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Es un país de aventuras vegetales el mío; lo más importante que pasa le pasa a la semilla, sucede sordo y a ciegas, sucede en ese barro primordial del que vendríamos y al que vamos seguro: se hincha de humedad la semilla en la negrura, esquiva cuises y vizcachas, se rompe en tallo, en hoja verde, atraviesa la entraña, emerge todavía munida de sus dos cotiledones hasta que logra extraer la fuerza suficiente del sol y del agua como para dejarlos caer y ahí aparece la vaca y se la come a la hierbita esa que le nació al suelo y se reproduce, la vaca, y se multiplica lenta y segura en generaciones de animales que van a parar, casi todos, al degüello y cae la sangre al suelo de las semillas y los huesos le construyen un esqueleto de delicias para caranchos y lombrices y la carne viaja en los barcos frigoríficos hasta Inglaterra, otra vena, una cruenta y helada, de esa trama que va de todas partes al centro, al corazón voraz del imperio. Lo nuestro es lo de la matriz. Procesos sordos, ciegos, ya lo dije, primordiales, invisibles, ligados al magma de todos los principios y todos los fines. Lo de Inglaterra es otra cosa. Es la isla del hierro y del vapor, la de la inteligencia, la que se construye sobre el trabajo de los hombres y no sobre el de la tierra y la carne.
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