Las Posadas Quotes

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-Vaya a buscar lo que le he pedido -dije mirándolo a los ojos-. Y también un odre de agua. O quemaré esta posada con usted dentro y bailaré entre las cenizas y entre sus chamuscados y pegajosos huesos.
Patrick Rothfuss (The Name of the Wind (The Kingkiller Chronicle, #1))
«Las cuentas claras y el chocolate espeso, ése es mi lema, Manolo, ya puedes darte por enterado». El
Carmen Posadas (La hija de Cayetana)
La depresión es un alto en el camino forzado y estrepitoso. La inmovilidad se parece mucho a la muerte, y la cama se parece a un ataúd. La depresión es una muerte chiquita. El problema es que no nos hemos muerto. Nuestra cabeza sigue ahí sobre la almohada, rumiando
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
pero el amor emana de uno mismo y poco o nada se puede querer sin antes quererse y aceptarse uno,
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Cuando ya no puedo contener más la ficción que inventé con tanta verosimilitud, me vengo abajo, esta vez mucho más abajo que los abajos de antes. La caída es directamente proporcional a la altura desde la que se cae
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
A veces un hombre disfruta oyendo una sinfonía. Otras le apetece más una giga. Con el amor pasa lo mismo. Cierto tipo de amor resulta adecuado para los mullidos almohadones de un claro crepuscular. Otro resulta natural en el desorden de las sábanas de una cama estrecha en el último piso de una posada. Cada mujer es como un instrumento, y espera que la entiendan, la amen y la toquen con delicadeza, para por fin hacer sonar su verdadera música." Kvothe
Patrick Rothfuss (The Wise Man's Fear (The Kingkiller Chronicle, #2))
Con tal disposición y determinación, ¡qué país es éste para el viajero, donde la más mísera posada está tan llena de aventuras como un castillo encantado y cada comida es en sí un logro! ¡Que se quejen otros de la falta de buenos caminos y hoteles suntuosos y de todas las complicadas comodidades de un país culto y civilizado en la mansedumbre y el lugar común, pero a mí que me den el trepar por las ásperas montañas, el andar por ahí errante y las costumbres medio salvajes, pero francas y hospitalarias, que le dan un sabor tan exquisito a la querida, vieja y romántica España!
Washington Irving (Cuentos de la Alhambra (Narrativa) (Spanish Edition))
Un hombre bajito y de lentes, mal afeitado y con el pelo grasiento comía chocolate a su lado. Su bata médica estaba manchada de mostaza, salsa criolla y una cosa marrón, pero mantenía en los hombros limpios para disimular en su blancura la caspa que nevaba de su cabeza. -Soy Faustino Posadas, médico legista. Le extendió una mano manchada de chocolate, que el fiscal estrechó. Luego lo llevó por un pasadizo oscuro lleno de dolores. Algunas personas se acercaban gimiendo, pidiendo ayuda, pero el médico las derivaba con un gesto a la primera sala, con la enfermera, por favor, yo sólo veo muertos.
Santiago Roncagliolo (Abril rojo)
Si lo pensáis en términos musicales, es más fácil entenderlo. A veces un hombre disfruta oyendo una sinfonía. Otras le apetece más una giga. Con el amor pasa lo mismo. Cierto tipo de amor resulta adecuado para los mullidos almohadones de un claro crepuscular. Otro resulta natural en el desorden de las sábanas de una cama estrecha en el último piso de una posada. Cada mujer es como un instrumento, y espera que la entiendan, la amen y la toquen con delicadeza, para por fin hacer sonar su verdadera música. Habrá quien se ofenda con esta manera de ver las cosas, si no entiende cómo concibe la música un artista. Habrá quien piense que degrado a las mujeres. Habrá quien me considere insensible, grosero o zafio. Pero esos no entienden el amor, ni la música, ni me entienden a mí.
Patrick Rothfuss (The Wise Man's Fear (The Kingkiller Chronicle, #2))
No es que sea malvada, es que sencillamente no veo el tsunami que está a punto de arrastrar mi vida porque yo misma soy el tsunami. Y Bebé rock está tan enamorado del tsunami que intenta a toda costa contenerlo y su amor es tan magnánimo que lo logra por momentos. Luego vuelvo a coger impulso y quiero arrasar con todo, y él buenamente se interpone de barrera y me contiene y se ahoga conmigo a veces, tanto en mi tormenta como en el alcohol. La única manera de sobrevivir a un tsunami es estando borrachos la mayoría del tiempo. Nos enfrascamos en una relación en la que todo es euforia de noche, drama de madrugada y reconciliación y guayabo de día. Y así atravesamos uno, dos, tres años: Bebé rock conteniéndome, yo emborrachándome, y siéndole infiel porque en el fondo sé que su primer amor es su mamá y que la relación de codependencia con ella es mucho más fuerte que la que tiene conmigo, razón por la cual nunca voy a poder tenerlo solo para mí
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
El squire Trelawney, el doctor Livesey y algunos otros caballeros me han indicado que ponga por escrito todo lo referente a la Isla del Tesoro, sin omitir detalle, aunque sin mencionar la posición de la isla, ya que todavía en ella quedan riquezas enterradas; y por ello tomo mi pluma en este año de gracia de 17... y mi memoria se remonta al tiempo en que mi padre regentaba la hostería «Almirante Benbow», y el viejo curtido navegante, con su rostro cruzado por un sablazo, busco cobijo bajo nuestro techo. Lo recuerdo como si fuera ayer, meciéndose como un navío llegó a la puerta de la posada, y tras él arrastraba, en una especie de angarillas, su cofre marino; era un viejo recio, macizo, alto, con el color de bronce viejo que los océanos dejan en la piel; su coleta embreada le caía sobre los hombros de una casaca que había sido azul; tenía las manos agrietadas y llenas de cicatrices, con uñas negras y rotas; y el sablazo que cruzaba su mejilla era como un costurón de siniestra blancura. Lo veo otra vez, mirando la ensenada y masticando un silbido; de pronto empezó a cantar aquella antigua canción marinera que después tan a menudo le escucharía: «Quince hombres en el cofre del muerto... ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Y una botella de ron!»
Robert Louis Stevenson
Caminaban un día de verano un pobre hombre, ya de buena edad, y una mujer con un muchacho de pocos años. Llevaban delante consigo un jumentillo, que servía de llevarles un poco de ropa que tenían: carga tan moderada y poca, que podía ir bien a la ligera. Acertó a pasar cerca dellos un caminante, y mirando a los tres que iban por el camino y el jumento desembarazado, algo enojado les dijo: «¿Hay tan poco saber de personas, que lleven ahí una bestia holgando y sin carga, y que una mujer, de su natural para poco, delicada y flaca, vaya a pie? Tened juicio, buen viejo, que yo os ayudaré; y suba en ese jumento esa buena mujer; que mejor irá en él que no reventando por las asperezas deste monte». Pareciole bien al casado lo que el pasajero le había dicho, y llegándose a una peña, hizo que su mujer fuese caballera, y los dos siguiéndola iban a pie. Poco anduvieron, cuando otro que venía por el mismo camino les salió al encuentro, y saludándoles, les dijo: «Harto mejor fuera, padre honrado, que un hombre como vos, de tantos días, que es milagro poderos tener en pie, fuera caballero y ocupara aquel animal, y no la mujer que llevais en él, pues las de su género de suyo son inclinadas a pasearse, y esta era ocasión en que pudiera sacar los pies de mal año, habiéndosela ofrecido de caminar a pie, y como buen bailador menearlos apriesa. Bajad, hermana, y suba ese buen viejo; que sus años y canas están pidiendo lo que yo os digo». A tan buenas razones obedeció la casada: apeose y subió su marido en el jumento, prosiguiendo su viaje, adonde de allí a poco rato encontraron unos caminantes, que, mirando al hombre caballero y a la mujer y mozuelo en seguimiento suyo, con muy grandes risadas empezaron a hacer burla dél, diciendo: «¡Salvaje! Apeaos y tened vergüenza: ¿no veis que va ese niño despeado, sin aliento y con tan grande calor, y que vos, tan grande como vuestro abuelo, sin reparar en nada, vais hecho una bestia, pudiendo andar harto mejor y con más descanso que ese pobrecito que os sigue?». Confuso el padre, bajó de su jumento, poniendo en él al hijuelo, y siguiéndole los dos casados, hasta que, viniendo nueva gente, le dijeron: «Subid en esa bestia con ese muchacho; que poca carga será, y la que lleva ahora es casi nada, y a ratos iréis mudando de personas, y no reventando en seguimiento de quien camina tan sin pesadumbre por verse holgado y con tan poco peso». Cuadrole al anciano el consejo que le daban, y poniendo al muchacho delante, subió el atrás, con ánimo que de allí a un rato bajaría él y podría ir caballera su mujer, y así, con algún descanso, mudándose, acabar su jornada. Mas durole poco su sosiego, porque, como viniesen otros pasajeros y viesen al padre y al hijuelo sobre el jumento, comenzaron a darles matraca, diciendo: «¡Buen año! ¿No veis? Dos van caballeros, y ¡con qué conciencia! Alquilado debe de ser el asnillo, pues a ser propio no lo hicieran con él de la suerte que vemos ni tan mal le trataran. ¡Hideputa, buen hombre, qué buen alma tiene! ¡Buena llegará la bestia a la posada! Apostaré que del gran cansancio no puede comer bocado. Bajad enhorabuena o en la otra, que buenos cuartos tenéis y cerca está el pueblo, y no quitéis la vida a ese jumento, siquiera porque es vuestro prójimo». Estas razones le dijeron al labrador, y conociendo entonces bien a la clara los varios pareceres y natural condición que guardan los hombres en materia de su gusto y opinión, vuelto a su mujer y al hijuelo, los dijo: «No hay que reparar en lo que pueden decir de nosotros; que el qué dirán de las gentes es bobería, si no es locura. Cada uno se acomode como pudiere y alargue el pie conforme a la sabana; que, si a mí me falta, el que dice o mormura ni lo da ni lo presta, y él se queda con su dicho y yo con lo que tengo entonces o me falta. Vase él a su casa dejándome a mí en la mía. Vámonos como pudiéremos con nuestro jumento, y diga lo que le agradare cada uno».
Jerónimo de Alcalá (El Donado Hablador: Alonso, Mozo De Muchos Amos (Spanish Edition))
cuando asiste a un banquete en Newbern y comenta su impresión al ver cómo se sientan a la mesa, sin mayores distinciones, personas de diferente procedencia social; al asistir a los tribunales en Charleston elogia el gobierno de aquel estado y lo califica de «puramente democrático»; hace mención a lo sucedido en una posada de Nueva Inglaterra, donde «el espíritu de republicanismo» era tal que el mozo encargado de las mulas y todos los demás se sentaban en la misma mesa.
Inés Quintero (El hijo de la panadera (Trópicos nº 109) (Spanish Edition))
No soy un señor, milady. Soy un pastor, y toca la flauta en las posadas
Robert Jordan
No es que no tengamos un alma, sino que tenemos muchas (esto quizá es otra forma de ateísmo) y aprovechan cualquier vidrio o rotulador para volar un poco fuera de nosotros y mirarnos a distancia. Uno se mira hacia adentro y nunca se encuentra el alma ni nada que lo valga, pero uno descubre almas suyas pegadas por las paredes, posadas en los rincones, como mariposas. Hay que cazar almas propias, sí, como Nabokov cazaba mariposas. Hay que ser el entomólogo de todas esas almas menores y cursis que llevamos dentro, y que en seguida se vuelan, y serlo no por nada, sino porque resulta distraído y hasta sirve, quizá, para hacer un libro.
Francisco Umbral (La Belleza Convulsa)
No soy un señor, milady. Soy un pastor, y toco la flauta en las posadas
Robert Jordan (The Great Hunt (The Wheel of Time, #2))
Y más arriba, posada sobre una cadena congelada de montañas de oscuridad y estrellas, el territorio expandido, enorme, de la Corte Noche. Había cosas en las sombras que habitaban esas montañas…, ojos diminutos, dientes brillantes. Una tierra de belleza letal. Se me erizó el vello de los brazos.
Sarah J. Maas (A Court of Thorns and Roses (A Court of Thorns and Roses, #1))
Sí. Los seres humanos como yo son horribles: les damos la misma importancia a un par de gatos que a un hijo, o a un perro. Todo aquello que emane vida o nos contagie de las ganas de respirar nos maravilla. Lo siento si solo doy la talla para salirme de mí por este perro. Una mamá hace lo que puede. Esto es todo lo mamá que yo puedo ser, o por lo menos eso es lo que me hizo creer la depresión cuando, incluso habiéndolo buscado conscientemente y con el pecho inundado de fuegos artificiales al pensarlo,
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
En las primeras Vueltas a Colombia de los años 1950, el corredor José Armando Alfaro, sin palmarés, sin presupuesto y sin vehículo de asistencia, exhibía durante la etapa un escapulario por encima de su camiseta. Cada vez que subía hasta la cima de un puerto se bajaba de la bicicleta, se arrodillaba y les rezaba a la Virgen del Carmen y a todos los santos. Detrás suyo, la caravana se veía obligada a detenerse y a esperar el final de su oración. La Virgen nunca atendió sus plegarias, pero en la noche después de la etapa le daban alojamiento, posada y manutención en un convento, una cofradía o una casa parroquial. Se volvió famoso bajo el apodo de «corredor de la Virgen del Carmen». Como en todos los países católicos, existen Vírgenes por montones.
Guy ROGER (Egan Bernal y los hijos de la cordillera: Viaje al país de los escarabajos (Spanish Edition))
En unos días se celebraría en La Estancita la fiesta de la Candelaria, a la cual las jóvenes pensaban ir, junto con cientos de peregrinos que bajaban de las sierras, que subían desde los llanos, que llegaban de poblaciones vecinas y aun de más lejos a acompañar a Nuestra Señora. Se formarían largas procesiones, en las que los fieles llevarían encendida una candela, orando y cantando para festejar la Purificación de la Madre de Dios. Desde La Antigua, por camino de sierra —sólo a caballo podían hacerlo—, bajarían basta La Granja y después, casi en ángulo recto, seguirían hacia el Sauce y Agua de Oro, tierras de la que había sido la estancia de San Cristóbal, donde harían posada para visitar la capilla de San Vicente, levantada un siglo antes. Y muy temprano al otro día ========== 02 - El Tiempo De Laura Osorio (Cristina Bajo) - Tu nota en la página 764 | posición 11707 | Añadido el martes, 9 de junio de 2015 14:40:31 En Agua de Oro ==========
Anonymous
Dado que Imre era un refugio para la música y el teatro, quizá penséis que yo pasaba mucho tiempo allí, pero nada podría estar más lejos de la verdad. Solo había estado en Imre una vez. Wilem y Simmon me habían llevado a una posada donde tocaba un trío de hábiles músicos: laúd, flauta y tambor. Pedí una jarra de cerveza pequeña que me costó medio penique y me relajé, dispuesto a disfrutar de una velada con mis amigos… Pero no pude. Apenas unos minutos después de que empezara a sonar la música, casi salí corriendo del local. Dudo mucho que podáis entender por qué, pero supongo que si quiero que esto tenga algún sentido, tendré que explicároslo. No soportaba oír música y no formar parte de ella. Era como ver a la mujer que amas acostándose con otro hombre. No. No es eso. Era como… Era como los consumidores de resina que había visto en Tarbean. La resina de denner era ilegal, por supuesto, pero había partes de la ciudad en que eso no importaba. La resina se vendía envuelta en papel encerado, como los pirulís o los tofes. Mascarla te llenaba de euforia. De felicidad. De satisfacción. Pero pasadas unas horas estabas temblando, dominado por una desesperada necesidad de consumir más, y esa ansia empeoraba cuanto más tiempo llevabas consumiéndola. Una vez, en Tarbean, vi a una joven de no más de dieciséis años con los reveladores ojos hundidos y los dientes exageradamente blancos de los adictos perdidos. Le estaba pidiendo un «caramelo» de resina a un marinero, que lo sostenía fuera de su alcance, burlándose de ella. Le decía a la chica que se lo daría si se desnudaba y bailaba para él allí mismo, en medio de la calle. La chica lo hizo, sin importarle quién pudiera estar mirando, sin importarle que fuera casi el Solsticio de Invierno y que en la calle hubiera diez centímetros de nieve. Se quitó la ropa y bailó desenfrenadamente; le temblaban las pálidas extremidades, y sus movimientos eran patéticos y espasmódicos. Entonces, cuando el marinero rio y negó con la cabeza, ella cayó de rodillas en la nieve, suplicando y sollozando, agarrándose desesperadamente a las piernas del marinero, prometiéndole que haría cualquier cosa que le pidiera, cualquier cosa… Así era como me sentía yo cuando oía tocar a unos músicos. No podía soportarlo. La ausencia diaria de mi música era como un dolor de muelas al que me había acostumbrado. Podía vivir con ello. Pero no soportaba ver cómo agitaban delante de mí el objeto de mi deseo.
Patrick Rothfuss (The Name of the Wind (The Kingkiller Chronicle, #1))
Volvía a ser de noche. En la posada Roca de Guía reinaba el silencio, un silencio triple. El primer silencio era una calma hueca y resonante, constituida por las cosas que faltaban. Si hubiera habido caballos en los establos, estos habrían piafado y mascado y lo habrían hecho pedazos. Si hubiera habido gente en la posada, aunque solo fuera un puñado de huéspedes que pasaran allí la noche, su agitada respiración y sus ronquidos habrían derretido el silencio como una cálida brisa primaveral. Si hubiera habido música… pero no, claro que no había música. De hecho, no había ninguna de esas cosas, y por eso persistía el silencio. En la posada Roca de Guía, un hombre yacía acurrucado en su mullida y aromática cama. Esperaba el sueño con los ojos abiertos en la oscuridad, inmóvil. Eso añadía un pequeño y asustado silencio al otro silencio, hueco y mayor. Componían una especie de aleación, una segunda voz. El tercer silencio no era fácil reconocerlo. Si pasabas una hora escuchando, quizá empezaras a notarlo en las gruesas paredes de piedra de la vacía taberna y en el metal, gris y mate, de la espada que colgaba detrás de la barra. Estaba en la débil luz de la vela que alumbraba una habitación del piso de arriba con sombras danzarinas. Estaba en el desorden de unas hojas arrugadas que se habían quedado encima de un escritorio. Y estaba en las manos del hombre allí sentado, ignorando deliberadamente las hojas que había escrito y que había tirado mucho tiempo atrás. El hombre tenía el pelo rojo como el fuego. Sus ojos eran oscuros y distantes, y se movía con la sutil certeza de quienes saben muchas cosas. La posada Roca de Guía era suya, y también era suyo el tercer silencio. Así debía ser, pues ese era el mayor de los tres silencios, y envolvía a los otros dos. Era profundo y ancho como el final del otoño. Era grande y pesado como una gran roca alisada por la erosión de las aguas de un río. Era un sonido paciente e impasible como el de las flores cortadas; el silencio de un hombre que espera la muerte.
Patrick Rothfuss (The Name of the Wind (The Kingkiller Chronicle, #1))
Yo confío en los sencillos que se desplazan hacia el mar tornasolado. Pongo mi piel a la venta ¿y quién me compra? Tal vez el camino abandonado que no tiene posada, tal vez el abuelo del iris en una isla en que está la paloma. Si quieren mellar mi espada, adelante. Si quieren robar mis versos, adelante. Si quieren confundirme con el loco John Doe, adelante. Estoy pronto a todo, a ser el inerme nacarado que pasa y no pasa. A ser la criatura clausurada que nadie saluda en la calle. A ser el imperfecto que cada día derrama el cubo de la basura. Pero no podrán quitarme el desvariado sentir que imanta en las dalias caídas, No me podrán quitar esta sangre inocente que milita en una isla avergonzada.
Francisco Matos Paoli (Canto de La Locura)
que me tome los respiros que no me he tomado, ni siquiera en situaciones en las que cualquier otro ser humano normal se queda paralizado y vive el miedo.
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
A lo mejor la ilusión era la anterior, la de andar por la vida tan segura que ni siquiera me preguntaba cómo hacían los demás para seguir. Ni siquiera me preguntaba cómo era que yo había hecho para seguir.
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Mat sacudió con asombro la cabeza. «¿Cuánta gente hay en los tejados esta noche?» Sólo faltaba que se presentara Thom y se pusiera a tocar el arpa, o alguien preguntando las señas de una posada.
Robert Jordan (The Dragon Reborn (The Wheel of Time, #3))
Crueles aves posadas sobre su posesión destrozaban con rabia un cadáver maduro, metiendo como un útil, todos, el pico impuro en los huecos sangrantes de aquella corrupción. Los ojos eran cuencas, y del vientre vaciado rodaban por los muslos las vísceras colgantes, y los verdugos, hartos de trozos repugnantes, a duros picotazos ya lo habían castrado. A sus pies más de una cuadrúpeda alimaña, levantado el hocico, acechante, giraba, y una bestia entre ellos, más grande, se agitaba como un verdugo a quien su cohorte acompaña.
Baudelaire, Charles
Please call me Enrique. When you say Señor Montez, I think of my dad." "I'll call you Joseph tomorrow." Enrique raised his eyebrow at her. "Oh yeah? What will you call me on Wednesday?" She licked her lower lip. "Nothing. Because after Las Posadas ends, I'll never lay eyes on you again." Enrique laughed. He reached out his hand to her, and she offered it up in a shake, but he flipped the script and kissed it. "We'll see about that. Good night, mi amor." She glared at him. "Mi amor?" His hand grazed hers. "Yeah. You're my wife, right?" "For one night only. And then I'll never be anyone's wife again.
Alana Albertson (Kiss Me, Mi Amor (Love & Tacos))
Las muertes chiquitas son como ver fantasmas de uno mismo y recordarse vivo cada instante de la eternidad en que estás muerto.
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
La depresión es un gran disgusto con la vida o, mejor, es un pulso con la vida
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Aprender a vivir la vida de otras maneras inpensables es quizás la moraleja de tan cruel enfermedad. No entiendes por qué el mundo parece seguir, cómo sobreviven todos esos seres que ves por la calle corriendo de un lado a otro, por qué ese celador que tiene un sueldo de mierda y no tiene con qué terminar el mes saca para llevarles dos chocorramos a sus hijos y encuentra en ello felicidad, cómo es que la señora que ese está muriendo de cáncer besa a su novio en la calle y luego suelta una carcajada cuando se le desajusta la pañoleta que cubre su cabeza lampiña por la quimioterapia. ¿De qué trata la vida?
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
CAVALO MORTO Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Un poema de Lèdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves. Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Lèdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo. Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola calle forrada con tela de gabardina. Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo como si las nubes fuesen un regalo de Navidad y los felices y los infelices suben directamente a los hipódromos eternos por laescalerilla del anillador de gaviotas. Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Un poema de Lèdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aun así se amaron y salen del brazo con la brisa del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles y escriben partituras para el timbre de las bicicletas. Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. Lèdo Ivo es una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche. Lèdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende con su beso las bombillas de los barcos. En Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a otro, como pertenece la tuerca de las estrellas marinas al saqueador de las cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz de las empleadas domésticas. Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. En Cavalo Morto cuando muere un caballo se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere un evangelista se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, Háganme caso, los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas, cada amor que termina es un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.
Juan Carlos Mestre
De manera que estoy sola, y me gusta. Después de tantos años de convivir con Ramón recupero mi casa con la misma avidez con la que un país colonial se independiza del imperio. Ahora soy princesa de mi sala, la reina de mi dormitorio y la emperatriz de mis horas. Dejo los discos compactos todos desordenados, leo hasta las cinco de la madrugada y como cuando tengo hambre. Convivir es ceder. Es negociar con otro, pagando siempre un precio, los minutos y los rincones de tu vida. Esa entrega de tus derechos cotidianos se hacen por supuesto a cambio de algo: cobijo, cariño, compañía, sexo, diversión, complicidad. Pero cuando la pareja se deteriora el negocio de la convivencia empieza a ser ruinoso. Al final de mi vida con Ramón ya no nos dábamos nada el uno al otro. Una pareja aburrida es como una posada incómoda con demasiados huéspedes. Sin embargo, estoy dispuesta a probar en otra posada. Pero con tranquilidad, sin emborracharme de fantasías; digamos que, después de haberme dejado las pestañas buscando inútilmente al Hombre Ideal, empiezo a sospechar que es más grato y más conveniente encontrar a un buen hombre cualquiera.
Rosa Montero (La hija del caníbal)
Al igual que un viajero no tiene apego a la posada donde se hospeda durante una noche, yo tampoco debo tener apego a este cuerpo, que es mi posada solo durante este renacimiento.
Śāntideva (Guía de las obras del Bodhisatva: Cómo disfrutar de una vida altruista y llena de significado (Spanish Edition))
cuando estás triste algo te hace falta, cuando estás deprimido no te hace falta nada.
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Es difícil aceptar que después de una depresión uno jamás va a ser el mismo, pero es aún más difícil aceptar que nuestra esencia no está en la cresta de la ola.
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Algo tienen las mamás que perciben a sus cachorros, aún de viejos, en apuros.
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Esto, que no tiene nombre para mí aún, se llama ataque de pánico, y se parece tanto a lo que uno cree que es morirse que veo el final, ahí, a medio paso.
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
El conocimiento aplicado es poder”. Si sabes y no haces las cosas, no sabes nada. Es así de sencillo.
Joachim de Posada (No te comas el marshmallow...todavía: El secreto para conquistar las recompensas mas dulces de lavida (Spanish Edition))
Es la gran ventaja que tiene hacerse viejo, ¿sabe? Uno consigue ver el desenlace de lo que vivió. Sí, esa es la mejor manera de juzgar las cosas, tener un poquito de perspectiva; y eso solo lo da el tiempo.
Carmen Posadas (El testigo invisible)
Hacer la vida llevadera no era lo mismo que amar la vida y disfrutarla de verdad.
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Es difícil extrañarse a uno mismo, tanto en la depresión como en el día a día, cuando las pastillas comienzan a hacer efecto y uno de todas maneras puede percibir que tiene mucho más sueño del normal, o que no puede concentrarse con la facilidad de antes. Son detalles muy nimios si los contraponemos a la muerte, pero que de un modo u otro nos hacen ser quienes somos. Es difícil reconocerse luego de una depresión, entender que uno fue ese ovillo, y luego esa persona que tiene mermadas sus emociones porque tendemos a creer que nuestras facultades solo están en su cien cuando estamos en la cresta de la ola. Es difícil aceptar que después de una depresión uno jamás va a ser el mismo, pero es aún más difícil aceptar que nuestra esencia no está en la cresta de la ola. Aprender a estar en ese lugar al que yo llamo neutro, por no decir aburrido, es aprender a tener la sobriedad mental suficiente para no encaramarse allá arriba y entender la felicidad desde un remanso mucho más tranquilo que la tormenta y las emociones intensas. Me atrevo a decir que la depresión es como cualquier adicción: no se puede sanar a punta de fuerza de voluntad. Mientras más aversión, más sucumbimos. Un episodio de depresión se parece a una gran borrachera, a un atracón de comida, a una inyección de heroína. Poco o nada de lo que hacemos y pensamos deprimidos tiene sentido.
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Puedo imaginar la carretera cubierta de nieve y el psiquiátrico empotrado en una montaña que hace parte del paisaje cliché que vende planes para esquiar en los Alpes franceses. Pero ni todo el frío del mundo puede dar cuenta de lo que estaba sintiendo mamá K, ni ninguna otra persona que haya contemplado ejecutar su propia muerte, darle curso con sus manos. Yo sí. Quienes hemos rumiado esta idea como la única salida conocemos bien ese precipicio. En otro momento de mi vida, hasta habría respetado su decisión. Ahora entiendo que no es una decisión, sino solo la última consecuencia de una enfermedad que se llama depresión
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Nunca me pregunto si en realidad hice una transición sana de la depresión a la normalidad porque para mí la normalidad es la euforia. Y la euforia del amor es tan potente que su luz me enceguece. Me gustan los fuegos artificiales, lo efímero. Busco a toda costa mantener esa sensación de explosión en el cielo que es imposible de alargar en el tiempo
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
A mi regreso de Austin descubriré poco a poco que puedo recuperar todo lo que tenía y más, pero no me voy a recuperar a mí
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
La depresión es un gran disgusto con la vida o, mejor, es un pulso con la vida. Se dice siempre que la vida es frágil, pero no hay una fuerza más arrolladora que la vida. Se abre paso como sea y matando al que sea. Tener un pulso con ella es como querer quemar al sol con una chispita mariposa. Retar a la vida dejándose morir es inútil. De ese tamaño es el ego de quienes nos enemistamos con ella. Esa es la triste realidad del suicidio: que la vida sigue con uno o sin uno. Nadie nos garantiza tampoco que nuestro dolor cese después de la muerte o que otro estado de conciencia les dé continuidad a nuestras cuitas
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Las muertes chiquitas son como ver fantasmas de uno mismo y recordarse vivo cada instante de la eternidad en que estás muerto
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Ese es el verdadero patrón de mi depresión: darme a la fuga como sea cuando un evento es demasiado para soportarlo, apagar las luces, arrumar y salir de ahí sacudiéndome las manos como quien dice “aquí no ha pasado nada, sigan su juego, señores
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
La depresión es una adicción del ego, como todas las adicciones. Nos abandonamos para sentir que alguien nos necesita. Rechazamos las invitaciones de nuestros amigos enviando el mensaje claro de que no queremos estar en el mundo, pero con la secreta intención de ver lo mucho que les importamos a los que nos quieren, y hasta a los que no
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Quienes no han estado cerca de experimentar esta enfermedad creen que para dar la pelea hay que pelear, pero no por no rugir el tigre deja de ser un tigre. La pelea de la depresión se da rindiéndose, haciéndose el muerto. La impaciencia porque estemos bien no nos hace bien. Pedirle a un depresivo que venga con nosotros a una fiesta es como pedirle a un náufrago que se tire al agua
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Quizá por esas mismas taras es que mamá K, incluso siendo psicóloga, creyó que haber sido recluida en un psiquiátrico era una derrota y no una victoria. Pocas cosas deben ser tan duras de aceptar con el ser excluidos de la famosa “normalidad” por las cuatro paredes de un hospital psiquiátrico. Muchas personas pensarán que después de eso ya no hay vuelta atrás. Pero si se está en ese estado que yo también conozco y en el que mamá K pasó sus últimos días (que para ella fueron largas noches sin luz), ¿quién quiere volver atrás? Yo misma he estado varias veces a punto de recluirme por voluntad propia y no lo he hecho pensando en eso. Puedo entender lo que elaboró en su cabeza enferma: mi primo encontró en el computador las búsquedas que hice en internet sobre la altura desde la cual hay que saltar al vacío para morir. Ya no hay marcha atrás, mi hija no merece una mamá loca encerrada en un psiquiátrico. Una psicóloga loca encerrada en un psiquiátrico
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Escoger la muerte podría significar escoger el camino más largo y tedioso
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Pensar en quitarse la vida genera un dolor muy asqueroso. No poder dejar de pensar en quitarse la vida es la gasolina de seguir queriendo quitársela. Es un círculo vicioso del que la cabeza difícilmente sale. ¿Qué nos salva? Supongo que la felicidad ficticia de los antidepresivos en buena parte
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Pero echarle gasolina a un cable quemado solo puede dejar los resultados descritos. No, no maté a nadie, ni me quedé mueca, ni acabé en la cárcel o con una venérea, aunque todas las anteriores eran más que probables. Me bastó con odiar mi vida incluso recuperándolo todo
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Sigo sin entender lo que significa para mí ese veneno de confundir la fuerza energética del sexo con algo mucho menos volátil que se llama amor
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Alrededor de la carrilera hay una maleza a la que llaman dormidera. Desde que estaba chiquita me maravillaba agacharme a rozarla con un dedo para ver cómo cada una de sus hojas diminutas se cierra en pos del tallo para esconderse y protegerse. Si hubiera una taxonomía más específica sobre el temperamento de los seres humanos, es muy factible que yo perteneciera a la categoría de las dormideras. Supongo que quienes me han visitado o han tenido que vivir conmigo en la agonía de la depresión se maravillan de verme cerrar y casi desaparecer mientras duermo
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Nuestras vidas no nos pertenecen solo a nosotros, sino a quienes nos adoran y están dispuestos a acompañarnos desde la orilla para que crucemos el río cuantas veces sea necesario
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Se me quiebra la voz si digo tu nombre, un nombre tan común para un hombre tan valioso. Repito tu nombre y un viento fresco con aroma de azahar me toca la mejilla y me da esperanzas de algún día volver a ser una mujer y no una princesa encallada, derrotada. Nunca voy a poder agradecerte lo suficiente
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
No tener depresión implica una conexión lógica entre todos y cada uno de los actos que nos encaminan hacia el futuro. Cuando el sentido concatenado de estos actos se desdibuja, tenemos depresión
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Al contrario de quitarme ese abismo del pecho, las esencias florales y los menjurjes que me receta el doctor Rojas destapan una olla profunda de dolor, y me pongo peor de lo que estaba antes. El camino se empina, mis fuerzas empiezan a ser cada vez más pocas. Ya no salgo, ni quiero quedarme a dormir donde mi novio J. Ya no quiero bailar, ni tomar, ni fumar, ni comer. Solo quiero dormir largamente
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Mi vida la gobierna mi ego, la sostiene el amor de Bebé Rock y la realidad solo la soporto porque cuando todo se aclara en la mañana, espero a que llegue la noche para apurar unas cuantas copas que se convierten en mi única salida para volver otra vez a mi fantasía de que todo está bajo control
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Llevo días pensando ya de manera práctica cómo voy a hacer para quitarme la vida. En el que fue mi cuarto de chiquita encuentro una extensión de luz. Ya me he subido varias veces al mueble donde está la tele, con la extensión en la mano y he ensayado varias formas de amarrarlo en la viga que sobresale del techo de estilo chalé de la casa en la que viví los primeros 25 años de mi vida. Luego me he colgado de un brazo, del otro y de los dos juntos para comprobar que el cable aguanta mi peso
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Mi depresión tiene mucho de agorafobia y la primera vez que alguien me habló de ese síndrome yo ni siquiera pude entender sus dimensiones. Solo ahora entiendo lo que es sentir físico pánico de alejarse dos pasos de la puerta de la casa
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Siempre he sentido que mientras pueda echarme a andar estaré a salvo de esas ideas sombrías que me nublan el pensamiento, aunque un día me encuentren en el camino y entonces, como Walser y mamá K, no tenga más camino que el final
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Yo, que conocía todos los malabares en la cuerda floja, que bailaba, cantaba, coqueteaba y hasta sacaba buenas notas en el colegio, no soy la misma malabarista insensata porque la caída fue mucho más estrepitosa de lo que habría podido ser, si no hubiera intentado no caerme a toda costa. Por ahí dicen que dejarse caer a veces evita que el golpe sea más duro. Pues era yo, la que no se deja caer, la que no cree en la gravedad. Y para hacer equilibrio se necesita creer en la gravedad e incluso temerle. Ahí radica también una de las sensaciones más extrañas que se viven estando deprimido. El temor a la muerte desaparece y surge un temor a no tenerle temor a la muerte, que es como la nada contenida dentro de la nada. Quieres morirte pero no te atreves. No quieres vivir más. Luego te das cuenta de que en esa oración hacen falta tres letras que cambian todo el sentido de la vida y de la muerte. No quieres vivir más así
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Viene un poema, hay que correr a apuntarlo porque así como venga es lo que es. No va a mejorar ni a empeorar. Como llega es como ha de existir. Viene un poema y hay que dejarlo todo para prestarle atención a su cadencia y en silencio dejarlo caer sobre las letras y los puntos y las comas. Viene un poema que nos visita como un médico al paciente. Nos toma el pulso, nos pone su mano en la frente y se va.
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
La depresión esto, la depresión lo otro. No hay manera de conjurar la depresión excepto aceptándola. Está aquí, no la atenderemos como a una reina. Nada de quedarse entre la cama. Nos aferraremos a las rutinas más elementales para que siga su paso. También en lo chiquito se es valiente. Si creemos que es ella la que nos busca incesantemente, pues habremos de tener correa. Pulsos, no. La vida es mucho más fuerte que nosotros y ya lo sabemos. Decir desde el primer atisbo que es probable que estemos deprimidos puede ayudar a quitar ese velo tonto que les ponemos a las enfermedades mentales. El coraje también es llamar a las cosas por su nombre.
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
Me pregunto qué es la vida sino la repetición de las rutinas, y encontrar un patrón en ello que nos diga quiénes somos.
Margarita Posada Jaramillo (Las muertes chiquitas)
LI LORD No sé si tú, Platero, sabrás ver una fotografía. Yo se las he enseñado a algunos hombres del campo y no veían nada en ella. Pues éste es Lord, Platero, el perrillo foxterrier de que a veces te he hablado. Míralo. Está ¿lo ves? en un cojín de los del patio de mármol, tomando, entre las macetas de geranios, el sol de invierno. ¡Pobre Lord! Vino de Sevilla cuando yo estaba allí pintando. Era blanco, casi incoloro de tanta luz, pleno como un muslo de dama, redondo e impetuoso como el agua en la boca de la caño. Aquí y allá, mariposas posadas, unos toques negros. Sus ojos brillantes eran dos breves inmensidades de sentimientos de nobleza. Tenían vena de loco. A veces, sin razón, se ponía a dar vueltas vertiginosas entre las azucenas del patio de mármol, que en mayo lo adornan todo, hojas, azules, amarillas de los cristales traspasados del sol de la montera, como los palomos que pinta don Camilo... Otras se subía a los tejados y promovía un alboroto piador en los nidos de los aviones... La Macaria lo enjabonaba cada mañana y estaba tan radiante siempre como las almenas de la azotea sobre el cielo azul, Platero. Cuando se murió mi padre, pasó toda la noche velándolo junto a la caja. Una vez que mi madre se puso mala, se echó a los pies de su cama y allí se pasó un mes sin comer ni beber... Vinieron a decir un día mi casa que un perro rabioso lo había mordido... Hubo que llevarlo a la bodega del Castillo y atarlo allí al naranjo, fuera de la gente. La mirada que dejó atrás por la callejilla cuando se lo llevaban sigue agujereando mi corazón como entonces, Platero, igual que la luz de una estrella muerta, viva siempre, sobre pasando su nada con la exaltada intensidad de su doloroso sentimiento... Cada vez que un sufrimiento material me punza el corazón, surge ante mí, larga como la vereda de la vida a la eternidad, digo, del arroyo al pino de la Corona, la mirada que Lord dejó en él para siempre cual una huella macerada.
Juan Ramón Jiménez (Platero y yo: Elegía Andaluza (Spanish Edition))
Una vez estuvo el castillo terminado, levantó un poderoso ejército, construyó iglesias y catedrales, creó algunos obispos y sacerdotes, ordenó campesinos, alzó pueblos, se rascó una rodilla, levantó universidades, construyó un tenderete de golosinas, una flota de barcos, puertos comerciales y militares, puertas marciales y milibares, sidrerías, posadas, posaderas, carnicerías, escuelas, tiendas de sacacorchos, herbolarios, tiendas de corchos, hospitales, hostales, hospiles, talicuales, floristerías, cementerios, caminos, puentes, y un largo etcétera.
Pepe Ribault (El Orinal de las Tinieblas y la madre que parió al alcalde)