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No voy a darle nombres, pero una vez vi a un ciclista fumando un cigarrillo maloliente justo antes de una etapa. Y cuando digo maloliente me quedo corto... era realmente repugnante, un hedor que se metía dentro y te llegaba a marear entre nauseas. Pues bien, terminado el parcial pregunté al mismo tipo, que había llegado cómodamente en el pelotón delantero, que qué era aquello. Bajó la voz, te lo cuento si no se lo dices a nadie. Yo se lo prometí por lo más sagrado, y le juro que es la primera vez que cuento esta historia. Entonces él susurró. Es boñiga de vaca, dijo. Pero no de cualquier vaca, no, sino de las que tengo paciendo en mi casa, allá por los Pirineos. La recojo en otoño, justo al bajarlas de los puertos más altos, es entonces cuando dan la leche más espesa, así que, en buena lógica, la mierda también debe de ser la mejor. Luego la dejo secando dos semanas al sol, la desmenuzo y me la guardo para las carreras. Porque da vitalidad, mucha, ya me ha visto usted hoy, soy invencible, con la fuerza de un toro. Al final casi gritaba, con los ojos saltones, saliendo de las órbitas. Me lo contó el curandero de un pueblo que hay muy cerca del mío, él sí que sabe cómo preparar a los ases, jajaja. Y no le enseño las setas porque se me acabaron en los Alpes... Quiero decir que por supuesto que se usaría a veces cocaína para los ojos... al fin y al cabo algunos hasta fumaban bosta de vaca.
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