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Quien sea el sustento de los suyos con su trabajo no tiene ya derecho a sacrificarse. Eso es desertar de la familia. ¡Y los que tienen hijas y los que tienen hermanas! ¿Lo habéis pensado? Dejáis que os maten, ya estáis muertos, muy bien. ¿Y mañana? Unas muchachas sin pan, ¡qué cosa tan terrible! El hombre pide limosna, la mujer se vende.
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Pensad en vuestras hermanas, los que las tengáis. La miseria, la prostituciĂłn, los guardias, Saint-Lazare, a eso es a lo que van a ir a parar esas jĂłvenes delicadas y hermosas, esos frágiles prodigios de pudor, de encanto y de hermosura, más lozanos que las lilas del mes de mayo. ¡Ah, que habĂ©is querido que os matasen! ¡Ah, que ya no estáis ahĂ! Muy bien; por querer sacar al pueblo de las manos de la monarquĂa, entregáis a vuestras hijas a la policĂa. Amigos, cuidado, tened compasiĂłn. Hay poca costumbre de acordarse de las mujeres, de las desdichadas mujeres. Nos fiamos de que a las mujeres no las educaron como a los hombres, les impedimos leer, les impedimos pensar, les impedimos meterse en polĂtica. Pero Âżvais a poder impedirles que vayan a la morgue esta noche para identificar vuestros cuerpos? Vamos, que quienes tengan familia se porten como buenas personas y nos den un apretĂłn de manos y se vayan y nos dejen rematar solos este asunto. Ya sĂ© que se necesita mucho valor para irse, es difĂcil; pero más que difĂcil es meritorio.
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