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El motivo por el cual emprendemos el camino espiritual es para terminar con la grotesca tiranĂa del ego, pero la capacidad que Ă©ste posee para encontrar recursos es casi infinita y en cada etapa es capaz de sabotear y abatir nuestro deseo de vernos libres de Ă©l. La verdad es sencilla, y las enseñanzas son muy claras, pero, como he podido observar con gran tristeza en numerosas ocasiones, en cuanto empiezan a influir en nosotros y a sensibilizarnos, el ego intenta complicarlas porque sabe que lo amenazan en lo más fundamental. Al principio, cuando empezamos a sentirnos fascinados por el camino espiritual y todas sus posibilidades, es posible incluso que el ego nos aliente: «Esto es maravilloso. ¡Es justo lo que te conviene! ¡Esta enseñanza es muy sensata!» Luego, cuando decimos que queremos probar la práctica de la meditaciĂłn o hacer un retiro, el ego canturrea: «¡QuĂ© gran idea! SerĂa bueno ir contigo. Los dos podemos aprender algo». Durante el periodo de luna de miel de nuestro desarrollo espiritual, el ego no cesará de estimularnos: «Es maravilloso. QuĂ© sorprendente, quĂ© enriquecedor…» Pero en cuanto entramos en el periodo que yo llamo de «fregadero de cocina» del camino espiritual y las enseñanzas empiezan a producir un profundo efecto, es inevitable que nos veamos cara a cara con la verdad de nosotros mismos. Cuando el ego queda al descubierto y se tocan sus puntos sensibles comienzan a surgir toda clase de problemas. Es como si nos pusieran delante un espejo del que no podemos apartar los ojos. El espejo está absolutamente limpio, pero en Ă©l hay un rostro feo e iracundo que nos devuelve la mirada: el nuestro. Empezamos a rebelarnos, porque nos disgusta lo que vemos; incluso es posible que nos volvamos contra el espejo y lo rompamos en pedazos, pero sĂłlo conseguiremos que haya cientos de caras feas e idĂ©nticas que siguen mirándonos.
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