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Empezaba a llorar un llanto arrollador, molesto y, aunque involuntario y fruto de la desesperación, destinado a sabotear el pretendido equilibrio, la falsa calma, esa trampa que sentía me estaban tendiendo con toda la amabilidad. La trampa del capital, del sin amor, de la gente que se junta para tener una casa grande donde entra la luz y la certeza de que alguien con cierta inteligencia y sensibilidad te escuchará después del trabajo si las cosas se ponen feas.
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