Para Mi Hija Quotes

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Si me derrumbaba y cedía, mi alma se perdería para siempre porque si no me marchaba ahora que podía, tal vez nunca reuniera el valor para hacerlo.
Elisabet Castany (Legado de sangre (La hija de la Sacerdotisa nº 2) (Spanish Edition))
Sólo cuando sé que mi hija está condenada por mi, que la traje al mundo para morir y acepto eso, es cuando puedo ser su padre de manera cabal, liberándola y liberándome
Leila Guerriero (Teoría de la gravedad)
La distancia de rescate está ahora tan tensa que no creo que pueda separarme más de unos pocos metros de mi hija. La casa, los alrededores, todo el pueblo me parece un lugar inseguro y no hay ninguna razón para correr riesgos
Samanta Schweblin (Fever Dream)
Si nos interesa la salvación del planeta, aparentemente la solución pasa por encontrar una manera inteligente de recuperar la capacidad de los humanos de funcionar y de decidir colectivamente, para que dejen de «hacer los idiotas», es decir de mirar sólo sus intereses particulares.
Yanis Varoufakis (Economía sin corbata: Conversaciones con mi hija (Otros títulos) (Spanish Edition))
—Los dioses hicieron la tierra para que todos los hombres la compartieran. Pero luego vienen los reyes con sus coronas y sus espadas de acero y dicen que todo es suyo. Los árboles son míos, dicen, no os podéis comer las manzanas. El arroyo es mío, aquí no podéis pescar. El bosque es mío, nada de cazar. Mi tierra, mi agua, mi castillo, mi hija... No les pongas las manos encima o te las corto, pero a lo mejor si te arrodillas delante de mí te dejo que lo olisquees. Decís que somos ladrones, pero al menos un ladrón tiene que ser valiente, astuto y rápido. Para arrodillarse sólo hacen falta rodillas.
George R.R. Martin (A Storm of Swords (A Song of Ice and Fire, #3))
Seré lo que tú quieras que sea, de sobra lo sabes. Nada me gustaría más que formar una familia contigo. —Tragué saliva azorada por la profundidad de sus palabras—. Amaré a esa niña como si fuera mi propia hija, pero no quiero ser el impedimento para que no se sepa la verdad. No puedes negarle eso a ninguno de los dos.
Elisabet Castany (Legado de sangre (La hija de la Sacerdotisa nº 2) (Spanish Edition))
Acomodando todas las cosas en su debido compartimiento, descubrí que todavía la amaba, quizás ese día más que nunca; quizás nunca había dejado de hacerlo, quizás siempre la amaría. Y esa era precisamente la fuerza que potenciaba mi odio: amarla mal para odiarla mejor, amarla retorcidamente para entregarle un odio más puro.
Ahtziri Lagarde (Las Cenizas de Ícaro)
Iza se volvió frente a la gente que presenciaba la ceremonia. La adopción de Ayla había resultado una sorpresa tan grande para ella como para el resto del clan, y la niña podía sentir cómo el corazón le palpitaba rápidamente. «Eso tiene que significar que es mi hija, mi primera hija, pensó. Sólo una madre sostiene a la criatura cuando le ponen nombre y la reconocen como miembro del clan. ¿Hace siete días que me la encontré? Tendré que preguntárselo a Creb, pero creo que sí. Tiene que ser mi
Jean M. Auel (El clan del oso cavernario (Los Hijos de la Tierra, #1))
Se sentirá orgullosa de que su hija abandone por un momento su vida íntima, personal y limitada. Y de paso vence mágicamente por unos instantes la desolación chilena, esa desolación, aquella que nunca más nos abandonó, la que aguarda pendenciera y sin lenguaje detrás de nuestra eficiencia, de nuestra civilidad, de nuestro pragmatismo. La que nos dejó para siempre sin calor. ¿Por qué hemos llegado a ser un pueblo tan triste, o es que lo fuimos siempre y no nos dimos cuenta? ¿Cuándo, cuándo perdimos el alma?
Marcela Serrano (Lo que está en mi corazón)
Mientras redactaba la inscripción para su tumba, entendí que la primera muerte ocurre en el lenguaje, en ese acto de arrancar a los sujetos del presente para plantarlos en el pasado. Convertirlos en acciones acabadas. Cosas que comenzaron y terminaron en un tiempo extinto. Aquello que fue y no será más. La verdad era esa: mi madre ya solo existiría conjugada de otra forma. Sepultándola a ella cerraba mi infancia de hija sin hijos. En aquella ciudad en trance de morir, nosotras lo habíamos perdido todo, incluso las palabras en tiempo presente.
Karina Sainz Borgo
En estos meses me he ido pelando como una cebolla, velo a velo, cambiando, ya no soy la misma mujer, mi hija me ha dado la oportunidad de mirar dentro de mí y descubrir esos espacios interiores, vacíos, oscuros y extrañamente apacibles, donde nunca antes había explorado. Son lugares sagrados y para llegar a ellos debo recorrer un camino angosto y lleno de obstáculos, vencer las fieras de la imaginación que me salen al paso. Cuando el terror me paraliza, cierro los ojos y me abandono con la sensación de sumergirme en aguas revueltas, entre los golpes furiosos del oleaje. p. 300
Isabel Allende (Paula)
En estos meses me he ido pelando como una cebolla, velo a velo, cambiando, ya no soy la misma mujer, mi hija me ha dado la oportunidad de mirar dentro de mí y descubrir esos espacios interiores, vacíos, oscuros y extrañamente apacibles, donde nunca antes había explorado. Son lugares sagrados y para llegar a ellos debo recorrer un camino angosto y lleno de obstáculos, vencer las fieras de la imaginación que me salen al paso. Cuando el terror me paraliza, cierro los ojos y me abandono con la sensación de sumergirme en aguas revueltas, entre los golgpes furiosos del oleaje. p. 300
Isabel Allende (Paula)
En estos meses me he ido pelando como una cebolla, velo a velo, cambiando, ya no soy la misma mujer, mi hija me ha dado la oportunidad de mirar dentro de mí y descubrir esos espacios interiores, vacíos, oscuros y extrañamente apacibles, donde nunca antes había explorado. Son lugares sagrados y para llegar a ellos debo recorrer un camino angosto y lleno de obstáculos, vencer las fieras de la imaginación que me salen al paso. Cuando el terror me paraliza, cierro los ojos y me abandono con la sensación de sumergirme en aguas revueltas, ,entre los golgpes furiosos del oleaje. p. 300
Isabel Allende (Paula)
En estos meses me he ido pelando como una cebolla, velo a velo,, cambiando, ya no soy la misma mujer, mi hija me ha dado la oportunidad de mirar dentro de mí y descubrir esos espacios interiores, vacíos, oscuros y extrañamente apacibles, donde nunca antes había explorado. Son lugares sagrados y para llegar a ellos debo recorrer un camino angosto y lleno de obstáculos, vencer las fieras de la imaginación que me salen al paso. Cuando el terror me paraliza, cierro los ojos y me abandono con la sensación de sumergirme en aguas revueltas, ,entre los golgpes furiosos del oleaje. p. 300
Isabel Allende (Paula)
Con el corazón desbocado y la sangre latiendo en mis sienes empujé la puerta del baño, que estaba entornada. No recordaba que estuviera así cuando había pasado aquella tarde por cada una de las habitaciones. Apenas se podía ver, estaba totalmente llena de vaho. Abrí la puerta de par en par para que saliera hacia fuera y se despejara un poco. Allí no había nadie. Miré la ducha; estaba abierta y con el grifo del agua caliente a máxima potencia. Lo cerré intentando mojarme lo mínimo posible. Miré a mi alrededor. Nada. Allí no había nada, ni nadie. —¿Qué me está pasando? —me pregunté en voz alta. Me senté en la taza del váter, los codos apoyados en las rodillas y las manos en la cara. Me sentía agotada, física y mentalmente. ¿Qué significaba ese maldito sueño?, ¿era premonitorio?, ¿iba a morir ahogada?, ¿o tal vez había pasado en otra vida? De nuevo se oyó un golpe en la habitación de al lado. A punto estuve de caerme de donde me encontraba sentada. Mi corazón amenazaba con estallar. Miré al frente. Me quedé petrificada. Ya no solamente notaba las pulsaciones de mi acelerado corazón; ahora también podía oírlas. En el ancho espejo del baño había un mensaje: «Amy, ayúdanos»
Elisabet Castany (El eterno legado (La hija de la sacerdotisa, #1))
El amor de ustedes está recién estrenado, es la primera página de un cuaderno en blanco. Ernesto es un alma vieja, mamá, me dijiste una vez, pero no ha perdido la inocencia, es capaz de jugar, de asombrarse, de quererme y aceptarme, sin juicios, como quieren los niños; desde que estamos juntos algo se ha abierto dentro de mí, he cambiado, veo el mundo de otra manera y yo misma me quiero más, porque me veo a través de sus ojos. Por su parte, Ernesto me ha confesado en los momentos de más terror que no imaginó encontrar el arrebato visceral que siente cuando te abraza, eres su perfecto complemento, te ama y te desea hasta los límites del dolor, se arrepiente de cada hora que estuvieron separados. ¿Cómo iba a saber yo que dispondríamos de tan poco tiempo? me ha dicho temblando. Sueño con ella, Isabel, sueño incansablemente con estar a su lado otra vez y hacer el amor hasta la inconsciencia, no puedo explicarte estas imágenes que me asaltan, que solo ella y yo conocemos, esta ausencia suya es una brasa que me quema, no dejo de pensar en ella ni un instante, su recuerdo no me abandona, Paula es la única mujer para mí, mi compañera soñada y encontrada. ¡Qué extraña es la vida, hija! Hasta hace poco yo era para Ernesto una suegra distante y algo formal, hoy somos confidentes, amigos íntimos". p. 90
Isabel Allende
Cuentan que a principios del siglo pasado una dama inglesa que debía viajar a un pueblo indio mandó una carta al maestro de la escuela local para preguntarle si el lugar disponía de un WC. Las autoridades locales no conocían esa palabra y debatieron; tras muchas dudas, decidieron que la dama debía querer decir wayside chapel —una capilla cercana— y le encargaron al maestro que respondiera con toda la amabilidad del vasallo colonial: "Querida señora, tengo el placer de informarle que el WC se encuentra a nueve millas de la casa, en medio de un delicioso bosque de pinos. El WC puede recibir 229 personas sentadas y funciona los domingos y los jueves. Le sugeriría que acudiese temprano, sobre todo en verano, cuando la concurrencia es grande. Puede también quedarse de pie pero sería incómodo, sobre todo si va usted con frecuencia. Sepa usted que mi hija se casó allí, porque fue donde conoció a su futuro esposo (...). Le recomendaría que fuera un jueves, día en que podrá disfrutar del acompañamiento de un órgano. La acústica es excelente y los sonidos más delicados pueden ser apreciados en todos los rincones. Hace poco se instaló una campana, que suena cada vez que entra alguien. Un pequeño comercio ofrece almohadones, muy apreciados por el público. Será un placer acompañarla personalmente y ubicarla en lugar bien visible...
Martín Caparrós (El hambre)
Cuando me divorcié de tu padre me preparé para seguir andando sola, porque pensé que sería casi imposible encontrar otro compañero. Soy mandona, independiente, tribal y tengo un trabajo poco común que me exige pasar la mitad de mi tiempo sola, callada y escondida. Pocos hombres pueden con todo eso. No quiero pecar de falsa modestia, también tengo algunas virtudes. ¿Te acuerdas de alguna, hija? A ver, déjame pensar… Por ejemplo: requiero poco mantenimiento, soy sana y cariñosa. Tú decías que soy divertida y nadie se aburre conmigo, pero eso era antes. Después de que tú te fuiste se me acabaron las ganas de ser el alma de la fiesta. Me he vuelto introvertida, no me reconocerías.
Isabel Allende (La suma de los días)
Un día, yo tengo diez años, alguien llama a mi casa y le dice a mi madre: «Su hija es un marimacho», y cuelga. Desde entonces mi madre lee todos mis cuadernos, escruta todos mis bolsillos, me hace todos los días la cartera para asegurarse de que no llevo o traigo nada raro. Mi madre se convierte en un detective privado contratado por el régimen heteropatriarcal para desactivar mi incipiente terrorismo de género: vigilancia e inspección doméstica, interrogatorio, prohibición, reclusión, censura..., estos son los sofisticados métodos que el sistema pone a disposición de una simple ama de casa del período español inmediatamente postfranquista para extirpar el deseo masculino que habita mi cuerpo de niña.
Paul B. Preciado (Testo Junkie: Sex, Drugs, and Biopolitics in the Pharmacopornographic Era)
La gente no acepta que se le diga sus verdades. Quieren que se crea sus lindas palabras o por lo menos que uno haga como si. Yo soy lúcida soy franca arranco las caretas. La tipeja que susurra: '¿Así que quiere mucho a su hermanito?' y yo con mi vocecita serena 'Lo detesto'. He seguido siendo esa adolescente que dice lo que piensa no hace trampas. Se me partía el corazón escucharlo pontificar y todos esos infelices de rodillas delante de él. Yo aparecía con mis grandes zuecos sus palabras solemnes quedaban desinfladas: el progreso la prosperidad el porvenir del hombre la felicidad de la humanidad la ayuda a los países subdesarrollados la paz del mundo. No soy racista pero me importan un pito los árabes los judíos los negros exactamente como me importan un pito los chinos los rusos los yanquis los franchutes. Me importa un pito la humanidad qué es lo que ella ha hecho por mí me gustaría saberlo. Si son lo bastante estúpidos como para degollarse bombardearse tirarse napalm exterminarse no gastaré mis ojos llorando. Un millón de niños degollados ¿y qué? Los niños nunca son otra cosa que semilla de canallas y así se descongestiona un poco el planeta reconocen que está superpoblado ¿y entonces qué? Si yo fuera la tierra me daría asco toda esa gusanada en mi espalda me la sacudiría. Si todos revientan yo quiero reventar. Los niños no son nada para mí no voy a enternecer por ellos. Mi hija está muerta y me han robado a mi hijo.
Simone de Beauvoir (The Woman Destroyed)
Mi caída empezó, como muchas historias lo hacen, con una chica. Una chica llamada Meghan Chase, la hija medio humana de nuestro antiguo rival, el Rey de Verano. El destino nos unió, y a pesar de todo lo que hice para ocultar mis emociones, a pesar de las leyes de nuestra gente y de la guerra con los feys de Hierro y de la amenaza de eterno destierro de mi hogar, aun así me enamoré de ella. Nuestros caminos estaban entretejidos, nuestros destinos entrelazados, y antes de la última batalla juré que la seguiría al fin del mundo, para protegerla de cualquier amenaza, incluyendo a mi propia familia, y para morir por ella si era llamado a hacerlo. Me convertí en su caballero, y habría servido con alegría a esta chica, la mortal que había capturado mi corazón, hasta que el último aliento abandonara mi cuerpo. Pero el destino es un amante cruel, y al final, nuestros caminos fueron forzados a separarse, como había temido que lo fueran
Julie Kagawa (The Iron Knight (The Iron Fey, #4))
He matado nuestra vida juntos, he cortado cada cabeza, con sus tristes ojos azules atrapados en una pelota de playa, rodando por separado afuera del garaje. He matado todas las cosas buenas pero son demasiado tercas. Se cuelgan. Las pequeñas palabras de tu compañía se han arrastrado hasta su tumba, el hilo de la compasión, como una frambuesa querida, los cuerpos entrelazados cargando a nuestras dos hijas, tu recuerdo vistiéndose temprano, toda la ropa limpia, separada y doblada, tú sentándote en el borde de la cama lustrando tus zapatos con un limpiabotas, y yo te amaba entonces, eras tan sabio desde la ducha, y te amé tantas otras veces y he estado por meses, tratando de ahogarlo, presionando, para mantener su gigantesca lengua roja por debajo, como un pez. Pero a donde quiera yo vaya están todos en llamas, el róbalo, el pez dorado, sus ojos amurallados flotando ardiendo entre plancton y algas marinas como tantos otros soles azotando las olas, y mi amor se queda amargamente brillando, como un espasmo que se niega dormir, y estoy indefensa y sedienta y necesito una sombra pero no hay nadie para cubrirme – ni siquiera Dios.
Anne Sexton (Selected Poems)
Crecí con el cuento de que en Chile no hay problemas raciales. No me explico cómo nos atrevemos a repetir semejante falsedad. No hablamos de racismo, sino de «sistema de clases» (nos gustan los eufemismos), pero son prácticamente la misma cosa. No sólo hay racismo y/o clasismo, sino que están enraizados como muelas. Quien sostenga que es cosa del pasado se equivoca de medio a medio, como acabo de comprobar en mi última visita, cuando me enteré de que uno de los alumnos más brillantes de la Escuela de Leyes de la Universidad de Chile fue rechazado en un destacado bufete de abogados, porque «no calzaba con el perfil corporativo». En otras palabras, era mestizo y tenía un apellido mapuche. A los clientes de la firma no les daría confianza ser representados por él; tampoco aceptarían que saliera con alguna de sus hijas. Tal como ocurre en el resto de América Latina, nuestra clase alta es relativamente blanca y mientras más se desciende en la empinada escala social, más acentuados son los rasgos indígenas. Sin embargo, a falta de otras referencias, la mayoría de los chilenos nos consideramos blancos; fue una sorpresa para mí descubrir que en Estados Unidos soy «persona de color».
Isabel Allende (Mi país inventado (Spanish Edition))
Dejemos esta cuestión para mañana, porque ya estarás cansado de leer hoy: si mañana u otro día no tienes, como sueles, pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu bolsillo, y pereza de abrir los ojos para hojear las hojas que tengo que darte todavía, te contaré cómo a mí mismo, que todo esto veo y conozco y callo mucho más, me ha sucedido muchas veces, llevado de esta influencia, hija del clima y de otras causas, perder de pereza más de una conquista amorosa; abandonar más de una pretensión empezada, y las esperanzas de más de un empleo, que me hubiera sido acaso, con más actividad, poco menos que asequible; renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita justa o necesaria, a relaciones sociales que hubieran podido valerme de mucho en el transcurso de mi vida; te confesaré que no hay negocio que no pueda hacer hoy que no deje para mañana; te referiré que me levanto a las once, y duermo siesta; que paso haciendo el quinto pie de la mesa de un café, hablando o roncando, como buen español, las siete y las ocho horas seguidas; te añadiré que cuando cierran el café, me arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque de pereza no tengo más que una), y un cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin cesar, las doce o la una de la madrugada; que muchas noches no ceno de pereza, y de pereza no me acuesto; en fin, lector de mi alma, te declararé que de tantas veces como estuve en esta vida desesperado, ninguna me ahorqué y siempre fue de pereza.
Mariano José de Larra
—¡Arriba, princesita! El grito la sobresaltó, incorporándose de golpe, desorientada. Miró a su alrededor. La luz había vuelto, y Hewan estaba de pie en mitad de la estancia. Tenía una cadena más delgada en una mano, y una bolsa negra en la otra. Se había cambiado la falda de cuero de la noche anterior por otra de lana gruesa, tejida a cuadros verdes con líneas negras —¿No puedes ser más delicado a la hora de despertarme? —se quejó Rura con irritación. —¿La princesita se ha asustado? —Se llevó la mano al pecho, simulando estupor—. Lo lamento mucho, alteza imperialísima. ¿Vais a ordenar azotarme? Rura se levantó. Se sentía sucia y horrenda, con el pelo enredado y el quimono lleno de arrugas. Y olía a sudor. Hacía años que sus axilas no olían. —No me llames así —gruñó. —¿Princesita? ¿No te gusta? —Me importa un comino si me llamas princesita. No te dirijas a mí como Alteza Imperial. No tengo el derecho a usar el título. Rura intentó evitarlo, pero la amargura fue evidente en su voz. Hewan soltó una carcajada y puso los brazos en jarras. La cadena y la bolsa negra colgaban de sus manos. —Vaya, vaya, vaya… Así que no eres hija legítima —se burló—. Lástima. Pensaba utilizarte como moneda de cambio, pero ya veo que no me servirás ni para eso. Probablemente, cuando la noticia de tu captura llegue a oídos de tu padre, el gran príncipe heredero, se sentirá aliviado. ¿No es así? —¡Mi padre me quiere! —gritó furiosa—. ¿Me oyes, bestia inmunda? ¡Mi padre me quiere, y cuando venga a por mí, traerá con él todo el ejército imperial! ¡Destrozará estas montañas hasta encontrarme! Y tú y tu pueblo lo pagaréis con la exterminación. Se sintió como una niña malcriada gritando toda esa sarta de mentiras, pero en aquel momento no podía afrontar la verdad que había en las palabras de aquel extraño. La sonrisa de Hewan murió y su rostro se transformó en una máscara colérica. —Claro que te quiere, princesita —siseó. Tenía el cuello en tensión, y los tendones se marcaban, abultados bajo la piel—. Por eso permitió que tu esposo el gobernador te repudiara y te exiliara. Rura no contestó. ¿Qué iba a decir? ¿Confesar ante este extraño que se lo merecía por lo que había hecho? ¿Que tenía suerte de estar viva? Había conspirado para matar a Kayen. El hecho que fuese por orden de su padre, no la convertía en inocente. Además, estaba segura que su exilio tenía mucho más que ver con la paliza que le dio a la esclava, que con el intento de asesinato. —¿No dices nada? Rura se escondió de nuevo tras su máscara de princesa. Levantó la barbilla con orgullo y se negó a hablar. Hewan se acercó a ella, y Rura luchó con el impulso de huir de él. Le puso la bolsa delante de la cara. —Hueles que apestas —le dijo. Rura enrojeció de rabia y de vergüenza—. Te voy a llevar a los baños para que te puedas lavar, pero para eso tengo que taparte la cabeza. —No quiero ir. Puedo lavarme aquí si alguien me trae agua y jabón. —Nadie te ha pedido tu opinión, princesita. —Le pasó la bolsa por la cabeza y se la anudó en el cuello, por encima del collar metálico—. No te preocupes, no dejaré que te caigas… creo. Desenganchó la cadena que la mantenía sujeta a la pared, y aseguró la nueva cadena que llevaba en la mano, más delgada y corta. —¿Tienes que llevarme como si fuera un perro? —preguntó indignada— . No voy a echar a correr. —Por supuesto que no correrás —contestó Hewan, guasón—. Esta cadena no es para impedir que huyas; es para humillarte. —Eres un animal. —Puede ser, pero no soy yo el que lleva collar y cadena, princesita. Y que no se te ocurra intentar quitarte la bolsa de la cabeza: si lo haces, tendré que arrancarte esos bonitos ojos que tienes.
Alaine Scott (La princesa sometida (Cuentos eróticos de Kargul #3))
Mientras tanto, el señor Brocklehurst, de pie ante la chimenea con las manos a la espalda, observaba majestuosamente a la concurrencia. De pronto, parpadeó como su algo lo hubiera deslumbrado o escandalizado, y dijo con palabras más atropelladas que de costumbre: - Señorita Temple, ¿qué...qué le ocurre a esa muchacha de cabello rizado? ¿Pelirroja, señorita, y cubierta de rizos? - y señaló con mano temblorosa el objeto de su ultraje con el bastón. - Es Julia Severn - respondió con voz queda la señorita Temple. -Julia Severn, señorita. ¿Y por qué motivo tiene ella, o cualquier otra, el cabello rizado? ¿Por qué, desafiando a todas las leyes y principios de esta casa evangélica y benéfica, se muestra tan abiertamente mundana como para llevar el cabello hecho una maraña de rizos? - Los rizos de Julia son naturales - contestó la señorita Temple, con voz aún más baja. - ¡Naturales! Sí, pero no nos conformamos con lo natural. Quiero que estas muchachas sean hijas de Dios. ¿Por qué semejante exceso? He dado a entender una y otra vez que quiero que se recojan el cabello de manera recatada y sencilla. Señorita Temple, a esta muchacha hay que raparle del todo; haré venir al barbero mañana. Y veo a otras con un exceso parecido. Que se dé la vuelta esa chica alta. Diga que se levanten todas las de la primera clase y se vuelvan hacia la pared. --- Estudió el envés de estas medallas humanas durante unos cinco minutos y después dictó sentencia. Sus palabras cayeron como un toque de difuntos: - ¡Que se recorten todos los moños! - Señorita - prosiguió él - he de servir a un Amo cuyo reino no es de este mundo. Es mi misión mortificar los deseos carnales de estas muchachas, enseñarles a vestirse con recato y sobriedad, y no con ropas caras y tocados complicados. Cada una de las jóvenes que tenemos delante lleva un mechón de cabello que la misma vanidad hubiera podido trenzar....
Charlotte Brontë (Jane Eyre)
En esa reunión, Fidel Castro, el dictador cubano, se haría una foto histórica al lado de David Rockefeller, uno de los símbolos del capitalismo multinacional. La imagen recorrería el planeta, pero era mucho menos sabido que Peggy, la hija de David, había visitado frecuentemente Cuba desde 1985 o que David Rockefeller se reuniría al día siguiente con Castro en el edificio del Consejo de Relaciones Exteriores en Park Avenue.91 Para muchos podía parecer un simple gesto de cortesía social o un acto incomprensible, pero sería el propio David Rockefeller el que explicaría perfectamente su conducta en el año 2002 en sus Memorias. Millonario, filántropo, participante habitual en los círculos más elevados del poder, David Rockefeller realizaría la siguiente confesión: «Algunos creen incluso que nosotros — los Rockefeller — somos parte de una cábala secreta que trabaja contra los mejores intereses de los Estados Unidos, caracterizando a mi familia y a mí como «internacionalistas» que conspiran alrededor del mundo con otros para construir una estructura global política y económica más integrada — un mundo, si se quiere. Si esa es la acusación, me declaro culpable y estoy orgulloso de ello». La afirmación de Rockefeller resultaba de enorme relevancia no solo por su sinceridad, sino por su contundencia. Ante la acusación de que desarrollaba una agenda que no era la de los Estados Unidos y que incluso iba contra los intereses de esta nación, una agenda que manifestaba en su cordialidad ante el dictador cubano Fidel Castro, David Rockefeller se declaraba culpable y además orgulloso de serlo. Ante la acusación de ser un internacionalista que conspiraba con otros en todo el mundo, se declaraba culpable y orgulloso de serlo. Ante la acusación de estar construyendo una estructura política y económica de carácter global que avanzara hacia un solo mundo se declaraba culpable y orgulloso de serlo. A inicios de este siglo, apenas perpetrados los atentados del 11-S, Rockefeller no tenía el menor reparo en reconocer públicamente que sostenía una agenda globalista cuya finalidad era someter al mundo a un nuevo orden que chocaba incluso con los intereses de naciones como los Estados Unidos.
César Vidal (Un Mundo Que Cambia: Patriotismo Frente a Agenda Globalista (Spanish Edition))
En una sesión, el terapeuta del té verde trató de hipnotizarme. No lo logró, pero al menos me relajé y pude ver dentro de mi corazón un trozo enorme de granito negro. Supe entonces que mi tarea sería librarme de eso; tendría que picarlo en pedacitos, poco a poco. Para deshacerme de aquella oscura roca, además de la terapia y las caminatas en el bosque diáfano de tus cenizas, tomé clases de yoga y multipliqué las tranquilas sesiones de acupuntura con el doctor Shima, tanto por el beneficio de su ciencia, como por el de su presencia. Reposando en su camilla con agujas por todas partes, meditaba y me evadía a otras dimensiones. Te buscaba, hija. Pensaba en tu alma, atrapada en un cuerpo inmóvil durante aquel largo año de 1992. A veces sentía una garra en la garganta y apenas podía aspirar aire, o me agobiaba el peso de un saco de arena en el pecho y me sentía enterrada en un hoyo, pero pronto me acordaba de dirigir la respiración al sitio del dolor, con calma, como se supone que se debe hacer durante el parto, y de inmediato disminuía la angustia. Entonces visualizaba una escalera que me permitía salir del hoyo y subir a la claridad del día, al cielo abierto. El miedo es inevitable, debo aceptarlo, pero no puedo permitir que me paralice. Una vez dije -o escribí en alguna parte- que después de tu muerte ya no tengo miedo de nada, pero eso no es verdad, Paula. Temo perder o ver sufrir a las personas que amo, temo el deterioro de la vejez, temo la creciente pobreza, violencia y corrupción en el mundo. En estos años sin ti he aprendido a manejar la tristeza, a hacerla mi aliada. Poco a poco tu ausencia y otras pérdidas de mi vida sevan convirtiendo en una dulce nostalgia. Eso es lo que pretendo en mi tambaleante práctica espiritual: deshacerme de los sentimientos negativos que impiden caminar con soltura. Quiero transformar la rabia en energía creativa y la culpa en una burlona aceptación de mis fallas; quiero barrer hacia fuera la arrogancia y la vanidad. No me hago ilusiones, nunca alcanzaré el desprendimiento absoluto, la auténtica compasión o el estado de éxtasis de los iluminados, parece que no tengo huesos de santa, pero puedo aspirar a las migas: menos ataduras, algo de cariño hacia los demás, la alegría de una conciencia limpia.
Isabel Allende (La suma de los días)
Una ráfaga de aire helado pasó entre los presentes, haciendo una pequeña espiral y levantando hojas a su paso. Tan solo los sollozos desgarradores de Adèle rompían el silencio que reinaba en aquel claro del bosque. Recorrí con la mirada los rostros desconocidos de aquellas personas, sus caras reflejaban emociones que iban desde el dolor más profundo por la pérdida de un ser amado a la impotencia. Reconocí al moreno Ray que permanecía impertérrito con la mirada perdida cargada de dolor, de vez en cuando desviaba la vista hacia la pelirroja que lloraba desconsolada en brazos de su padre. A su lado, dos figuras imponentes captaron mi atención; me sorprendió lo diferentes y parecidos a la vez que me resultaron. La figura oscura y salvaje de Erwan se hallaba al lado de un hombre de su edad aproximada e idéntica complexión. Su cabello rubio llegaba casi a la altura de los hombros y una mueca de dolor atravesaba su bien parecido rostro. Gruesas lágrimas se derramaban por sus ojos anegados de la más profunda tristeza. A su lado, Erwan miraba un punto que quedaba frente a él con la mandíbula apretada. Había mucho dolor en su rostro, sus ojos azules estaban oscuros como el mar en plena tormenta y reflejaban una furia salvaje que apenas podía mantener controlada. En el centro del claro, sobre un lecho de ramas se hallaba un cuerpo sin vida. Me acerqué para observarlo de cerca, nadie reparó en mi presencia, era como si fuese un fantasma, como si realmente no estuviese allí. Pude adivinar mientras me acercaba que se trataba de una mujer. Su cuerpo menudo estaba bellamente vestido de blanco haciéndola parecer un hada con su magnífica melena azabache desparramada a su alrededor. Una gota de lluvia cayó en su pecosa nariz. Levanté la vista al cielo: las negras nubes habían acabado por cubrirlo todo. Una mujer alta, bastante mayor, y de porte solemne, hizo una señal de asentimiento con la cabeza a un hombre que sostenía una antorcha. El hombre la acercó al lecho de la joven y éste empezó a arder. Adèle finalmente se derrumbó sin poder aguantar más aquella tortura. El hombre rubio avanzó con decisión hacia la joven sin vida que ahora yacía entre las llamas. Fue interceptado antes de llegar al fuego por Erwan que lo agarró con fuerza desde detrás envolviéndolo con sus fuertes brazos. El hombre lanzó un gritó desgarrador al aire; estaba roto por el dolor. Sentí una gruesa lágrima resbalando por mi mejilla ante aquella desoladora escena, compartía su dolor, yo también acababa de perder una parte de mí misma. Antes de que las llamas envolvieran totalmente el cuerpo de la joven, dirigí la mirada hacia su rostro. Un escalofrío me recorrió desde la columna vertebral. Di un paso atrás totalmente conmocionada. ¿Quién era aquella gente?, ¿por qué mi cuerpo yacía sin vida en medio de las llamas? Desperté de golpe con un fuerte dolor en el pecho. Me incorporé en la cama intentado recuperar la respiración, mi corazón latía descontrolado a punto de salirse por la boca. Era yo. La mujer de la pira era yo.
Elisabet Castany (El eterno legado (La hija de la sacerdotisa, #1))
—[...] Tiene unas manos maravillosas; mi madre las habría llamado manos de mago. Mi padre sonrió. —Las ha heredado de su madre: delicadas pero fuertes. Perfectas para fregar cacharros, ¿verdad, mujer? Mi madre le dio un manotazo; luego le cogió una mano a su esposo y se la abrió para enseñársela a Ben. —Mi hijo tiene las mismas manos que su padre: elegantes y suaves. Perfectas para seducir a las hijas de los nobles. —Mi padre quiso protestar, pero ella no le hizo caso—. Con esos ojos y esas manos, no habrá ni una sola mujer a salvo en el mundo cuando mi hijo empiece a correr detrás de las faldas. —Cuando empiece a cortejar doncellas, querida —la corrigió mi padre.
Patrick Rothfuss (The Name of the Wind (The Kingkiller Chronicle, #1))
Las niñas deberían tener un montón de ropa vieja y resistente para que no les preocupara ensuciarse cuando pintan o juegan con agua o pegamento; de ese modo no se asustarían al mancharse la ropa o la piel. En realidad, las niñas pequeñas no necesitan ropa fina ni prendas de moda. De hecho, a estas niñas pequeñas, las prendas excesivamente ornadas y vistosas solo les fomentan una preocupación por su aspecto. La moda de los pequeños es para satisfacer el gusto de los padres; si crees que tu hija no está lo bastante mona con una camiseta y un pantalón de peto, lo que tienes que hacer es mirar menos revistas. (No hay nada más triste que ver a una cría vestida con un trajecito cursi y muy «femenino», pues que lo único que puede hacer con esa ropa es sentarse y poner carita de niña «buena».) Hace poco una madre me dijo: «Antes solía decirle a mi niña de dos años: “Este vestido te queda precioso”, o “Qué mona estás”. Pero ahora le digo: “Ponte estas bambas (o estas botas de agua), así podrás correr y jugar”».
Steve Biddulph (Educar niñas)
Necesitamos el poder de nuestro Padre celestial para que nos ayude a perdonar a aquellas personas que sentimos que no merecen perdón, que nos han lastimado sólo porque ellas también viven dolidas. Es imposible intentar hacer esto por nuestra cuenta.
Valery Murphy (Un Balle Con Mi Papa: La Travesia de Cado Hija)
—¿Qué ha sido esa vergonzosa exhibición? —me preguntó Wilem cuando Marea se hubo marchado. —¿Cómo dices? —¿Cómo dices? —repitió imitando mi tono de voz—. ¿Cómo te atreves a fingir siquiera que eres tan imbécil? Si una chica tan guapa como esa me mirara con un solo ojo de la forma en que te ha mirado a ti con los dos… Ya habríamos encontrado una habitación, por expresarlo de forma educada. —Ha sido simpática —protesté—. Y hemos hablado un rato. Me ha preguntado si querría enseñarle algunos acordes de arpa, pero hace mucho tiempo que no toco el arpa. —Pues si sigues pasando por alto insinuaciones como esa, seguirás sin tocarla mucho tiempo —repuso Wilem con franqueza—. Lo único que ha faltado ha sido que se desabrochara otro botón. Sim se inclinó hacia mí y apoyó una mano en mi hombro; era la viva imagen del amigo preocupado. —Kvothe, hace tiempo que quiero hablar contigo de este problema. Si de verdad no te has dado cuenta de que esa chica se interesaba por ti, quizá tengas que admitir la posibilidad de que seas absolutamente inepto en lo relativo a las mujeres. Quizá debas plantearte el sacerdocio. —Estáis borrachos —dije para disimular mi rubor—. ¿Os habéis quedado con que es la hija de un concejal? —¿Te has quedado —replicó Wil en el mismo tono— con cómo te miraba? Yo sabía que era deplorablemente inexperto con las mujeres, pero no tenía por qué reconocerlo. Así que descarté sus comentarios con un ademán y bajé del taburete. —No sé, pero dudo que un revolcón detrás de la barra fuera en lo que estaba pensando esa chica. —Bebí un sorbo de agua y me alisé la capa—. Bueno, tengo que encontrar a mi Aloine y darle las gracias. ¿Qué aspecto tengo? —¿Qué más da? —dijo Wilem. Simmon le tocó el codo a Wilem. —¿No lo ves? Va detrás de una presa más peligrosa que la escotada hija de un concejal.
Patrick Rothfuss (The Name of the Wind (The Kingkiller Chronicle, #1))
—Yo te amo. Te amo porque todos los amores del mundo son como ríos diferentes que corren hacia un mismo lago, y allí se encuentran y se transforman en un amor único que se hace lluvia y bendice la tierra. »Yo te amo como un río, que crea las condiciones para que la vegetación y las flores crezcan por donde él pasa. Yo te amo como un río, que da de beber al que tiene sed y transporta a la gente hasta donde quiere llegar. »Yo te amo como un río, que entiende que tiene que correr de manera distinta en una cascada y aprender a reposar en una depresión del terreno. Yo te amo porque todos nacemos en el mismo lugar, en la misma fuente, que sigue alimentándonos siempre con más agua. Así, cuando somos débiles todo lo que tenemos que hacer es esperar un poco. Vuelve la primavera, las nieves del invierno se derriten y vuelven a llenarnos de nueva energía. »Yo te amo como un río que empieza solitario y débil en una montaña, poco a poco va creciendo y uniéndose a otros ríos que se acercan hasta que, a partir de un determinado momento, puede evitar cualquier obstáculo para llegar a donde desea. »Entonces, yo recibo tu amor y te entrego mi amor. No el amor de un hombre por una mujer, no el amor de un padre por una hija, no el amor de Dios por sus criaturas. Sino un amor sin nombre, sin explicación, como un río que no puede explicar su curso, simplemente sigue adelante. Un amor que no pide y que no da nada a cambio, simplemente se manifiesta. Nunca voy a ser tuyo, tú nunca vas a ser mía, pero aun así puedo decir: yo te amo, yo te amo, yo te amo.
Paulo Coelho (O Aleph)
Continué por la calle, pero los había perdido de vista. Y allí estaba yo, sin sombrero, dando la impresión de estar también loco. Como pensaría cualquiera, uno está loco y otro se ahogó y a la otra la puso su marido en la calle, ¿por qué razón no van a estar también los demás locos? Siempre los sentía mirarme como buitres, como esperando la ocasión de decir No me extraña siempre he pensado que toda la familia estaba loca. Vender un terreno para mandarlo a Harvard y pagar impuestos para sostener la Universidad del Estado que no he visto nunca excepto en un partido de béisbol y no permitir que se pronuncie el nombre de su hija en la casa y que Padre después de cierto tiempo no volviese a venir al pueblo sino que se quedaba allí sentado todo el día con la botella yo veía la parte inferior de su camisón y las piernas desnudas y oía el tintineo de la botella hasta que finalmente se lo tenía que servir T. P. y ella dice No tienes respeto por la memoria de tu Padre y yo digo No veo por qué seguro que está bien guardada sólo que si yo también estoy loco Dios sabe lo que haré sólo ver el agua me pone enfermo y casi prefiero beber gasolina que un vaso de whisky y Lorraine les dice puede que no beba pero si creéis que no es hombre ya os diré yo cómo podéis comprobarlo ella dice como te pille tonteando con una de estas zorras ya sabes lo que haré dice la daré una paliza dice la agarraré y la pegaré la pegaré mientras no se me escape y yo digo si no bebo es asunto mío pero acaso te he fallado alguna vez la digo que la invitaré a tanta cerveza como para que si quiere se dé un baño con ella porque siento respeto por una puta honrada porque con la salud de Madre y la posición en que pretendo mantenerla sin ningún respeto por lo que intento hacer por ella más que convertir su nombre, mi nombre y el nombre de mi madre en la comidilla del pueblo.
Anonymous
Muchas de las formas de contacto que establecemos en nuestras relaciones íntimas se basan en pautas o modelos que hemos aprendido de nuestros padres. Los mensajes que recibimos de niños se convierten, para el resto de nuestra vida, en el núcleo de la información que usamos sobre nosotros mismos y de la posición que ocupamos en el mundo. Cuando nuestras circunstancias hogareñas resultan desagra- dables o dolorosas, nos defendemos de ellas, prometiéndonos en secreto que cuando lleguemos a ser mayores haremos las cosas mejor que nuestros padres. Sin embargo, como sólo sabemos lo que hemos aprendido de niños, cuando somos adultos seguimos buscando experiencias y relaciones que nos ofrezcan la comodidad de ser familiares. Por eso, a pesar de nuestras heroicas promesas de hacer las cosas de otra manera, es frecuente que terminemos por repetir las situaciones y relaciones de nuestra niñez. Un buen ejemplo de ello es el caso de la mujer de hija de padre alcohólico, que termina casándose con un alcohólico: está repitiendo la situación familiar para ella. Además procura convencerse de que ahora, como adulta, tiene el poder de reescribir el viejo guión familiar, pero dándole un final feliz. En otro tiempo sufrió por el desamor de su padre porque era alcohólico. Ahora intentará alcanzar el amor de otro alcohólico.
Angela María Reyes Barrera (Recuperando mi alma: Programa de 12 pasos para codependientes, un nuevo proceso de vida (Spanish Edition))
Los miserables (Colección Sepan Cuantos: 077) (Spanish Edition) (Hugo, Victor) - Tu subrayado en la posición 4516-4517 | Añadido el jueves, 8 de enero de 2015 13:12:38 Hay muchas de estas virtudes, hoy humilladas, que un día estarán en lo alto. Esta vida tiene un día siguiente. ========== Los miserables (Colección Sepan Cuantos: 077) (Spanish Edition) (Hugo, Victor) - Tu subrayado en la posición 4609-4609 | Añadido el jueves, 8 de enero de 2015 13:25:39 El pobre no puede penetrar en el fondo de su cuarto, como en el fondo de su destino, sino encorvándose más y más. ========== Los miserables (Colección Sepan Cuantos: 077) (Spanish Edition) (Hugo, Victor) - Tu subrayado en la posición 4630-4631 | Añadido el jueves, 8 de enero de 2015 13:28:44 Un alma por un pedazo de pan: la miseria ofrece, la sociedad acepta. ========== Los miserables (Colección Sepan Cuantos: 077) (Spanish Edition) (Hugo, Victor) - Tu subrayado en la posición 4845-4846 | Añadido el jueves, 8 de enero de 2015 13:51:40 Volveréis a ser honrada siendo feliz. Además de que, y os lo digo desde ahora, si todo ha pasado como decís y yo lo creo, no habéis dejado de ser virtuosa y santa delante de Dios. ¡Pobre mujer! ========== Los miserables (Colección Sepan Cuantos: 077) (Spanish Edition) (Hugo, Victor) - Tu subrayado en la posición 4889-4893 | Añadido el jueves, 8 de enero de 2015 13:57:14 —He sido pecadora; pero cuando tenga a mi hija conmigo, será señal de que Dios me ha perdonado. Mientras he sido mala, no he querido tener a Cosette a mi lado; porque no hubiera podido sufrir su triste mirada. Y, sin embargo, por ella era mala; por esto creo que me perdonará Dios. Recibiré la bendición de Dios cuando Cosette esté a mi lado. La miraré, y me consolará ver su inocencia. Es un ángel; nada sabe, hermanas mías. A su edad no se han perdido aún las alas. ========== Los miserables (Colección Sepan Cuantos: 077) (Spanish Edition) (Hugo, Victor) - Tu subrayado en la posición 5058-5058 | Añadido el jueves, 8 de enero de 2015 14:14:39 ¿Por qué he de ser bueno para castigar a otros, y no para castigarme a mí mismo? Sería un miserable ========== Los miserables (Colección Sepan Cuantos: 077) (Spanish Edition) (Hugo, Victor) - Tu subrayado en la posición 5061-5062 | Añadido el jueves, 8 de enero de 2015 14:15:39 ¡Dios mío! ¡cuán fácil es ser bueno; pero cuán difícil es ser justo! ========== Los miserables (Colección Sepan Cuantos: 077) (Spanish Edition) (Hugo, Victor) - Tu subrayado en la posición 5095-5098 | Añadido el jueves, 8 de enero de 2015 14:20:33 San Vicente de Paúl ha descrito perfectamente la hermana de la Caridad en estas admirables palabras, en que mezcla tanta libertad con tanta esclavitud: “Tendrán por monasterio la casa del enfermo; por celda un cuarto alquilado; por capilla la iglesia de su parroquia; por claustro las calles de la ciudad o las salas de los hospitales; por reclusión la obediencia; por celosías y rejas el temor de Dios; por velo la modestia”. ========== Los miserables (Colección Sepan Cuantos: 077) (Spanish Edition) (Hugo, Victor) - Tu subrayado en la posición 5219-5220 | Añadido el jueves, 8 de enero de 2015 15:41:59 Hay un espectáculo más grande que el del mar, y es el del cielo; hay un espectáculo más grande que el del cielo, y es el del interior del alma. ========== Los miserables (Colección Sepan Cuantos: 077) (Spanish Edition) (Hugo, Victor) - Tu subrayado en la posición 5222-5224 | Añadido el jueves, 8 de enero de 2015 15:42:51 La conciencia es el caos de las quimeras, de las ambiciones, de las tentativas, el horno de los delirios, el antro de las ideas vergonzosas, el pandemónium de los sofismas, el campo de batalla de las pasiones. ========== Los miserables (Colección Sepan Cuantos: 077) (Spanish Edition) (Hugo, Victor) - Tu subrayado en la posición 5325-5326 | Añadido el jueves, 8 de enero de 2015 15:59:05 Querer prohibir a la imaginación que vuelva a una idea
Anonymous
Por favor, no me preguntes si ya pasó. Nunca se me pasará. Por favor, no me digas que está en un mejor lugar. Ella no está aquí conmigo. Por favor, no me digas que al menos no está sufriendo. Todavía no entiendo por qué tenía que sufrir. Por favor, no me digas que entiendes lo que siento. A menos que también hayas perdido un hijo. Por favor, no me preguntes si ya me siento mejor. La desgracia no es una condición que se mejora. Por favor, no me digas que al menos la tuve por muchos años. ¿Qué año escogerías para que muera tu hijo? Por favor, no me digas que Dios nunca nos envía más de lo que podemos soportar. Por favor, sólo di que lo sientes. Por favor, sólo di que recuerdas a mi hija, si es que lo haces. Por favor, déjame hablar de ella. Por favor, menciona el nombre de mi hija. Por favor, sólo déjame llorar.
Marcelo Rittner (Aprendiendo a decir adiós (edición de aniversario): Cuando la muerte lastima tu corazón (Spanish Edition))
Y al recordar los instantes vividos, se sintió vieja, muy vieja, y tuvo una revelación que, aunque no se la dijo a Adela, actuó en consecuencia. Porque, así como su sobrina tenía un presentimiento sobre el nacimiento de su hija, ella tenía uno más triste y más acorde a su edad: sentía que su existencia estaba llegando al fin y que su despedida sería en breve. Le dio pena, la vida era linda, pero también era hermosa para vivirla a pleno y ella ya no podía. Qué lástima no tener piernas ágiles para correr por el puente Vecchio como cuando era niña, qué pena no tener un cuerpo bello y ardiente para amar de nuevo a un hombre, ni tener el estómago fuerte para poder comer todas las delicias que se preparaban en la cocina de La Mamma. Si todos los que disfrutan estas cosas supieran el tesoro que tienen entre manos, no desperdiciarían su tiempo llorando por los rincones porque algo no salió bien, ni como ellos esperaban, sino que correrían por los lugares más lindos de la ciudad donde viven, amarían con fuerza a quien tienen al lado y comerían cada delicia con la pasión que se merece. Terminó su pensamiento mirando a Adela, y la vio tan joven e inexperta, que se lo dijo. Su sobrina, seguramente, no lo tenía siquiera en cuenta: —Mi niña, la vida es linda más allá de lo que nos toque vivir, existe una felicidad por simplemente vivir y no hay que perderla nunca. Nadie debe quitártela. Disfruta de tus sentidos, que para eso están, ama con fuerza. Acuérdate de esto, trasmíteselo a tu hijo… perdón a tu hija —dijo sonriendo al recordar que Adela creía que sería una niña. —Sí, tía, se lo prometo: se lo enseñaré a mi hija. Rosa sonrió.
Anonymous
Las penas son como las estaciones, mi querida Gloria. Parece que se quedarán con nosotros para siempre pero al final siempre se van…
Alaitz Leceaga (Las hijas de la tierra)
Yo soy el pincelito que Jesús eligió para pintar su imagen en las almas que usted me ha confiado. Un artista no usa un solo pincel: necesita al menos, dos. El primero es el más útil, con él da los tonos generales, [20vº] cubre completamente la tela en muy poco tiempo. El otro, el más pequeño, le sirve para los detalles. Madre, a mi modo de ver, usted es el precioso pincel que la mano de Jesús toma con amor cuando quiere hacer un gran trabajo en el alma de sus hijas, y yo soy el pequeñito que él se digna usar luego para los detalles menores.
Thérèse of Lisieux (Story of a Soul: The Autobiography of St. Thérèse of Lisieux)
Las niñas se educan en el universo mágico de los cuentos de hadas. El príncipe encantador debe abrirse camino entre la maleza para llegar al castillo dela bella durmiente del bosque. La besa. Ella despierta por fin. El cuento ha terminado y hemos aprendido que la felicidad consiste en permanecer encerrada junto al amado.La sirenita dona su inmortalidad y su magnifica cola de pez para tener piernas. Andar es un suplicio, pero ella puede reunirse así con su príncipe encantador ... Que se casa con otra. El cuento ha terminado y hemos aprendido que nada es más hermoso que el sacrificio propio, incluso por un amado que no ama. Tu asesino te quería sólo para él. Se pegó a ti. Creíste que era amor. Era sólo instinto de posesión. Lo contrario del Amor.
Nadine Trintignant (Mi hija Marie)
Sabe usted, querido amigo, que en nuestra sociedad existen tres hombres, el Sacerdote, el Médico y el Hombre de justicia, que no pueden estimar el mundo? Tienen vestimentas negras, quizá porque llevan el duelo de todas las virtudes, de todas las ilusiones. El más desgraciado de los tres es el abogado’. Cuando la gente acude al sacerdote, le explica, lo hace con remordimiento, con arrepentimiento, con creencias que la engrandecen y le confieren interés, y que en cierto modo consuelan el alma del mediador. ‘Pero nosotros los abogados’ —y aquí Díaz-Varela me leyó en español de la última página de la novela, traduciendo sobre la marcha sin duda, no es que se hubiera preparado una versión—, ‘nosotros vemos repetirse los mismos sentimientos malvados, nada los corrige, nuestros bufetes son cloacas que no se pueden limpiar. ¡De cuántas cosas no me he enterado al desempeñar mi cargo! ¡He visto morir a un padre en un granero, sin blanca, abandonado por dos hijas a las que había donado cuarenta mil libras de renta! He visto arder testamentos; he visto a madres despojar a sus hijos, a maridos robar a sus mujeres, a mujeres matar a sus maridos valiéndose del amor que les inspiraban para volverlos locos o imbéciles, a fin de vivir en paz con un amante. He visto a mujeres darle al niño de un primer lecho gotas que debían traerle la muerte, a fin de enriquecer al hijo del amor. No puedo decirle todo lo que he visto, porque he visto crímenes contra los que la justicia es impotente. En fin, todos los horrores que los novelistas creen inventar se quedan siempre por debajo de la verdad. Va usted a conocer todas estas cosas tan bonitas, a usted se las dejo; yo me voy a vivir al campo con mi mujer, París me produce horror.
Javier Marías (Los enamoramientos)
Con tu temple has ido poco a poco ganándole la voluntad al animal para ajustar su ritmo al tuyo, hasta que llega esa impresión de pausa que lo domina todo.
Joselito (Los toros explicados a mi hija (Spanish Edition))
«¿Y a mí qué me importa que se casen o se dejen de casar o que ella sea como Dios quiere?». Su alma se inundaba de tolerancia; pero no quería dar su brazo a torcer ni manifestarse vencida, por lo cual esperaba que su marido cediera antes para hacerlo después ella afectando obediencia y resignación. El gran Thiers, en tanto, después de pesar en su mente las ventajas del viaje, miraba a su esposa como deseando que de ella partiese la iniciativa de conciliación. Era como cuando dos están enojados y ninguno quiere ser el primero en romper el hielo y hablar de paces. Rosalía se acostó, segura de que Bringas, a la mañana siguiente, se mostraría inclinado a aceptar la invitación de su primo. Ya sabía ella lo que tenía que decir. Primero, mucha ira, mucha protesta de dignidad, mucha palabrería contra Amparo y Agustín, después una serie de modulaciones de transición. Ella (Rosalía) acostumbraba no hacer caso de sí propia y sacrificar su gusto al gusto de los demás… Por sus hijos estaba dispuesta a hacer todo género de sacrificios y a pasar sonrojos y humillaciones. Era evidente que Isabelita necesitaba baños de mar y Alfonsito también… Ante esta necesidad, los gustos de ella, sus escrúpulos, no tenían ningún valor. En una palabra, si Bringas opinaba que debían ir, ella cerraría los ojos y… Pero contra lo que esperaba, el cominero no habló una palabra de viaje a la mañana siguiente. Levantose tarareando y parecía olvidado del asunto. En vano Rosalía le pinchaba, echando pestes contra los baños de los Jerónimos y quejándose de un calor mortífero. Él no decía más sino: «Para lo que queda ya… Desde el 15 empezará a refrescar». Con esto se desesperaba Rosalía. Aguardó hasta la tarde, impaciente y llena de ansiedad, y viendo que el ratoncito Pérez no mentaba para nada al tal Arcachón, aventurose a decir: —Pero en fin, ¿qué contestas a Agustín? Yo te diré que por mi parte, aunque me repugna vivir con esa gente… ya ves, por los niños… —¡Qué niños ni qué ocho cuartos! Están muy buenos… —exclamó Bringas agitando el sombrero de paja, como si fuera a dar un viva—. Si los baños del Manzanares son los mejores del mundo… Mira qué colores ha echado la niña. Alfonsito parece un roble… Cada vez me río más de los tontos que se van fuera… Y no creas, anoche he estado pensando en eso… Digan lo que quieran, siempre hay gastos. Tendríamos billetes gratis hasta la frontera; ¿pero de la frontera para allá? —Si no son más que doscientos treinta kilómetros —dijo con gran espontaneidad Rosalía, que había alimentado su ilusión leyendo la Guía de ferrocarriles. —Sean pocos o muchos, esos kilómetros nos habrían de salir caros. Además, ¿cómo ir sin llevarles un regalo? ¿Te parece bien entrar en su casa con las manos vacías?… Luego, otros gastos… Resueltamente no vamos. Desde el 15 ya refresca. Observa cómo van achicando los días. Anoche ya la temperatura fue más suave… No nos movamos, hija, que bien nos va en Madrid. Oyó esto Rosalía con vivo enojo; pero su misma soberbia le vedaba contradecirlo. Callose; y en el pecho le hacían revoltijos las culebrillas de su ilusión desvanecida. Ya se había acostumbrado a la idea de encontrar a las amigas en la estación de San Sebastián y darles con Arcachón en los hocicos, de poner en sus cartas la data de Arcachón, y por fin, de Arcachonizarse para todo el otoño e invierno próximos.
Benito Pérez Galdós (La de Bringas)
«Estamos criando toda una generación de niños para que nos complazcan, para que nos hagan sentir felices y orgullosos, para que sean lo que nosotros queremos que sean. [...] Lo sé porque durante años hice lo mismo con mi hija y como consecuencia casi la pierdo»,
Rosa Jové (Ni rabietas, ni conflictos)
En lo que a mí se refería, siempre que mi esposa gastaba dinero no estaba gastando dinero, sino nuestra futura libertad. Por su parte, ella sentía que cada vez que yo la contenía para que no derrochase estaba quitándole el placer de su vida. Menos mal que aprendimos a corregir cada uno nuestros patrones del dinero y, lo que es más importante, a crear un tercer patrón del dinero pensado específicamente para nuestra relación. Todo esto ¿funciona? Permíteme expresarlo de este modo; yo he presenciado tres milagros en mi vida: El nacimiento de mi hija. El nacimiento de mi hijo. Mi esposa y yo ¡sin discutir ya más por el dinero!
T. Harv Eker (Los secretos de la mente millonaria)
Presenta primero la opción grande, luego la pequeña Mi hija de ocho años me cautiva constantemente. Una de sus tácticas favoritas es pedirme que la lleve a una juguetería del barrio llamada Cheeky Monkey. El propietario de la tienda tiene productos para los padres «helicóptero» (llamados así porque dan vueltas alrededor de sus críos) que no reparan en gastos para sus pequeños tesoros. Por tanto, salir de Cheeky Monkey sin haber gastado como mínimo 20 dólares (un par de peluches pequeños) es algo así como «Misión Imposible». Cuando me niego a ir a Cheeky Monkey, mi hija vuelve a la carga con un: «Pues entonces, ¿podemos ir a la tienda de chuches a comprar caramelos?». Y yo rara vez le niego nada. (Sinceramente, no preveo decirle «No» hasta que se case... y, tal vez, ni siquiera entonces. Y, por supuesto, nunca le negaré nada si me da nietos.) En retrospectiva, no debería haber usado nunca el libro de Robert Cialdini como fuente de cuentos para acostarla, porque ahora domina como nadie lo que ella llama «el principio del contraste». Significa que después de una petición grande, como ir a comprar un juguete a Cheeky Monkey Toys, su petición de caramelos, por contraste, parece insignificante, por lo que no puedo negarme a ella. Pero, como dicen en publicidad: «¡Espere, hay más!». Si ahora puedes conseguir que la gente te conceda pequeños favores, es más posible que accedan a hacerte favores más grandes en el futuro. En 1966, J. L. Freedman y S. C. Fraser hicieron un experimento en el que pedían permiso a los participantes para entrar en sus casas a catalogar los productos caseros que usaban. Sólo accedió el 28 % de ellos. Cuando les pidieron a los participantes que respondieran a unas cuantas preguntas de una encuesta y luego volvían a llamarlos al cabo de tres días, para pedirles poder entrar en sus casas, el 53 % accedió. Poniendo «un pie en la puerta» mediante la pequeña petición de responder a la encuesta, los investigadores duplicaron su tasa de éxito.[20] Alguien debería hacer un estudio que combine ambas técnicas: una opción grande, luego una pequeña para poner el pie en la puerta y después una grande una vez dentro de la casa. Es decir, primero los investigadores les pedían a los participantes un favor grande, como entrar en sus casas. Segundo, cuando la mayoría se negaba, les pedían un pequeño favor: «¿Y si sólo le pido que conteste a unas cuantas preguntas de una encuesta?». Finalmente, al cabo de tres días y teniendo ya el pie en la puerta, les volvían a pedir a los que habían respondido a la encuesta si podían entrar en sus casas. Sólo espero que mi hija no aprenda nunca el matiz de poner el pie en la puerta.
Guy Kawasaki (El arte de cautivar: Cómo se cambian los corazones, las mentes y las acciones)
Cuando sea mayor, mi hija Vera quiere ser espía. Y, sinceramente, puede que sea amor de madre, pero me parece que a sus diez años ya se le nota que está bien dotada para la profesión. Lo digo porque hace unos días fuimos al banco. Me enredé con el papeleo que tenía que hacer allí y la dejé esperando un buen rato, sentada en un banco. Cuando por fin pude ir a buscarla, ella no se había aburrido en absoluto. «¿Ves a ese hombre que está saliendo del banco?», me preguntó en voz baja sin quitarle la vista al señor en cuestión. Asentí. «¿Quieres que te cuente cosas de él?», dijo con tono urgente. «Bueno...», contesté, aunque no estaba segura de dónde me llevaba esa conversación. «Hombre de entre treinta y treinta y cinco años. Es tímido, casi no habla, es nervioso, se ve porque se muerde las uñas y se mueve mucho. Es bastante joven, pero tiene canas por el estrés. Tiene un iPhone 4 contraseña 2662. Ha cobrado un cheque de 2.950 euros, le han dado 2.900 en billetes de 50, y los 50 restantes en billetes pequeños y monedas. Lo lleva todo en un sobre, y también se ha metido dinero en un bolsillo. Creo que no va muy sobrado, porque lleva un pantalón con el dobladillo deshilachado, un polo con anuncio de los que te regalan en el banco y chanclas de los chinos.»
Elsa Punset (El libro de los momentos felices: La felicidad, a tu manera (Imago Mundi) (Spanish Edition))
—¿Y ahora estás invitando a mi hija a salir? —dijo mi padre con una sonrisa—. La biblioteca os ha unido. —Después levantó la vista, como si estuviera leyendo algo escrito en el aire frente a él—. «Los libros unen a las personas», sería un buen eslogan para la biblioteca.
Kasie West (By Your Side)
Yo quiero que mi hija sepa el bien y el mal para que libremente escoja el bien; porque si no ¿qué mérito tendrán sus obras?
Leopoldo Alas (La Regenta)
Siempre envidié los secretos que guardaba Agustina. Nunca te confesé, Tadeo, que en el fondo de mi corazón yo quería ser hija de esta mala mujer, como la llamaban en el pueblo, porque ella sabía cosas que nosotros no, comprendía el lenguaje del viento y olía a ave; y yo quería que me enseñara a hechizarte a ti y a los pájaros, para que no me abandonaran, y quería conjurar con ella en las noches de viento tibio, con las aves a nuestro alrededor, volando y bailando, borrachas de leche blanca.
Natalia García Freire (Trajiste contigo el viento)
¿Me peleaba mucho con Thalia, dado que era hija de Zeus? (Ésa no la respondí.) Si la madre de Annabeth era Atenea, la diosa de la sabiduría, ¿cómo no se le había ocurrido nada mejor que tirarse por el acantilado? (Tuve que contenerme para no estrangularlo.) ¿Annabeth era mi novia? (A esas alturas ya estaba a punto de meterlo en un saco y arrojárselo a los lobos.)
Rick Riordan (La maldición del Titán (Percy Jackson y los dioses del Olimpo 3))
Por difícil de creer que resulte, un adulto puede vencer a un niño de dos años. Como dice el refrán, «más sabe el diablo por viejo que por diablo». Esto se explica en parte porque el tiempo resulta mucho más largo cuando se tienen dos años. Lo que para mí era media hora, a mi hijo le parecía una semana, así que yo estaba seguro de la victoria. Él era testarudo y espantoso, pero yo podía ser peor. Nos sentamos cara a cara con el plato delante de él, en plan Solo ante el peligro. Él lo sabía y yo también. Agarró la cuchara y se la arrebaté para cargar un delicioso bocado de puré, que moví de forma deliberada en dirección a su boca. Entonces me miró exactamente de la misma forma que aquel monstruo del parque que pisó a mi hija. Apretó los labios con una mueca rígida que bloqueaba cualquier posibilidad de entrada, y yo me puse a perseguir su boca con la cuchara mientras él sacudía la cabeza en pequeños círculos.
Jordan B. Peterson (12 reglas para vivir (Edición mexicana): Un antídoto al caos (Spanish Edition))
Eduquemos hijas sanas para que no tengamos que sanar a mujeres quebrantadas en el alma. Dios ya escribió la historia de nuestras hijas, ya tiene el diseño para cada una de ellas, comienza a enseñarle según la Palabra de Dios.
Pastora Melly Carrasquillo (Mi Hija se va a casar: La Reforma para una ayuda idónea (Spanish Edition))
Vendrán por Carlitos, pero también vendrán por mí y averiguarán que no solo permití a los profesores sumarse a las huelgas, sino que también cobraba comisiones por las ventas del recreo, que durante mucho tiempo vendí parte de las donaciones de la Alianza para el Progreso y que mi vida privada no me permite ser director de ninguna escuela, porque tengo hijos y sexo con una madre y con su hija, al mismo tiempo. ¡Yo estoy más que jodido! ¿Qué comerán mis niños, si pierdo el trabajo por inmoral o me encierran por ladrón? ¿Quién cuidará de mis dos mujeres? ¡Ay, Dios mío, ayúdame! ¡Pobre Iván, muchachito tan maravilloso!, se decía internamente Molina. Vendrán
Luchy Placencia (La niñez de Vega: Finalista del Premio Literario Amazon 2019)
Señor, yo soy demasiado pequeña para dar de comer a tus hijas. Si tú quieres darle a cada una, por medio de mí, lo que necesita, llena tú mi mano; y entonces, sin separarme de tus brazos y sin volver siquiera la cabeza, yo entregaré tus tesoros al alma que venga a pedirme su alimento. Si lo encuentra de su gusto, sabré que no me lo debe a mí, sino a ti; si, por el contrario, se queja y encuentra amargo lo que le ofrezco, no perderé la paz, intentaré convencerla de que ese alimento viene de ti y me guardaré muy bien de buscarle otro.
Thérèse of Lisieux (Historia de un Alma (Spanish Edition))
Quizá por esas mismas taras es que mamá K, incluso siendo psicóloga, creyó que haber sido recluida en un psiquiátrico era una derrota y no una victoria. Pocas cosas deben ser tan duras de aceptar con el ser excluidos de la famosa “normalidad” por las cuatro paredes de un hospital psiquiátrico. Muchas personas pensarán que después de eso ya no hay vuelta atrás. Pero si se está en ese estado que yo también conozco y en el que mamá K pasó sus últimos días (que para ella fueron largas noches sin luz), ¿quién quiere volver atrás? Yo misma he estado varias veces a punto de recluirme por voluntad propia y no lo he hecho pensando en eso. Puedo entender lo que elaboró en su cabeza enferma: mi primo encontró en el computador las búsquedas que hice en internet sobre la altura desde la cual hay que saltar al vacío para morir. Ya no hay marcha atrás, mi hija no merece una mamá loca encerrada en un psiquiátrico. Una psicóloga loca encerrada en un psiquiátrico
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Quizá porque nací en domingo, hija del sol, mi vida está llena de prodigios. Yo he oído campanillear los árboles del bosque a mi paso, las grullas me han llevado en su vuelo hasta las tierras pardas del sur, y he visto danzar a las hadas… Como ellas quisiera ser: hermosa y fuerte, resplandeciente, poderosa para convertir en pan la mugre de los miserables, en salud el dolor de los enfermos, y en gozo la pena de los desdichados. Pero tan sólo soy Elisabeth, duquesa en Baviera. Mis trenzas se deshacen apenas las he peinado, y mi corazón sufre a menudo. Entonces escribo poemas, para echar fuera la congoja que me invade cuando oscurece, la fatiga de un cuerpo que no se atreve a vivir lejos de la luz…
Ángeles Caso (Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría: Biografía definitiva de la emperatriz)
Siempre he considerado que las bromas son para hombres felices. Por ello, cuando mi mujer e hija respiraban me reía de mi propia sombra, y ahora es mi sombra quien parece reírse de mí».
Marcos Nieto Pallarés (Oculto en la sangre)
Cipriano, ni de su sombrero mexicano. Había desaparecido como por arte de magia. El que apareció, también como por arte de magia, fue su padre, agitando la gorra roja para que lo vieran. —¡Lástima de tormenta! Ya las teníais casi ganadas, ¿eh? —dijo Manu. —¡Papá! Nos estaban dando una paliza. Si no llega a ser porque se ha puesto a diluviar, ya habríamos perdido —dijo Sofía. —Pero no es justo —protestó Irene—. Nosotras llevamos entrenando duro todo el año, y ellas han fichado a una rusa gigante para el último partido. Parece un rascacielos. —Bueno, no os preocupéis. El próximo sábado nos traemos la escalera de mano y todo arreglado. O, quién sabe, a lo mejor esta semana pegáis el estirón y os hacéis más altas que la tal Irina —dijo Manu, cogiéndose el cuello con las dos manos y tirando hacia arriba. Las niñas se rieron con las tonterías de su padre y se olvidaron por un momento del partido de baloncesto. Manu y sus hijas salieron del polideportivo y se dirigieron paseando a su coche. Charlaban animadamente sobre el partido cuando, despistados, estuvieron a punto de chocarse de bruces contra un hombre que llevaba dos perros enormes. Al fijarse en él, Manu y las niñas se quedaron helados. El hombre llevaba un sombrero como los de Indiana Jones, del que sobresalía una melena blanca y desordenada que le llegaba hasta los hombros. Llevaba un parche en el ojo derecho y una cicatriz larga y roja le cruzaba la mejilla izquierda hasta la comisura de los labios. El ojo que le quedaba sano era de color negro, tanto como los dos enormes perros que lo escoltaban. Los animales llevaban un collar de pinchos en torno al cuello y estaban sujetos a su dueño por una cadena de metal. El hombre llevaba dos pistolas de agua colgadas del cinturón, y un arco de madera asomaba detrás de su espalda. —Perdone. Mis hijas y yo no le habíamos visto —se disculpó Manu con prudencia, pensando que se habían cruzado con un loco. El hombre permaneció en silencio, mirando a Sofía fijamente. Uno de los perros olfateó el ambiente y lanzó una dentellada al aire en dirección a la niña. El desconocido también olisqueó, imitando a su perro, y dio un paso hacia delante. —Niña ese balón que llevas… ñiiick… Es muy bonito y huele muy bien —dijo el hombre en voz baja. Al hablar rechinaba los dientes y emitía un sonido parecido al que hace un tenedor al rasgar un plato. Ñiiick. —Pues sí, es muy bonito —dijo su padre, poniéndose delante de la niñas—. Sujete bien a sus perros, parecen peligrosos. —Les compro el balón… ñiiick… A mi perro parece que le gusta mucho… ñiiick —dijo el hombre, sin hacer caso a la amenaza de Manu. —Es de mis hijas y no está en venta —dijo Manu—. Vámonos, chicas, se nos hace tarde. Manu y las niñas dieron un pequeño rodeo y se alejaron del hombre, que no paraba de mirar el balón fijamente mientras movía las aletas de la nariz. —¡Como está el barrio, chicas! —dijo Manu cuando se habían alejado un poco del extraño desconocido. —Qué tío más raro. Llevaba unas pistolas de agua en el cinturón. ¿Y por qué querría la pelota? —dijo Sofía. —Ni idea. Me recordaba un poco al director del «cole», solo que todavía más feo —dijo Irene, sintiendo un escalofrío. —¡Hala!
César García Muñoz (Cipriano, el vampiro vegetariano. (Cipriano, el vampiro vegetariano, #1))
Yo elevo un canto de muerte sobre eso que va a perecer, y frente a nuestros regentes del exceso, frente a nuestros impostores mitrados y frente a nuestros sabios, de los cuales la mayor parte no alcanza la edad del hombre, yo, solitario y mal conocido, profeta de mi generacion, tapiado vivo en el silencio en lugar de ser quemado, les pronuncio las palabras inefables que manana los jovenes repetiran en coro. Mi unica consolacion es que la proxima vez ellos moriran con nosotros, los regentes y los impostores y los sabios, no quedara subterraneo donde estos malditos puedan sustraerse a la catastrofe, no quedara isla en el oceano para recibirlos ni desierto en estado de engullirlos, a ellos, a sus tesoros y a su familia. Rodaremos unidos en las tinieblas sin regreso y el pozo de sombra nos acogera, a nosotros y a nuestros dioses absurdos, a nosotros y a nuestros valores criminales, a nosotros y a nuestras ridiculas esperanzas. Entonces, y solamente entonces, la justicia sera hecha y se nos recordara asi como a un modelo para no imitar mas y bajo ningun pretexto; seremos la advertencia de las generaciones ascendentes y se vendra a contemplar los restos horribles de nuestras metropolis, estas hijas del caos engendradas por aquel orden!
Albert Caraco (Kaos'un Kutsal Kitabı)
Dije que los libros transtornan, especialmente a las mujeres, y conté de la madre de Susana que leyó unas cuantas páginas en su vida pero eso bastó para que lo abandonara todo, de Susana que siempre soñó con escribir aunque fuera sólo uno, de mi madre que me crió obedeciendo al pie de la letra las instrucciones de varios, de mí que partí a un país lejano y desconocido en busca de lo que ellos ofrecen y de mi hija que ni los mira.
Sara Sefchovich (Vivir la vida)
durante mi breve vida había aprendido una cosa con certeza: la gente se acostumbraba al dinero enseguida, incluso cuando no habían hecho nada para ganarlo, y en cuanto lo tenían, consideraban que era lo que se les debía.
Kate Morton (La hija del relojero)
La escuela nunca había tenido importancia para papá. Mamá nos plantaba y nos trasplantaba siguiendo el ritmo de sus diagnósticos y convicciones, mientras él permanecía en su universo privado, inaccesible, donde sus hijas entraban de vez en cuando como motivos pequeñitos de un cuadro mayor que sólo él conocía. Siempre había dejado esas decisiones en manos de mamá, que lidiaba guerras incomprensibles con los curas y las monjas de los colegios, alentaba rencores con padres y maestros de los que nosotras salíamos exiliadas a un nuevo círculo de desconocidos. Lejos de ser traumáticas, esas migraciones escolares fueron para mí como pequeñas excursiones en las que aprendí pronto el valor del anonimato; disfrutaba de sentirme al margen de los juegos de las otras niñas, de saberme transitoria en ese lugar. Conocer los ritmos y las formas de otras escuelas me hacía sentirme superior, más allá de las rencillas y miedos particulares que a las otras tanto podían preocupar. Intuía que el verdadero peligro era no saberse el guion o no ejecutarlo con suficiente elocuencia. Con una soberbia protectora que a veces se manifestaba como aislamiento y otras como esporádicos momentos de liderazgo, asombraba a mis maestras por mi capacidad de adaptación y de ganar nuevos amigos cuando para mí eran en realidad como los muñequitos troquelados en papel: perfectos en su mundo circular, todos iguales, todos descartables.
Betina González (Arte menor)
ropa bonita a su hija. Pero María no se daba por satisfecha. Creía que merecía algo mucho mejor. Cuando María ya era mujercita, no quería tener nada que ver con los jóvenes de su pueblo. No eran bastante buenos para ella. Muchas veces cuando se paseaba con su abuelita por las afueras del pueblo, decía: —Abuelita, cuando yo me case, voy a casarme con el hombre más guapo del mundo. La abuela movía la cabeza. Pero María miraba a través de la ladera y decía: —Va a tener el pelo tan negro y reluciente como el cuervo que veo posado en aquel piñón. Y cuando se mueva, va a mostrar la fuerza y la gracia del caballo que mi abuelito tiene en su corral. —María —decía la anciana suspirando—, ¿por qué piensas siempre en cómo se ve un hombre? Si vas a casarte con un hombre hay que asegurarte de que sea un buen hombre, de que tenga buen corazón. No te fijes tanto en lo guapo que es. Pero María se decía: —Estas viejitas. Tienen las ideas tan anticuadas. No entienden nada. Un día llegó al pueblo un hombre que parecía ser el mero hombre de quien María hablaba. Se llamaba Gregorio. Era un vaquero del llano al este de la sierra. Sabía montar cualquier bestia. Si tenía un caballo que se amansaba mucho, lo regalaba y se iba para capturar un caballo salvaje. Pensaba que no era varonil montar un caballo que no fuera medio bronco. Era tan guapo que todas las muchachas andaban enamorándose de él. Tocaba la guitarra y cantaba con buena voz. María decidió que ése era el hombre con quien se iba a casar. Pero disimulaba sus sentimientos. Si se encontraban en la calle y Gregorio la saludaba, María volteaba la cara. Si venía a su casa para tocar su guitarra y cantar, ella ni siquiera se asomaba a la ventana. Al poco tiempo Gregorio también se decidió. Se dijo: —Esa orgullosa de María. Es con ella que me voy a casar. Yo puedo conquistar su corazón. Todo resultó tal y como María lo había planeado. Los padres de María no querían que se casara con Gregorio. Le dijeron: —Él no puede ser buen marido. Está acostumbrado a la vida bárbara del llano. No te cases con él. Por supuesto María no les hizo caso a sus padres. Se casó con Gregorio. Por algún tiempo todo andaba bien. Tuvieron dos hijos. Pero después de varios años, Gregorio volvió a su antigua manera de ser. Se mantenía fuera de casa por meses a la vez. Cuando regresaba a casa le decía a María: —Yo no vine a verte a ti. Quiero pasar un rato con mis hijos nomás. Jugaba con los hijos por un tiempo, y luego se iba para pasar toda la noche jugando a las cartas con sus amigos y tomando vino. Y empezó a decir
Joe Hayes (The Day It Snowed Tortillas / El día que nevó tortilla)
Yo habría perdido la oportunidad de ser princesa, de ver cómo mi beso se transformaba en flor en su mejilla. Treinta años más tarde, a mi madre le gustaría que yo posara en sus mejillas, esos mismos besos en flor. Tal vez me haya convertido para ella en una princesa. Pero yo soy sólo su hija, únicamente su hija.
Kim Thúy (Ru)
Por lo menos a nosotros los adultos sabían qué decirnos. No los teníamos encima veinticuatro horas al día, pero rebosaban de certezas: estudia en el colegio y tendrás un buen trabajo, por ejemplo. Ellos no reconocían sus errores, y nosotros les creíamos. ¿Qué vas a decirle hoy en día a una niña de doce años? ¿Qué puedo yo decirle a mi hija? Ánimo con tus selfis y tendrás más seguidores… No respondas a tus mails pasadas las diez de la noche… ¿Aprende a hacer tu equipaje porque el día en que tengas que evacuar la ciudad y dejar atrás tu casa para siempre no sabes de cuánto tiempo vas a disponer? ¿Qué puedo saber yo de lo que va a ser su vida? Cuanto mayor es el peligro real al que los exponemos, más meticulosa es la protección que ejercemos sobre ellos, es paradójico. Esa brecha tiene algo de grotesco.
Virginie Despentes (Querido comemierda (Spanish Edition))
Y don Raúl, doblegado y aturdido y herido de muerte por un revoltijo de enfermedades, sólo atinó a contestarle «ustedes lo que están es metiéndome venenos e infectándome con sus virus a mí porque saben muy bien que si yo sigo vivo voy a seguir denunciando que a mi hijo me lo mataron porque él un día me llamó a contarme que acababa de tener a una hija que ya no quieren dejarnos ver y no sabemos dónde está y también a decirme “papá: yo me voy a salir del ejército porque esto se está poniendo muy feo” y “papá: aquí quieren que yo mate a unos muchachos que no han hecho nada para hacerlos pasar por guerrilleros y yo eso sí no lo voy a hacer”, y yo le contesté “mijo: usted es el que sabe bien qué hacer”, y entonces, como él se negó a matar a los hijos de las madres de Soacha, a él lo empezaron a envenenar como ustedes me están envenenando a mí y se lo llevaron a El Tarra maniatado y atontado con drogas para pegarle un tiro en la cabeza que le destrozó el cráneo, y luego el puntero de la cuadrilla le pegó un tiro al puntero que me lo mató para echarle tierra al asunto, y todo era para que mi hijo no saliera a la calle ni a la justicia a decirle a la gente, que la gente cree lo que quiere creerse, que los soldados de Colombia, por órdenes de los altos mandos militares en colaboración con los presidentes de la república que hemos tenido en los últimos años, han estado asesinando muchachos inocentes con el objetivo de decirle al mundo que están ganando esta guerra pero esta guerra son ellos matando inocentes nada más para que esto no se acabe nunca y se nos vaya la vejez a las unas y a los otros pidiéndole a Dios por las almas de todos y para que se me vaya a mí la eternidad diciéndoles a todos que he denunciado el crimen del Mono en El Ubérrimo y en la Plaza de Bolívar y en el Capitolio y en la Casa de Nariño y en la Fiscalía y en la Procuraduría y en la Defensoría y en la Personería y en las organizaciones de derechos humanos y en la ONU y en la Corte Penal Internacional, que en ninguna parte del Estado han querido investigar nada de nada porque todos son vendidos y todos son cómplices callados con plata detrás de este derramamiento de sangre como yo digo con mis volantes y con las pancartas —que yo puse en mi camión que me compré después de vender todo lo que trabajé yo en la vida y lo tuve que parquear en Bogotá porque ya me había ido por todo el país—, y siempre han querido callarme a mí, a Raúl Carvajal Pérez, con platas y con calabozos y con amenazas de muerte, pero ya están es matándome porque están convencidos de que lo único que les queda es mi muerte».
Ricardo Silva Romero (El libro del duelo (Spanish Edition))
Y agregué dirigiéndome a Su Majestad la Emperatriz, que si mi padre hubiera sido otro yo habría escrito mil poemas para ella sin siquiera esperar que me lo pidieran
Sei Shōnagon (El libro de la almohada)
Las penas son como las estaciones, mi querida Gloria. Parece que se quedarán con nosotros para siempre pero al final siempre se van —me dijo con su acento ensortijado—. Y presiento que este invierno interminable que has vivido está a punto de dejar paso a la primavera.
Alaitz Leceaga (Las hijas de la tierra)