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Haití se ha independizado de Francia; la Nueva Granada ha quedado libre en la batalla de Boyacá dirigida por Bolívar, y Venezuela en la de Carabobo, asimismo comandada por el Libertador. Sucre ha conquistado la liberación del Ecuador en Pichincha. Al sur de América, las provincias del Río de la Plata y Chile, han sido también convertidas en Repúblicas autónomas. La propia España, por su parte, ha expulsado, con la ayuda de los ingleses, a las tropas napoleónicas y ha redactado una Constitución Liberal –Cortes de Cádiz, 1812–, en que han intervenido delegados americanos; pero esta novedad se presenta demasiado tarde y no logra detener la lucha por la independencia del Nuevo Mundo hispano. Por esos años, hay aspectos estrictamente negativos: algunos grandes han sido sacrificados: Francisco de Miranda muere en Cádiz, prisionero de los españoles (era mayor que Robinson con veinte años); en México han perecido, ajusticiados por la monarquía hispana, los clérigos libertadores Miguel Hidalgo y José María Morelos. Cuba no ha encontrado vía para su liberación. Robinson es testigo de la expansión del pensamiento político liberal en Europa. Pero, cerrado el ciclo napoleónico en Waterloo (1815), esa doctrina empieza a tambalear. Metternich encarna la reacción. Empiezan las rebeliones en Nápoles, Rusia, Francia, Portugal, Alemania, Grecia. Se hace, así, un contraste, se plasma la dicotomía: mientras en el Viejo Mundo aparece y se ensancha la crisis, con mengua del liberalismo, en América hispana este credo avanza y se fortalece, en tanto que se multiplican los éxitos bélicos contra España.
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