lo pudrieran todo, y en España no se pudiera respirar, nadie podría volver a andar por las calles ni a cultivar los campos, y cuando las aguas de los ríos tiñeran el mar de rojo, y sólo entonces, por fin estaría claro, pero de momento aquí estamos todos, ellos y nosotros, de momento, aquí vivimos todos, ellos y nosotros, aquí vives tú y aquí vivo yo, que ya no sé de quién soy, pero sé que haré lo que me parezca, lo que yo crea que tengo que hacer, porque Elena no tiene la culpa de nada, porque yo no tengo la culpa de nada y bastante he hecho cargando con la tuya, con haber renunciado a mirarte a los ojos y decirte que sé que eres un asesino, para que tú ahora conviertas una docena de churros en un delito
Almudena Grandes (El lector de Julio Verne (Episodios de una guerra interminable #2))
¿Has hecho bien en volver? Te arrepentirás, Urania. Desperdiciar una semana de vacaciones, tú que nunca tenías tiempo para conocer tantas ciudades, regiones, países que te hubiera gustado ver -las cordilleras y los lagos nevados de Alaska, por ejemploretornando a la islita que juraste no volver a pisar. ¿Síntoma de decadencia? ¿Sentimentalismo otoñal? Curiosidad, nada más. Probarte que puedes caminar por las calles de esta ciudad que ya no es tuya, recorrer este país ajeno, sin que ello te provoque tristeza, nostalgia, odio, amargura, rabia.
Mario Vargas Llosa (The Feast of the Goat)
Las mujeres tienen derecho a decidir qué les parece gracioso y qué no, sin que por ello las acusen de ser lesbianas recalcitrantes. O frígidas. O alemanas. Esto incluye el derecho a ir por la calle sola con gesto neutro sin temor a que algún desconocido te suelte un «¡alegra esa cara!» a voz en grito.
Bridget Christie (A Book for Her)
Un hombre que se deslizaba desesperadamente cuesta abajo, incapaz de pagarse la ropa, la luz ó los alimentos; viviendo igual que una rata en el fondo de una embarcación abandonada, escurriéndose furtivamente por calles laterales, sufriendo a causa del talento frustrado y las oportunidades desperdiciadas.
A.J.A. Symons (The Quest for Corvo: An Experiment in Biography)
no creo que nunca en esta ciudad han sido los hombres y las mujeres tan fastidiosos y molestos como hoy, y no hay nadie en la calle que no me desagrade como la mala ventura; y no creo que haya mujer en el mundo a quien más fastidie ver a la gente desagradable que a mí, y por no verla me he venido tan pronto.
Giovanni Boccaccio (Decamerón (Spanish Edition))
Mirad: somos punks y skins, somos los chicos con botas, somos las ratas con botas, somos feos y pajeros y tiñosos, buscabullas y culoapretados, espitados y bocazas y chulos, botas sucias y caras brutas, los paquetes estrujados y las cabezas rapadas, rotos y descosidos en la ropa y en el alma, malas dentaduras y mal cutis, los peores empleos y barrios, somos la gente que no quieres conocer y venimos de los sitios adonde no quieres ir, nacidos para ser carn d’olla, nacidos para fracasar, el eslabón más bajo de la cadena alimenticia, pisando charcos en la ciudad podrida, carnaza de descampado y bóbila y calimocho, comiéndonos las consonantes y comiéndonos los mocos, expulsados y castigados, sin recreo pero también sin clase, sin clase de ningún tipo, esta noche hay un destroy, tienes-tienes-tienes y nosotros no tenemos nada, pero si tienes una lista negra ya nos puedes ir apuntando, si tienes una lista negra nosotros queremos estar en ella, meando por las calles, rompiendo los cristales, cantando las canciones que no salen en los libros. Los chicos con botas, bolsillos vacíos y cojones llenos, esas canciones son lo único que tenemos. Eso, y a nosotros mismos. Porque somos los chicos con botas, somos las ratas con botas, duros como clavos, a veces hay que agachar la cabeza para no romperse, y somos los irrompibles, somos la arrogancia original, borrachos y orgullosos, pisando cascos rotos, los culos contra la pared, sin futuro y sin modales, carne de cañón, Cornellà, Santako, L’Hospi, Bellvitge, Castefa, Viladecans, Gavà, Sant Boi, La Cope, feas las esquinas y más dura será la caída, cayendo, cayendo, siempre cayendo, cayendo y riendo, haciendo la conga en la cola del INEM, de aquellos polvos vinieron estos lodos, sólo que aquí polvos hemos visto pocos y el lodo nos llega ya hasta el cuello, de cara a la pared pero sin libros en las manos, no nos dio tiempo a querer ser alguien, nadie te cuenta nunca cómo se sale de aquí, ¿hay alguna manera de salir de aquí?, primero deletrea u-n-i-v-e-r-s-i-d-a-d si tienes huevos, oportunidades para estudiar una carrera es lo que no te van a dar (cantaban los Clash), esto es Todos Contra Todos pero nosotros estamos juntos, es lo único que tenemos. Las canciones, y a nosotros mismos. Caemos como piedras pero, mientras tanto, ¿echamos unas risas? Cayendo y riendo, es todo lo que nos queda. Nos vemos en la Casa de la Bomba a las diez en punto, como cada sábado, que esta noche hay un destroy. No tardes, no me jodas.
Kiko Amat (Rompepistas)
UNA VISTA AÉREA Desde arriba Insurgentes es sólo una amplia avenida que corta la ciudad de México de Norte a Sur repleta de pequeños autos. Se dice que es la vía más grande del mudo porque de un lado desemboca en Acapulco y del otro en Nuevo Laredo pero, en realidad, si uniéramos en línea recta todas las calles llamadas Insurgentes en todo el país, la avenida continuaría hasta llegar a las costas de Hawaii. Insurgentes está enrollada por todo el país como un laberinto. Todos los años, alguien le pone ese nombre a alguna calle de una ciudad en construcción y se siente original. Ni siquiera la ciudad de México ha evitado esa repetición: entre 1985 y 1995, aparecieron veintitrés calles, bulevares, callejones, privadas, prolongaciones y retornos llamados Insurgentes. En el futuro todas las rutas de México terminarán por llamarse así. Caminaremos sin rumbo, doblando a la izquierda y derecha sobre Insurgentes, preguntándonos ¿Dónde estoy?
Fabrizio Mejía Madrid
Vivo en los Estados Unidos y soy chilena, sangre, voluntad y memoria. Al llegar a este país me obligaron a llenar un formulario en el cual había una casilla referente a la raza: la primera alternativa era blanca, la cual iba a automáticamente yo a marcar, cuando leí más abajo la palabra “Hispanic”. Me pareció una enorme incultura por parte de los funcionarios gringos ya que lo hispano no se refiere a una raza, pero abismada comprendí que por primera vez en mi vida me expulsaban de mi propio nicho, de lo que creía mi identidad natural y objetiva, aunque entre una norteamericana y yo no mediase la más mínima diferencia física ( más aún en este caso específico: soy pelirroja, hasta me parezco a ellos ). Ni que decirlo, marqué con saña el segundo cuadrado y cada día transcurrido de estos seis años me he ido apegando más y más a él. Cuando camino por las calles de la ciudad, a veces me da la impresión de que todos mis antepasados están allí, en la pulcra e impersonal boca del metro, con la esperanza de llegar a alguna parte. Todo chicano o salvadoreño despreciable es mi tío, el hondureño que retira la basura es mi novio. Cuando Reina se declara a sí misma una desclasada, sé exactamente a que se refiere. Toda mi vida ha corrido por este lado del mundo. Mi cuna real y ficticia, el lugar donde nací y el otro que fui adquiriendo, lucen oropeles muy americanos ( ¡ no acepto que ese adjetivo se lo atribuyan los del norte! América es tanto la de arriba como la de abajo, norte y sur tan americanos uno como el otro). Trazo los dos puntos del continente para señalar los míos y agrego un tercero, éste. Dos de ellos resultan razonablemente cercanos, y luego, inevitable, la línea larga baja y baja hasta llegar al sur, hasta lo que, a mi pesar, debo reconocer como el fin del mundo. Sólo los hielos eternos más allá de esa tierra. Allí nací. Mapuches o españoles, fluidas, impredecibles, vigorosas, allí están mis raíces.
Marcela Serrano (Lo que está en mi corazón)
Por supuesto hay muchas muertes a lo largo de una vida. La mayoría de las personas no se dan cuenta. Creen que se mueren una vez y ya. Pero basta con poner un poco de atención para darse cuenta de que uno va y se muere a cada rato. No es un modo poético de hablar. No estoy diciendo que el alma esto y el alma aquello, sino que un día uno cruza una calle y lo arrolla un carro; otro día se queda dormido en la tina y hasta ahí quedó y otro, rueda por las escaleras de su edificio y se parte la cabeza. La mayoría de las muertes no importan: la película sigue corriendo. Nomás que ahí es cuando todo da un giro, aunque sea imperceptible y los resultados no sean siempre inmediatos,
Valeria Luiselli (Los ingrávidos)
Jamás he comprendido la veneración que tantas razas descarriadas sienten por Anahita, Cibeles, Artemisa, o el nombre que adopte cualquier voraz diosa madre. En Sardis, el día de la diosa, los jóvenes que deseaban honrarla se cortaban los genitales y corrían por las calles llevando en la mano el despojo. Los adoradores menos ambiciosos consideraban de buen augurio las salpicaduras de sangre de un nuevo eunuco. Esto no es difícil. Hay sangre por todas partes. Finalmente, el eunuco arroja con su propia mano sus genitales a la puerta abierta de una casa, cuyo dueño queda obligado a recibirlo y atenderlo hasta que sane. He visto esta ceremonia muchas veces, en Babilonia y en Sardis.
Gore Vidal (Creación (Spanish Edition))
por poner un ejemplo que vale para cualquier otro sitio, las calles de Barcelona, que hoy frecuentan miles de fervorosos patriotas locales portando esteladas y señeras, se abarrotaron, con los padres y abuelos de esos mismos patriotas, y en mayor número que ahora, de banderas rojigualdas, brazos en alto, caras al sol y en España empieza a amanecer.
Arturo Pérez-Reverte (Una historia de España (Spanish Edition))
Bogotá era entonces una ciudad de cien mil habitantes, con no más de cinco barrios y un área de quince kilómetros cuadrados. El centro era la joya arquitectónica de la capital y hacia el norte, por las vegas de un pueblo llamado Chapinero, habían sido construidos los barrios de la clase alta. Los pobres, menesterosos y campesinos desplazados vivían en los cerros y en las zonas del sur y el occidente de la capital. Había una Calle Real que comenzaba en la avenida trece y llegaba hasta el ángulo nororiental de la plaza de Bolívar, a lo largo de la cual bullía un activo comercio y se desplegaban elegantes tiendas de telas, vajillas, farmacias yjoyas, la mayoría de las cuales estaban en manos de judíos, libaneses y alemanes.
Ecchehomo Cetina (El hombre que fue un pueblo (Spanish Edition))
A todo esto, yo me sentía muy mal. Vivía en una orgía autodestructiva y constante; y mientras mis compañeros me consideraban un cabecilla y un jabato, un muchacho valiente y juerguista, mi alma atemorizada aleteaba llena de angustia en lo más profundo de mi ser. Recuerdo que al salir de una taberna un domingo por la mañana me brotaron las lágrimas al ver unos niños jugando en la calle, limpios y alegres, recién peinados y vestidos de domingo. Y mientras yo me divertía y a menudo, en torno a una mesa sucia en tabernas de baja estofa, asustaba a mis amigos con mi inaudito cinismo, tenía en el fondo del corazón un gran respeto por todo aquello que ridiculizaba y en mi interior me arrodillaba ante mi alma, ante mi pasado, ante mi madre.
Hermann Hesse (Demian)
Y Brando nunca se había reído tanto en toda su vida, al grado de verter lágrimas histéricas y de tener que sujetarse de las paredes y de sus amigos para no caer al piso, con el cerebro arrebolado por la mota y la cerveza y el vientre adolorido de tanto carcajearse del espectáculo que ofrecían las locas, la legión de maricas, vestidas y travoltas venidas de todos los rincones de la república nomás a desatarse al famoso carnaval de Villagarbosa, a jotear libremente en las calles del pueblo embutidas en apretadas mallas de ballerina, disfrazadas de hadas con alas de mariposa, de sensuales enfermeras de la Cruz Roja, de porristas y gimnastas musculosas, policías manfloras y gatúbelas ventrudas con botas de tacón de aguja; locas bien locas vestidas de novia persiguiendo a los muchachos por los callejones; locas bufonescas con nalgas y tetas gargantuescas tratando de besar a los rancheros en la boca; locas empolvadas como geishas, con antenas de alienígenas y garrotes cavernícolas, locas capuchinas y escocesas; locas disfrazadas de batos bien machines, tan hombres como cualquiera, hasta que se alzaban los lentes oscuros y les notabas la depilada de ceja, los párpados espolvoreados con brillantina de colores, la mirada braguetera; locas que pagaban las cervezas si bailabas con ellas; locas que se peleaban a puñetazo limpio por tus favores, que se arrancaban las pelucas y las tiaras y rodaban por el suelo entre alaridos, dejando sangre y lentejuelas regadas mientras la turba reía. Total
Fernanda Melchor (Temporada de huracanes)
Música que me conoces, música que me alientas, que me abanicas o me cobijas, el pacto está sellado. Yo soy tu difusión, la que abre las puertas e instala el paso, la que transmite por los valles la noticia de tu unión y tu anormal alegría, la mensajera de los pies ligeros, la que no descansa, la de misión terrible, recógeme en tus brazos cuando me llegue la hora de las debilidades, escóndeme, encuéntrame refugio hasta que yo me recupere, tráeme ritmos nuevos para mi convalecencia, preséntame a la calle con fuerzas renovadas en una tarde de un collar de colores, y que mis aires confundan y extravíen: yo luzco y difumino tus aires, para que pasen a ser esencia trágica de los que ya me conocen, de los que me ven y ya no me olvidan. Para los muertos.
Andrés Caicedo (¡Que viva la música!)
Siempre las mismas caras que le recuerdan la herencia del día anterior, las promesas y las obligaciones, los deseos ceñidos por el orden de las frases conocidas. Afloran las palabras que no quiere pronunciar, pero incluso sin pronunciarlas están ahí, contra su voluntad, no le permiten alejarse, desviarse a una calle lateral, explorar un pasaje umbrío, salir a una plaza desconocida, entrar en otra vida.
Dragan Velikić (Bonavia)
Mátenme al alba. Con cuchillos [ilegible] y con cuchillas oxidadas. Estaré en cuclillas esperando. Salva tu amor. No lo salves. Desafección y mierda violenta que aprendió a expresarse en nuestros días mediante fórmulas atroces como «hacer el amor» y «asumir la responsabilidad» y «negar el pasado» y «el hombre es lo que se hace». No hay más que la memoria, maravilla sin igual, horror sin semejanza. Hace mucho que me entregué a las sombras. Y no me contenta mi destino sombrío, mi destino asombrado. Me han asolado, me han agostado. Libérame de ti pues te amo y no estás. No me hables. No te apostes en mis rincones preferidos. Estás aquí. Me deliras. Me cortas las cintas de colores que me aliaban a las niñas que fui. Me abandonas loca furiosa, comiendo sombras furiosamente, girando convulsa con las manos espantadas, revolcándome en tu huida hasta los atroces orgasmos y gritos de bestia asesinada. Pero te amo. A ti te asumo, ante ti sin pasado ni relojes ni sonidos. Sucia y susurrante, leve, ingrávida, llena de sangre y de sustancias sexuales, húmeda, mojada, reventando de calor, de sangre que pide. Me dañas la columna vertebral, tantos días despeñada sobre tu cuerpo imaginado. Me dañas la cabeza que di contra las paredes porque no sabía qué hacer salvo esto: que debía golpearme y castigarme ya que tú no venías. Con tu sonrisa de paraíso exactamente situado en el tiempo y en el espacio. Con tus ojos que sonríen antes que tus labios. En tus ojos encuentro mi persona súbitamente reconstruida. En tus ojos se acumulan mis fragmentos que se unen apenas me miras. En tus ojos vivo una vida de aire puro, de respiración fiel. En tus ojos no necesito del conocimiento, no necesito del lenguaje. En tus ojos me siento y sonrío y hay una niña azul en el jardín de un castillo. Ahora que no estás me atrae la caída, la mierda, lo abyecto, lo denigrante. Salgo a la calle y siento la suciedad, la ruina. Entro en los bares más siniestros y tomo un vino como sangre coagulada, como menstruación, y me rodean brujas negras, perros sarnosos, viejos mutilados y jóvenes putos de ambos sexos. Yo bebo y me miro en el espejo lleno de mierda de moscas. Después no me veo más. Después hablo en no sé cuál idioma. Hablo con estos desechos que no me echan, ellos me aceptan, me incorporan, me reconocen. Recito poemas. Discuto cuestiones inverosímiles. Acaricio a los perros y me chupo las manos. Sonrío a los mutilados. Me dejo tocar, palpar, manos en mi cuerpo adolescente que tanto te gustaba por ser ceñido y firme y suave. («La lisura de tu vientre, tus caderas de efebo solar, tu cintura hecha a la medida de mis manos cerrándose, tus pechos de niña salvaje que los deja desnudos aun cuando llueve, tu sexo y tus gritos rítmicos, que deshacían la ciudad y me llevaban a una selva musical en donde todo confabulaba para que los cuerpos se reconozcan y se amen con sonidos de leves tambores incesantes. Esas noches en que hacíamos el amor debajo de las grandes palabras que perdían su sentido, porque no había más que nuestros cuerpos rítmicos y esenciales… Y ahora llueve y tengo náuseas y vomito casi todo el día y siempre que hay un olor espantoso en la calle, un olor a paquete olvidado, a muerto olvidado. Y tengo miedo. Eso quería decir: que no estás y tengo miedo.»)
Alejandra Pizarnik (Diarios)
Las personas que me encontraba y las anécdotas que me ocurrían conduciendo por aquella carretera eran tan normales y corrientes como las que podía encontrar cualquier persona en cualquier calle. Ni tenían nada de especial ni tampoco vale la pena dejar constancia de ellas. Ahora bien, Buda dijo en una ocasión que «Dos personas tienen que vivir cien vidas para coincidir en un mismo barco; y tienen que vivir mil vidas para acabar convirtiéndose en marido y mujer». De manera que no podía olvidar así como así la mano que había dado, la sonrisa que había intercambiado, la conversación que había mantenido... No podía dejar marchar volando todo aquello, a merced del viento, como mi falda. Aprendí, incluso, a querer cada grano de arena del desierto. No puedo olvidar cada amanecer ni cada puesta de sol, y mucho menos puedo borrar los rostros de mis recuerdos.
Sanmao
«Querer a alguien es como mudarse a una casa —solía decir Sonja—. Al principio nos encanta la novedad, nos asombra a diario el hecho de que sea nuestro todo aquello, como si temiéramos que alguien pudiera entrar de pronto y avisarnos de que se ha cometido un grave error y que de ninguna manera podemos quedarnos a vivir en un sitio tan bonito. Pero a medida que pasan los años, se deteriora la fachada, la madera se resquebraja aquí y allá, y uno empieza a tenerle cariño a la casa no por su perfección, sino por todas las imperfecciones. Aprendemos a conocer sus ángulos y rincones. Cómo evitar que la llave se quede encajada en la cerradura cuando hace mucho frío. Qué listones del suelo son los que ceden bajo nuestro peso al pisarlos y el modo exacto en que hay que abrir las puertas del armario para que no crujan. Y son todos esos pequeños secretos los que la hacen tuya».
Fredrik Backman (A Man Called Ove)
Dudé mucho antes de convencerme a mí misma de que debía seguir con aquel cometido. Reflexioné, sopesé opciones y valoré alternativas. Sabía que la decisión estaba en mi mano: sólo yo tenía la capacidad de elegir entre seguir adelante con aquella vida turbia o dejarlo todo de lado y volver a la normalidad (…) Dejarlo todo y volver a la normalidad: sí, aquélla sin duda era la mejor opción. El problema era que ya no sabía dónde encontrarla. ¿Estaba la normalidad en la calle de la Redondilla de mi juventud, entre las muchachas con las que crecí y que aún se peleaban por salir a flote tras perder la guerra? ¿Se la llevó Ignacio Montes el día en que se fue de mi plaza con una máquina de escribir a rastras y el corazón partido en dos, o quizás me la robó Ramiro Arribas cuando me dejó sola, embarazada y en la ruina entre las paredes del Continental? ¿Se encontraría la normalidad en Tetuán de los primeros meses, entre los huéspedes tristes de la pensión de Candelaria, o se disipó en los sórdidos trapicheos con los que ambas logramos salir adelante? ¿Me la dejé en la casa de Sidi Mandri, colgada de los hilos del taller que con tanto esfuerzo levanté? ¿Se la apropió tal vez Félix Aranda alguna noche de lluvia o se la llevó Rosalinda Fox cuando se marchó del almacén del Dean’s Bar para perderse como una sombra sigilosa por las calles de Tánger? ¿Estaría la normalidad junto a mi madre, en le trabajo callado de las tardes africanas? ¿Acabó con ella un ministro depuesto y arrestado, o la arrastró quizás consigo un periodista a quien no me atreví a querer por pura cobardía? ¿Dónde estaba, cuándo la perdí, qué fue de ella? La busqué por todas partes: en los bolsillos, por los armarios y en los cajones; entre los pliegues y las costuras. Aquella noche me dormí sin hallarla. Al día siguiente desperté con una lucidez distinta y apenas entreabrí los ojos, la percibí: cercana, conmigo, pegada a la piel. La normalidad no estaba en los días que quedaron atrás: tan sólo se encontraba en aquello que la suerte nos ponía delante cada mañana. En Marruecos, en España o Portugal, al mando de un taller de costura o al servicio de la inteligencia británica: en el lugar hacia el que yo quisiera dirigir el rumbo o clavar los puntales de mi vida, allí estaría ella, mi normalidad. Entre las sombras, bajo las palmeras de una plaza con olor a hierbabuena, en el fulgor de los salones iluminados por lámparas de araña o en las aguas revueltas de la guerra. La normalidad no era más que lo que mi propia voluntad, mi compromiso y mi palabra aceptaran que fuera y, por eso, siempre estaría conmigo. Buscarla en otro sitio o quererla recuperar del ayer no tenía el menor sentido.
María Dueñas (The Time in Between)
De Emanuel Swedenborg, al que Kant llamó “visionario”, cuenta Borges que “hablaba con los ángeles por las calles de Londres”. Aunque fue un científico notable (hizo los planos de un avión y un submarino, descubrió el funcionamiento de las glándulas endocrinas, lanzó la hipótesis de la formación nebulosa del Sistema Solar, etcétera...), su verdadera especialidad fue el Mas Allá, la posvida en el Cielo y el Infierno. Explicó que al comienzo los condenados no son conscientes de su muerte y creen que continúan en su esfera cotidiana: les rodean los muebles y utensilios familiares, los paisajes conocidos. Poco a poco, van produciéndose desapariciones —la butaca favorita, el piano, una ventana, las flores del jardín...— y luego surgen en lugar de lo desvanecido formas equivocadas o amenazadoras. Por fin se dan cuenta de que no están en casa sino en el Infierno y empieza su eterna condena. Creo poder confirmar esta tesis de Swedenborg. Hace tiempo que las cosas de mi mundo se van difuminando, pierden sustancia. Los libros siguen presentes y tentadores, pero al abrirlos algo ha drenado su savia hasta dejarlos huecos, exánimes. Las películas nuevas son peores que las antiguas, las antiguas peores de lo que las recordaba: sentado ante el televisor con desasosiego ya no siento la expectativa feliz porque ahora nadie apoya sus pies en mi regazo. Se fue el disfrute... Y los sitios que recorrimos juntos están hoy cubiertos de sudarios, como esas sábanas que tapan las formas incómodas de los muebles en una casa abandonada. Los platos más sabrosos, crujientes, aromáticos... comienzan a deleitarme la boca pero luego adquieren insipidez y amargura de ceniza. Llega el infierno y se revela mi condena, la más atroz: creer que estoy vivo y que es ella la que ha muerto. Hoy hace ya dos años.
Fernando Savater
De ahí su teoría del retrovisor… Y es que había observado muchas veces el cuerpo humano y decía que nos faltaba insertarnos un retrovisor para ver qué había detrás nuestro. Consideraba que no tenía sentido que siempre miráramos adelante sin saber las oportunidades que hay detrás… Ella opinaba que lo que nos precede tiene la clave de lo que nos acontecerá… Decía que le parecía increíble que todos fuéramos por la calle con ese cuerpo humano sin retrovisor....
Albert Espinosa (Brújulas que buscan sonrisas perdidas)
En una calle tranquila, en su caserón emporifollado en medio de un jardín desfallecido...tocada con su corona de plata florecida, había despertado en su sillón junto a la ventana. Pero su sueño no era muy distinto a su vigilia, tan débil estaba. .. Quedaba apenas una llamita de vida en la señora, casi, casi nada de consciencia. Sin embargo, divisó estrellas a través de los vidrios llovidos de la ventana, y como ya no era capaz de distinguir distancia ni cercanía, al ver luces remontando por los regueros de mostacillas del suelo hasta los brillos de su vestido de gran aparato, pensó que también eran estrellas del firmamento, y que la envolvían entera. Supuso que ya había muerto, y que iba subiendo entre tanta y tanta estrella, subiendo muy suavemente camino directo del cielo. Después cerró los ojos. Estaba tan agotada que no se dio cuenta de que sólo en ese instante moría, y no antes, cuando creyó ver todas las constelaciones rodeándola.
José Donoso (Coronación)
Las tardes de verano se alargaron y sentí deseos de salir con ella al patio, para que el sol le diera en la cara, y ver aparecer, una vez más, sus pecas bronceadas. Quería llevarla de nuevo a mi piso, detrás de la calle Cloth Fair, el piso que me aconsejó que me quedara cinco minutos después de verlo por primera vez, el noviembre pasado. Deseaba sentarme con ella en el tejado y contemplar el barrio de Smithfield al amanecer, y ver cómo abrían el mercado de carne, como si se tratara de una floración gigante y nocturna. Quería que volviéramos a escuchar juntas las campanas de Bartholomew, mientras comíamos cruasanes, leíamos los periódicos del domingo y cotilleábamos sobre las personas que conocíamos. Pero, sobre todo, quería que volviera a estar bien y que se incorporara enseguida a la colorida vida londinense. Pero Ginger nunca volvió a salir al exterior y, al final, le dije que no se perdía gran cosa, porque lo habíamos hecho todo, lo habíamos vivido todo, ¿no? Así que no hacía falta.
Sarah Winman (When God Was a Rabbit)
La respuesta le vino tras cinco largos días de deambular por las calles del Lower East Side, justo cuando estaba a punto de abandonar toda esperanza. Estaba sentado sobre una caja volcada, comiendo a deshora el almuerzo que le había preparado Regina, cuando se le ocurrió: ropa. Por todas partes a su alrededor se estaban abriendo tiendas: trajes, vestidos, monos de trabajo, camisas, faldas, blusas, pantalones, todas ellas prendas hechas y listas para vestir. Viniendo de un mundo donde la ropa se cosía a mano en casa o bien se encargaba a un sastre, esto era una revelación. Lo que más me maravilló no fue la mera cantidad de prendas, aunque esto fuera un milagro en sí mismo —escribiría Borgenicht años más tarde, ya consagrado como próspero fabricante de ropa para mujeres y niños—, sino el hecho que en América hasta los pobres podían ahorrarse la tediosa y laboriosa tarea de hacerse la ropa simplemente entrando en una tienda y saliendo con aquello que necesitaran. Ahí había un sector que prometía, casi emocionaba. Borgenicht
Malcolm Gladwell (Fuera de serie. Por qué unas personas tienen éxito y otras no)
Puede que el mundo tridimensional que experimentamos no sea más que una sombra del mundo real, que, en realidad, tiene diez u once dimensiones. Cuando nos movemos en las tres dimensiones del espacio, es, en realidad, nuestra verdadera identidad moviéndose en diez o en once dimensiones. Cuando caminamos por la calle, nuestra sombra nos sigue y se mueve como nosotros, salvo que la sombra existe en dos dimensiones. Del mismo modo, quizá nosotros seamos sombras tridimensionales, pero nuestra verdadera identidad se esté moviendo en diez o en once dimensiones.
Michio Kaku (La ecuación de Dios: La búsqueda de una teoría del todo (Spanish Edition))
Amanece en México. Millones de ciudadanos se preparan para otra ardua jornada laboral. Un controlados aéreo de la torre del Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México entrega su turno después de una noche más de eficaz trabajo cumplido. Un agricultor del valle de Culiacán, granero de México, prepara su sistema de riego con tecnología de punta. Una ingeniera atómica controla impolutamente los desechos de uranio altamente enriquecidos de la central nuclear de Laguna Verde. Un empresario de Monterrey termina una conference call con sus socios del Lejano Oriente. En un hotel del Caribe, la recepcionista despierta puntualmente a los turistas de las habitaciones que así se lo han pedido. Los hospitales trabajan. Las escuelas inician labores. La basura se recoge. El agua corre por las cañerías. La luz se enciende. Los teatros dan la tercera llamada. En el campo, millones de manos ya están sobre el surco y los empleados de la periferia de las grandes ciudades se desplazan hacia sus centros de trabajo. Una monumental energía humana echa a andar un día más la undécima potencia económica del planeta.
Ricardo Cayuela Gally
En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excremento de rata; las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre; las curtidurías, a lejías cáusticas; los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las igelsias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo; el official de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, sí, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno.
Patrick Süskind (Perfume: The Story of a Murderer)
Viví con poco sufrimiento los tres años de Segunda. No porque quisiera distanciarme de un equipo fracasado; de hecho, iba a Anoeta siempre que podía y mastiqué por la tele un montón de partidos tóxicos sin pestañear. En el fondo le veía cierto encanto: mientras las radios y las teles nos metían por un embudo el Barça y el Madrid y Schuster y Guardiola y los partidos del siglo a todas horas, nosotros jugábamos en otro universo menos histriónico contra el Racing de Ferrol, el Huesca o el Girona. Disfruté de una alegría de esas que en el momento no se pueden confesar a nadie: en diciembre de 2008 me escapé de dos amigas navarras en Nueva York con alguna excusa, entré a un locutorio para mirar los resultados en internet y me enteré de que la Real había ganado 1-0 al líder Salamanca con un cabezazo de Ansotegi en el minuto 92. Salí a la calle, correteé por las aceras nevadas, di algún saltito y algún remate de cabeza en el aire y luego caminé normal para reunirme otra vez con mis amigas. Ellas no hubieran entendido nada así que me callé. Seguimos andando los tres y yo pensé que era la única persona de todo el barrio de Harlem, quizá de todo Nueva York, que en ese momento caminaba contento por un gol de Ansotegi. Fue un momento de felicidad intensa y secreta.
Ander Izagirre (Mi abuela y diez más)
Los finales, no importa cuán cantados estén, nunca portan la calidad de lo terminal, cuando menos no para quien los va remontando. La última hora de intimidad con el otro siempre parece otra en la línea: un episodio repetible y sin consecuencias. Nunca nadie piensa que esa fue la última vez que se bebió esa saliva ni que lo que sigue es extrañar hasta la muerte el olor de la piel que se arremolina tras el lóbulo de una oreja. No registramos la última ocasión en que nuestros hijos nos dieron la mano para cruzar una calle. Cuando cambiamos de ciudad, de país, siempre pensamos que vamos a volver, que los demás se van a quedar fijos, como encantados, y que a la próxima los vamos a abrazar y van a seguir oliendo a la misma loción, tabaco y café quemado. Pero los amigos cambian, progresan y se compran lociones caras, dejan de fumar, dejan el café, huelen a té verde cuando volvemos. O se vuelven locos, los meten a hospitales psiquiátricos y tienen muertes horribles de las que nos enteramos por correo electrónico. Hay una última conversación lúcida viendo un partido de futbol con el abuelo y un último plato preparado por la mano maestra de la abuela, una última llamada telefónica con el profesor que nos hizo lo que somos y que una madrugada se resbala en la bañera y se muere.
Álvaro Enrigue (Ahora me rindo y eso es todo)
Mi consejo para los escritores es practicar todos los días, escribir, escuchar lo que dicen las personas, observar que ahí en la calle o en sus mismos hogares se puede ver más de lo que ellos creen, solo es cuestión de prestar atención a los detalles. Cargar siempre un papel y lapicero para apuntar ideas, esto es clave para que no se pierdan. Esa idea que dejas escapar puede determinar o no el éxito de una novela, cuento. Por eso la importancia de siempre estar preparado para ese momento. Ese momento al que llamamos inspiración y ocurre cuando menos lo pensamos, pero cuando ocurre solo te queda algo, dejar lo que estabas haciendo y escribir. Sin parar, dale que dale, va salir algo bueno, te lo aseguro.
David Cotos
P.D. MAYORITARIA QUE SE DISFRAZA DE MINORÍA INTOLERADA. A todo esto de que si Marcos es homosexual: Marcos es gay en San Francisco, negro en Sudáfrica, asiático en Europa, chicano en San Isidro, anarquista en España, palestino en Israel, indígena en las calles de San Cristóbal, chavo banda en Neza, rockero en cu, judío en Alemania, ombusdman en la Sedena, feminista en los partidos políticos, comunista en la post guerra fría, preso en Cintalapa, pacifista en Bosnia, mapuche en los Andes, maestro en la CNTE, artista sin galería ni portafolios, ama de casa un sábado por la noche en cualquier colonia de cualquier ciudad de cualquier México, guerrillero en el México de fin del siglo XX, huelguista en la CTM, reportero de nota de relleno en interiores, machista en el movimiento feminista, mujer sola en el metro a las 10 p.m., jubilado en plantón en el Zócalo, campesino sin tierra, editor marginal, obrero desempleado, médico sin plaza, estudiante inconforme, disidente en el neoliberalismo, escritor sin libros ni lectores, y, es seguro, zapatista en el sureste mexicano. En fin, Marcos es un ser humano, cualquiera, en este mundo. Marcos es todas las minorías intoleradas, oprimidas, resistiendo, explotando, diciendo "¡Ya basta!". Todas las minorías a la hora de hablar y mayorías a la hora de callar y aguantar. Todos los intolerados buscando una palabra, su palabra, lo que devuelva la mayoría a los eternos fragmentados, nosotros. Todo lo que incomoda al poder y a las buenas conciencias, eso es Marcos.
Subcomandante Marcos
Había un no sé qué de vertiginoso que Emma sentía llegar hasta sí, como una emanación de aquellas vidas amontonadas, y su corazón se henchía profundamente al percibirlo. Era como si las ciento veinte mil almas que allí palpitaban le estuvieran enviando al unísono el vaho de aquellas pasiones que ella les atribuía. Su amor ensanchaba a la vista de aquel espacio y se llenaba con el rumoreo de confusos murmullos que subían hasta ella. Proyectaba su amor hacia fuera, hacia las plazas, los paseos y las calles, y la antigua villa normanda le antojaba una capital desmesurada, una especie de Babilonia por cuyas puertas estaba entrando. Se apoyaba con las dos manos en el borde de la ventanilla y se inclinaba hacia afuera para aspirar la brisa, mientras los tres caballos seguían su galope.
Gustave Flaubert (Madame Bovary (French Edition))
A Leopoldo Lugones Los rumores de la plaza quedan atrás y entro en la Biblioteca. De una manera casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores, a la luz de las lámparas estudiosas, como en la hipálage de Milton. Recuerdo haber recordado ya esa figura, en este lugar, y después aquel otro epíteto que también define por el contorno, el árido camello del Lunario, y después aquel hexámetro de la Eneida, que maneja y supera el mismo artificio: Ibant obscuri sola sub nocte per umbram. Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas convencionales y cordiales palabras y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. Ello no ocurrió nunca, pero esta vez usted vuelve las páginas y lee con aprobación algún verso, acaso porque en él ha reconocido su propia voz, acaso porque la práctica deficiente le importa menos que la sana teoría. En este punto se deshace mi sueño, como el agua en el agua. La vasta biblioteca que me rodea está en la calle México, no en la calle Rodríguez Peña, y usted, Lugones, se mató a principios del treinta y ocho. Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. Así será (me digo) pero mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos y de algún modo será justo afirmar que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado.
Jorge Luis Borges
En un libro de Alfonso Karr, titulado "Am Rauchem", hay un hombre que sigue por la noche a una mujer muy elegante, de quien se ha enamorado a primera vista, tan bella es. Por besar la mano de esta mujer, se halla con fuerzas para emprenderlo todo, con voluntad para conquistarlo todo, con coraje para efectuarlo todo. No se atreve casi a mirar el tobillo coqueto que descubre ella a fin de no manchar su vestido al contacto del polvo. Mientras él sueña en todo lo que haría para poseer a esa mujer, ella le para en la esquina de una calle y le invita a subir con ella. Desvía él la cabeza, cruza la calle y vuelve muy triste a su casa. Recordé este estudio psicológico, y yo, que habría desea sufrir por aquella mujer, temía que me aceptara ella de buenas a primeras y me otorgara demasiado pronto un amor que, por mi parte, habría querido pagar con una larga espera o con un gran sacrificio.
Alexandre Dumas fils (La Dama de Las Camelias)
Y así, de feuille en aiguille, pienso en esos estados excepcionales en que por un instante se adivinan las hojas y las lámparas invisibles, se las siente en un aire que está fuera del espacio. Es muy simple, toda exaltación o depresión me empuja a un estado propicio a lo llamaré paravisiones es decir (lo malo es eso, decirlo) una aptitud instantánea para salirme, para de pronto desde fuera aprehenderme, o de dentro pero en otro plano, como si fuera alguien que me está mirando (mejor todavía —porque en realidad, no me veo— : como alguien que me está viviendo). No dura nada, dos pasos a la calle, el tiempo de respirar profundamente (a veces al despertarse dura un poco más, pero entonces es fabuloso) y en ese instante sé lo que soy porque estoy exactamente sabiendo lo que no soy (eso que ignoraré luego astutamente). Pero no hay palabras para una materia palabra y visión pura, como un bloque de evidencia. Imposible objetivar, precisar ese defectividad que aprehendí en el instante y que era clara ausencia o claro error o clara insuficencia pero sin saber de qué, qué. Otra manera de tratar de decirlo: Cuando es eso, ya no estoy mirando hacia el mundo, de mí a lo otro, sino que por un segundo soy el mundo, el plano de fuera, lo demás mirándome. Me veo como pueden verme los otros. Es inapreciable: por eso dura apenas. Mido mi defectividad, advierto todo lo que por ausencia o defecto no nos vemos nunca. Veo lo que no soy. Por ejemplo (esto lo armo de vuelta, pero sale de ahí): hay enormes zonas a las que no he llegado nunca, y lo que no se ha conocido es lo que se es. Ansiedad por echar a correr, entrar en una casa, en esa tienda, saltar a un tren, devorar todo Jouhandeau, saber alemán, conocer Aurangabad... Ejemplos localizados y lamentables pero que pueden dar una idea. (¿una idea?) Otra manera de querer decirlo: Lo defectivo se siente más como una pobreza intuitiva que como una mera falta de experiencia.
Julio Cortázar (Hopscotch)
Aquel gentío, aquellos gritos, 《¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!》, aquellas banderas españolas... Nadie trabajaba esa tarde. Las empresas habían dado permiso a sus empleados para ir a recibir al 《salvador》de la patria. Y la gente, como una alfombra extendida sobre las calles, lo llenaba todo, hasta el último rincón. ¿La misma gente que había luchado por la República? ¿La misma cuyos padres, maridos o hijos habían caído en el frente? ¿La misma que soportó los atroces bombardeos que buscaban crear el máximo miedo en la población civil? ¿La misma que pasó hambre y frío? Aquella mañana del 26 de enero de 1939, viendo a las tropas victoriosas entrando por la Diagonal, se preguntó de dónde sacaban los supervivientes las banderas, y si el entusiasmo y la alegría eran reales o un simple alivio por el fin de la guerra. Habían pasado poco más de diez años y todo seguía igual o... Banderas, saludos fascistas, gritos de adhesión al vencedor. ¿Tan rápido el olvido? ¿Tanta necesidad de paz a cualquier precio? ¿Tanto miedo que masticar y tragar con tal de seguir adelante? ¿Y los más de cien mil cadáveres enterrados en cunetas y montañas, fosas comunes y cementerios, a la espera de un tiempo mejor en el que volver a merecer un respeto y recuperar su dignidad, mientras el régimen seguía fusilando y aumentando la cuenta? El dictador volvía por tercera vez a Barcelona y allí estaba la ciudad rendida a sus pies. Tal vez los que permanecían en sus casas fueran más numerosos, mucho más, pero ellos callaban. También lo hacían algunos de los presentes, obligados a presenciar toda aquella parafernalia porque si no podían ser represaliados por sus empresas, que en caso de estar lejos habían puesto autocares para la movilidad de sus empleados. Era un día sin excusas. Hasta los enfermos debían curarse milagrosamente.
Jordi Sierra i Fabra