La Distancia Entre Nosotros Quotes

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Nunca existe la distancia, no hay espacio entre nosotros.
Anna Todd (After We Fell (After, #3))
Extraño a mi familia, pero mi casa es Mag Tuiredh, o donde sea que desees gobernar. Nunca jamás, el Reino de hierro, incluso el mundo de los mortales, no me importa. Meghan... —Se movió más cerca, cerrando la distancia entre nosotros y una mano se elevó a acariciar mi mejilla—. Mi casa... está contigo.
Julie Kagawa (Iron's Prophecy (The Iron Fey, #4.5))
Cada acontecimiento nuevo —todo lo que hiciera en adelante— no haría más que separarnos; serían días de los que ella ya no formaría parte, por lo que la distancia entre nosotros sería cada vez mayor. Cada día de mi vida ella no haría sino alejarse aún más.
Donna Tartt (The Goldfinch)
Damos por sentada la luz del día. En cambio, la luz de la luna es otra cuestión. Es inconstante. La luna llena mengua y reaparece. Las nubes pueden oscurecerla hasta un punto que no pueden oscurecer la luz del día. El agua es necesaria para nosotros, pero una cascada no lo es. Y siempre que encontramos una cascada, no es sino algo superfluo, un bello ornamento. Necesitamos la luz del día, pero no la luz de la luna. Cuando llega, no cubre ninguna necesidad. Transforma. Cae sobre los márgenes y la hierba, separando una larga brizna de otra; convirtiendo un montón de hojas marrones y mates en innumerables y álgidos fragmentos; o iluminando las ramas húmedas como si la propia luz fuera dúctil. Sus largos rayos se derraman, blancos y afilados, entre los troncos de los árboles, y palidecen y retroceden al penetrar en la brumosa distancia de los bosques de hayas.
Richard Adams (Watership Down (Watership Down, #1))
Hemos llegado, desde una gran distancia el uno al otro. Siempre lo hemos hecho. A través de grandes distancias, a través de años, a través de abismos de casualidad. Porque él viene de tan lejos, nada puede separarnos. Nada, ni la distancia, ni los años, puede ser más grande que la distancia que siempre estuvo entre nosotros, la distancia de nuestro sexo, la diferencia de nuestro ser, la de nuestras mentes; esa brecha, ese abismo que salvamos con una mirada, un roce, una palabra, la cosa más simple del mundo. Mira lo lejos que está, dormido. Mira lo lejos que está, lo lejos que está siempre. Pero vuelve, vuelve, vuelve...
Ursula K. Le Guin (The Dispossessed: An Ambiguous Utopia)
Entre tantas cosas extrañas, el sol periódico, las estrellas puntuales y numerosas, los árboles que repiten, obstinados, el mismo esplendor verde cuando vuelve, misteriosa, su estación, el río que crece y se retira, la arena amarilla y el aire de verano que cabrillean, el cuerpo que nace, cambia, y muere, palpitante, la distancia y los días, enigmas que cada uno cree, en sus años de inocencia, familiares, entre todas esas presencias que parecen ignorar la nuestra, no es difícil que algún día, ante la evidencia de lo inexplicable, se instale en nosotros el sentimiento, no muy agradable por cierto, de atravesar una fantasmagoría, un sentimiento semejante al que me asaltaba, a veces, en el escenario del teatro cuando, entre telones pintados, ante una muchedumbre de sombras adormecidas, veía a mis compañeros y a mí mismo repetir gestos y palabras de las que estaba ausente lo verdadero. Pero esa impresión, que todos tenemos alguna vez, es, aunque intensa, pasajera, y no nos penetra hasta confundirse con nuestras vidas. Un día, cuando menos nos lo esperábamos, nos asalta, súbita; durante unos minutos, las cosas conocidas se muestran independientes de nosotros, inertes y remotas a pesar de su proximidad.
Juan José Saer (The Witness)
—Que no voy a dejarte ir, que no pienso olvidarme de ti o castigarte con una fingida indiferencia —confiesa con tanta vehemencia y rabia que es como si las palabras le desgarraran la garganta al salir—. Que si te vas, te perseguiré. Da igual la distancia que te atrevas a interponer entre nosotros o las barreras que creas que puedes levan- tar para escapar de mí. Si alguna vez he sentido algo por alguien, si alguna vez una persona ha conseguido escarbar en mi corazón maldito, esa has sido tú, Siah. Nadie más que tú.
Victoria Vilchez (Fuego y espinas)
Porque pensé que eso sería todo, que le ocurriría lo mismo que a mi, que entre todo ese mar de desconocidos siempre terminaría eligiéndome a mi, incluso aunque no le hubiese dado la opción, que volveríamos a vernos tarde o temprano que de algún modo entonces estaríamos en igualdad de condiciones, el problema era que había una distancia infinita entre imaginármela en una cama entre otros brazos y saber que sentía algo por otra persona, una conexión, una relación algo como lo que tuvimos nosotros, lo primero escocia, lo segundo dolía tanto.
Alice Kellen (Todo lo que somos juntos (Deja que ocurra, #2))
No hay nada en la vida confortable de la clase media urbana que se acerque a la excitación salvaje y al gozo absoluto que experimentaba una banda de cazadores- recolectores durante una caza exitosa de mamuts. Con cada nuevo invento ponemos otro kilómetro más de distancia entre nosotros y el jardín del Edén.
Yuval Noah Harari (Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad)
El reto para quien escribe es llenar la distancia entre lo que vives y lo que cuentas, sentir físicamente el impacto de la narración... A menudo, empezamos a escribir demasiado pronto y las páginas aún están frías. Solo cuando la historia se acopla a nosotros como un guante, ha llegado el momento de contarla.
Elena Ferrante
Díjele que entre nosotros existía una sociedad de hombres educados desde su juventud en el arte de probar con palabras multiplicadas al efecto que lo blanco es negro y lo negro es blanco, según para lo que se les paga. El resto de las gentes son esclavas de esta sociedad. Por ejemplo: si mi vecino quiere mi vaca, asalaria un abogado que pruebe que debe quitarme la vaca. Entonces yo tengo que asalariar otro para que defienda mi derecho, pues va contra todas las reglas de la ley que se permita a nadie hablar por si mismo. Ahora bien; en este caso, yo, que soy el propietario legítimo, tengo dos desventajas. La primera es que, como mi abogado se ha ejercitado casi desde su cuna en defender la falsedad, cuando quiere abogar por la justicia -oficio que no le es natural- lo hace siempre con gran torpeza, si no con mala fe. La segunda desventaja es que mi abogado debe proceder con gran precaución, pues de otro modo le reprenderán los jueces y le aborrecerán sus colegas, como a quien degrada el ejercicio de la ley. No tengo, pues, sino dos medios para defender mi vaca. El primero es ganarme al abogado de mi adversario con un estipendio doble, que le haga traicionar a su cliente insinuando que la justicia está de su parte. El segundo procedimiento es que mi abogado dé a mi causa tanta apariencia de injusticia como le sea posible, reconociendo que la vaca pertenece a mi adversario; y esto, si se hace diestramente, conquistará sin duda, el favor del tribunal. Ahora debe saber su señoría que estos jueces son las personas designadas para decidir en todos los litigios sobre propiedad, así como para entender en todas las acusaciones contra criminales, y que se los saca de entre los abogados más hábiles cuando se han hecho viejos o perezosos; y como durante toda su vida se han inclinado en contra de la verdad y de la equidad, es para ellos tan necesario favorecer el fraude, el perjurio y la vejación, que yo he sabido de varios que prefirieron rechazar un pingüe soborno de la parte a que asistía la justicia a injuriar a la Facultad haciendo cosa impropia de la naturaleza de su oficio. Es máxima entre estos abogados que cualquier cosa que se haya hecho ya antes puede volver a hacerse legalmente, y, por lo tanto, tienen cuidado especial en guardar memoria de todas las determinaciones anteriormente tomadas contra la justicia común y contra la razón corriente de la Humanidad. Las exhiben, bajo el nombre de precedentes, como autoridades para justificar las opiniones más inicuas, y los jueces no dejan nunca de fallar de conformidad con ellas. Cuando defienden una causa evitan diligentemente todo lo que sea entrar en los fundamentos de ella; pero se detienen, alborotadores, violentos y fatigosos, sobre todas las circunstancias que no hacen al caso. En el antes mencionado, por ejemplo, no procurarán nunca averiguar qué derechos o títulos tiene mi adversario sobre mi vaca; pero discutirán si dicha vaca es colorada o negra, si tiene los cuernos largos o cortos, si el campo donde la llevo a pastar es redondo o cuadrado, si se la ordeña dentro o fuera de casa, a qué enfermedades está sujeta y otros puntos análogos. Después de lo cual consultarán precedentes, aplazarán la causa una vez y otra, y a los diez, o los veinte, o los treinta años, se llegará a la conclusión. Asimismo debe consignarse que esta sociedad tiene una jerigonza y jerga particular para su uso, que ninguno de los demás mortales puede entender, y en la cual están escritas todas las leyes, que los abogados se cuidan muy especialmente de multiplicar. Con lo que han conseguido confundir totalmente la esencia misma de la verdad y la mentira, la razón y la sinrazón, de tal modo que se tardará treinta años en decidir si el campo que me han dejado mis antecesores de seis generaciones me pertenece a mí o pertenece a un extraño que está a trescientas millas de distancia.
Jonathan Swift (Los viajes de Gulliver)
Cada día progresa el delirio con mayor profusión, se desborda. Un día le digo al niño: ¿Y si formamos una gran familia con mi marido y mi mujer, contigo también? Río con mi travesura. Me emociona vivir con un arado en una mano y una antorcha en la otra. Hago experimentos imaginarios con combinaciones peligrosas. Construyo una pequeña bomba. Le propongo jugar, entrar al poliamor, pero lo hago incumpliendo todas sus reglas. Y estos días a su lado se convierten en una sucesión de breves reflexiones sobre todo lo que no seremos, nuestra diferencia de edad, los límites de la distancia geográfica, lo sexy de la imposibilidad. Él es un recién llegado, mientras yo juego a qué sucedería si dejara por él todo lo que me ha costado años poner en pie. Como estar casado y pedirle matrimonio a alguien, que fue exactamente lo que hizo mi padre. Sé que no lo haré nunca. Que solo estoy esperando que sea real para él para quitarme la máscara y enseñarle la cámara escondida. Y aun así, sin convicción, tejo el vínculo defectuoso entre nosotros, tiro de la lana del ovillo, de la seda pegajosa, el mismo puente que suelo construir “entre mi subjetividad y el resto del mundo, para hacerlo lidiar también a él con mis inseguridades. Pobre, lo hago responsable de mí. Me paso horas mostrando incredulidad ante sus sentimientos imberbes, que no son exagerados y dolientes como los míos, y por eso me saben a poco. No cae en mi trampa. Peleamos mucho y eso me hace sentir más cerca, más comprometida. Jugamos a la fidelidad dentro de la infidelidad, como mi papá con su amante: «Si al volver lo haces con otro que no sea Jaime te jodes». Otra vez descubro cómo me enganchan del amor sus formas reconocibles, tóxicas. Juego a que es verdad, pero en realidad hay en este ejercicio más verdad sobre mí que juego. Una constatación aún más terrible. Y como en toda relación inesperada, hay un gran componente de narcisismo.
Gabriela Wiener (Huaco retrato)
El cuerpo no es más que un elemento en el sistema del sujeto y de su mundo, y la tarea le arranca los movimientos necesarios por una especie de atracción a distancia, como las fuerzas fenomenales en acción en mi campo visual me arrancan, sin cálculo, las reacciones motrices que establecerán entre sí el mejor equilibrio, o como las usanzas de nuestro medio, la constelación de nuestros auditores nos arrancan inmediatamente las palabras, las actitudes, el tono que resultan convenientes; no porque busquemos cómo camuflar nuestros pensamientos o cómo agradar, sino porque somos literalmente lo que los demás piensan de nosotros y lo que nuestro mundo es.
Maurice Merleau-Ponty
La monogamia, o vínculo de pareja, es más típica de las aves que de los mamíferos. De hecho, muy pocos primates son monógamos, y que nosotros realmente lo seamos es discutible. No obstante, las emociones correspondientes podrían ser similares entre las especies, pues la oxitocina está implicada en todos los casos. Este antiguo neuropéptido es liberado por la glándula pituitaria durante el sexo, la lactancia y el parto (se administra de forma rutinaria en las salas de maternidad para inducirlo), pero también sirve para promover la vinculación entre adultos. La gente que acaba de enamorarse tiene más oxitocina en la sangre que los que están sin pareja, y su concentración se mantiene elevada si la relación continúa. Pero la oxitocina también blinda el vínculo de pareja contra las aventuras sexuales con terceros. Cuando se administra esta hormona por vía nasal a hombres casados, se sienten incómodos en la cercanía de mujeres atractivas y prefieren mantener la distancia.
Frans de Waal (El último abrazo: Las emociones de los animales y lo que nos cuentan de nosotros)
¿Y si pudiéramos identificar a un grupo de seres humanos a los que viéramos como más animales que nosotros, más sudorosos, más malolientes, más sexuales, más impregnados del hedor de la mortalidad? Si identificáramos a un grupo de humanos y los subordinados de ese modo, tal vez nos sentiríamos más seguros. Ellos son los animales, no nosotros. Ellos son sucios y hediondos; nosotros somos puros y limpios. Y ellos están por debajo de nosotros; nosotros somos sus dominadores. Esta forma confundida de pensar está muy generalizada en las sociedades humanas como un modo de crear una distancia entre nosotros y nuestra problemática animalidad.
Martha C. Nussbaum (The Monarchy of Fear: A Philosopher Looks at Our Political Crisis)
La realidad es todo lo que importa. La distancia entre el punto en el cual estamos y el punto al que queremos llegar, que es la meta, no desaparece sola. Somos nosotros los que tenemos que recorrerla. Y tenemos que lidiar con distancias que algunas veces son difíciles de enfrentar, pero que resultan motivadoras.
Henry Cloud (Limites para lideres: Resultados, relaciones y estar ridículamente a cargo (Spanish Edition))
Entonces, mira, a veces una muchacha parte en bicicleta, la ves de espaldas alejándose por un camino (¿la Gran Vía, King´s Road, la Avenue de Wagran, un sendero entre álamos, un paso entre colinas?), hermosa y joven la ves de espaldas yéndose, más pequeña ya, resbalando en la tercera dimensión y yéndose, y te preguntas si llegará, si salió para llegar, si salió porque quería llegar, y tienes miedo como siempre has tenido miedo por ti mismo, la ves irse tan frágil y blanca en una bicicleta de humo, te gustaría estar con ella, alcanzarla en algún recodo y apoyar una mano en el /manubrio y decir que también tú has salido, que también tú quieres llegar al sur, y sentirte por fin acompañado porque la estás acompañando, larga será la etapa pero allí en lo alto el aire es limpio y no hay papeles y latas en el suelo, hacia el fondo del valle se dibujará por la mañana el ojo celeste de un lago. Sí, también eso lo sueñas despierto en tu oficina o en la cárcel, mientras te aplauden en un escenario o una cátedra, bruscamente ves el rumbo posible, ves la chica yéndose en su bicicleta o el marinero con su bolsa al hombro, entonces es cierto, entonces hay gente que se va, que parte para llegar, y es como un azote de palomas que te pasa por la cara, por qué no tú, hay tantas bicicletas, tantas bolsas de viaje, las puertas de la ciudad están abiertas todavía, y escondes la cabeza en la almohada, acaso lloras. Porque, son cosas que se saben, la ruta del sur lleva a la muerte, allá, como la vio un poeta, vestida de almirante espera o vestida de sátrapa o de bruja, la muerte coronel o general espera sin apuro, gentil, porque nadie se apura en los aeródromos, no hay cadalsos ni piras, nadie redobla los tambores para anunciar la pena, nadie venda los ojos de los reos ni hay sacerdotes que le den a besar el crucifijo a la mujer atada a la estaca, eso no es ni siquiera Ruán y no es Sing-Sing, no es la Santé, allá la muerte espera disfrazada de nadie, allá nadie es culpable de la muerte, y la violencia es una vacua acusación de subversivos contra la disciplina y la tranquilidad del reino, allá es tierra de paz, de conferencias internacionales, copas de fútbol, ni siquiera los niños revelarán que el rey marcha desnudo en los desfiles, los diarios hablarán de la muerte cuando la sepan lejos, cuando se pueda hablar de quienes mueren a diez mil kilómetros, entonces sí hablarán, los télex y las fotos hablarán sin mordaza, mostrarán cómo el mundo es una morgue /maloliente mientras el trigo y el ganado, mientras la paz del sur, mientras la civilización cristiana. Cosas que acaso sabe la muchacha perdiéndose a lo lejos, ya inasible silueta en el crepúsculo, y quisieras estar y preguntarle, estar con ella, estar seguro de que sabe, pero cómo alcanzarla cuando el horizonte es una sola línea roja ante la noche, cuando en cada encrucijada hay múltiples opciones engañosas y ni siquiera una esfinge para hacerte las preguntas rituales. ¿Habrá llegado al sur? ¿La alcanzarás un día? Nosotros, ¿llegaremos? (Se puede partir de cualquier cosa, una caja de fósforos, una lista de desaparecidos, un viento en el tejado - ) ¿Llegaremos un día? Ella partió en su bicicleta, la viste a la distancia, no volvió la cabeza, no se apartó del rumbo. Acaso entró en el sur, lo vio sucio y golpeado en cuarteles y calles pero sur, esperanza de sur, sur esperanza. ¿Estará sola ahora, estará hablando con gente como ella, mirarán a lo lejos por si otras bicicletas apuntaran filosas? ( - un grito allá abajo en la calle, esa foto del Newsweek - ) ¿Llegaremos un día?
Julio Cortázar
Verlo así, mientras crecía la distancia entre nosotros, me dolió más de lo razonable. El deseo de estar con él, el impulso de saltar al vacío. Eso tiene un nombre en español, la palabra «corazonada», un presentimiento, un despertar del corazón. Una presión. Un puño ciñéndolo.
Patricia Engel (It's Not Love, It's Just Paris)
Volver. ¿Cómo se hace para volver? Se van cerrando puertas alrededor de las personas: un silencio cierra una, un gesto cierra otra; una palabra la última. El pretexto no sirve cuando quedan tensiones pendientes entre dos seres. Ni sirve la excusa, ni sirve la palabra, ni sirve el silencio. ¿Cómo volver? Todo hace defensa alrededor de ambos. Cada uno construye su propia defensa, y la construye con aquellas cosas en las que no cree. ¡Qué difícil es volver! ¡Qué difícil es vernos a nosotros mismos cuando nos oscurece la emoción! ¡Pero qué difícil! Se busca con cierta saña deliberada los hechos que pueden constituir mayor obstáculo, o aumentar la distancia. Se olvidan todos aquellos que podrían restablecer la unión. No se recuerda la mirada que contradijo la palabra, esa mirada que tenía pendiente una esperanza, y vibra intensa y pesada la palabra de rechazo. ¡Qué difícil, pero qué difícil es volver! Hubo algo íntimo que no encontró expresión, algo en abierta contradicción con la palabra, que tuvo, tal vez, miedo de ser expresada. Pero ese algo se refunde obstinadamente en el olvido, y cuando quiere asomar su tímida cabeza, se le da un golpe para que regrese al pasado, para que no entre al presente, para que no anude el porvenir.
Yolanda Oreamuno Unger
Nada retrata tanto la desesperanza como decir: así transcurrieron días, meses, años. Indefensos, delegamos en la sucesión fatal del tiempo, que es idéntica para todos, el avance de una corrupción que allana toda resistencia y sólo nos afecta a nosotros, recortándose contra el fondo del tiempo como una silueta a contraluz sobre una pantalla quieta. ¿Era el transcurso de los días lo que yo padecía, o más bien el privilegio de ser contemporáneo de mi propia degradación, el testigo de la evidencias que con el correr de las horas iban apartándome de lo humano? Que fueran sólo días no me consolaba; la crueldad vuelve irrisoria cualquier medida de tiempo. Así, pues, transcurrieron días, y a cada minuto sentía adelgazarse la diferencia que había entre mi cuerpo y su herida. El espacio, la ciudad, las distancias se desfiguraban a mi alrededor, se contraían en nudos álgidos y terminaban volatilizándose en el aire como si nunca hubieran sido otra cosa que ilusiones. Es probable que eso sea el Infierno: ese aire que sobrevive, intacto, a la desaparición de todas las cosas, y que envuelve como una esfera diáfana el espectáculo del derrumbe personal. Cada día que pasaba mi sufrimiento dividía el mundo por alguno de sus componentes. Un día eran las calles, otro el cielo, después eran los rostros, la luz, el idioma, y así seguido. El transcurso del tiempo no era más que esa obstinada voluntad de dividir; el resultado, como es previsible, iba decreciendo progresivamente. ¿Llegaría alguna vez a cero? Esa esperanza fue la última en abandonarme. El mundo, en efecto, es infinitamente divisible; tiende a cero, pero la cifra ínfima a la que esas divisiones lo acercan refleja menos un decrecimiento que una depuración, como si del otro lado de tanta resta no acechara el vacío sino la falta absoluta de estilo: el infierno desnudo.
Alan Pauls