“
Las manos de Dayan recorrieron su cuerpo, deteniéndose en las caderas. Le ardía la piel con su contacto, hormigueándole por allí donde sus dedos pasaron. Bebió de su apasionada boca, deseando que aquel momento no terminara jamás. Fundirse, hacerse una con él, buscar un rinconcito en su corazón y construirse allí un hogar, un lugar cálido y acogedor en el que sentirse siempre a salvo.
(...)
Horas después, el amanecer sorprendió a Dayan despierto. Tumbado de lado sobre la cama, reposaba la cabeza sobre una mano y los ojos fijos en el apacible rostro de Erinni, que aún dormía.
Trazó una suave caricia en su mentón con las yemas de los dedos, desde el nacimiento debajo de la oreja hasta la barbilla. No podía dejarla escapar. Ahora se daba cuenta que su vida había estado sumida en la oscuridad hasta que la conoció, y que su aparición la había llenado de luz, haciendo que lo viera todo de forma muy diferente. No sabía qué iba a hacer si ella se empeñaba en apartarse de él cuando pasara el peligro.
Tenía que enamorarla pero, ¿cómo? Llegaría un momento en que el sexo que compartían no sería suficiente para mantenerla a su lado. Erinni era del tipo de mujer que necesitaba mucho más de un hombre, algo que él se esforzaría en darle aunque no sabía si sería capaz.
Su relación con las mujeres se había limitado durante toda su vida a la cama… bueno, al sexo, algo que no implica una cama necesariamente, como ya le había demostrado en varias ocasiones. No sabía relacionarse con ellas de otra manera. Escuchar su interminable parloteo, hacer gala de una sensibilidad que no
poseía, fingir preocupación por cosas que le importaban una mierda para hacerlas felices.. todo eso no iba con él.
La sorpresa llegó cuando se dio cuenta que con Erinni no tenía que esforzarse, porque todo lo que a ella la preocupaba, a él lo afectaba; lo hacía sentir unos remordimientos que habían apagado en su niñez a base de castigos y palizas durante su entrenamiento en el templo, y escucharla hablar, incluso de tonterías que no tenían importancia, lo fascinaba.
Quizá era el sonido de su voz, que lo acariciaba como una pluma; o la energía que desprendía cuando hablaba de las injusticias y de cómo corregirlas; o la mirada tan pícara que brillaba en sus ojos cuando le contaba la multitud de travesuras que había hecho de niña.
Lo cautivaba su voz, incluso cuando le gritaba enfadada.
Se miró las manos, abatido. ¿Qué probabilidades tenía que una mujer como Erinni se enamorara de él? Prácticamente ninguna. Era un guerrero. Con sus manos dañaba, mataba, causaba dolor y muerte. Erinni sanaba con las suyas, se desvivía por eliminar el dolor, tanto de los cuerpos como de las mentes de sus pacientes. No había dos personas más distintas que ellos. Y sin embargo, la amaba con toda su alma, tanto, que era capaz de cualquier cosa por ella...
(Dayan y Erinni)
”
”