“
helado,
erizado el cabello de mi frente,
95y de un viento fortísimo azotado
que abortaron las nubes de repente,
olvido dónde estoy. Que existo dudo;
la vista ciega en las tinieblas giro,
la boca abierta, pero el labio mudo,
100y espectros vagos, que me cercan, miro.
...
Y oigo, a una parte, el grito furibundo
110de la espantosa abominable guerra,
y el rodar de su carro por el mundo
con trueno tal que al universo aterra;
de las revoluciones, a otro lado,
el alarido aterrador y horrendo,
115y el choque entre el futuro y el pasado,
jamás reposo al orbe consintiendo.
Y escucho por doquier el espantable
de las pasiones alarido agudo,
que en el género humano miserable
120ceban, sin saciedad, el diente crudo.
Y hieren y atormentan mis oídos
de verdugos y víctimas mezclados
insultos y dolientes alaridos,
de un siglo en otro siglo duplicados.
125Y oigo las espantosas carcajadas
de los infiernos, y el sarcasmo horrible
con que las negras huestes condenadas
del mundo ven la situación terrible.
Tantos sones diversos y espantosos,
130que cien tormentas hórridas formaban,
de oscuridad abismos horrorosos
hendiendo agudos, hasta mí llegaban.
Pero mis ojos nada descubrían:
tinieblas espesísimas y densas,
135cual si cuerpo tuvieran, me oprimían,
las regiones del aire hinchiendo inmensas.
Cuando, de pronto, aterradora llama
el ancho cráter del volcán arroja,
que hasta el cielo enlutado se encarama
140y alumbra al mundo con su lumbre roja
Mas ¿qué alumbra?… ¡Gran Dios! Alumbra solo
un inmenso sepulcro que se extiende
devorador del uno al otro polo,
y en medio a[49] la creación de un pelo pende.
145Y en él turbas y turbas de gusanos
que entre sí despedázanse rabiosos,
de otros y de otros disputando insanos
los restos miserables y asquerosos.
La ardiente lava,
150que por las agrias cuestas se derrumba,
lenta y desoladora se avanzaba
a dar eterna paz a la gran tumba.
No pude más: herido del espanto,
misericordia, en tanto desconcierto,
155pidiéndole al Señor tres veces santo[50],
a tierra vine como cuerpo muerto.
”
”