Media Noche Quotes

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Vendríamos de la mano, a media calle, solos, y no diríamos nada. Que lo diga la noche. Que digan que te quiero las estrellas, los rumores lejanos, la distancia.
Jaime Sabines (Los amorosos: Cartas a Chepita)
Fue en la cocina donde empecé a comprender el significado de la palabra "esposa”. Ahí estábamos, una pareja de 24 años: un día éramos una estudiante de doctorado y un artista, y al día siguiente éramos marido y mujer. Antes siempre habíamos puesto juntos sobre la mesa las rudimentarias comidas que tomábamos. Ahora, de pronto, Stefan estaba cada noche en su taller, dibujando o leyendo y yo estaba en la cocina, esforzándome por preparar y servir una comida que ambos pensábamos que debía ser adecuada. Recuerdo pasar me cobra y media preparando algún espantoso plato de cuchara sacado de una revista femenina para terminar engulléndolo los dos en 10 minutos, pasarme después una hora limpiando los cacharros y quedarme mirando el fregadero, pensando: "¿Será esto así durante los siguientes cuarenta años?”.
Vivian Gornick (Fierce Attachments)
Oscura como la media noche dentro de su vestido negro, su desfigurada belleza y su indecible aflicción,
Henry James (Otra vuelta de tuerca)
La noche se cierra, al filo de la una y media o de las dos de la madrugada, sobre el extraño corazón de la ciudad. Miles de hombres se duermen abrazados a sus mujeres sin pensar en el duro, en el cruel día que quizás les espere, agazapados como un gato montés, dentro de tan pocas horas. Cientos y cientos de bachilleres caen en el íntimo, en el sublime y delicadísimo vicio solitario. Y algunas docenas de muchachas esperan —¿qué esperan, Dios mío?, ¿por qué las tienes tan engañadas?— con la mente llena de dorados sueños…
Camilo José Cela (La Colmena)
Más allá del crepúsculo sentía el agua, la olía. Cuando la primavera florecía y llovía se olía por todas partes no se notaba tanto otras veces pero cuando llovía el olor comenzaba a entrar en casa con el crepúsculo o porque al atardecer se intensificase la lluvia o por algo que hubiera en la propia luz pero entonces era cuando el olor se tornaba más intenso hasta que ya en la cama yo pensaba cuándo acabará cuándo acabará. La corriente de aire que entraba por la puerta olía a agua, un continuo hálito de humedad. A veces yo conseguía dormirme repitiéndolo una y otra vez hasta que se mezclaba con las madreselvas todo terminó por simbolizar la noche y el desasosiego no me parecía estar despierto ni dormido mirando hacia un largo pasillo de media luz grisácea donde todas las cosas estables se habían convertido en paradójicas sombras todo cuanto yo había hecho sombras todo cuanto yo había sufrido tomando formas visibles grotescas y burlándose con su inherente irrelevancia de la significación que deberían haber afirmado pensando era yo no era yo quién no era no era quién.
William Faulkner (The Sound and the Fury)
En realidad, no sé qué haría si de pronto, por algún motivo, tuviera que vivir solo. Si en mi cama sintiera, en vez de su tibieza, su ausencia; si no pudiera reclamarle un movimiento brusco que me despierta; si a media noche no pudiera impacientarme y decirle que se retire un poco, porque tengo calor, o en la madrugada, quedamente, apretando su mano, que se acerque.
Josefina Vicens (El libro vacío / Los años falsos)
A veces yo conseguía dormirme repitiéndolo una y otra vez hasta que se mezclaba con las madreselvas todo terminó por simbolizar la noche y el desasosiego no me parecía estar despierto ni dormido mirando hacia un largo pasillo de media luz grisácea donde todas las cosas estables se habían convertido en paradójicas sombras todo cuanto yo había hecho sombras todo cuanto yo había sufrido tomando formas visibles grotescas y burlándose con su inherente irrelevancia de la significación que deberían haber afirmado pensando era yo no era yo quién no era no era quién.
William Faulkner (The Sound and the Fury)
Pendiendo a media asta en aquella bóveda más turquesa que celeste, sobrevivía el frágil claror con trazas de enfermo crónico: sin el ímpetu vital para encaramarse al cielo y erigirse en alba, pero refractario al desplome evitando así desdibujarse en sueño; día que en ningún tiempo sería día, noche que en mil vidas caería.
D.F. Gallardo (El comedor de relojes: Uróboros (El curso de la filacteria #1))
Dios no está en el tiempo. Su vida no consta de momentos que se suceden unos a otros. Si un millón de personas le están orando a las diez y media de esta noche, Él no necesita escucharlas a todas en ese preciso y mínimo espacio de tiempo que nosotros llamamos las diez y media. Las diez y media —y todos los demás momentos desde el principio del mundo— es siempre el presente para Él. Si preferís verlo de esta manera, Dios tiene la eternidad para escuchar el pequeño fragmento de oración que le ofrece el piloto al tiempo que su avión cae envuelto en llamas.
C.S. Lewis (Mere Christianity)
Hinzu kommt der Ton, in dem die Medien des Establishments über Fehlverhalten der Regierung berichten. Die journalistische Kultur in den USA gebietet es, dass Reporter jegliche eindeutige oder konkrete Aussage vermeiden und auch noch so fragwürdige Behauptungen der Regierung in ihrer Berichterstattung berücksichtigen. Stattdessen benutzen sie eine Sprache, die der eigene Kolumnist der Washington Post, Erik Wemple, als "politisch schwer gemäßigt" verspottet: niemals etwas Eindeutiges sagen, sondern sowohl die Rechtfertigungen der Regierung als auch die konkreten Tatsachen in der gleichen Glaubwürdigkeit darstellen, was insgesamt den Effekt hat, dass Enthüllungen verwässert und zu einem häufig ebenso zusammenhang- wie belanglosen Brei verquirlt werden. Vor allem messen sie Behauptungen von offizieller Seite stets großes Gewicht bei, selbst wenn diese schlicht unwahr oder absichtlich falsch sind. Ebendieser ängstliche, servile Journalismus war es, der die Times, die Post und viele andere Medien veranlasste, in ihren Berichten über die Verhörmethoden während der Regierung Bush das Wort "Folter" tunlichst zu vermeiden, obwohl sie nicht das geringste Problem damit hatten, wenn die Regierung eines anderen Staates auf der Welt exakt die gleichen Methoden einsetzte.
Glenn Greenwald (No Place to Hide: Edward Snowden, the NSA, and the U.S. Surveillance State)
Ver a tu amante dormida, risueña en su sueño apacible bajo tu protección, amándote hasta en sueños, en el momento en que la criatura parece dejar de ser, y ofreciéndote todavía una boca muda que en el sueño te habla del último beso; ver una mujer confiada, medio desnuda, aunque envuelta en su amor como en un manto, y casta en el seno del desorden; admirar sus vestidos esparcidos, una media de seda, quitada rápidamente la noche anterior para complacerte, un ceñidor desabrochado que te confiesa una fe infinita, ¿no es un gozo sin nombre? Ese ceñidor es un poema entero, la mujer a la que defendía ya no existe, es tuya, se ha hecho tú. Si le eres infiel en lo sucesivo, te hieres a ti mismo.
Honoré de Balzac (The Wild Ass's Skin)
Sie bringen ohne weiteres vierzehn Inder um und zweiundzwanzig andere ins Städtische Krankenhaus von Kalkutta?" fragte Fabian. Münzer bearbeitete den Reichskanzler. "Was soll man machen?" sagte er. "Im übrigen, wozu das Mitleid mit den Leuten? Sie leben ja noch, alle sechunddreißig, und sind kerngesund. Glauben Sie mir, mein Lieber, was wir hinzudichten, ist nicht so schlimm wie das, was wir weglassen." Und dabei strich er wieder eine halbe Seite aus dem Text der Kanzlerrede heraus. "Man beeinflusst die öffentliche Meinung mit Meldungen wirksamer als durch Artikel, aber am wirksamsten dadurch, dass man weder das eine noch das andere bringt. Die bequemste öffentliche Meinung ist noch immer die öffentliche Meinungslosigkeit.
Erich Kästner
Llegó la tarde, partiéronse de aquel lugar, y a obra de media legua se apartaban dos caminos diferentes, el uno que guiaba a la aldea de don Quijote, y el otro el que había de llevar don Álvaro. En este poco espacio le contó don Quijote la desgracia de su vencimiento y el encanto y el remedio de Dulcinea, que todo puso en nueva admiración a don Álvaro, el cual, abrazando a don Quijote y a Sancho, siguió su camino, y don Quijote el suyo, que aquella noche la pasó entre otros árboles, por dar lugar a Sancho de cumplir su penitencia, que la cumplió del mismo modo que la pasada noche, a costa de las cortezas de las hayas, harto más que de sus espaldas, que las guardó tanto, que no pudieran quitar los azotes una mosca, aunque la tuviera encima.
Miguel de Cervantes Saavedra (Don Quijote de la Mancha (Spanish Edition))
—Yo me reí con él, al principio, pero acabé pensando igual que tu madre, presentí que eras una pequeña viciosa, una perdida potencial. La imagen se me quedó grabada en la cabeza, tú, desnuda, oliendo el camisón y repitiendo en voz baja, me ha cambiado el olor, aquella noche me masturbé con eso, fui construyendo una fantasía sólida, enloquecida, alrededor de esa imagen, una noche detrás de otra, me quedaba colgado de aquella imagen, tú escondiéndote por los rincones, despistando a todos tus hermanos y hermanas, para desnudarte y olerte, barriendo con la nariz la cama de tus padres para tocarte después, eras encantadora, claro que te imaginaba más mayor, cuando salí y te volví a ver, me asombré de que fueras todavía tan pequeña, pero ya había decidido que merecía la pena esperar, para intervenir en tu perdición, y esperé... Los ojos se me habían llenado de lágrimas. Como no quería que me viera, me di media vuelta, me arrebujé debajo de las sábanas y procuré no hacer ningún ruido. Fue inútil. Él se dio cuenta de todo, se acercó a mí, me abrazó, me besó en la frente y apagó la luz, para que pudiera llorar a gusto.
Almudena Grandes (Las edades de Lulú)
Elle Wiesel, premio Nobel, había vivido sólo para Dios durante su infancia en Hungría; su vida había estado configurada por el Talmud y esperaba ser iniciado un día en los misterios de la cábala. Cuando era niño lo llevaron a Auschwitz y, después, a Buchenwald. Durante su primera noche en el campo de concentración, al ver el humo negro que subía en espiral hacia el cielo desde el horno crematorio donde iban a meter los cuerpos de su madre y de su hermana, experimentó que las llamas habían consumido su fe para siempre. Se encontraba en un mundo que correspondía objetivamente al mundo sin Dios imaginado por Nietzsche. «Nunca olvidaré aquel silencio nocturno que me privó, para siempre, del deseo de vivir —escribió años más tarde—. Nunca olvidaré esos momentos en que asesinaron a mi Dios y a mi alma y que convirtieron mis sueños en polvo.»[33] Un día la Gestapo iba a colgar a un niño. Incluso las S. S. estaban preocupadas por la idea de colgar a un niño ante miles de espectadores. El niño —que, como recuerda Wiesel, tenía la cara de un «ángel de ojos tristes»—, estaba silencioso, lívidamente pálido y casi tranquilo al subir a la horca. Detrás de Wiesel, uno de los prisioneros preguntó: «¿Dónde está Dios? ¿Dónde está?». El niño tardó media hora en morir mientras a los prisioneros se los obligaba a mirarlo de frente. El mismo hombre preguntó de nuevo: «¿Dónde está Dios ahora?». Y Wiesel oyó, dentro de sí, una voz que respondía: «¿Dónde está? Está aquí, pendiendo de esta horca».
Karen Armstrong (Una historia de Dios: 4000 años de búsqueda en el judaísmo, el cristianismo y el islam (Contextos) (Spanish Edition))
PAPÁ OLVIDA W. Livingston Larned. Escucha, hijo: voy a decirte esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida. He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una ola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama. Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo. Te regañé cuando te vestías para ir a la escuela, porque apenas te mojaste la cara con una toalla. Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo. Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado. Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado el pan con mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: «¡Adiós, papito!» y yo fruncí el entrecejo y te respondí: «¡Ten erguidos los hombros!» Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenías agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí. Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar, hijo, que un padre diga eso. ¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta. «¿Qué quieres ahora?» te dije bruscamente. Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aun el descuido ajeno puede agotar. Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera. Bien, hijo; poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender; esta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de ti. Y medía según la vara de mis años maduros. Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas. Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza. Es una pobre explicación; sé que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto. Pero mañana seré un verdadero papito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: «No es más que un niño, un niño pequeñito». Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro.
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quien la había entrevistado en Denver. Agradecida por la cálida bienvenida, Mandy se tranquilizó un poco y le estrechó la mano con una sonrisa.—Tus indicaciones eran excelentes.—Has tardado poco. No te esperaba antes del anochecer.—No quería conducir de noche por una carretera desconocida, especialmente si no estaba pavimentada. Julian parece una ciudad muy agradable. He comprado unas cuantas cosas antes de salir de allí —explicó. Tenía la intención de ir de visita en sus días libres, explorar las pequeñas tiendas, comer en el café, rodearse de un poco de civilización aunque fuera bastante tranquila.—Es la ciudad más próxima. Todos vamos allí cuando no estamos trabajando. No tiene comparación con Denver, claro. Pero pasa, por favor, y siéntate.—¿Podría refrescarme un poco antes? —Al fondo del pequeño pasillo. Sin prisa. Cuando estés lista, te enseñaré esto.—Gracias. Mandy siguió las indicaciones casi corriendo, el largo vestido suelto acariciándole las piernas. Últimamente le resultaba más cómodo llevar esos vestidos sueltos de algodón. El rosa que llevaba se ceñía bajo el pecho y le llegaba hasta media pantorrilla. De pronto se preguntó si ese tipo de vestidos era apropiado para trabajar en una obra. No le había resultado ningún problema en Denver, pero aquello, definitivamente, no era DenverEscaneado por Mariquiña y corregido por Taly Nº Paginas 3—116
Anonymous
Se fijaron las distintas plegarias que debían ser dichas con la primera hora, o al amanecer (maitines o laúdes), con la salida del sol (Hora Prima), a media mañana (Hora Tertia), al mediodía (Hora Sexta o Meridies), a media tarde (Hora Nona), al atardecer (vísperas, o Hora Vesperalis) y cuando caía la noche (completas, o Completorium).
Anonymous
Echo un vistazo por la ventana. ¿No vivió una poeta en esa granja de ahí? ¿No corría por sus venas ese impetuoso río gris, cargado de arena y lodo? Decían que al final lo pagaban las vacas, porque cada vez que se sentaba a escribir sobre el amor y el trágico destino de sus paisanos, empeñada en transformar el color de las ovejas en una puesta de sol sobre Breiðafjörður, se le olvidaba ordeñar. Y no había mayor pecado que olvidarse de vaciar unas ubres turgentes. Cuando iba de visita a las granjas vecinas, pasaba demasiado rato sentada, o bien recitando poemas, o bien en silencio durante horas mientras sumergía terrones de azúcar en su café. Decían que escuchaba una orquesta de cuerda cuando escribía, y que despertaba a los niños en plena noche para llevarlos en brazos hasta la puerta de la granja y enseñarles un mar revuelto de auroras boreales ondulando en el cielo negro. El resto del tiempo se encerraba en el dormitorio conyugal y se tapaba la cabeza con el edredón. Albergaba tanta melancolía en su interior que una tarde clara de primavera desapareció en las profundidades plateadas del río. Ya no le bastaban las ganas de comer huevos frescos de frailecillo, no conseguía dormir. La encontraron en una red de truchas junto al puente. Arrastraron hasta la orilla a una poeta de alas truncadas con la falda empapada, las medias rotas y el vientre lleno de agua. —Me ha destrozado la red —protestó el granjero a quien pertenecía el aparejo—. La puse para pescar truchas. Esas mallas no están hechas para escritoras. Su destino me sirvió de advertencia, si bien es verdad que era la única escritora que tenía como referente. Por lo demás, la poesía era cosa de hombres. Por eso aprendí que no debía contarle mis planes a nadie
Auður Ava Ólafsdóttir (Miss Iceland)
A la media noche del 8 de octubre del 2017, el teléfono sonó en su casa ubicada en las colinas de Santa Rosa en California. Jan despertó y contestó el teléfono; era su hija Zoe, quién vivía en San Francisco. “¡Ustedes tienen que salir!” le suplicaba Zoe a su madre. Jan miró por la ventana y vio un resplandor rojizo. Alimentado por fuertes vientos, el incendio de Tubbs –el más destructivo incendio forestal en la historia de California- se acercaba rápidamente.
Steve Wohlberg (La Advertencia Final de Dios: El Mensaje De Los Tres Angeles (Spanish Edition))
Después, durante aquel verano, los trenes de la noche del miércoles, que llegan siempre entre las cinco y media y las seis menos cuarto de la mañana de los jueves, siguieron dejando soldados de vuelta y mu-chas madres de soldados, que sabían que a los hijos los iban licenciando, se ponían desde temprano en los andenes a esperar y esperaban, y después, cuando el tren seguía viaje trepando despacito la cuesta de la sierra baja, quedaban en el andén un montón de mujeres llorando alrededor de unos pocos soldados muertos de sueño. To-das llorando: unas de emoción porque acababan de re-cibir al hijo; otras porque se habían puesto a esperar que de ese tren bajara el hijo que no le había llegado.
Rodolfo Enrique Fogwill (Música Japonesa)
Esto y esto y esto El surrealismo ha sido la manzana de fuego en el árbol de la sintaxis El surrealismo ha sido la camelia de ceniza entre los pechos de la adolescente poseída por el espectro de Orestes El surrealismo ha sido el plato de lentejas que la mirada del hijo pródigo transforma en festín humeante del rey caníbal El surrealismo ha sido el bálsamo de Fierabrás que borra las señas del pecado original en el ombligo del lenguaje El surrealismo ha sido el escupitajo en la hostia y el clavel de dinamita en el confesionario y el sésamo ábrete de las cajas de seguridad y de las rejas de los manicomios El surrealismo ha sido la llama ebria que guía los pasos del sonámbulo que camina de puntillas sobre el filo de sombra que traza la hoja de la guillotina en el cuello de los ajusticiados El surrealismo ha sido el clavo ardiente en la frente del geómetra y el viento fuerte que a media noche levanta las sábanas de las vírgenes El surrealismo ha sido el pan salvaje que paraliza el vientre de la Compañía de Jesús hasta que la obliga a vomitar todos sus gatos y sus diablos encerrados El surrealismo ha sido el puñado de sal que disuelve los tlaconetes del realismo socialista El surrealismo ha sido la corona de cartón del crítico sin cabeza y la víbora que se desliza entre las piernas de la mujer del crítico El surrealismo ha sido la lepra del Occidente cristiano y el látigo de nueve cuerdas que dibuja el camino de salida hacia otras tierras y otras lenguas y otras almas sobre las espaldas del nacionalismo embrutecido y embrutecedor El surrealismo ha sido el discurso del niño enterrado en cada hombre y la aspersión de sílabas de leche de leonas sobre los huesos calcinados de Giordano Bruno El surrealismo ha sido las botas de siete leguas de los escapados de las prisiones de la razón dialéctica y el hacha de Pulgarcito que corta los nudos de la enredadera venenosa que cubre los muros de las revoluciones petrificadas del siglo XX El surrealismo ha sido esto y esto y esto
Octavio Paz
Demonio de Ángel, yo pagué el precio de tu ardiente fantasía. Allí pasé a ser lo que soy: un medicucho que explora, día a día, la vagina de tus virgenes. Desangrar virgenes ha sido mi ocupación durante años. De tu hermosa Virgen del Quinche, aborreceré cada día más el cuerno sin raíz en el que asienta su castidad. Al diablo con la castidad, pues la castidad la hago yo con mis tenazas. Aborrezco los prostíbulos con olor a sacristía, las iglesias con ambiente de prostíbulo. De tu misteriosa Virgen del Dedo, aborreceré siempre aquel gesto obsceno que parece ocultarse tras las sedas de su manto celestial. De esta Virgen sensual, provocativa, sólo me queda la imagen de sus grandes senos ocultando un corazón de vidrio rojo. Un corazón donde tus parientes, año tras año, refriegan tontamente sus penurias. De tu agresiva Virgen de la Ciudad, aborrecerá toda mi vida esa capacidad de disolverse como un arcángel en las sombras del callejón más cercano. Reina con alas de cemento durante el día, puta crepuscular que visita los bajos de mi casa a media noche. Aborrezco a todas estas virgenes que recorren la ciudad como fantasmas, exhibiendo sus impudicias, disimulando en pan de oro su condena madre. Apenas ha cesado la vida en sus entrañas, cuando ya comienzan a hilar las venas de sus vientre en silencio. No hay perdón, ni solución posible. De todas estas virgenes, sin embargo, yo bebo la sangre que despiden, alimentando así la avidez de mi sótano con sus pozos pestilentes. De todas estas putas, de todas estas potrancas que habitan los altares de la ciudad, las casas decentes como tú dirías, yo voy acumulando con sabor a muerte las monedas, los billetes, que justifican mi desgracia. Maldigo la hora en que te conocí, Angelote, pues ahí nació mi desgracia. Maldigo tu nefasta influencia, aunque ahora ya sea demasiado tarde. Maldigo el día en que, por primera vez, puse mis manos sobre el vientre de una mujer, puesto que esa mujer pudo haber sido mi madre.
Javier Vásconez (Angelote, amor mío)
El veterano machetero se dejó conducir hasta una casa, donde lo obligaron a recostarse en una cama, al pie de una mesita de noche donde un coro de velas blancas parecía cantar el encantamiento de un silencio benefactor: Ahora si que ya me morí, pensó Miguel. ¿No había un velorio esta noche? ¿Acaso no le había dicho eso su primo Yeison durante el desayuno? El muerto soy yo, pensó Miguel, que ni siquiera podía llorar en su media ausencia. Me mataron, se dijo, me mataron y no me di cuenta. A lo lejos se escuchaba una música de violines y tambores. La musica de los funerales negros.
Juan Cárdenas (Elástico de sombra)
Meditar antes de acostarme. «Hacia las once de la noche. Lo repetiré a diario y me llevará entre diez y quince minutos». Salir a patinar a diario. «Es algo que hago todos los días después de comer, hacia las dos y media. Le dedico una hora». Repasar los objetivos del día. «Lo haré cada mañana durante el desayuno. Hacia las siete y media. Serán unos tres o cuatro minutos».
Berto Pena (Superhábitos: Construye una Red de Hábitos duraderos que trabajen para ti (Spanish Edition))
—Cámbiate y ven conmigo. —¿Por qué? —pregunté, mi estómago ya estaba empezando a dar vueltas. Porque era esa hora de la mañana en la que notaba que sólo había estado despierta media noche. —Vamos a correr. —No corro para distraerme. Sólo corro cuando alguien va detrás de mí con un arma. —Eso podemos arreglarlo —susurró, sacándome fuera de la habitación. Cassie Palmer 3 - Envuelta en la noche
Karen Chance (Embrace the Night (Cassandra Palmer, #3))
«La cuestión que obviamente se plantea, vista por un visitante, este proceso es si acaso se cumplirá o no la ley histórica de la resistencia y de la violencia de los explotadores. Porque hemos dicho que no existe en la Historia ningún caso en que los reaccionarios, los explotadores, los privilegiados de un sistema social se resignen pacíficamente a los cambios...». Y con las imágenes en su cabeza de los disturbios callejeros de la oposición en Santiago la noche anterior, añadió: «Ustedes viven un proceso muy especial, pero que no es nuevo en lo que se refiere al proceso de lucha de clases. Están viviendo el momento en que los fascistas, para llamarlos como son, están tratando de ganarles la calle, están tratando de ganarles las capas medias de la población».
Mario Amorós (Allende. Biografía política, semblanza humana. (Spanish Edition))
Naturalmente, había otro aspecto de esa noche que Shallan tenía que considerar. Llevaba un arma oculta que no había usado. Se sentía como una idiota por no haber pensado sacarla. Pero no estaba acostumbrada a... Shallan se detuvo, advirtiendo por primera vez lo que estaba dibujando. No era otra escena de callejón, sino una lujosa habitación con una gruesa alfombra ornamentada y espadas en las paredes. Una mesa alargada, preparada con una cena a medias. Y un hombre con bellos ropajes muerto, boca abajo en el suelo, la sangre formando un charco a su alrededor. Dio un salto atrás, arrojando el carboncillo, y luego arrugó el papel. Temblando, se apartó y se sentó en la cama, entre los dibujos. Dejó caer el dibujo arrugado y se llevó los dedos a la frente, palpando el sudor frío que la inundaba. Pasaba algo raro con ella, con sus dibujos.
Brandon Sanderson (El camino de los reyes (El archivo de las tormentas, #1))
PAPÁ OLVIDA W. Livingston Larned Escucha, hijo: voy a decirte esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida. He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una ola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama. Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo. Te regañé cuando te vestías para ir a la escuela, porque apenas te mojaste la cara con una toalla. Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo. Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado. Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado el pan con mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: " ¡Adiós, papito!" y yo fruncí el entrecejo y te respondí: "¡Ten erguidos los hombros!" Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenías agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí. Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar, hijo, que un padre diga eso. ¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta. "¿Qué quieres ahora?" te dije bruscamente. Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aun el descuido ajeno puede agotar. Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera. Bien, hijo; poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender; esta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de ti. Y medía según la vara de mis años maduros. Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas. Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza. Es una pobre explicación; sé que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto. Pero mañana seré un verdadero papito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: "No es más que un niño, un niño pequeñito". Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro. He pedido demasiado, demasiado.
Dale Carnegie (Cómo ganar amigos e influir sobre las personas: Versión completa)
prendiendo a Pablo y a Silas, los condujeron al juzgado ante los jefes de la ciudad; 20 y presentándolos a los magistrados, dijeron: Estos hombres alborotan nuestra ciudad, son judíos; 21 y quieren introducir una manera de vida, que no nos es lícito abrazar, ni practicar, siendo como somos romanos. 22 Al mismo tiempo la plebe conmovida acudió de tropel contra ellos; y los magistrados mandaron que, rasgándoles las túnicas, los azotasen con varas. 23 Y después de haberles dado muchos azotes, los metieron en la cárcel, apercibiendo al carcelero para que los asegurase bien. 24 El cual recibida esta orden, los metió en un profundo calabozo, con los pies en el cepo. 25 Mas a eso de media noche, puestos Pablo y Silas en oración, cantaban alabanzas a Dios; y los demás presos los estaban escuchando, 26 cuando de repente se sintió un gran terremoto, tal que se meneaban los cimientos de la cárcel. Y al instante se abrieron de par en par todas las puertas; y se les soltaron a todos las prisiones. 27 En esto despertando el carcelero, y viendo abiertas las puertas de la cárcel, desenvainando una espada iba a matarse, creyendo que se habían escapado los presos. 28 Entonces Pablo le gritó con grande voz, diciendo: No te hagas ningún daño, que todos sin faltar uno estamos aquí. 29 El carcelero entonces habiendo pedido luz, entró dentro; y estremecido se arrojó a los pies de Pablo y de Silas. 30 Y sacándolos a fuera, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para salvarme? 31 Ellos le respondieron: Cree en el Señor Jesús, y te salvarás tú y tu familia. 32 Y le enseñaron la doctrina del Señor a él y a todos los de su casa. 33 El carcelero en aquella misma hora de la noche llevándolos consigo, les lavó las llagas; y recibió luego el bautismo así él, como toda su familia. 34 Y conduciéndolos a su habitación, les sirvió la cena, regocijándose con toda su familia de haber creído en Dios. 35
Félix Torres Amat (La Sagrada Biblia (Spanish Edition))
Ahora, cuando estoy llegando al final de mi vida, lo sé con toda certeza: Anton Walter tenía razón. En cada corazón late un mea culpa, y sólo hay que saber cuándo prestará oído el hombre a esas dos palabras que resuenan en lo más hondo de su ser. Durante las noches de insomnio se oyen muy claramente. Esas noches de insomnio en las que, como dice Pushkin, todos «releemos la vida con horror», y nos estremecemos, y maldecimos. En el insomnio, la conciencia no se consuela por no haber participado directamente en los asesinatos y en las traiciones. Porque no sólo mata el que asesta el golpe, sino los que han avivado su odio. De uno u otro modo. Repitiendo irreflexivamente peligrosas fórmulas teóricas. Levantando en silencio la mano derecha. Escribiendo cobardemente una verdad a medias. Mea culpa… Y creo, cada vez más, que dieciocho años de infierno en la tierra no bastan para una culpa como ésta.
Evgenia Ginzburg (Within the Whirlwind)
Di media vuelta y me largué hacia la noche. Y en mi vida entró la magia. Y ahí sigue.
Charles Bukowski
Y ahora, en la sombra rodeada de murallas donde no puede una rosa de seda caer sin ruido en un montón de pétalos porque las ratas corren como envenenadas entre los papeles que el viento levanta en el patio y sólo hay silencio, tu casa, las madrugadas frente a los cristales, el olor suave de tu abrazo, la bandera a media asta en una mañana de julio, el Zócalo cubierto de antorchas y banderas, el auditorio de Física donde se reunía el Consejo, el de medicina después, los delegados siempre en los mismos asientos, la mañana de las pláticas, el cuarto de baño, el agua tibia, los ruidos de la calle a las ocho cuando empieza el otoño, los árboles rojizos, el agua de las fuentes, el tapiz, las campanadas, el arco en la bahía, el color de tu pelo, la talla de marfil que conserva la curvatura del colmillo, el rumor de miles y miles de pasos de gente que avanza en silencio, las calles de donde se ha ido la luz, la policía, el ejército, el temor, los reglamentos, y sólo queda el destello breve de la libertad que no conocíamos hasta que vivimos esos días, los regresos irreales por avenidas sin luz, por calles donde no existe el poder, ni la violencia, ni los pistoleros para mantener las cabezas inclinadas, tu imagen lejana, las sombras que cambian sobre un mantel blanco, los progresos constantes en tus conocimientos, la fotografía de la muchacha con su bandera en alto, la gran bandera roja que se turnaban María Elena y Selma, la sensación de estarlo cambiando todo, de colaborar con alemanes, franceses, italianos, checos, argentinos, brasileños, uruguayos, yugoslavos, chilenos, holandeses, japoneses, norteamericanos, polacos, para cambiarlo todo, el octavo piso de la Torre, la alfombra, el olor a madera, el sillón donde dormía, el ruido del mimeógrafo, los números rojos en el elevador, las pláticas con los maestros, la asamblea de las cinco, la autocrítica cuando voté sin conocerlo el manifiesto que Ayax presentó a las cuatro de la mañana, los proyectos sobre una Universidad diferente, las discusiones sobre la posibilidad de realizarla en el seno del Estado actual, las campanadas que siempre me regresaban a ti, al interior del auto esa noche, el color que nunca antes vi igual, el olor a sal, tus manos en mis hombros, la calle recorrida a todas horas, son ya esa cicatriz.
Luis González de Alba (Los días y los años)
Eran las 10 de la noche y Pep estaba solo en la ciudad deportiva del Barça. No quedaba nadie, ni siquiera sus ayudantes, solo él en un despacho iluminado de manera tenue. Imaginó a Messi moviéndose libremente por aquel enorme espacio vacío del estadio Bernabéu, a la espalda de los mediocentros madridistas y encarando en solitario a Metzelder y Cannavaro, petrificados sobre la línea del área, dudando si ir a por el delantero argentino. Tan clara vio la jugada que levantó el teléfono. No llamó a ninguno de sus analistas, ni a Xavi, el cerebro del equipo. Llamó directamente a Messi: «Leo, soy Pep, tengo algo importante, muy importante. Ven. Ahora. Ya», le dijo. A las diez y media de la noche, Leo Messi, de 21 años, golpeó suavemente la puerta del despacho de Pep. El entrenador le enseñó el vídeo y detuvo la imagen mostrándole la zona vacía que a partir del día siguiente iba a ser suya: la zona Messi, la del falso 9. «Leo, mañana en Madrid vas a empezar en la banda, como siempre. Pero si te hago una indicación te vas a la espalda de los mediocentros y te mueves por esta zona que te acabo de enseñar. Es lo mismo que hicimos en septiembre pasado en Gijón», le indicó. En Gijón, el 21 de septiembre de 2008, con el agua al cuello tras haber perdido el primer partido de liga ante el Numancia y empatado el segundo contra el también modesto Racing de Santander, Guardiola se jugaba su porvenir como entrenador del Barça. Decidió mandar a Eto’o a la banda derecha y jugar con Messi en la zona del falso 9, tal como el joven argentino había jugado muchas veces en su edad de cadete. Venció el Barça por goleada (1-6) y empezó la marcha triunfal de Pep. Siete meses más tarde, el entrenador rescataba la misma idea y se la explicaba en persona al protagonista: «Leo, cuando Xavi o Andrés se salten la línea y te pasen el balón, te vas directo a portería, a por Casillas». Fue un secreto entre ambos. Nadie más del Barça supo lo que Pep había transmitido a Messi aquella noche del primer día de mayo, salvo Tito Vilanova al día siguiente, ya en el hotel de concentración. Minutos antes de empezar el partido del 2 de mayo, Guardiola llamó aparte a Xavi e Iniesta y les dijo: «Si veis a Leo entre líneas y por el centro, no lo dudéis: pasadle el balón. Será como en Gijón». Aquel 2 de mayo de 2009, el Barça aplastó al Real Madrid por 2-6, Messi se convirtió en falso 9 y Pep sonrió, feliz.
Martí Perarnau (Herr Pep: Crónica desde dentro de su primer año en el Bayern de Múnich (Spanish Edition))
cada seis horas matan a una mujer, cada media hora violan a una y cada diez minutos a alguna le pegan en la casa. El momento en que más ocurre la violencia es el domingo por la noche, y el día con más violencia contra las mujeres en el país es el Día de la Madre.
Catalina Ruiz-Navarro (Las mujeres que luchan se encuentran: Manual de feminismo pop latinoamericano)
todo eso en una música que espanta a los cogotes de platea, a los que creen que nada es de verdad si no hay programas impresos y acomodadores, y así va el mundo y el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde y esta noche en Viena está cantando Ella Fitzgerald mientras en París Kenny Clarke inaugura una cave y en Perpignan brincan los dedos de Oscar Peterson, y Satchmo por todas partes con el don de ubicuidad que le ha prestado el Señor, en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los reincorpora al oscuro fuego central olvidado, torpe y mal y precariamente los devuelve a un origen traicionado, les señala que quizá había otros caminos y que el que tomaron no era el único y no era el mejor, o que quizá había otros caminos y que el que tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y que no los tomaron, o los tomaron a medias, y que un hombre es siempre más que un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombre porque encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque de esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un blues, etcétera, etcétera.
Julio Cortázar (Rayuela)
Cuando las madres les cuentan lo agobiadas que se sienten con la crianza de los peques, los llantos a media noche de los bebés, las rabietas de los dos años, la desesperación cuando dicen que no comen y no comen, Carmen siempre replica que eso no es nada, que se preparen para cuando sean adolescentes. Las madres se ríen —hay que reírse con Carmen—, pero ella lo dice completamente en serio.
Marisa Sicilia (París puede esperar (Especial Confinamiento))
Escucha, hijo: voy a decirte esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida. He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una ola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama. Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo. Te regañé cuando te vestías para ir a la escuela, porque apenas te mojaste la cara con una toalla. Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo. Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado. Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado el pan con mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: " ¡Adiós, papito!" y yo fruncí el entrecejo y te respondí: "¡Ten erguidos los hombros!" Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenías agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí. Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar, hijo, que un padre diga eso. ¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta. "¿Qué quieres ahora?" te dije bruscamente. Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aun el descuido ajeno puede agotar. Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera. Bien, hijo; poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender; esta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de ti. Y medía según la vara de mis años maduros. Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas. Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza. Es una pobre explicación; sé que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto. Pero mañana seré un verdadero papito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: "No es más que un niño, un niño pequeñito". Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro. He pedido demasiado, demasiado. ==========
Anonymous
Buenos Aires sólo tiene 50 días, a lo sumo, de calores fuertes y no alcanzan a 60 días los fríos o lluviosos, a los que opone una temperatura media, una abundancia de días luminosos, de cielos increíblemente azules y de noches maravillosamente estrelladas, como creo que hay en pocas ciudades en el mundo. Pero el tipo, en cuanto transpira un poquito y no puede estar en Mar del Plata o en Punta del Este, sólo atina a decir: "¡Esta ciudad de m...!".
Anonymous
—Suéltame —le exigió. Álvaro tragó. —Discúlpate —ordenó. Daniela negó con la cabeza. —¿Por qué? ¿Por llamarte idiota? —Apretó su muñeca un poco más—. No voy a pedir perdón por algo que es verdad. Él gruñó, esperó unos segundos, midiéndose con su mujer, hasta que la soltó. La miró, observó su cara, su nariz, sus labios, donde se detuvo un poco más y al final, desistió. Se dio media vuelta y comenzó a subir las escaleras, alejándose de ella. —Este «idiota» sabía lo que tenía a su lado hacía unos años y tuvo que dejarlo escapar —susurró. Daniela observó la espalda del hombre, muda, sin saber muy bien qué decir o hacer, temblando... y sintió cómo su cuerpo se derrumbaba sobre los escalones dejando que un llanto silencioso la invadiera.
Merche Diolch (¿Quién viene a cenar esta noche?)
33 Estén pues alerta, velen y oren, ya que no saben cuándo será el tiempo. 34 A la manera de un hombre, que saliendo a un viaje largo dejó su casa, y señaló a cada uno de sus criados lo que debía hacer, y mandó al portero que velase. 35 Velen pues también ustedes (porque no saben cuándo vendrá el dueño de la casa: si a la tarde, o a la media noche o al canto del gallo, o al amanecer). 36 No sea que viniendo de repente, los encuentre dormidos. 37 En fin, lo que a ustedes digo, a todos lo digo: Velen. 14
Félix Torres Amat (La Sagrada Biblia (Spanish Edition))
Al fin, ya cerca de la media noche, envueltos en las sábanas y en risas, estuvieron media hora confundidos en ese abrazo y esa sensación que son una de las pocas cosas que justifican todo el dolor de la existencia.
Héctor Abad Faciolince (Angosta)
media noche
Fernando Gamboa (La última cripta (Ulises Vidal, #1))
El jueves 20 de noviembre, a las nueve y media de la noche, regresaron a Venezuela. Después de atravesar El Ávila, las nubes fucsias se posaron sobre Caracas. Nadie las vio, estaban demasiado ocupados para mirar al cielo. Igual, el universo se paralizó, el tiempo y el espacio. La lluvia cesó con los vientos, los ríos volvieron a ser pequeños arroyos y una extraña calma sobrevino. De nuevo, el mundo no era igual.
Alejandro Rebolledo (Pim pam pum (Spanish Edition))
Cómo usar bien las magnitudes Gabriel García Márquez realizó un revelador viaje por Europa Oriental que tituló De viaje por los países socialistas. Con bastante objetividad, el escritor colombiano describió la realidad de aquellos países. En un punto de su narración, le tocó hablar de las inmensas magnitudes de aquella enorme nación, y así fue como lo resolvió. Es comprensible que en la Unión Soviética los trenes no sean sino hoteles ambulantes. La imaginación humana tiene dificultades para concebir la inmensidad de su territorio. El viaje de Chop a Moscú, a través de los infinitos trigales y las pobres aldeas de Ucrania, es uno de los más cortos: 40 horas. De Vladivostok —en la costa del Pacífico— sale los lunes un tren expreso que llega a Moscú el domingo en la noche después de hacer una distancia que es igual a la que hay entre el ecuador y los polos. Cuando en la península de Chukotka son las cinco de la mañana, en el lago de Baikal, Siberia, es la media noche, mientras en Moscú son todavía las siete de la tarde del día anterior. Esos detalles proporcionan una idea aproximada de ese coloso acostado que es la Unión Soviética con sus 105 idiomas, sus 200.000.000 de habitantes, sus incontadas nacionalidades de las cuales una vive en una sola aldea, veinte en la pequeña región de Daguestán y algunas no
Carlos Salas (Storytelling, la escritura mágica: Técnicas para ordenar las ideas, escribir con facilidad y hacer que te lean (Spanish Edition))