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«Si usted, hija mía, se baña en un río, y revolviendo el agua al nadar, por juego, como solemos hacer, encuentra entre la arena una pepita de oro, pequeñísima que no vale una peseta, ¿se creerá usted ya millonaria? ¿pensará que aquel descubrimiento la va a hacer rica? ¿que todo el río va a venir arrastrando monedas de cinco duros con la carita del rey y que todo va a ser para usted? Eso sería absurdo. Pero, por esto ¿va a tirar con desdén la pepita y a seguir jugueteando con el agua, moviendo los brazos y haciendo saltar la corriente al azotarla con los pies y sin pensar ya nunca más en aquel poquito de oro que encontró entre la arena?»
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