Marcos Rojo Quotes

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Érase una vez una muchacha que estaba demasiado segura de sí misma. No todos la consideraban hermosa, pero admitían que poseía cierta elegancia que intimidaba con más frecuencia de la que cautivaba. La sociedad coincidía en que no era alguien a quien uno quisiera contrariar. "Guarda su corazón en una cajita de porcelana", susurraba la gente, y tenían razón. A la joven no le gusta abrir la cajita. Contemplar su corazónla perturbaba. Siempre le parecía más pequeño y al mismo tiempo más grande de lo que esperaba. Palpitaba contra la porcelana blanca. Parecía un carnoso rudo rojo. A veces, sin embargo, apoyaba la mano sobre la tapa de la cajita y, entonces, el rítmico palpitar se transformaba en una agradable música. Una noche, otra persona oyó esa melodía. Un chico hambriento que se encontraba lejos de casa. Se trataba (por si les interesa) de un ladrón. Trepó por las paredes del palacio de la joven.Introdujo sus dedos fuertes a través de la estrecha abertura de una ventana. La abrió lo suficiente para poder pasar y entró. Mientras la dama dormía (sí, la vio en la cama y apartó rápidamente la mirada) robó la cajita sin ser consciente de lo que contenía. Lo único que sabía era que la quería. Su naturaleza estaba llena de deseos, anhelaba constantemente algo, y los anhelos que comprendía eran tan dolorosos que no le interesaba examinar los que no comprendía.Cualquier miembro de la sociedad de la dama podría haberle advertido que robarle era mala idea. Habían visto lo que les pasaba a sus enemigos. De un modo u otro, la joven siempre les daba su merecido. Pero el muchacho no habría seguido esos consejos. Se hizo con su botín y huyó. La habilidad de la joven casi parecía cosa de magia. Su padre (la gente susurraba que se trataba de un dios,pero su hija,que lo amaba,sabía que era completamente mortal) le había enseñado bien. Cuando una ráfaga de viento procedente de la ventana abierta la despertó, captó el aroma del ladrón. Había impregnado el marco de la ventana,el tocador,incluso una de las cortinas del dosel de la cama, que estaba ligeramente entreabierta. Le dio caza.
Marie Rutkoski (The Winner's Kiss (The Winner's Trilogy, #3))
Todos los esfuerzos de sus compañeros, de su director, incluso del dueño de la marca Bianchi parecen mostrarse inútiles ante el halo de pesimismo que envuelve a Fausto. En la salida, y a la desesperada, su viejo gregario Ettore Milano va donde Hugo Koblet con una aficionada. Quiere sacarse una foto, Hugo, dice, es amiga mía, quítate las gafas de sol, por favor. Los reflejos, ya sabes. Hugo tuerce el gesto, no quiere que vean sus ojos, pero la chica sonríe tanto… Al final cede y Milano vuelve donde Coppi para confirmar sus sospechas. Tiene los ojos rojos, Fausto, las pupilas dilatadas… va cargado de anfetaminas hasta arriba, mira, mira cómo bebe. Este no aguanta toda la etapa. Fausto mira fijamente a Milano, toma él mismo un sorbo de agua, y habla. ¿Cómo crees que voy yo, Ettore? Ambos sonríen. Milano zanja: pero tú eres Fausto Coppi. Algo surge de nuevo, con fuerza. Lo intentará, claro que lo intentará.
Marcos Pereda Herrera (Arriva Italia: Gloria y miseria de una nación que soñó ciclismo)
Hoy, el honor más grande al que aspira el pintor es ver su tela con un marco de madera dorada y colgada en un museo -una especie de tienda de antigüedades-, donde se verá, como se ve en el Prado, la Ascensión de Murillo, junto al Mendigo de Velázquez, y los Perros de Felipe II. ¡Pobre Velázquez y pobre Murillo! ¡Pobres estatuas griegas que vivían en las acrópolis de sus ciudades, y que hoy se sofocan bajo las colgaduras de paño rojo del Louvre!
Pyotr Kropotkin (La Conquista del Pan)