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Se dice que las mariposas pertenecen al reino de las hadas. Y he aquí a lo que se refería nuestra protagonista con eso de «haber conseguido las alas en el terreno de la pareja»: las alas son para volar, y el vuelo es sinónimo de libertad, de esa que se refiere a darse permiso para ser libre porque sólo uno mismo se libera de todo aquello que quiere liberarse. Podemos escoger desprendernos de las cadenas del miedo a volar, a ser felices, a encontrar la felicidad y no saber qué hacer con ella, a amar perdiendo el sentido. Nuestros pensamientos, ideas y creencias son cadenas que nos atan y subyugan. No obstante, sólo nosotros podemos tomar la decisión de ser libres. Muchas personas piensan que no es correcto ni apropiado mostrar quien uno es. Para otros, en cambio, no se trata de ser o no ser correcto, sino de atreverse. Tal vez se trata de un tema de seguridad, a saber: no se sienten suficientemente seguros como para osar «salir de detrás de la cortina» (ahora se le llama «salir del armario», si bien este término se acostumbra a aplicar a la gente de orientación homosexual), dejándose ver en toda su extensión. Transmutar miedos e ideas conlleva un proceso que no suele completarse en un día, dado que se entreteje a lo largo de muchas lunas. Cuanto más mostramos quiénes somos, cuanto más presentes estamos a todos los niveles (en nuestros comportamientos, conductas, ideas, valores, identidad, espiritualidad y alma), dondequiera que estemos, más fácil será herirnos. Sencillamente porque estamos «más expuestos». No obstante es una paradoja. ¿Paradoja? Cierto, ser uno mismo también supone ser más poderoso, pero el poder al que me refiero no es el típico al que suele aspirar la inmensa mayoría de los mortales, el que proporciona el dinero, la posición social, la fama... No. El poder al que yo me refiero es el que emana del alma, el que nos hace invencibles e inasequibles a las manipulaciones de los demás, el que nos posibilita para enfrentarnos a las masas y, como M. Luther King, decirles: «Tengo un sueño». Por consiguiente, sólo unos pocos, con un fuerte y valeroso guerrero en su corazón, se atreven a salir del capullo, superando la fase crisálida, y abren sus alas al sol mostrando que son hijos e hijas de la valentía. Los seres con alas no necesitan desesperadamente de nadie que les alabe o ame; tanto si lo tienen como si no, ellos y ellas seguirán siendo ellos. Asimismo, continuarán ejercitando su genialidad. Nuestra protagonista se hizo con su par de alas, esto es, pasó de la fase de oruga a mariposa a fuerza de no esconder quien era. Se comprometió a no traicionar su luz. Y, sobre todo, optó y apostó siempre por ella misma.
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