Mi Hija Quotes

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Soy hija de mí misma. De mi sueño nací. Mi sueño me sostiene.
Rosario Castellanos (El eterno femenino)
Yo siempre pienso en el peor de los casos. Ahora mismo estoy calculando cuánto tardaría en salir corriendo del coche y llegar hasta Nina si ella corriera de pronto hasta la pileta y se tirara. Lo llamo "distancia de rescate", así llamo a esa distancia variable que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándola, aunque siempre arriesgo más de lo que debería.
Samanta Schweblin (Fever Dream)
What does that word mean?" Cassidy asked. Her voice was soft, sexy. Mind-blowing. "Querida, or whatever you said? I don't speak Spanish." "It's a term of endearment. An Anglo might say darling or honey." "What was the other one you used? Me ha? "Mi ja. Short for mi hija. It's what you say to someone you care about." She smiled. "When you say that you sound ---I don't know---affectionate." "Maybe I like cats," Diego said. Cassidy rested her hand on his chest, and her smile widened. "Meow.
Jennifer Ashley (Wild Cat (Shifters Unbound, #3))
—No dejes que mi apariencia te engañe, Penryn. No soy humano. Las hijas del Hombre están prohibidas a los ángeles. —¿Y las hijas de la Mujer? —Intento una sonrisa pícara, pero ésta es plana.
Susan Ee (Angelfall (Penryn & the End of Days, #1))
Mi nombre es Ashallyn‘darkmyr Tallyn, tercer hijo de la Corte Unseelie. Que sea conocido, desde hoy en adelante,que yo prometo proteger a Meghan Chase, hija del Rey de Verano, con mi espada, mi honor y mi vida. Sus anhelos son míos. Sus deseos son míos. Si el mundo se pone en su contra, mi espada estará a su lado. Y en caso de que no la proteja, que mi propia existencia se pierda. Esto lo juro, por mi honor, mi Nombre Verdadero y mi vida. A partir de este día… Yo soy tuyo.
Julie Kagawa (The Iron Queen (The Iron Fey, #3))
Muereté, mi amor, suplico Ernesto de rodillas junto a la cama. Muereté hija, agregue yo en silencio, porque no me salio la voz...
Isabel Allende (Paula)
Hija de mi corazón. Dos veces mi hija, mi alegría. Tu sueño es mi sueño, y tu nombre es la verdad. Tú eres nuestra única esperanza.
Laini Taylor (Days of Blood & Starlight (Daughter of Smoke & Bone, #2))
Entonces debes enseñarle esta misma lección a mi hija. Cómo perder la inocencia pero no la esperanza. Cómo reír eternamente.
Amy Tan (The Joy Luck Club)
Sólo cuando sé que mi hija está condenada por mi, que la traje al mundo para morir y acepto eso, es cuando puedo ser su padre de manera cabal, liberándola y liberándome
Leila Guerriero (Teoría de la gravedad)
Roger Wakefield: ésta es mi hija, Brianna. Brianna Randall dio un paso adelante con una sonrisa tímida.
Diana Gabaldon (Atrapada en el tiempo (Forastera, #2))
¡Es que no soy ningun hombre viviente! Lo que tus ojos ven es una mujer. Soy Éowyn hija de Eomund. Pretendes impedir que me acerque a mi señor y pariente. ¡Vete de aqui si no eres una criatura inmortal! Porque vivo o espectro oscuro, te traspasare con mi espada si lo tocas!
J.R.R. Tolkien (The Return of the King (The Lord of the Rings, #3))
Lograré mi libertad el día que la luna pierda a su hija, si eso ocurre una semana en que coincidan dos lunes.
Neil Gaiman
Ella creía en mi- replicó el sin alzar la voz- Y yo no voy a defraudarla. Chris
Laura Gallego García (Las hijas de Tara)
Iza se volvió frente a la gente que presenciaba la ceremonia. La adopción de Ayla había resultado una sorpresa tan grande para ella como para el resto del clan, y la niña podía sentir cómo el corazón le palpitaba rápidamente. «Eso tiene que significar que es mi hija, mi primera hija, pensó. Sólo una madre sostiene a la criatura cuando le ponen nombre y la reconocen como miembro del clan. ¿Hace siete días que me la encontré? Tendré que preguntárselo a Creb, pero creo que sí. Tiene que ser mi
Jean M. Auel (El clan del oso cavernario (Los Hijos de la Tierra, #1))
De pronto la miro y ya no está. Vuelvo a mirarla, la define su ausencia. Ha ido a unirse a lago que le da fuerza y no sé lo que es. No puedo seguirla, no entiendo hacia qué espacio invisible se ha dirigido, qué aire inefable la resguarda y la aísla; desde luego ya no está en el mundo y por más que manoteo no me ve, permanece siempre fuera de mi alcance. Sé que mi amor la sustenta, claro, pero su ausencia es sólo suya y en ella no tengo cabida.
Elena Poniatowska (LA Flor De Lis (Spanish Edition))
«Las cuentas claras y el chocolate espeso, ése es mi lema, Manolo, ya puedes darte por enterado». El
Carmen Posadas (La hija de Cayetana)
Los estudios de economía puede que utilicen modelos matemáticos y métodos estadísticos, pero se parecen más a la astrología que a la astronomía.
Yanis Varoufakis (Economía sin corbata: Conversaciones con mi hija (Otros títulos) (Spanish Edition))
...Me voy tranquilo, Tao,porque nadie podría cuidar a mi hija Eliza mejor que usted. -Nadie podría amarla mas que yo,señor.
Isabel Allende (Portrait in Sepia)
Distancia de rescate, así llamo a esa distancia variable que me separa de mi hija, y me paso la mitad del día calculándola
Samanta Schweblin
Esa es mi hija. Mi amor, mi vida, y mi pequeño ángel.
Sandi Lynn (Forever Us (Forever, #3))
La distancia de rescate está ahora tan tensa que no creo que pueda separarme más de unos pocos metros de mi hija. La casa, los alrededores, todo el pueblo me parece un lugar inseguro y no hay ninguna razón para correr riesgos
Samanta Schweblin (Fever Dream)
Sé también que podemos permanecer serenos ante la fotografía del ser que hemos perdido y unos minutos más tarde echarnos a llorar con el sabor de un plato que nos lo recuerda, o simplemente con el zumbido de una sierra en mitad de una tarde silenciosa. Que tememos olvidar la voz, el olor, quién sabe si el rostro. Y que no hay un dolor más solitario. Escondo mis lágrimas, no por vergüenza de llorar en público, sino porque no quiero traspasar a mis padres, a mis hijas, a mi marido mis raptos dolorosos. Y porque ninguna palabra expresará verdaderamente el sentimiento.
Piedad Bonnett (Lo que no tiene nombre)
Mi hija tenía razón: la gente joven no se fija en los sentimientos de sus padres, ni siquiera es consciente de ellos la mayor parte del tiempo. Viven en un bendito estado de sociopatía en lo que respecta a las emociones de sus padres.
Jonathan Coe (Mr Wilder and Me: ‘A love letter to the spirit of cinema’ Guardian)
Eso no es tu problema,” he says. “¡Todos tus problemas son mis problemas!” “Puedo cuidarme solo, Carolina. Sos mi hija, no mi madre.” “¡Sí, y como tu hija, si te mueres, yo soy la que sufre, papá!” “No quiero pelear con vos. Ahora no.
Taylor Jenkins Reid (Carrie Soto Is Back)
—Mi nombre es Ashallyn’darkmyr Tallyn, tercer hijo de la Corte Tenebrosa—Que se sepa que de hoy en adelante juro proteger a Meghan Chase, hija del Rey de Verano, con mi espada, con mi honor y mi vida. Sus deseos son los míos. Si el mundo se alzara alguna vez contra ella, mi espada estará de su lado. Y si fracasara en mi deber de protegerla, pierda yo el derecho a seguir viviendo. Esto lo juro sobre mi honor, con mi Verdadero Nombre y con mi vida. De hoy en adelante… —su voz se hizo más suave y, como si me lo hubiera susurrado al oído, le escuché decir—: Soy tuyo
Julie Kagawa (The Iron Queen (The Iron Fey, #3))
—Los dioses hicieron la tierra para que todos los hombres la compartieran. Pero luego vienen los reyes con sus coronas y sus espadas de acero y dicen que todo es suyo. Los árboles son míos, dicen, no os podéis comer las manzanas. El arroyo es mío, aquí no podéis pescar. El bosque es mío, nada de cazar. Mi tierra, mi agua, mi castillo, mi hija... No les pongas las manos encima o te las corto, pero a lo mejor si te arrodillas delante de mí te dejo que lo olisquees. Decís que somos ladrones, pero al menos un ladrón tiene que ser valiente, astuto y rápido. Para arrodillarse sólo hacen falta rodillas.
George R.R. Martin (A Storm of Swords (A Song of Ice and Fire, #3))
... ¡Dios mío! ¡Haz que existas! Haz que haya un cielo y un infierno me pasearé por los senderos del paraíso con mi hijo y con mi hija querida y ellos se retorcerán en las llamas de la envidia los miraré tostarse y gemir reiré y los niños reirán conmigo. Me debes esa revancha Dios mío. Exijo que me la des.
Simone de Beauvoir (The Woman Destroyed)
Es una especie de misterio, pero hay que intentear entenderlo, sirviéndose de la fantasía, y olvidar lo que se sabe de modo que la imaginación pueda vagabundear en libertad, corriendo lejos por el interios de las cosas hasta ver que el alma no es siempre diamante sino a veces velo de seda-esto puedo entenderlo-imagínate un velo de seda trasparente, cualquier cosa podría rasgarlo, incluso una mirada, y piensa en la mano que lo coge- una mano de mujer- sí- se mueve lentamente y lo aprieta entre los dedos, pero apretarlo es ya demasiado, lo levanta como si no fuera una mano, sino un golpe de viento, y lo encierra entre los dedos como si no fueran dedos sino...- como si no fueran dedos sino pensamientos. Así es. Esta habitación es esa mano, y mi hija es un velo de seda [...] - Edel, ¿hay algún modo de conseguir hombres que no hagan daño? Eso debe habérselo preguntado Dios también, en su momento. - No lo sé, pero lo intentaré
Alessandro Baricco (Ocean Sea)
Acomodando todas las cosas en su debido compartimiento, descubrí que todavía la amaba, quizás ese día más que nunca; quizás nunca había dejado de hacerlo, quizás siempre la amaría. Y esa era precisamente la fuerza que potenciaba mi odio: amarla mal para odiarla mejor, amarla retorcidamente para entregarle un odio más puro.
Ahtziri Lagarde (Las Cenizas de Ícaro)
Hace poco Daniela (mi hija, que ahora tiene cinco años) me preguntó quienes eran más importantes: las personas o los animales en extinción(...) preferí cambiar la pregunta: ¿qué es más importante, conservar nuestro estilo de vida o quedarnos sin el grueso de los organismos que nos rodean? Supongo que cada quien tendrá que formular su propia repsuesta.
Andrés Cota Hiriart (Fieras familiares)
Si me derrumbaba y cedía, mi alma se perdería para siempre porque si no me marchaba ahora que podía, tal vez nunca reuniera el valor para hacerlo.
Elisabet Castany (Legado de sangre (La hija de la Sacerdotisa nº 2) (Spanish Edition))
Tú, querida Jo, puedes decírselo todo a tu madre, porque mi mayor orgullo y dicha consisten en saber que mis hijas confían en mí y saben que las quiero.
Louisa May Alcott (Mujercitas (Mujercitas, #1))
Por qué rayos me siento tan triste cuando papá hace cosas por mi bien?
María Fernanda Heredia (Hay palabras que los peces no entienden)
I married an American man I met in a supermarket parking lot. He worked in construction, and when I met him he was sitting in his truck swallowing beer. I fell in love with his arms; they were golden from the sun and a thin film of dust glistened on his blonde hairs. These are the things of love, my father once told me. “Cuídese, mi hija. It only takes one thing.
Linda Feyder (All's Fair and Other California Stories)
Me dolía la muerte, la de él y la mía y la de mi hija que todavía no estaba viva en sentido estricto, que no había nacido quiero decir, me dolía todo: cuando se abre la conciencia a la muerte o la muerte a la conciencia algo se abisma en el centro del ser, se fisura de nada y la nada lacera más que la tortura, en el sentido de que angustia, asfixia, obsede y sólo se puede desear que cese.
Gabriela Cabezón Cámara (La virgen cabeza)
Si pensó por un momento que iba a dejar a mi hija al cuidado de un grupo de hombres obsesionados con la sexualidad, unos hombres con las uñas sucias, que apestan a sudor de varios meses, unos hombres cuya enfermiza imaginación reptaría sobre el cuerpo de mi hija como un enjambre de cucarachas… Si cree que estoy dispuesta a entregarles a mi hija, es usted más estúpido de lo que supone que soy yo.
Philip Pullman (El catalejo lacado (La materia oscura, #3))
En Madrid me espera todo aquello con lo que he soñado desde siempre: el trío, el poliamor, el amor de una mujer, el de un hombre, mi hija, una vida de escritora. Un plan cerrado, sin fisuras. Pero mientras más disidente me presumo, más instalada en el establishment me encuentro. Mientras más predico la sinceridad amorosa con los otros dos, más les miento. Mientras más cerca estoy de volver más quiero escaparme.
Gabriela Wiener (Huaco retrato)
Me puse dura porque el miedo hace eso; o te acojona y te deja vacía, temblando en los rincones de una casa que pese a estar llena de ratas te parece un milagro, o te hace crecer los ovarios. Te los hace crecer hasta que son más grandes que la casa, más grandes que las ratas, carajo, más grandes que la mancha de sangre en el vestido de encaje de mi chamaca. Casi tan grandes como la selva, pero siempre más pequeños que las lágrimas de una hija.
Elaine Vilar Madruga (El cielo de la selva)
Vos, hermano, idos a ser gobierno o ínsulo, y entonaos a vuestro gusto; que mi hija ni yo, por el siglo de mi madre, que no nos hemos de mudar un paso de nuestra aldea: la mujer honrada, la pierna quebrada, y en casa; y la doncella honesta, el hacer algo es su fiesta. Idos con vuestro don Quijote a vuestras aventuras, y dejadnos a nosotras con nuestras malas venturas, que Dios nos las mejorará como seamos buenas; y yo no sé, por cierto, quién le puso a él don, que no tuvieron sus padres ni sus agüelos.
Miguel de Cervantes Saavedra (Don Quijote de la Mancha (Spanish Edition))
Todos tenemos un padre blanco. Quiero decir, Dios es blanco. O eso nos han hecho creer. El colono es blanco. La historia es blanca y masculina. Mi abuela, la madre de mi madre, llamaba a mi padre, al marido de su hija, «don» porque ella no era blanca sino chola.
Gabriela Wiener (Huaco retrato)
4 Porque así dijo el SEÑOR a los eunucos que guardaren mis sábados, y escogieren lo que yo quiero, y abrazaren mi pacto: 5 Yo les daré lugar en mi casa, y dentro de mis muros, y nombre, mejor que a los hijos y a las hijas; nombre perpetuo les daré que nunca perecerá.
Russell M. Stendal (Las Sagradas Escrituras (Jubilee Bible 2000))
Mi vientre estaba vivo de esa hija que me estaba creciendo pero yo era un cementerio de muertos queridos. Me sentía como una piedra, un accidente, un estado de la materia, una roca con conciencia de que será fundida y solidificada y transformada en otra cosa y me dolía saberme.
Gabriela Cabezón Cámara (La virgen cabeza)
Si nos interesa la salvación del planeta, aparentemente la solución pasa por encontrar una manera inteligente de recuperar la capacidad de los humanos de funcionar y de decidir colectivamente, para que dejen de «hacer los idiotas», es decir de mirar sólo sus intereses particulares.
Yanis Varoufakis (Economía sin corbata: Conversaciones con mi hija (Otros títulos) (Spanish Edition))
En estos meses me he ido pelando como una cebolla, velo a velo, cambiando, ya no soy la misma mujer, mi hija me ha dado la oportunidad de mirar dentro de mí y descubrir esos espacios interiores, vacíos, oscuros y extrañamente apacibles, donde nunca antes había explorado. Son lugares sagrados y para llegar a ellos debo recorrer un camino angosto y lleno de obstáculos, vencer las fieras de la imaginación que me salen al paso. Cuando el terror me paraliza, cierro los ojos y me abandono con la sensación de sumergirme en aguas revueltas, entre los golpes furiosos del oleaje. p. 300
Isabel Allende (Paula)
En estos meses me he ido pelando como una cebolla, velo a velo, cambiando, ya no soy la misma mujer, mi hija me ha dado la oportunidad de mirar dentro de mí y descubrir esos espacios interiores, vacíos, oscuros y extrañamente apacibles, donde nunca antes había explorado. Son lugares sagrados y para llegar a ellos debo recorrer un camino angosto y lleno de obstáculos, vencer las fieras de la imaginación que me salen al paso. Cuando el terror me paraliza, cierro los ojos y me abandono con la sensación de sumergirme en aguas revueltas, entre los golgpes furiosos del oleaje. p. 300
Isabel Allende (Paula)
En estos meses me he ido pelando como una cebolla, velo a velo, cambiando, ya no soy la misma mujer, mi hija me ha dado la oportunidad de mirar dentro de mí y descubrir esos espacios interiores, vacíos, oscuros y extrañamente apacibles, donde nunca antes había explorado. Son lugares sagrados y para llegar a ellos debo recorrer un camino angosto y lleno de obstáculos, vencer las fieras de la imaginación que me salen al paso. Cuando el terror me paraliza, cierro los ojos y me abandono con la sensación de sumergirme en aguas revueltas, ,entre los golgpes furiosos del oleaje. p. 300
Isabel Allende (Paula)
En estos meses me he ido pelando como una cebolla, velo a velo,, cambiando, ya no soy la misma mujer, mi hija me ha dado la oportunidad de mirar dentro de mí y descubrir esos espacios interiores, vacíos, oscuros y extrañamente apacibles, donde nunca antes había explorado. Son lugares sagrados y para llegar a ellos debo recorrer un camino angosto y lleno de obstáculos, vencer las fieras de la imaginación que me salen al paso. Cuando el terror me paraliza, cierro los ojos y me abandono con la sensación de sumergirme en aguas revueltas, ,entre los golgpes furiosos del oleaje. p. 300
Isabel Allende (Paula)
¿Qué importa quién mató a quién? Los dos matamos a alguien. ¿Pero acaso todos los seres humanos no somos iguales? ¿No valemos lo mismo? Un clearing. El día de nuestro juicio, Ernesto y yo nos podremos quejar de que no cometimos el crimen que se nos imputa, pero no vamos a poder decir que somos inocentes. En el fondo, nadie es inocente. Aunque todos seamos animalitos de Dios. Alicia, Charo, Ernesto, yo. Matar a uno o a otro no cambia mayormente la pena o el castigo. Sí la culpa. Yo no me hubiera permitido matar a Alicia. Mucho menos a Ernesto, que es el padre de mi hija. A Tuya sí. Tuya es otra cosa.
Claudia Piñeiro (Tuya)
Seré lo que tú quieras que sea, de sobra lo sabes. Nada me gustaría más que formar una familia contigo. —Tragué saliva azorada por la profundidad de sus palabras—. Amaré a esa niña como si fuera mi propia hija, pero no quiero ser el impedimento para que no se sepa la verdad. No puedes negarle eso a ninguno de los dos.
Elisabet Castany (Legado de sangre (La hija de la Sacerdotisa nº 2) (Spanish Edition))
Cuentan que a principios del siglo pasado una dama inglesa que debía viajar a un pueblo indio mandó una carta al maestro de la escuela local para preguntarle si el lugar disponía de un WC. Las autoridades locales no conocían esa palabra y debatieron; tras muchas dudas, decidieron que la dama debía querer decir wayside chapel —una capilla cercana— y le encargaron al maestro que respondiera con toda la amabilidad del vasallo colonial: "Querida señora, tengo el placer de informarle que el WC se encuentra a nueve millas de la casa, en medio de un delicioso bosque de pinos. El WC puede recibir 229 personas sentadas y funciona los domingos y los jueves. Le sugeriría que acudiese temprano, sobre todo en verano, cuando la concurrencia es grande. Puede también quedarse de pie pero sería incómodo, sobre todo si va usted con frecuencia. Sepa usted que mi hija se casó allí, porque fue donde conoció a su futuro esposo (...). Le recomendaría que fuera un jueves, día en que podrá disfrutar del acompañamiento de un órgano. La acústica es excelente y los sonidos más delicados pueden ser apreciados en todos los rincones. Hace poco se instaló una campana, que suena cada vez que entra alguien. Un pequeño comercio ofrece almohadones, muy apreciados por el público. Será un placer acompañarla personalmente y ubicarla en lugar bien visible...
Martín Caparrós (El hambre)
La gente no acepta que se le diga sus verdades. Quieren que se crea sus lindas palabras o por lo menos que uno haga como si. Yo soy lúcida soy franca arranco las caretas. La tipeja que susurra: '¿Así que quiere mucho a su hermanito?' y yo con mi vocecita serena 'Lo detesto'. He seguido siendo esa adolescente que dice lo que piensa no hace trampas. Se me partía el corazón escucharlo pontificar y todos esos infelices de rodillas delante de él. Yo aparecía con mis grandes zuecos sus palabras solemnes quedaban desinfladas: el progreso la prosperidad el porvenir del hombre la felicidad de la humanidad la ayuda a los países subdesarrollados la paz del mundo. No soy racista pero me importan un pito los árabes los judíos los negros exactamente como me importan un pito los chinos los rusos los yanquis los franchutes. Me importa un pito la humanidad qué es lo que ella ha hecho por mí me gustaría saberlo. Si son lo bastante estúpidos como para degollarse bombardearse tirarse napalm exterminarse no gastaré mis ojos llorando. Un millón de niños degollados ¿y qué? Los niños nunca son otra cosa que semilla de canallas y así se descongestiona un poco el planeta reconocen que está superpoblado ¿y entonces qué? Si yo fuera la tierra me daría asco toda esa gusanada en mi espalda me la sacudiría. Si todos revientan yo quiero reventar. Los niños no son nada para mí no voy a enternecer por ellos. Mi hija está muerta y me han robado a mi hijo.
Simone de Beauvoir (The Woman Destroyed)
El afecto, ya lo dije, no se da importancia. La caridad —decía san Pablo— no es engreída. El afecto puede amar lo que no es atractivo: Dios y sus santos aman lo que no es amable. El afecto «no espera demasiado», hace la vista gorda ante los errores ajenos, se rehace fácilmente después de una pelea, como la caridad sufre pacientemente, y es bondadoso y perdona. El afecto nos descubre el bien que podríamos no haber visto o que, sin él, podríamos no haber apreciado. Lo mismo hace la santa humildad. Pero si nos detuviéramos sólo en estas semejanzas, podríamos llegar a creer que este afecto no es simplemente uno de los amores naturales sino el Amor en sí mismo, obrando en nuestros corazones humanos y cumpliendo su ley. ¿Tendrían razón entonces los novelistas ingleses de la época victoriana, al decir que es suficiente este tipo de amor? ¿Son «los afectos caseros», cuando están en su mejor momento y en su desarrollo más pleno, lo mismo que la vida cristiana? La respuesta a estas preguntas, lo sé con seguridad, es decididamente No. No digo solamente que esos novelistas escribieron a veces como si nunca hubieran conocido ese texto evangélico sobre el «odiar» a la esposa y a la madre y aun la propia vida —aunque, por supuesto, sea así—, sino que la enemistad entre los amores naturales y el amor de Dios es algo que un cristiano procura no olvidar. Dios es el gran Rival, que en cualquier momento me puede robar —al menos a mí me parece un robo— el corazón de mi esposa, de mi marido o de mi hija.
C.S. Lewis (The Four Loves)
¿Sería inteligente por parte de los astronautas envenenar el oxígeno de su nave espacial? Esto es exactamente lo que hacemos los seres humanos. Y lo llevamos haciendo desde hace trescientos años, desde que surgieron las sociedades de mercado, cuando los valores de cambio triunfaron sobre los valores experienciales y el beneficio (es decir, la «plusvalía ») adquirió un poder único y absoluto sobre las almas y las acciones de los seres humanos.
Yanis Varoufakis (Economía sin corbata: Conversaciones con mi hija (Otros títulos) (Spanish Edition))
Mi caída empezó, como muchas historias lo hacen, con una chica. Una chica llamada Meghan Chase, la hija medio humana de nuestro antiguo rival, el Rey de Verano. El destino nos unió, y a pesar de todo lo que hice para ocultar mis emociones, a pesar de las leyes de nuestra gente y de la guerra con los feys de Hierro y de la amenaza de eterno destierro de mi hogar, aun así me enamoré de ella. Nuestros caminos estaban entretejidos, nuestros destinos entrelazados, y antes de la última batalla juré que la seguiría al fin del mundo, para protegerla de cualquier amenaza, incluyendo a mi propia familia, y para morir por ella si era llamado a hacerlo. Me convertí en su caballero, y habría servido con alegría a esta chica, la mortal que había capturado mi corazón, hasta que el último aliento abandonara mi cuerpo. Pero el destino es un amante cruel, y al final, nuestros caminos fueron forzados a separarse, como había temido que lo fueran
Julie Kagawa (The Iron Knight (The Iron Fey, #4))
En la perrera escribí con el pensamiento que algún día tendría al coronel García vencido ante mí y podría vengar a todos los que tienen que ser vengados. Pero ahora dudo de mi odio. En pocas semanas, desde que estoy en esta casa, parece haberse diluido, haber perdido sus nítidos contornos. Sospecho que todo lo ocurrido no es fortuito, sino que corresponde a un destino dibujado antes de mi nacimiento y Esteban García es parte de ese dibujo. Es un trazo tosco y torcido, pero ninguna pincelada es inútil. El día en que mi abuelo volteó entre los matorrales del río a su abuela, Pancha García, agregó otro eslabón en una cadena de hechos que debían cumplirse. Después el nieto de la mujer violada repite el gesto con la nieta del violador y dentro de cuarenta años, tal vez, mi nieto tumbe entre las matas del río a la suya y así, por los siglos venideros, en una historia inacabable de dolor, de sangre y de amor. (...) Me será muy fácil vengar a todos los que tienen que ser vengados, porque mi venganza no sería más que otra parte del mismo mito inexorable. Quiero pensar que mi oficio es la vida y que mi misión no es prolongar el odio, sino sólo llenar estas páginas mientras espero el regreso de Miguel, mientras entierro a mi abuelo que ahora descansa a mi lado en este cuarto, mientras aguardo que lleguen tiempos mejores, gestando a la criatura que tendo en el vientre, hija de tantas violaciones, o tal vez la hija de Miguel pero sobre todo hija mía.
Isabel Allende
Se sentirá orgullosa de que su hija abandone por un momento su vida íntima, personal y limitada. Y de paso vence mágicamente por unos instantes la desolación chilena, esa desolación, aquella que nunca más nos abandonó, la que aguarda pendenciera y sin lenguaje detrás de nuestra eficiencia, de nuestra civilidad, de nuestro pragmatismo. La que nos dejó para siempre sin calor. ¿Por qué hemos llegado a ser un pueblo tan triste, o es que lo fuimos siempre y no nos dimos cuenta? ¿Cuándo, cuándo perdimos el alma?
Marcela Serrano (Lo que está en mi corazón)
Nunca vi la habitación que Keiko tenía en Manchester, la habitación en que murió. Viniendo de una madre, estas ideas pueden resultar macabras, pero al enterarme de que se había suicidado, lo primero que me vino a la mente, antes incluso de asumir el disgusto, fue pensar cuánto tiempo había permanecido en ese estado antes de que la encontraran. Viviendo con su propia familia, pasaban días y días sin que nadie la viese, de modo que en una ciudad extraña donde nadie la conocía, era aún menos probable que la descubriesen inmediatamente. Más tarde, el juez dijo que había estado allí ‘durante varios días’. Fue la casera la que abrió la puerta, pensando que Keiko se había ido sin pagar el alquiler. La imagen de mi hija ahorcada en su habitación durante días y días, me ha obsesionado continuamente. El horror que me produce esa imagen no ha disminuido, pero hace tiempo que ha perdido su carácter macabro. Del mismo modo que soportamos una herida en nuestro propio cuerpo, es posible llegar a hacer nuestras las cosas más perturbadoras.
Kazuo Ishiguro (A Pale View of Hills)
-¿No tenéis acaso otra hija? -No-dijo el hombre-, sólo tenemos una Cenicienta, pequeña e ingenua, de mi difunta esposa, pero es imposible que ella sea la novia. El hijo del rey dijo que fueran a buscarla, pero la madre respondió: -Ay, no, está demasiado sucia, no puede dejarse ver. Pero él insistió en verla a toda costa y tuvieron que llamar a Cenicienta. Ella se lavó primero las manos y la cara, fue luego hasta allí y se inclinó ante el hijo del rey, que le tendió el zapato de oro. Después se sentó en un escabel, sacó el pie del pesado zueco de madera y lo metió en la chinela: le quedaba como hecha a medida. Y cuando se enderezó y el rey la miró a la cara, reconoció a la hermosa joven que había bailado con él y dijo: -¡Ésta es la verdadera novia! La madrastra y las dos hermanas se asustaron y empalidecieron de rabia, pero él subió a Cenicienta al caballo y se marchó de allí. Al pasar por el pequeño avellano, las dos palomitas blancas dijeron: -Vuélvete y mira, vuélvete y mira, ya no hay sangre en la zapatilla: la zapatilla bien ya le encaja, a la novia de verdad llevas a casa.
Jacob Grimm (Cuentos de los hermanos Grimm)
Mientras redactaba la inscripción para su tumba, entendí que la primera muerte ocurre en el lenguaje, en ese acto de arrancar a los sujetos del presente para plantarlos en el pasado. Convertirlos en acciones acabadas. Cosas que comenzaron y terminaron en un tiempo extinto. Aquello que fue y no será más. La verdad era esa: mi madre ya solo existiría conjugada de otra forma. Sepultándola a ella cerraba mi infancia de hija sin hijos. En aquella ciudad en trance de morir, nosotras lo habíamos perdido todo, incluso las palabras en tiempo presente.
Karina Sainz Borgo
-¿No tenéis acaso otra hija? -No-dijo el hombre-, sólo tenemos una Cenicienta, pequeña e ingenua, de mi difunta esposa, pero es imposible que ella sea la novia. El hijo del rey dijo que fueran a buscarla, pero la madre respondió: -Ay, no, está demasiado sucia, no puede dejarse ver. Pero él insistió en verla a toda costa y tuvieron que llamar a Cenicienta. Ella se lavó primero las manos y la cara, fue luego hasta allí y se inclinó ante el hijo del rey, que le tendió el zapato de oro. Después se sentó en un escabel, sacó el pie del pesado zueco de madera y lo metió en la chinela: le quedaba como hecha a medida. Y cuando se enderezó y el rey la miró a la cara, reconoció a la hermosa joven que había bailado con él y dijo: -¡Ésta es la verdadera novia! La madrastra y las dos hermanas se asustaron y empalidecieron de rabia, pero él subió a Cenicienta al caballo y se marchó de allí. Al pasar por el pequeño avellano, las dos palomitas blancas dijeron: -Vuélvete y mira, vuélvete y mira, ya no hay sangre en la zapatilla: la zapatilla bien ya le encaja, a la novia de verdad llevas a casa. (Fragmento perteneciente al cuento de Cenicienta)
Jacob Grimm (Cuentos de los hermanos Grimm)
Al poco tiempo tuvo una hija que era tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y tenía los cabellos tan negros como el ébano, y por eso la llamaron Blancanieves. Y, nada más crecer la niña, murió la reina. Pasado un año, el rey tomó otra esposa. Era una mujer hermosa, pero orgullosa y arrogante, y no podía soportar que alguien la superase en belleza. Tenía un espejo maravilloso y, cuando se situaba frente a él y se miraba, decía: -Espejito, espejito de la pared, la más hermosa de todo el reino, ¿quién es? A lo que el espejo respondía: -Mi reina y señora, en el reino vos sois la más hermosa. Entonces se quedaba satisfecha, pues sabía que el espejo decía la verdad. Pero Blancanieves fue creciendo y fue haciéndose cada vez más bella, y cuando hubo cumplido siete años, era ya tan linda como la luz del día y más hermosa que la propia reina. En una ocasión le preguntó a su espejo: -Espejito, espejito de la pared, la más hermosa de todo el reino, ¿quién es? El espejo respondió: -Mi reina y señora, vos sois aquí la más hermosa, pero Blancanieves es mil veces que vos más preciosa. Entonces la reina se asustó y se puso amarilla y verde de envidia.
Jacob Grimm (Cuentos de los hermanos Grimm)
Con el corazón desbocado y la sangre latiendo en mis sienes empujé la puerta del baño, que estaba entornada. No recordaba que estuviera así cuando había pasado aquella tarde por cada una de las habitaciones. Apenas se podía ver, estaba totalmente llena de vaho. Abrí la puerta de par en par para que saliera hacia fuera y se despejara un poco. Allí no había nadie. Miré la ducha; estaba abierta y con el grifo del agua caliente a máxima potencia. Lo cerré intentando mojarme lo mínimo posible. Miré a mi alrededor. Nada. Allí no había nada, ni nadie. —¿Qué me está pasando? —me pregunté en voz alta. Me senté en la taza del váter, los codos apoyados en las rodillas y las manos en la cara. Me sentía agotada, física y mentalmente. ¿Qué significaba ese maldito sueño?, ¿era premonitorio?, ¿iba a morir ahogada?, ¿o tal vez había pasado en otra vida? De nuevo se oyó un golpe en la habitación de al lado. A punto estuve de caerme de donde me encontraba sentada. Mi corazón amenazaba con estallar. Miré al frente. Me quedé petrificada. Ya no solamente notaba las pulsaciones de mi acelerado corazón; ahora también podía oírlas. En el ancho espejo del baño había un mensaje: «Amy, ayúdanos»
Elisabet Castany (El eterno legado (La hija de la sacerdotisa, #1))
- ¡Oh, estoy tan contenta de que hayas venido! Es tan agradable ir a caballo al aire libre, tan fresco, oliendo la hierba húmeda al aplastarse. ¡Papá! ¿Estás ahí? No te veo. -El señor Gibson se colocó junto a su hija: no sabía si le daría miedo cabalgar en la oscuridad, así que le puso una mano en el hombro.- Papá, me gustaría tener una cadena como la de Ponto, tan larga que llegara a la casa de tu paciente más lejano, y nos ataríamos uno de cada extremo, y cuando yo quisiera que vinieras a mi lado tiraría de ella y si no quisieras venir, tirarías de tu extremo. Pero yo sabría que tú sabías que yo te quería a mi lado, y nunca nos perderíamos el uno al otro.
Elizabeth Gaskell (Wives and Daughters)
Cuando me divorcié de tu padre me preparé para seguir andando sola, porque pensé que sería casi imposible encontrar otro compañero. Soy mandona, independiente, tribal y tengo un trabajo poco común que me exige pasar la mitad de mi tiempo sola, callada y escondida. Pocos hombres pueden con todo eso. No quiero pecar de falsa modestia, también tengo algunas virtudes. ¿Te acuerdas de alguna, hija? A ver, déjame pensar… Por ejemplo: requiero poco mantenimiento, soy sana y cariñosa. Tú decías que soy divertida y nadie se aburre conmigo, pero eso era antes. Después de que tú te fuiste se me acabaron las ganas de ser el alma de la fiesta. Me he vuelto introvertida, no me reconocerías.
Isabel Allende (La suma de los días)
Un día, yo tengo diez años, alguien llama a mi casa y le dice a mi madre: «Su hija es un marimacho», y cuelga. Desde entonces mi madre lee todos mis cuadernos, escruta todos mis bolsillos, me hace todos los días la cartera para asegurarse de que no llevo o traigo nada raro. Mi madre se convierte en un detective privado contratado por el régimen heteropatriarcal para desactivar mi incipiente terrorismo de género: vigilancia e inspección doméstica, interrogatorio, prohibición, reclusión, censura..., estos son los sofisticados métodos que el sistema pone a disposición de una simple ama de casa del período español inmediatamente postfranquista para extirpar el deseo masculino que habita mi cuerpo de niña.
Paul B. Preciado (Testo Junkie: Sex, Drugs, and Biopolitics in the Pharmacopornographic Era)
Dios y la gente se solidarizan con las víctimas. Pero no con cualquier víctima, sino con las víctimas que se victimizan con éxito. Mi ex mujer, por ejemplo. Cuando nos divorciamos, la criolla se volvió poeta y víctima; la profeta de las víctimas divorciadas. Ella acaba de publicar un librito de poemas en prosa muy rencorosos, autogestionados y trilingües, en la editorial imaginaria de su mentora, una poeta gringa que dirige un taller de poesía que se llama Hijas Espirituales de Mina Loy (SDML, por sus siglas en inglés). Tiene la descortesía de invitarme a la presentación, que se celebra en su propio departamento. Como sé que le tengo que caer bien porque si no, no me presta a los niños nunca, tengo la cortesía de ir hasta Nueva York a verla.
Valeria Luiselli (Los ingrávidos)
La luz del sol entra en mi estudio por cuatro ventanas. Año tras año, la seda turquesa se ha desvaído en un suave azul acuoso, los bordados brillantes se han matizado y cada vez es más hermoso. 'Amamos las cosas que amamos por lo que son', nos recuerda Robert Frost. Y quiere decir, creo, que cuando las amamos a medida que cambian —dice en el poema de un arroyo que se ha secado—, las amamos por lo que una vez fueron. La cara de mi madre cambió desde una belleza inglesa a la de una anciana arrugada y nunca perdió su dulzura. Y sus ojos tampoco cambiaron, esos ojos grises graves que de repente podían brillar de alegría, que de pronto con un intenso dolor y ternura miraban al ratón salvado de las fauces de un gato, al pajarillo con su columpio roto, hacia todos los seres vivos, incluidas las flores, su marido y su hija. Exactamente como sus creaciones, el escritorio taraceado y el paño bordado: aunque cambiaron, envejecieron haciéndose más hermosos.
May Sarton (Plant Dreaming Deep)
He matado nuestra vida juntos, he cortado cada cabeza, con sus tristes ojos azules atrapados en una pelota de playa, rodando por separado afuera del garaje. He matado todas las cosas buenas pero son demasiado tercas. Se cuelgan. Las pequeñas palabras de tu compañía se han arrastrado hasta su tumba, el hilo de la compasión, como una frambuesa querida, los cuerpos entrelazados cargando a nuestras dos hijas, tu recuerdo vistiéndose temprano, toda la ropa limpia, separada y doblada, tú sentándote en el borde de la cama lustrando tus zapatos con un limpiabotas, y yo te amaba entonces, eras tan sabio desde la ducha, y te amé tantas otras veces y he estado por meses, tratando de ahogarlo, presionando, para mantener su gigantesca lengua roja por debajo, como un pez. Pero a donde quiera yo vaya están todos en llamas, el róbalo, el pez dorado, sus ojos amurallados flotando ardiendo entre plancton y algas marinas como tantos otros soles azotando las olas, y mi amor se queda amargamente brillando, como un espasmo que se niega dormir, y estoy indefensa y sedienta y necesito una sombra pero no hay nadie para cubrirme – ni siquiera Dios.
Anne Sexton (Selected Poems)
Crecí con el cuento de que en Chile no hay problemas raciales. No me explico cómo nos atrevemos a repetir semejante falsedad. No hablamos de racismo, sino de «sistema de clases» (nos gustan los eufemismos), pero son prácticamente la misma cosa. No sólo hay racismo y/o clasismo, sino que están enraizados como muelas. Quien sostenga que es cosa del pasado se equivoca de medio a medio, como acabo de comprobar en mi última visita, cuando me enteré de que uno de los alumnos más brillantes de la Escuela de Leyes de la Universidad de Chile fue rechazado en un destacado bufete de abogados, porque «no calzaba con el perfil corporativo». En otras palabras, era mestizo y tenía un apellido mapuche. A los clientes de la firma no les daría confianza ser representados por él; tampoco aceptarían que saliera con alguna de sus hijas. Tal como ocurre en el resto de América Latina, nuestra clase alta es relativamente blanca y mientras más se desciende en la empinada escala social, más acentuados son los rasgos indígenas. Sin embargo, a falta de otras referencias, la mayoría de los chilenos nos consideramos blancos; fue una sorpresa para mí descubrir que en Estados Unidos soy «persona de color».
Isabel Allende (Mi país inventado (Spanish Edition))
El amor de ustedes está recién estrenado, es la primera página de un cuaderno en blanco. Ernesto es un alma vieja, mamá, me dijiste una vez, pero no ha perdido la inocencia, es capaz de jugar, de asombrarse, de quererme y aceptarme, sin juicios, como quieren los niños; desde que estamos juntos algo se ha abierto dentro de mí, he cambiado, veo el mundo de otra manera y yo misma me quiero más, porque me veo a través de sus ojos. Por su parte, Ernesto me ha confesado en los momentos de más terror que no imaginó encontrar el arrebato visceral que siente cuando te abraza, eres su perfecto complemento, te ama y te desea hasta los límites del dolor, se arrepiente de cada hora que estuvieron separados. ¿Cómo iba a saber yo que dispondríamos de tan poco tiempo? me ha dicho temblando. Sueño con ella, Isabel, sueño incansablemente con estar a su lado otra vez y hacer el amor hasta la inconsciencia, no puedo explicarte estas imágenes que me asaltan, que solo ella y yo conocemos, esta ausencia suya es una brasa que me quema, no dejo de pensar en ella ni un instante, su recuerdo no me abandona, Paula es la única mujer para mí, mi compañera soñada y encontrada. ¡Qué extraña es la vida, hija! Hasta hace poco yo era para Ernesto una suegra distante y algo formal, hoy somos confidentes, amigos íntimos". p. 90
Isabel Allende
Dejemos esta cuestión para mañana, porque ya estarás cansado de leer hoy: si mañana u otro día no tienes, como sueles, pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu bolsillo, y pereza de abrir los ojos para hojear las hojas que tengo que darte todavía, te contaré cómo a mí mismo, que todo esto veo y conozco y callo mucho más, me ha sucedido muchas veces, llevado de esta influencia, hija del clima y de otras causas, perder de pereza más de una conquista amorosa; abandonar más de una pretensión empezada, y las esperanzas de más de un empleo, que me hubiera sido acaso, con más actividad, poco menos que asequible; renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita justa o necesaria, a relaciones sociales que hubieran podido valerme de mucho en el transcurso de mi vida; te confesaré que no hay negocio que no pueda hacer hoy que no deje para mañana; te referiré que me levanto a las once, y duermo siesta; que paso haciendo el quinto pie de la mesa de un café, hablando o roncando, como buen español, las siete y las ocho horas seguidas; te añadiré que cuando cierran el café, me arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque de pereza no tengo más que una), y un cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin cesar, las doce o la una de la madrugada; que muchas noches no ceno de pereza, y de pereza no me acuesto; en fin, lector de mi alma, te declararé que de tantas veces como estuve en esta vida desesperado, ninguna me ahorqué y siempre fue de pereza.
Mariano José de Larra
—¡Arriba, princesita! El grito la sobresaltó, incorporándose de golpe, desorientada. Miró a su alrededor. La luz había vuelto, y Hewan estaba de pie en mitad de la estancia. Tenía una cadena más delgada en una mano, y una bolsa negra en la otra. Se había cambiado la falda de cuero de la noche anterior por otra de lana gruesa, tejida a cuadros verdes con líneas negras —¿No puedes ser más delicado a la hora de despertarme? —se quejó Rura con irritación. —¿La princesita se ha asustado? —Se llevó la mano al pecho, simulando estupor—. Lo lamento mucho, alteza imperialísima. ¿Vais a ordenar azotarme? Rura se levantó. Se sentía sucia y horrenda, con el pelo enredado y el quimono lleno de arrugas. Y olía a sudor. Hacía años que sus axilas no olían. —No me llames así —gruñó. —¿Princesita? ¿No te gusta? —Me importa un comino si me llamas princesita. No te dirijas a mí como Alteza Imperial. No tengo el derecho a usar el título. Rura intentó evitarlo, pero la amargura fue evidente en su voz. Hewan soltó una carcajada y puso los brazos en jarras. La cadena y la bolsa negra colgaban de sus manos. —Vaya, vaya, vaya… Así que no eres hija legítima —se burló—. Lástima. Pensaba utilizarte como moneda de cambio, pero ya veo que no me servirás ni para eso. Probablemente, cuando la noticia de tu captura llegue a oídos de tu padre, el gran príncipe heredero, se sentirá aliviado. ¿No es así? —¡Mi padre me quiere! —gritó furiosa—. ¿Me oyes, bestia inmunda? ¡Mi padre me quiere, y cuando venga a por mí, traerá con él todo el ejército imperial! ¡Destrozará estas montañas hasta encontrarme! Y tú y tu pueblo lo pagaréis con la exterminación. Se sintió como una niña malcriada gritando toda esa sarta de mentiras, pero en aquel momento no podía afrontar la verdad que había en las palabras de aquel extraño. La sonrisa de Hewan murió y su rostro se transformó en una máscara colérica. —Claro que te quiere, princesita —siseó. Tenía el cuello en tensión, y los tendones se marcaban, abultados bajo la piel—. Por eso permitió que tu esposo el gobernador te repudiara y te exiliara. Rura no contestó. ¿Qué iba a decir? ¿Confesar ante este extraño que se lo merecía por lo que había hecho? ¿Que tenía suerte de estar viva? Había conspirado para matar a Kayen. El hecho que fuese por orden de su padre, no la convertía en inocente. Además, estaba segura que su exilio tenía mucho más que ver con la paliza que le dio a la esclava, que con el intento de asesinato. —¿No dices nada? Rura se escondió de nuevo tras su máscara de princesa. Levantó la barbilla con orgullo y se negó a hablar. Hewan se acercó a ella, y Rura luchó con el impulso de huir de él. Le puso la bolsa delante de la cara. —Hueles que apestas —le dijo. Rura enrojeció de rabia y de vergüenza—. Te voy a llevar a los baños para que te puedas lavar, pero para eso tengo que taparte la cabeza. —No quiero ir. Puedo lavarme aquí si alguien me trae agua y jabón. —Nadie te ha pedido tu opinión, princesita. —Le pasó la bolsa por la cabeza y se la anudó en el cuello, por encima del collar metálico—. No te preocupes, no dejaré que te caigas… creo. Desenganchó la cadena que la mantenía sujeta a la pared, y aseguró la nueva cadena que llevaba en la mano, más delgada y corta. —¿Tienes que llevarme como si fuera un perro? —preguntó indignada— . No voy a echar a correr. —Por supuesto que no correrás —contestó Hewan, guasón—. Esta cadena no es para impedir que huyas; es para humillarte. —Eres un animal. —Puede ser, pero no soy yo el que lleva collar y cadena, princesita. Y que no se te ocurra intentar quitarte la bolsa de la cabeza: si lo haces, tendré que arrancarte esos bonitos ojos que tienes.
Alaine Scott (La princesa sometida (Cuentos eróticos de Kargul #3))
Mientras tanto, el señor Brocklehurst, de pie ante la chimenea con las manos a la espalda, observaba majestuosamente a la concurrencia. De pronto, parpadeó como su algo lo hubiera deslumbrado o escandalizado, y dijo con palabras más atropelladas que de costumbre: - Señorita Temple, ¿qué...qué le ocurre a esa muchacha de cabello rizado? ¿Pelirroja, señorita, y cubierta de rizos? - y señaló con mano temblorosa el objeto de su ultraje con el bastón. - Es Julia Severn - respondió con voz queda la señorita Temple. -Julia Severn, señorita. ¿Y por qué motivo tiene ella, o cualquier otra, el cabello rizado? ¿Por qué, desafiando a todas las leyes y principios de esta casa evangélica y benéfica, se muestra tan abiertamente mundana como para llevar el cabello hecho una maraña de rizos? - Los rizos de Julia son naturales - contestó la señorita Temple, con voz aún más baja. - ¡Naturales! Sí, pero no nos conformamos con lo natural. Quiero que estas muchachas sean hijas de Dios. ¿Por qué semejante exceso? He dado a entender una y otra vez que quiero que se recojan el cabello de manera recatada y sencilla. Señorita Temple, a esta muchacha hay que raparle del todo; haré venir al barbero mañana. Y veo a otras con un exceso parecido. Que se dé la vuelta esa chica alta. Diga que se levanten todas las de la primera clase y se vuelvan hacia la pared. --- Estudió el envés de estas medallas humanas durante unos cinco minutos y después dictó sentencia. Sus palabras cayeron como un toque de difuntos: - ¡Que se recorten todos los moños! - Señorita - prosiguió él - he de servir a un Amo cuyo reino no es de este mundo. Es mi misión mortificar los deseos carnales de estas muchachas, enseñarles a vestirse con recato y sobriedad, y no con ropas caras y tocados complicados. Cada una de las jóvenes que tenemos delante lleva un mechón de cabello que la misma vanidad hubiera podido trenzar....
Charlotte Brontë (Jane Eyre)
En esa reunión, Fidel Castro, el dictador cubano, se haría una foto histórica al lado de David Rockefeller, uno de los símbolos del capitalismo multinacional. La imagen recorrería el planeta, pero era mucho menos sabido que Peggy, la hija de David, había visitado frecuentemente Cuba desde 1985 o que David Rockefeller se reuniría al día siguiente con Castro en el edificio del Consejo de Relaciones Exteriores en Park Avenue.91 Para muchos podía parecer un simple gesto de cortesía social o un acto incomprensible, pero sería el propio David Rockefeller el que explicaría perfectamente su conducta en el año 2002 en sus Memorias. Millonario, filántropo, participante habitual en los círculos más elevados del poder, David Rockefeller realizaría la siguiente confesión: «Algunos creen incluso que nosotros — los Rockefeller — somos parte de una cábala secreta que trabaja contra los mejores intereses de los Estados Unidos, caracterizando a mi familia y a mí como «internacionalistas» que conspiran alrededor del mundo con otros para construir una estructura global política y económica más integrada — un mundo, si se quiere. Si esa es la acusación, me declaro culpable y estoy orgulloso de ello». La afirmación de Rockefeller resultaba de enorme relevancia no solo por su sinceridad, sino por su contundencia. Ante la acusación de que desarrollaba una agenda que no era la de los Estados Unidos y que incluso iba contra los intereses de esta nación, una agenda que manifestaba en su cordialidad ante el dictador cubano Fidel Castro, David Rockefeller se declaraba culpable y además orgulloso de serlo. Ante la acusación de ser un internacionalista que conspiraba con otros en todo el mundo, se declaraba culpable y orgulloso de serlo. Ante la acusación de estar construyendo una estructura política y económica de carácter global que avanzara hacia un solo mundo se declaraba culpable y orgulloso de serlo. A inicios de este siglo, apenas perpetrados los atentados del 11-S, Rockefeller no tenía el menor reparo en reconocer públicamente que sostenía una agenda globalista cuya finalidad era someter al mundo a un nuevo orden que chocaba incluso con los intereses de naciones como los Estados Unidos.
César Vidal (Un Mundo Que Cambia: Patriotismo Frente a Agenda Globalista (Spanish Edition))
En una sesión, el terapeuta del té verde trató de hipnotizarme. No lo logró, pero al menos me relajé y pude ver dentro de mi corazón un trozo enorme de granito negro. Supe entonces que mi tarea sería librarme de eso; tendría que picarlo en pedacitos, poco a poco. Para deshacerme de aquella oscura roca, además de la terapia y las caminatas en el bosque diáfano de tus cenizas, tomé clases de yoga y multipliqué las tranquilas sesiones de acupuntura con el doctor Shima, tanto por el beneficio de su ciencia, como por el de su presencia. Reposando en su camilla con agujas por todas partes, meditaba y me evadía a otras dimensiones. Te buscaba, hija. Pensaba en tu alma, atrapada en un cuerpo inmóvil durante aquel largo año de 1992. A veces sentía una garra en la garganta y apenas podía aspirar aire, o me agobiaba el peso de un saco de arena en el pecho y me sentía enterrada en un hoyo, pero pronto me acordaba de dirigir la respiración al sitio del dolor, con calma, como se supone que se debe hacer durante el parto, y de inmediato disminuía la angustia. Entonces visualizaba una escalera que me permitía salir del hoyo y subir a la claridad del día, al cielo abierto. El miedo es inevitable, debo aceptarlo, pero no puedo permitir que me paralice. Una vez dije -o escribí en alguna parte- que después de tu muerte ya no tengo miedo de nada, pero eso no es verdad, Paula. Temo perder o ver sufrir a las personas que amo, temo el deterioro de la vejez, temo la creciente pobreza, violencia y corrupción en el mundo. En estos años sin ti he aprendido a manejar la tristeza, a hacerla mi aliada. Poco a poco tu ausencia y otras pérdidas de mi vida sevan convirtiendo en una dulce nostalgia. Eso es lo que pretendo en mi tambaleante práctica espiritual: deshacerme de los sentimientos negativos que impiden caminar con soltura. Quiero transformar la rabia en energía creativa y la culpa en una burlona aceptación de mis fallas; quiero barrer hacia fuera la arrogancia y la vanidad. No me hago ilusiones, nunca alcanzaré el desprendimiento absoluto, la auténtica compasión o el estado de éxtasis de los iluminados, parece que no tengo huesos de santa, pero puedo aspirar a las migas: menos ataduras, algo de cariño hacia los demás, la alegría de una conciencia limpia.
Isabel Allende (La suma de los días)
Una ráfaga de aire helado pasó entre los presentes, haciendo una pequeña espiral y levantando hojas a su paso. Tan solo los sollozos desgarradores de Adèle rompían el silencio que reinaba en aquel claro del bosque. Recorrí con la mirada los rostros desconocidos de aquellas personas, sus caras reflejaban emociones que iban desde el dolor más profundo por la pérdida de un ser amado a la impotencia. Reconocí al moreno Ray que permanecía impertérrito con la mirada perdida cargada de dolor, de vez en cuando desviaba la vista hacia la pelirroja que lloraba desconsolada en brazos de su padre. A su lado, dos figuras imponentes captaron mi atención; me sorprendió lo diferentes y parecidos a la vez que me resultaron. La figura oscura y salvaje de Erwan se hallaba al lado de un hombre de su edad aproximada e idéntica complexión. Su cabello rubio llegaba casi a la altura de los hombros y una mueca de dolor atravesaba su bien parecido rostro. Gruesas lágrimas se derramaban por sus ojos anegados de la más profunda tristeza. A su lado, Erwan miraba un punto que quedaba frente a él con la mandíbula apretada. Había mucho dolor en su rostro, sus ojos azules estaban oscuros como el mar en plena tormenta y reflejaban una furia salvaje que apenas podía mantener controlada. En el centro del claro, sobre un lecho de ramas se hallaba un cuerpo sin vida. Me acerqué para observarlo de cerca, nadie reparó en mi presencia, era como si fuese un fantasma, como si realmente no estuviese allí. Pude adivinar mientras me acercaba que se trataba de una mujer. Su cuerpo menudo estaba bellamente vestido de blanco haciéndola parecer un hada con su magnífica melena azabache desparramada a su alrededor. Una gota de lluvia cayó en su pecosa nariz. Levanté la vista al cielo: las negras nubes habían acabado por cubrirlo todo. Una mujer alta, bastante mayor, y de porte solemne, hizo una señal de asentimiento con la cabeza a un hombre que sostenía una antorcha. El hombre la acercó al lecho de la joven y éste empezó a arder. Adèle finalmente se derrumbó sin poder aguantar más aquella tortura. El hombre rubio avanzó con decisión hacia la joven sin vida que ahora yacía entre las llamas. Fue interceptado antes de llegar al fuego por Erwan que lo agarró con fuerza desde detrás envolviéndolo con sus fuertes brazos. El hombre lanzó un gritó desgarrador al aire; estaba roto por el dolor. Sentí una gruesa lágrima resbalando por mi mejilla ante aquella desoladora escena, compartía su dolor, yo también acababa de perder una parte de mí misma. Antes de que las llamas envolvieran totalmente el cuerpo de la joven, dirigí la mirada hacia su rostro. Un escalofrío me recorrió desde la columna vertebral. Di un paso atrás totalmente conmocionada. ¿Quién era aquella gente?, ¿por qué mi cuerpo yacía sin vida en medio de las llamas? Desperté de golpe con un fuerte dolor en el pecho. Me incorporé en la cama intentado recuperar la respiración, mi corazón latía descontrolado a punto de salirse por la boca. Era yo. La mujer de la pira era yo.
Elisabet Castany (El eterno legado (La hija de la sacerdotisa, #1))
Necesitamos el poder de nuestro Padre celestial para que nos ayude a perdonar a aquellas personas que sentimos que no merecen perdón, que nos han lastimado sólo porque ellas también viven dolidas. Es imposible intentar hacer esto por nuestra cuenta.
Valery Murphy (Un Balle Con Mi Papa: La Travesia de Cado Hija)
Y todo el mundo quiere llegar a ser rico. Todo el mundo. Pero cuando la gente se da cuenta de que no va a poder llegar a serlo, y te ven a ti jugando al golf o subiéndote a un cochazo, todos empiezan a despotricar. Unos hipócritas, eso es lo que son. Matarían por estar donde tú estás ahora, cariño. Con ese gin-tonic en la mano. Acostándose con mi hija.
Leonardo Cano (La edad media)
La escuela nunca había tenido importancia para papá. Mamá nos plantaba y nos trasplantaba siguiendo el ritmo de sus diagnósticos y convicciones, mientras él permanecía en su universo privado, inaccesible, donde sus hijas entraban de vez en cuando como motivos pequeñitos de un cuadro mayor que sólo él conocía. Siempre había dejado esas decisiones en manos de mamá, que lidiaba guerras incomprensibles con los curas y las monjas de los colegios, alentaba rencores con padres y maestros de los que nosotras salíamos exiliadas a un nuevo círculo de desconocidos. Lejos de ser traumáticas, esas migraciones escolares fueron para mí como pequeñas excursiones en las que aprendí pronto el valor del anonimato; disfrutaba de sentirme al margen de los juegos de las otras niñas, de saberme transitoria en ese lugar. Conocer los ritmos y las formas de otras escuelas me hacía sentirme superior, más allá de las rencillas y miedos particulares que a las otras tanto podían preocupar. Intuía que el verdadero peligro era no saberse el guion o no ejecutarlo con suficiente elocuencia. Con una soberbia protectora que a veces se manifestaba como aislamiento y otras como esporádicos momentos de liderazgo, asombraba a mis maestras por mi capacidad de adaptación y de ganar nuevos amigos cuando para mí eran en realidad como los muñequitos troquelados en papel: perfectos en su mundo circular, todos iguales, todos descartables.
Betina González (Arte menor)
ropa bonita a su hija. Pero María no se daba por satisfecha. Creía que merecía algo mucho mejor. Cuando María ya era mujercita, no quería tener nada que ver con los jóvenes de su pueblo. No eran bastante buenos para ella. Muchas veces cuando se paseaba con su abuelita por las afueras del pueblo, decía: —Abuelita, cuando yo me case, voy a casarme con el hombre más guapo del mundo. La abuela movía la cabeza. Pero María miraba a través de la ladera y decía: —Va a tener el pelo tan negro y reluciente como el cuervo que veo posado en aquel piñón. Y cuando se mueva, va a mostrar la fuerza y la gracia del caballo que mi abuelito tiene en su corral. —María —decía la anciana suspirando—, ¿por qué piensas siempre en cómo se ve un hombre? Si vas a casarte con un hombre hay que asegurarte de que sea un buen hombre, de que tenga buen corazón. No te fijes tanto en lo guapo que es. Pero María se decía: —Estas viejitas. Tienen las ideas tan anticuadas. No entienden nada. Un día llegó al pueblo un hombre que parecía ser el mero hombre de quien María hablaba. Se llamaba Gregorio. Era un vaquero del llano al este de la sierra. Sabía montar cualquier bestia. Si tenía un caballo que se amansaba mucho, lo regalaba y se iba para capturar un caballo salvaje. Pensaba que no era varonil montar un caballo que no fuera medio bronco. Era tan guapo que todas las muchachas andaban enamorándose de él. Tocaba la guitarra y cantaba con buena voz. María decidió que ése era el hombre con quien se iba a casar. Pero disimulaba sus sentimientos. Si se encontraban en la calle y Gregorio la saludaba, María volteaba la cara. Si venía a su casa para tocar su guitarra y cantar, ella ni siquiera se asomaba a la ventana. Al poco tiempo Gregorio también se decidió. Se dijo: —Esa orgullosa de María. Es con ella que me voy a casar. Yo puedo conquistar su corazón. Todo resultó tal y como María lo había planeado. Los padres de María no querían que se casara con Gregorio. Le dijeron: —Él no puede ser buen marido. Está acostumbrado a la vida bárbara del llano. No te cases con él. Por supuesto María no les hizo caso a sus padres. Se casó con Gregorio. Por algún tiempo todo andaba bien. Tuvieron dos hijos. Pero después de varios años, Gregorio volvió a su antigua manera de ser. Se mantenía fuera de casa por meses a la vez. Cuando regresaba a casa le decía a María: —Yo no vine a verte a ti. Quiero pasar un rato con mis hijos nomás. Jugaba con los hijos por un tiempo, y luego se iba para pasar toda la noche jugando a las cartas con sus amigos y tomando vino. Y empezó a decir
Joe Hayes (The Day It Snowed Tortillas / El día que nevó tortilla)
- No pongas esa cara – lo consoló el ente – Hay más beneficios que prejuicios en todo esto, por eso me llamaste. - Lo hice por mi hija… El negociante asintió complacido. - Puedo prometerte que cumpliré mi parte del trato pero – levantó un dedo y con él señaló a Gaspar – Tú debes cumplir la tuya. - ¿Tengo otra opción? – refunfuñó el hombre. La criatura sonrió como un zorro. - No, de hecho no.
Dalia Clovers (La Novia de Fuego)
—¿Eso va suponer un problema? —pregunté mientras me deslizaba hasta poner nuevamente los pies en el suelo. Erwan me miró con cierta chispa de diversión en los ojos antes de responder: —Tú eres mi pequeño problema.
Elisabet Castany (Legado de sangre (La hija de la Sacerdotisa nº 2) (Spanish Edition))
Solo quería que me dejaran a solas con mi dolor y ni siquiera eso me resultaba reconfortante. Fui consciente de que trataban de levantarme del suelo y también de que mis fuerzas no acompañaban. Fue el rostro de mi tío el que vi por última vez antes de perderme en la bruma oscura que me seducía cual canto de sirena, donde todos mis miedos e inquietudes, donde todo mi pesar, desaparecieron dejándome en un estado de total insensibilidad.
Elisabet Castany (Legado de sangre (La hija de la Sacerdotisa nº 2) (Spanish Edition))
En lo que a mí se refería, siempre que mi esposa gastaba dinero no estaba gastando dinero, sino nuestra futura libertad. Por su parte, ella sentía que cada vez que yo la contenía para que no derrochase estaba quitándole el placer de su vida. Menos mal que aprendimos a corregir cada uno nuestros patrones del dinero y, lo que es más importante, a crear un tercer patrón del dinero pensado específicamente para nuestra relación. Todo esto ¿funciona? Permíteme expresarlo de este modo; yo he presenciado tres milagros en mi vida: El nacimiento de mi hija. El nacimiento de mi hijo. Mi esposa y yo ¡sin discutir ya más por el dinero!
T. Harv Eker (Los secretos de la mente millonaria)
—Me encantaba cepillar el pelo a mi hija. Lo hacía siempre que podía. Era nuestro momento, el que compartíamos todas las noches que yo estaba con ella. Los
Kris L. Jordan (Y, de pronto, llegaste tú (Spanish Edition))
durante mi breve vida había aprendido una cosa con certeza: la gente se acostumbraba al dinero enseguida, incluso cuando no habían hecho nada para ganarlo, y en cuanto lo tenían, consideraban que era lo que se les debía.
Kate Morton (La hija del relojero)
Siempre envidié los secretos que guardaba Agustina. Nunca te confesé, Tadeo, que en el fondo de mi corazón yo quería ser hija de esta mala mujer, como la llamaban en el pueblo, porque ella sabía cosas que nosotros no, comprendía el lenguaje del viento y olía a ave; y yo quería que me enseñara a hechizarte a ti y a los pájaros, para que no me abandonaran, y quería conjurar con ella en las noches de viento tibio, con las aves a nuestro alrededor, volando y bailando, borrachas de leche blanca.
Natalia García Freire (Trajiste contigo el viento)
Siempre he considerado que las bromas son para hombres felices. Por ello, cuando mi mujer e hija respiraban me reía de mi propia sombra, y ahora es mi sombra quien parece reírse de mí».
Marcos Nieto Pallarés (Oculto en la sangre)
Quizá porque nací en domingo, hija del sol, mi vida está llena de prodigios. Yo he oído campanillear los árboles del bosque a mi paso, las grullas me han llevado en su vuelo hasta las tierras pardas del sur, y he visto danzar a las hadas… Como ellas quisiera ser: hermosa y fuerte, resplandeciente, poderosa para convertir en pan la mugre de los miserables, en salud el dolor de los enfermos, y en gozo la pena de los desdichados. Pero tan sólo soy Elisabeth, duquesa en Baviera. Mis trenzas se deshacen apenas las he peinado, y mi corazón sufre a menudo. Entonces escribo poemas, para echar fuera la congoja que me invade cuando oscurece, la fatiga de un cuerpo que no se atreve a vivir lejos de la luz…
Ángeles Caso (Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría: Biografía definitiva de la emperatriz)
Señor, no he podido evitar enamorarme de su hija, quien, con su bondad y cualidades, ha conseguido poner cadenas a mi corazó.
Chris Pueyo (La abuela)
Le dije a mi hija, la primera vez que experimentó amor, que no tratara de aprisionarlo. —Piensa que estás en un cálido estanque en verano —le dije—, con círculos concéntricos a tu alrededor. Rayos dorados de sol inundan tu cabello, acarician tu cara. Inhálalo, respíralo; jamás te dejará.
Alyson Richman (Los amantes de Praga)
Yo quiero que mi hija sepa el bien y el mal para que libremente escoja el bien; porque si no ¿qué mérito tendrán sus obras?
Leopoldo Alas (La regenta)
Hija mía, quiero que seas mi discípula y compañera. Yo seré tu maestra. Pero advierte que me has de obedecer con fortaleza y desde este día no se ha de reconocer en ti resabio de hija de Adán. Mi vida y las obras de mi peregrinación y las maravillas que obró el brazo poderoso del Altísimo conmigo, han de ser tu espejo y arancel de tu vida.
Mary of Agreda (Mística Ciudad de Dios. TOMO I (Spanish Edition))
Como su hija, que ni me conocía, su hija que no se atrevió a ser madre pero dispuso de mi cuerpo como si fuera de ella, así como hoy usted, que no vino a saldar una deuda sino a cometer el mismo delito, veinte años después. La mira y repite, usted vino a usar mi cuerpo.
Claudia Piñeiro (Elena sabe (Kindle Edition))
Por difícil de creer que resulte, un adulto puede vencer a un niño de dos años. Como dice el refrán, «más sabe el diablo por viejo que por diablo». Esto se explica en parte porque el tiempo resulta mucho más largo cuando se tienen dos años. Lo que para mí era media hora, a mi hijo le parecía una semana, así que yo estaba seguro de la victoria. Él era testarudo y espantoso, pero yo podía ser peor. Nos sentamos cara a cara con el plato delante de él, en plan Solo ante el peligro. Él lo sabía y yo también. Agarró la cuchara y se la arrebaté para cargar un delicioso bocado de puré, que moví de forma deliberada en dirección a su boca. Entonces me miró exactamente de la misma forma que aquel monstruo del parque que pisó a mi hija. Apretó los labios con una mueca rígida que bloqueaba cualquier posibilidad de entrada, y yo me puse a perseguir su boca con la cuchara mientras él sacudía la cabeza en pequeños círculos.
Jordan B. Peterson (12 reglas para vivir (Edición mexicana): Un antídoto al caos (Spanish Edition))
Tú me has fallado, me has decepcionado. Creí encontrar una huerfanita ansiosa de cariño y he visto un demonio de rebeldía, un ser que se ponía rígido si yo lo acariciaba. Tú has sido mi última ilusión y mi último desengaño, hija. Sólo me resta rezar por ti, que ¡bien lo necesitas!
Carmen Laforet (Nada)
Por lo menos a nosotros los adultos sabían qué decirnos. No los teníamos encima veinticuatro horas al día, pero rebosaban de certezas: estudia en el colegio y tendrás un buen trabajo, por ejemplo. Ellos no reconocían sus errores, y nosotros les creíamos. ¿Qué vas a decirle hoy en día a una niña de doce años? ¿Qué puedo yo decirle a mi hija? Ánimo con tus selfis y tendrás más seguidores… No respondas a tus mails pasadas las diez de la noche… ¿Aprende a hacer tu equipaje porque el día en que tengas que evacuar la ciudad y dejar atrás tu casa para siempre no sabes de cuánto tiempo vas a disponer? ¿Qué puedo saber yo de lo que va a ser su vida? Cuanto mayor es el peligro real al que los exponemos, más meticulosa es la protección que ejercemos sobre ellos, es paradójico. Esa brecha tiene algo de grotesco.
Virginie Despentes (Querido comemierda (Spanish Edition))
Yo habría perdido la oportunidad de ser princesa, de ver cómo mi beso se transformaba en flor en su mejilla. Treinta años más tarde, a mi madre le gustaría que yo posara en sus mejillas, esos mismos besos en flor. Tal vez me haya convertido para ella en una princesa. Pero yo soy sólo su hija, únicamente su hija.
Kim Thúy (Ru)
Las penas son como las estaciones, mi querida Gloria. Parece que se quedarán con nosotros para siempre pero al final siempre se van —me dijo con su acento ensortijado—. Y presiento que este invierno interminable que has vivido está a punto de dejar paso a la primavera.
Alaitz Leceaga (Las hijas de la tierra)
Ya es demasiado tarde. Floja me he vuelto. Miedosa. Una chamaca con piel de anciana, porque al final, carajo, la vida es un asco, y en hija de mi hija me convertiré en cualquier momento, si es que no lo soy ya.
Elaine Vilar Madruga (El cielo de la selva)