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Todos los esfuerzos de sus compañeros, de su director, incluso del dueño de la marca Bianchi parecen mostrarse inútiles ante el halo de pesimismo que envuelve a Fausto. En la salida, y a la desesperada, su viejo gregario Ettore Milano va donde Hugo Koblet con una aficionada. Quiere sacarse una foto, Hugo, dice, es amiga mía, quítate las gafas de sol, por favor. Los reflejos, ya sabes. Hugo tuerce el gesto, no quiere que vean sus ojos, pero la chica sonríe tanto… Al final cede y Milano vuelve donde Coppi para confirmar sus sospechas. Tiene los ojos rojos, Fausto, las pupilas dilatadas… va cargado de anfetaminas hasta arriba, mira, mira cómo bebe. Este no aguanta toda la etapa. Fausto mira fijamente a Milano, toma él mismo un sorbo de agua, y habla. ¿Cómo crees que voy yo, Ettore? Ambos sonríen. Milano zanja: pero tú eres Fausto Coppi. Algo surge de nuevo, con fuerza. Lo intentará, claro que lo intentará.
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Marcos Pereda Herrera (Arriva Italia: Gloria y miseria de una nación que soñó ciclismo (Spanish Edition))