“
Cuando los adultos dicen: “Los adolescentes piensan que son invencibles”, con esa sonrisa mañosa y estúpida en sus rostros, no saben cuán en lo correcto están. Necesitamos no perder nunca la esperanza, porque nunca nos podemos romper de manera irreparable. Pensamos que somos invencibles porque los somos. No podemos nacer y no podemos morir. Como toda la energía, sólo podemos cambiar formas, tamaños y manifestaciones. Ellos olvidan eso al envejecer. Temen perder y fracasar. Pero esa parte nuestra, más grande que la suma de nuestras partes, no puede nacer y no puede morir, así que no puede fracasar.
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John Green (Looking for Alaska)
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Y si, estás lejos. No es que no te tenga porque nada es realmente mío. Yo soy de apreciar las cosas, de encontrarle sentido o dárselo si no lo tienen. Ahora que estás lejos, sólo me queda contemplarte. Verte ser feliz con quién quieras, con lo que quieras. Agradecer que alguna vez esa sonrisa fue para mí, que esas manos han tocado las mías y que esos labios una vez hicieron el amor conmigo. Así sea en palabras. Y si, estás lejos, ¿qué importa si lo estás? De esa manera, rodeas también mi vida, a una órbita mayor por supuesto, ¿pero qué importa? Pues de esa manera te conviertes en mi paisaje. Y es así como llego amar a tu ausencia.
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J. Porcupine (La vuelta al mundo para abrazarte por la espalda)
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En ese estado febril, en el que otro, quizás, habría escrito versos, miraba atentamente los ojos de las mujeres con las que me cruzaba, esperando como respuesta esa misma mirada amplia y terrible. Nunca me acercaba a las mujeres que me contestaban con una sonrisa, pues sabía que a una mirada como la mía sólo podía contestar con una sonrisa una prostituta o una virgen.
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M. Agueev
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Me dedicó una cálida sonrisa, y esa sonrisa, podría haber derretido el mundo entero, porque si el mundo entero la hubiera visto,
ella habría tenido la fuerza suficiente para acabar con todas las guerras y toda la enemistad del planeta, o al menos habría dado lugar a una larga tregua.
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Jostein Gaarder
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No solo somos lo que hacemos, sino también lo que no hacemos. Somos lo que decimos, casi tanto como lo que callamos. Somos las preguntas que no nos atrevemos a pronunciar, en la misma medida que las respuestas que nunca llegarán y permanecerán eternamente flotando entre remolinos de miedo e incertidumbre. Somos la sutilidad de una mirada, la intimidad de una caricia suave, la curva de una sonrisa bonita. Somos momentos bonitos, instantes agridulces, noches tristes. Somos detalles. Somos reales.
Pero, por encima de todo lo demás, somos las decisiones que tomamos. En toda su dimensión. Por cada elección, damos un paso al frente y abandonamos algo en el camino. O damos un paso atrás y abandonamos algo que estaba por llegar. Avanzamos entre alternativas, seleccionando unas, rechazando otras, marcando nuestro destino. Siempre habrá algo que pierdas incluso cuando ganes, pero eso no es lo importante. Lo realmente valioso es ser capaz de tomar esa decisión, hacerlo siendo libre; apostar por un sueño, por uno mismo o por otra persona, sin dudas ni temor, solo con ganas, con pasión.
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Alice Kellen (Nosotros en la Luna)
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Ese chico roto en la playa parecía como hace una vida. Los años habían pasado, colegio y la NFL, matrimonio y un bebé, pero de vez en cuando, cuando Jude miraba hacia mí y me daba esa lenta mirada, con esa sonrisa conocida en él, yo era esa chica en bikini negro de nuevo, anhelando por un chico que nunca pensé que podría ser mío.
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Nicole Williams (Crush (Crash, #3))
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En solo un día, había llegado a amar esa sonrisa. Y ahora la quiero eliminar.
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Gayle Forman (Just One Day (Just One Day, #1))
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Fue esa sonrisa la que me cautivó y me llenó de alegría a pesar de que no iba dirigida a mí. Yo estaba ahí afuera, tras el cristal, como un mirón y sin atreverme a respirar… ¡tan perfecto me pareció ese momento!
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Nicolas Barreau (La sonrisa de las mujeres)
“
-¿Eres doctor? -preguntó.
Levantó la mirada y le volvió a dirigir esa sonrisa encantadora.
-Soy un joker, milady, lo cual es aún mejor.
-¿Cómo puede ser eso mejor que un doctor?
-¿Acaso no has escuchado que la risa es la mejor medicina?
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Marissa Meyer (Heartless)
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He pintado varios cuadros imaginándome como será esa sonrisa que me desarme. He juntado tantos sueños que no se en cual creer, hasta le pedí al viento que te hable de mí.
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Dulce María
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— No puedes tener suficiente de mí, ¿verdad? —Preguntó Wesley, se extendió sobre la espalda de nuevo con una sonrisa—. Eso suena muy bien para mí, pero si soy tan fantástico, deberías correr la voz con tus amigas. Dices que las adoras, por lo que deberías permitirles experimentar el mismo placer alucinante... tal vez al mismo tiempo.
Es lo correcto.
Le fruncí el ceño—. Cuando pienso que tal vez tienes alma, dices mierdas como esa.
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Kody Keplinger (The DUFF: Designated Ugly Fat Friend (Hamilton High, #1))
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Su mirada es segura y decidida, lleva las ideas envueltas en un mar de cabello negro, y como su nombre indica, es la responsable de las arrugas de mis comisuras. Esa luz, esos gestos de complicidad, esa sonrisa.
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Chris Pueyo (El chico de las estrellas)
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—El amor no es esperar angustiado a que responda un mensaje ni medir cuánto vales por la atención que te preste un día, a sabiendas de que el viento soplará en otra dirección y ella cambiará de parecer el siguiente. —Esa es la emoción de… —No. Eso es el amor mal entendido. Si te hace sufrir, no es amor. Amar es divertido. Superdivertido, en realidad. —Esbozó una sonrisa preciosa, clara, fiable—. Te sientes tan cómodo y tan tú con el otro que casi podrías hacer cualquier cosa. Te sientes capaz. Y os reís con la boca llena, peleando, cocinando y hasta en la cama. David, de verdad…, el amor es mucho más ligero que todo lo que has sentido. Te hace volar,
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Elísabet Benavent (Un cuento perfecto)
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Nuestras manos entrelazadas nos acompañaban en un mundo que pasó a ser maravilloso desde el mismo instante en que entraste en él, y que ahora que no estás se resiente y echa en falta la alegría de esa sonrisa que me enamoró un día.
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Alejandro Ordóñez Perales
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Ella lo llamó con una sonrisa coqueta, último requisito para concluir que esa joven podía robarle hasta los pensamientos.
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Isabel Allende (Of Love and Shadows)
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Mi padre solía hacer algo similar —dice ella—. Esa atractiva, encantadora seducción. Pasé los primeros pocos años de mi vida viendo a mi madre anhelarlo, fuertemente. Amándolo y deseándolo mucho después del tiempo cuando él había perdido el poco interés en ella que había podido contener. Hasta un día cuando yo tenía cinco años y ella se quitó la vida. Cuando fui lo suficientemente mayor para entenderlo, me prometí a mi misma que no sufriría por nadie. Tomará mucho más que esa encantadora sonrisa tuya para seducirme.
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Erin Morgenstern (The Night Circus)
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Cuando los adultos dicen: “Los adolescentes piensan que son invencibles”, con esa sonrisa mañosa y estúpida en sus rostros, no saben cuán en lo correcto están. Necesitamos no perder nunca la esperanza, porque nunca nos podemos romper de manera irreparable. Pensamos que somos invencibles porque lo somos.
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John Green (Looking for Alaska)
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Pero allí, en la vida real, en esa pequeña calle cubierta de nieve, en una gran ciudad a la que se considera la ciudad del amor, me convirtió en el hombre más feliz de París.
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Nicolas Barreau (La sonrisa de las mujeres)
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Ámate a ti mismo y de esa forma podrás amar a otros. Ama tus sueños, para poder construir con ellos un mundo cálido y hermoso, lleno de sonrisas y abrazos.
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A.G. Roemmers (El regreso del Joven Pr)
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Cuántos hombres habrán muerto a causa de esa sonrisa tuya y esa mirada.
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David Cotos
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Haría cualquier cosa por esa sonrisa que estás poniendo ahora mismo.
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Jamie McGuire (Walking Disaster (Beautiful, #2))
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(...) y se planta ante mí con los ojos brillantes y esa sonrisa facilona, anárquica, irresistible a más no poder.
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Jandy Nelson (I'll Give You the Sun)
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El colocó un dedo sobre mis labios. -Tomé decisiones terribles. Puedo ser un imbécil y hacerlo a propósito. Tiendo a intimidar a la gente para que haga lo que quiero. Y dejé que todo lo que ha pasado con Dawson amplifique aquellos…uh, rasgos de mi personalidad. Pero —quitó su dedo, y su mueca se extendió en una sonrisa. —Pero tú…me haces querer ser diferente. Eso es por lo que no maté a Blake. Es por eso, por lo que no te quiero tomando esas decisiones o tenerte cerca si yo debo tomarlas. Abrumada por lo que había admitido, no supe que decir.
Pero él bajó su cabeza y me besó, y había aprendido que a veces cuando alguien dice algo tan devastadoramente perfecto, no hay necesidad de una respuesta. Las palabras lo decían todo.
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Jennifer L. Armentrout (Opal (Lux, #3))
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Existe la magia de las pequeñas cosas, de los gestos sencillos y las sonrisas fugaces, de un perdón sincero, de los te quieros y las promesas eternas. Que a esa magia vosotros la llamáis felicidad.
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Laia Soler Conangla (Nosotros después de las doce)
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Y si lo tengo que escribir, prefiero hacerlo con lápiz para poder borrarlo todo inmediatamente, suprimiendo por completo esa parte de mi vida para que se disuelva en la nada y yo pueda empezar de nuevo, dibujándome como quiero ser, que es con una sonrisa de libertad y un corazón puro y un nombre que pueda escribir con mayúsculas porque no me dé miedo revelarlo en una carta garrapateada en un cobertizo.
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Annabel Pitcher (Ketchup Clouds)
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—Echo de menos a la chica que eras antes. Ya sabes, verte pintar, bromear contigo, esa sonrisa que tenías... Y no sé cómo, pero voy a conseguir sacarte de ahí, de donde quiera que estés, y traerte de vuelta.
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Alice Kellen (Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1))
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Peter no era como los demás chicos, pero por fin sentía miedo. Le recorrió un
estremecimiento, como un temblor que pasara por el mar, pero en el mar un temblor sucede a otro hasta que hay cientos de ellos y Peter sintió solamente ése. Al momento siguiente estaba de nuevo erguido sobre la roca, con esa sonrisa en la cara y un redoble de tambores en su interior. Éste le decía: «morir será una aventura impresionante.»
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J.M. Barrie
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Sonríele a la vida y la vida te devolverá esa sonrisa. Gruñe, y gruñidos a cambio tendrás. La vida es un eco de nuestra actitud y de nuestro ánimo. Recibimos lo que previamente entregamos, y creo que es un trato justo.
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Ignacio Novo
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Esa sonrisa que Lily contenía, florece en un instante. Bajo el techo desnudo del Gran Comedor, su expresión se ilumina y cuando se muerde el labio inferior, James avanza, inclina la cabeza, contiene el aliento y prueba un beso suave. Se rozan despacio, los labios juntos y nada más. Los rizos de Lily le hacen cosquillas en la cara y por un momento piensa que está volando y que es el viento el que le hace sentirse así, flotando a varios pies del suelo.
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Irati (Marauder Crack (2021))
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Cuando el señor Stessman entró, fingió caer de espaldas contra la pizarra.
—Dios mío, Eleanor, déjalo ya. Me está deslumbrando. Ahora etiendo por qué guarda esa sonrisa a buen recaudo; los pobres mortales no podrían soportarla.
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Rainbow Rowell (Eleanor & Park)
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El señor Keene sonrió. Si Bill hubiera visto esa sonrisa, habría confirmado su opinión de que el señor Keene no era, exactamente, el campeón de la simpatía, Era una sonrisa agria, la del hombre que ha encontrado mucho que cuestionar pero poco que enaltecer en el género humano.
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Stephen King (It)
“
—¿Qué me has traído? —me preguntó, emocionada.
Sonreí.
—¿Y tú? ¿Qué me has traído? —bromeé.
Auri sonrió y alargó la mano. Vi brillar algo en su palma a la luz de la luna.
—Una llave —contestó con orgullo, y me la puso en la mano.
La cogí y noté su agradable peso.
—Es muy bonita —dije—. ¿Qué abre?
—La luna —respondió ella, muy seria.
—Ah, podría serme muy útil —dije examinándola.
—Eso mismo pensé yo. Así, si hay una puerta en la luna, podrás abrirla. —Se sentó en el tejado con las piernas cruzadas y me miró con una amplia sonrisa en los labios—. Aunque yo no fomentaría esa clase de comportamiento insensato.
[...]
—Te he traído un poco de pan. [...]. Y una botella de agua.
—Eso también es muy bonito —dijo ella con gentileza. [...]—. ¿Qué hay en el agua? [...].
—Flores —respondí—. Y el trozo de luna que no está en el cielo esta noche. Lo he metido también.
[...]
—Yo ya mencioné la luna —dijo con un deje de reproche.
—Entonces, solo flores. Y el brillo del cuerpo de una libélula. Yo quería un trozo de luna, pero solo conseguí el brillo azul de una libélula.
Auri inclinó la botella y dio un sorbo de agua.
—Es maravillosa.
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Patrick Rothfuss (The Name of the Wind (The Kingkiller Chronicle, #1))
“
Los amores platónicos son así, se quedan contigo para siempre. Pasan los años y, mientras olvidas besos y caricias de rostros borrosos, puedes seguir recordando una sonrisa de ese chico que fue tan especial para ti. A veces pensaba que lo sentía de esa manera por eso, por ser platónico, por no llegar nunca a suceder, como una pregunta que permanece flotando en el aire: «¿Cómo serían sus besos?». Años atrás, antes de quedarme dormida solía imaginármelos. En mi cabeza, los besos de Axel eran cálidos, envolventes, intensos. Como él. Como cada uno de sus gestos, su forma sigilosa de moverse, la mirada inquieta y llena de palabras no dichas, el rostro sereno de líneas marcadas… ¿Por qué era tan difícil olvidar un amor que ni siquiera llegó a ser real, a existir? Quizá porque para mi corazón… simplemente fue" - Leah
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Alice Kellen (Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1))
“
—¿Es esa una sonrisa? —Se inclinó hacia mí, viéndome demasiado intensamente como para ser en serio—. Lo es. Me has agraciado con tres ahora. Se detiene mi corazón.
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Jennifer L. Armentrout (A Shadow in the Ember (Flesh and Fire, #1))
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Cada dos metros nos parábamos para besarnos y tardamos una eternidad en llegar al portal de mi casa. Pero el tiempo no importaba en esa noche que no conocía ni el día ni las horas.
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Nicolas Barreau (La sonrisa de las mujeres)
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Hay que mirar las cosas muy atentamente para poder ver los electrones. Son esas cositas minúsculas que parecen sonrisas diminutas. Los neutrones son grises y parecen ceños fruncidos.
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Neil Gaiman (The Ocean at the End of the Lane)
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Mitch me estudió con una sonrisa engreída e interrogante. Les era tan fácil, a los hombres, esa asignación inmediata de valor. Y daba la impresión de que querían que tú convinieras en el juicio.
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Emma Cline (The Girls)
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—Gracias por traerme. —Me acerqué a él para despedirme con un beso en la mejilla, pero él corrió su cara y nuestros labios se terminaron rozando. Me alejé de él de un golpe—. No.
—Dijiste que no ibas a analizarlo.
—No quiero usarte.
Sus ojos se volvieron más pequeños y esa sonrisa traviesa que lo caracterizaba se puso en sus labios y en sus ojos—. Soy utilizable, no me preocupo por eso.
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Paulina V. Olguín (A tercera vista también es Amor (A tercera vista, #1))
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deseo, esa «fuerza Misteriosa que hay detrás de cada cosa». ¡Cómo le gustaban esas palabras de Alfred de Musset! El deseo que hace que toda la superficie de la piel se alumbre y desee la superficie de otra piel de la que no se sabe nada. Antes de conocerse ya son íntimos. Ya no se puede vivir sin la mirada del otro, sin su sonrisa, sin su mano, sin sus labios. Se pierde el rumbo. Se vuelve uno loco. Se le seguiría al fin del mundo, mientras la razón dice: Pero ¿qué sabes tú de él? Nada, nada, ayer mismo no sabíamos ni su nombre. ¡Qué hermoso ardid inventado por la biología para el ser humano, que se creía tan fuerte! ¡Qué triunfo el de la piel sobre el cerebro! El deseo se infiltra en las neuronas y las embota. Nos encadenamos, nos privamos de libertad. En la cama, en todo caso…
El último eslabón de vida primitiva
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Katherine Pancol (Les yeux jaunes des crocodiles (Joséphine, #1))
“
—Eres hermosa— le susurró.
Ella observó de nuevo con esa mirada que se hace con un rápido parpadeo su rostro tostado por el sol, sus anchos hombros, su porte, su figura alta, inmóvil, que estaba a sus pies. Luego sonrió. En la sombría belleza de su rostro esa sonrisa era como el primer rayo de luz en una noche de tormenta, como una flecha fugaz y clara entre nubes sombrías, anunciadora del amanecer y del trueno.
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Joseph Conrad (An Outcast of the Islands)
“
Nadie debería olvidar a sus padres, es una de las cosas más tristes que te pueden suceder en esta vida. Todos deberíamos recordar la sonrisa de una madre o la mirada orgullosa de un padre hasta el fin de nuestros días, porque esa memoria es parte fundamental de nuestra dignidad. Cuando nos sentimos mezquinos, nos recuerda que un día fuimos inocentes; cuando sólo queda el odio, nos dice que también hemos sido dignos de amor.
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David B. Gil (El guerrero a la sombra del cerezo)
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—Aku cinta kamu —pronunció Magnus, leyendo esas palabras, y sonrió a Alec, una sonrisa brillante que abarcaba un mundo entero—. Mi amor es tuyo, mi corazón es tuyo, mi alma es tuya, Alexander. Ahora y para siempre.
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Cassandra Clare (Queen of Air and Darkness (The Dark Artifices, #3))
“
—¿No vas a pedirme ese beso? —preguntó Álvaro, recordando el famoso «Bésame» que tanto tiempo llevaba esperando escuchar.
Celia le regaló una sonrisa luminosa. Sonaba a promesa de quinceañeros, pero le daba igual, llevaba una vida entera soñando con decir esas cuatro palabras.
—Bésame y vente conmigo, siempre, siempre, siempre…
Y Álvaro lo hizo, y con ello le regaló una sensación de íntima complicidad que Celia no olvidaría nunca.
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Olivia Ardey (Bésame y vente conmigo)
“
Aura vestida de verde, con esa bata de tafeta por donde asoman, al avanzar hacia ti la mujer, los muslos color de luna: la mujer, repetirás al tenerla cerca, la mujer, no la muchacha de ayer: la muchacha de ayer - cuando toques sus dedos, su talle - no podía tener mas de veinte anos; la mujer de hoy - y acaricies su pelo negro, suelto, su mejilla pálida - parece de cuarenta: algo se ha endurecido, entre ayer y hoy, alrededor de los ojos verdes; el rojo de los labios se ha oscurecida fuera de su forma antigua, como si quisiera fijarse en una mueca alegre, en una sonrisa turbia: como si alternara, a semejanza de esa plata del patio, el sabor de la miel y el de la amargura. No tienes tiempo de pensar mas: (47)
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Carlos Fuentes (Aura)
“
—¿Me prometes que vas a quedarte conmigo?
Por entonces no era más que una niña con miedo a perder a su hermana mayor. Creo que en el fondo eso no ha cambiado. Recuerdo cada detalle de esa noche. Que me dijiste que brillo seiscientas veces más que el sol y que Maia era el nombre ideal para mi galaxia. Y también tu mirada llena de cariño cuando te hice esa pregunta que me había costado tanto pronunciar.
Y lo que pasó después, cuando una de las estrellas se despegó y me cayó sobre la nariz. La apartaste con una sonrisa. Después, volviste a tumbarte bocarriba en la cama, conmigo a tu lado y la estrella sobre la mesilla de noche.
—Claro que sí. Hasta que se caigan todas —dijiste señalando al techo—. Hasta que nos quedemos sin oportunidades, Maia. O hasta que nos quedemos sin estrellas.
”
”
Inma Rubiales (Hasta que nos quedemos sin estrellas)
“
Me miró con comprensión, mucho más que con comprensión. Era una de esas raras sonrisas capaces de tranquilizarnos para toda la eternidad, que sólo encontramos cuatro o cinco veces en la vida. Aquella sonrisa se ofrecía —o parecía ofrecerse— al mundo entero y eterno, para luego concentrarse en ti, exclusivamente en ti, con una irresistible predisposición a tu favor. Te entendía hasta donde querías ser entendido, creía en ti como tú quisieras creer en ti mismo, y te garantizaba que la impresión que tenía de ti era la que, en tus mejores momentos, esperabas producir.
”
”
F. Scott Fitzgerald (The Great Gatsby)
“
Él la miró, su sonrisa pretendía tranquilizarla, decirle que todo iba a estar bien. Después se dirigió a mí: "Ahora tú eres el hombre de la casa, Alberto", fue lo último que pronunció. Como una constante, el peso de esas palabras me perseguiría toda la vida. Una sentencia, un susurro permanente.
”
”
Sophie Goldberg (El jardín del mar)
“
Las mujeres tienen derecho a decidir qué les parece gracioso y qué no, sin que por ello las acusen de ser lesbianas recalcitrantes. O frígidas. O alemanas. Esto incluye el derecho a ir por la calle sola con gesto neutro sin temor a que algún desconocido te suelte un «¡alegra esa cara!» a voz en grito.
”
”
Bridget Christie (A Book for Her)
“
El idioma materno; Cervantes lo decía con una expresión de origen popular: “la lengua que se mama en las tetas”. Las mujeres tienen un vínculo casi diríamos primordial con el lenguaje: junto con la leche, los bebés paladean las primeras palabras. La lengüita que se mueve procura el alimento y se ejercita para la pronunciación. Las palabras son al mismo tiempo vida que se succiona, sonrisa de placer y adormecimiento, blancura espesa de un nombre incesantemente repetido. Esa unidad es irrecuperable. Pasamos el resto de nuestra existencia para lograr escasos segundos de una fulguración lejanamente parecida, y solo a costa de innumerables esfuerzos de concentración.
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Mario Ortiz (Cuadernos de Lengua y Literatura : Volúmenes V, VI y VII. (Spanish Edition))
“
―Incluso tus pies son sexys -murmuró ella.
―¿Esa es tu parte preferida de mí? - preguntó él en voz baja tan cerca de su oído que la piel se le puso de gallina en el cuello.
―Deberías saber cuál es mi parte preferida de ti.
―¿La llamas La Bestia?
Ella sonrió. Se imaginó que eso era lo que él pensaba. ―No, pero La Bestia está en el Top Diez.
―El Top Diez, ¿eh? -Brian le besó el borde la oreja. Un escalofrió le recorrió la columna.
―¿Son mis labios?
Ella sacudió la cabeza. ―No, pero también están en el Top Diez.
Con la lengua le rozó el punto pulsante bajo su oreja. ―¿La lengua?
―No. Mi Top Diez parece muy lleno.
Él se echó a reír y la abrazó. ―Es obvio que son mis manos. -Brian las sostuvo frente a ella y flexionó los dedos.
―Equivocado de nuevo. Sin embargo es una buena suposición.
―De acuerdo, me rindo -dijo él.
Myrna se dio vuelta para mirarlo. ―Es tu cerebro.
Él cubrió la sorpresa con una sonrisa. ―Bueno, tengo que admitir que esa era la última parte que pensé que dirías.
―Controla todas tus otras partes. Es el responsable de tu increíble talento, tanto para la guitarra como en la cama.‖ Brian sonrió. Ella nunca descubriría porque necesitaba que lo completara cuando tenía groupies gritando por su piedad. ―Te hace decir cosas que me
hacen reír y pensar. Te da esa dulce y romántica racha que trato de resistir. Tu personalidad, tu talento, tu corazón y tu alma. Lo que te hace ser tú. Todo eso está en tu asombrosa mente. No me malinterpretes. El cuerpo que tienes también es fabuloso.
―Creo que me estoy sonrojando.
”
”
Olivia Cunning (Backstage Pass (Sinners on Tour, #1))
“
Sonrió comprensivamente. mucho más que comprensivamente. Era una de esas raras sonrisas, con una calidad de eterna confianza, de esas que en toda la vida no se encuentran más que cuatro o cinco veces. Parecía contemplar por un instante el universo entero y después se concentraba en uno con irresistible parcialidad; lo comprendía a uno hasta el límite en que uno deseaba ser comprendido.
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F. Scott Fitzgerald (The Great Gatsby)
“
Mátenme al alba. Con cuchillos [ilegible] y con cuchillas oxidadas. Estaré en cuclillas esperando. Salva tu amor. No lo salves. Desafección y mierda violenta que aprendió a expresarse en nuestros días mediante fórmulas atroces como «hacer el amor» y «asumir la responsabilidad» y «negar el pasado» y «el hombre es lo que se hace». No hay más que la memoria, maravilla sin igual, horror sin semejanza. Hace mucho que me entregué a las sombras. Y no me contenta mi destino sombrío, mi destino asombrado. Me han asolado, me han agostado. Libérame de ti pues te amo y no estás. No me hables. No te apostes en mis rincones preferidos. Estás aquí. Me deliras. Me cortas las cintas de colores que me aliaban a las niñas que fui. Me abandonas loca furiosa, comiendo sombras furiosamente, girando convulsa con las manos espantadas, revolcándome en tu huida hasta los atroces orgasmos y gritos de bestia asesinada. Pero te amo. A ti te asumo, ante ti sin pasado ni relojes ni sonidos. Sucia y susurrante, leve, ingrávida, llena de sangre y de sustancias sexuales, húmeda, mojada, reventando de calor, de sangre que pide. Me dañas la columna vertebral, tantos días despeñada sobre tu cuerpo imaginado. Me dañas la cabeza que di contra las paredes porque no sabía qué hacer salvo esto: que debía golpearme y castigarme ya que tú no venías. Con tu sonrisa de paraíso exactamente situado en el tiempo y en el espacio. Con tus ojos que sonríen antes que tus labios. En tus ojos encuentro mi persona súbitamente reconstruida. En tus ojos se acumulan mis fragmentos que se unen apenas me miras. En tus ojos vivo una vida de aire puro, de respiración fiel. En tus ojos no necesito del conocimiento, no necesito del lenguaje. En tus ojos me siento y sonrío y hay una niña azul en el jardín de un castillo. Ahora que no estás me atrae la caída, la mierda, lo abyecto, lo denigrante. Salgo a la calle y siento la suciedad, la ruina. Entro en los bares más siniestros y tomo un vino como sangre coagulada, como menstruación, y me rodean brujas negras, perros sarnosos, viejos mutilados y jóvenes putos de ambos sexos. Yo bebo y me miro en el espejo lleno de mierda de moscas. Después no me veo más. Después hablo en no sé cuál idioma. Hablo con estos desechos que no me echan, ellos me aceptan, me incorporan, me reconocen. Recito poemas. Discuto cuestiones inverosímiles. Acaricio a los perros y me chupo las manos. Sonrío a los mutilados. Me dejo tocar, palpar, manos en mi cuerpo adolescente que tanto te gustaba por ser ceñido y firme y suave. («La lisura de tu vientre, tus caderas de efebo solar, tu cintura hecha a la medida de mis manos cerrándose, tus pechos de niña salvaje que los deja desnudos aun cuando llueve, tu sexo y tus gritos rítmicos, que deshacían la ciudad y me llevaban a una selva musical en donde todo confabulaba para que los cuerpos se reconozcan y se amen con sonidos de leves tambores incesantes. Esas noches en que hacíamos el amor debajo de las grandes palabras que perdían su sentido, porque no había más que nuestros cuerpos rítmicos y esenciales… Y ahora llueve y tengo náuseas y vomito casi todo el día y siempre que hay un olor espantoso en la calle, un olor a paquete olvidado, a muerto olvidado. Y tengo miedo. Eso quería decir: que no estás y tengo miedo.»)
”
”
Alejandra Pizarnik (Diarios)
“
Mueve la cabeza de arriba abajo y frunce el ceño. - Ese es Matt Fuller. Es un sénior y nuestro Asesor promesa. -Me mira con los ojos entrecerrados y trata de leer mi mente.
- ¿En serio? - Sonrío demasido grande, porque ahora él sabe totalmente que estaba mintiendo acerca de la parte linda.
- ¿Cuándo? Estoy muy segura de que me acordaría de él. -Miro a Phillip con curiosidad.
- No lo recuerdo exactamente, pero creo que me vio cuando llevé en mis hombros a través del campus.- Phillip niega con la cabeza hacia mí-. Realmente no sé por qué dejo que te salgas con la tuya, con las cosas que haces.
- Porque soy irresistible, Phillip. - Sonrió y me encojo de hombros-. Tú no puedes ayudarte a ti mismo. Además, no fuiste por todo el campus, soló fueron unos cincuenta metros antes de que fingieras un ataque al corazón y te apoyarás en mi peso colapsando sobre mí en la hierba.
-Oh, sí. Lo recuerdo. Creo que has ganado algo de peso. - Golpeo su hombro.
Lo ignora y continúa -Ahora que lo pienso, creo que es cuando Matt te vió.
Me da una gran sonrisa. Justo ahora lo recordaba.
-Tu probablemente no te diste cuenta, porque estabas muy ocupada rodando en el césped conmigo.
- Estoy bastante segura de que estaba tratando de quitarte de encima de mí.
- Bueno, Matt no lo vio de esa manera puesto que me preguntó si tú eras mi novia.
-Oh Dios. ¿Qué historia inventaste está vez, Phillip?
Él sonríe. - Oh solo le dije que a pesar de que estas locamente enamorada de mí, no quiero estar atado, por lo que soló somos amigos. Por supuesto, lo que tendría que haber dicho es por favor solo llévatela, ella son muchos problemas de los que no valen la pena.
”
”
Jillian Dodd (That Boy (That Boy, #1))
“
Esa es otra cosa que los humanos no comprenden, el recuerdo es inherente al tiempo. Haberla
amado durará por siempre, al igual que sus caricias en tu piel y su cuerpo tembloroso debajo de
ti. Nunca vas a poder olvidarla, su sonrisa nunca será arrebatada de ti, ni de nadie. Ni la felicidad
que vivió a tu lado. O su cuerpo calcinándose en la brazas de la injusticia, Lucio. Las que son
como ella, nunca mueren, son eternas.
”
”
Francisco Daniel Colorado Castro (Los ojos del fantasma (Spanish Edition))
“
Me miro con comprensión, mucho más que con comprensión. Era una de esas raras sonrisas capaces de tranquilizarnos para toda la eternidad, que solo encontramos cuatro o cinco veces en la vida. Aquella sonrisa se ofrecía —o parecía ofrecerse— al mundo entero y eterno, para luego concentrarse en ti, exclusivamente en ti, con una irresistible predisposición a tu favor. Te entendía hasta donde querías ser entendido, creía en ti como tú quisieras creer en ti mismo, y te garantizaba que la impresión que tenía de ti era la que, en tus mejores momentos, esperabas producir.
”
”
F. Scott Fitzgerald (El Gran Gastby)
“
—Todo en la vida tiene su parte buena y su parte mala —contesto mirándola—. Las oportunidades, los lugares, los puestos de trabajo..., incluso las personas. Sobre todo las personas. No te fíes de nadie que vaya por ahí diciendo que es perfecto —añado dedicándole una sonrisa—. La vida consiste en tomar decisiones. Hay que valorar si esas cosas malas merecen la pena con tal de disfrutar de las buenas. A veces es mejor dejar pasar el tren por decisión propia. Y en otras lo bueno compensa tanto que tienes que atarte al asiento con una cuerda para que no te obliguen a bajar.
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”
Inma Rubiales (Hasta que nos quedemos sin estrellas)
“
—Capaz es porque hay algunas historias que lo que te dejan son eso: un recuerdo que se envuelve en una sensación.
—¿Y cuál es esa sensación?
—Ese limbo que tanto te gusta. Una mezcla de escape y pertenencia en un mundo secreto. Una sonrisa escondida debajo de la oscuridad. El silencio en el volar de las cuerdas. El jugueteo que haces con tu pelo suelto cuando nadie está viendo. Un par de estelas curiosas en el cielo desnudo. Pies descalzos e inquietos bailando a mi voz. Un tic nervioso en tus parpados. No sé. Creo que mis notas hablarían mejor que mis palabras.
—Esa habilidad poética no la tienes restringida a un pentagrama.
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Jean Paul Vizuete (Nombres en el Silencio)
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- Nunca vuelvas a llamarme así - le espeté.
- Es mejor que llarmarle <> a alguien, ¿no? - Salió por la puerta - Qué visita tan estimulante. La recordaré mucho tiempo.
Aquello ya era suficiente.
- ¿Sabes qué? Tienes toda la razón. Mira que llamarte tarado...Esa es una palabra que no te define bien - le dije sonriendo - <> te pega más.
- Conque <>, ¿eh? - repitió - Eres un encanto.
Levanté el dedo corazón.
(pág.20)
Eran más de la una, pero parecía que Daemon acabara de levantarse. Llevaba los tejanos arrugados y el pelo enmarañado. Hablaba con alguien por teléfono mientras se pasaba la mano por la mandíbula.
- ¿Tu hermano no tiene camisetas o qué? - le pregunté mientras cogía la pala.
- Me temo que no. No las lleva ni en invierno. Siempre va por ahí medio desnudo - refunfuñó - Es bastante incómodo tener que verlo así todo el día, enseñando tanta...carne ¡Qué grima!
A ella le daría grima, pero a mí...me alteraba bastante. Me puse a cavar hoyos en lugares estratégicos mientras notaba que se me secaba la garganta. Tenia una cara perfecta, un cuerpo de ensueño y una mala leche espectacular. Las tres reglas de oro de cualquier tío macizo, vaya.
(pág. 39)
- Tienes una cabecita bastante sucia, gatita.
Pestañeé. <>
- ¿Qué has dicho?
- Que tienes la cabeza sucia - repitió en voz baja. Sabía que Dee no podía oírle -, llena de tierra. ¿Qué creías que quería decir?
- Nada -...Tener a Daemon tan cerca no me reconfortaba en absoluto - Es normal ensuciarse cuando plantas.
Los labios le temblaron un instante.
- Hay muchas maneras de ensuciarse. Aunque no tengo la intención de mostrártelas.
(pág.46)
- Me da a mí que te has mojado tú más que el coche. Nunca pensé que lavar un coche pudiera ser tan complicado pero, después de observarte durante los últimos quince minutos, creo que deberían convertirlo en deporte olímpico.
- ¿Estabas observándome? - Qué grima. Y qué morbo. ¡No! de morboso, nada.
(pág.51)
- Pues sí ¿Y tú siempre te quedas mirando a los tíos cuando llamas a su puerta para preguntar por una dirección?
- ¿Siempre abres la puerta medio desnudo?
- Pues sí. Y no has respondido a mi pregunta. ¿Siempre pegas esos repasos?
Las mejillas me ardían.
(pág.53)
- Hasta mañana a medio día, gatita.
- Te odio - resoplé.
- El sentimiento es mutuo - Me miró por encima del hombro - Me juego veinte pavos a que llevas bañador y no biquini.
Era insufrible.
(Pág. 62)
- ¿Que no confía en mi? ¿Y qué tiene que confiarme, tu virtud?
Se le escapó otra carcajada y tardó unos momentos en poder contestar.
- Pues claro; no le gustan las chicas guapas que están coladitas por mi.
- ¿Qué? - ... - Estás de broma, ¿no?
- ¿A qué parte te refieres? - preguntó-
- ¡A todas!
- Venga ya. No me digas que no sabes que eres guapa. ¿No te lo ha dicho ningún chico antes?
(pág.90)
- Creo que estás condenada a estar conmigo un rato más.
- Seguro que parezco un gato remojado.
- Estás bien. La lluvia te favorece.
Fruncí el ceño.
- Ya me estás mintiendo otra vez.
Sentí que su cuerpo se movía junto al mío y, sin mediar palabra, me rozó la barbilla con los dedos y me atrajo hacia él. En sus labios se dibujó una sonrisa torcida.
- No te miento; te lo dijo en serio.
(pág.101)
- Bueno...Ya llegó el innombrable.
A Dee le dio un ataque de risa que hizo que toda la cafetería nos mirara.
- ¡Me parto!
Me hundí en la butaca. Desde la mañana en que Dee y él me habían preparado el desayuno, me había evitado y a mí me daba igual.
...
Seguramente Daemon era físicamente el hombre más perfecto que jamás había visto - su cara haría las delicias de cualquier retratista -, pero a la vez tenía bastantes papeletas para ser el cretino más grande sobre la faz de la Tierra.
(pág.145)
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Jennifer L. Armentrout (Obsidian (Lux, #1))
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Pues éste es el valle de la muerte, aunque las vacas medren en él.
En el jardín de esa mujer, las mentiras estaban desplegando sus sedas húmedas,
Y los ojos del asesino moviéndose como babosas, de soslayo,
Incapaces de encararse con los dedos, esos malditos egotistas.
Los dedos estaban estampando una mujer en una pared,
Un cuerpo en una pipa, y el humo elevándose.
Este olor es el de los años que arden, aquí en la cocina,
Éstos son los engaños, clavados como fotos familiares,
Y esto es un hombre, mira su sonrisa,
¿El arma homicida? No, nadie ha muerto.
En la casa, no hay ningún cuerpo del delito.
Hay un olor a brillo, hay alfombras de felpa.
Hay la luz del sol, empuñando sus aceros,
Matón aburrido en un cuarto rojo
Donde la radio habla sola como un pariente anciano.
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Sylvia Plath
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Mi padre era un hombre decente. O, por lo menos, eso que llamaríamos un hombre decente: alguien que, en las pequeñas circunstancias de la vida, prefiere no complicarse con las molestias de la indecencia. Uno que, por ejemplo, si al salir de la panadería desecubre que se lleva, además de las facturas, pebetes y miñones, un cuarto kilo de cuernitos sin pagar, vuelve al local, compone una sonrisa tímida, turbada - que le sale perfecta- e intenta un chiste malo para decirle a la dueña que ha vuelto porque es un hombre decente:
-¡Vengo a denunciar un robo!
Le dirá, por ejemplo, y que él es el delincuente que acaba de llevarse el cuarto de cuernitos sin previo abono de su precio estipulado. O sea: mi padre era un hombre cómodo, que nunca quiso tomarse el trabajo de ver qué haía un poco más allá de la decencia, de la conveniencia, de los buenos modales y las reglas morales. La decencia, en general, es cuestión de falta de imaginación o de pereza, y mi padre tenía, por lo que sé, bastante de las dos. Aunque, por supuesto, no sé qué habría pasado si alguna vez la tentación de la indecencia lo hubiera asaltado en serio, armada de una buena recompensa. Es fácil ser decente cuando te cuesta un cuarto de cuernitos; de allí en más se hace más y más difícil, hasta que llega al punto en que cada cual encuentra su temperatura de fundido. Si no hay metal que resista el calor pertinente, ¿por qué habría hombres o mujeres? Es - si existen tales cosas - una de esas verdades innegables; sabiéndolo, ¿no es preferible ahorrarse el fuego de decenas, cientos de grados celsius, y fundirse cin tanto despilfarro?
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Martín Caparrós
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No solo somos lo que hacemos, sino también lo que no hacemos. Somos lo que decimos, casi tanto como lo que callamos. Somos las preguntas que no nos atrevemos a pronunciar, en la misma medida que esas respuestas que nunca llegarán y permanecerán eternamente flotando entre remolinos de miedo e incertidumbre. Somos la sutilidad de una mirada, la intimidad de una caricia suave, la curva de una sonrisa sincera. Somos momentos bonitos, instantes agridulces, noches tristes. Somos detalles. Somos reales.
Pero, por encima de todo lo demás, somo las decisiones que tomamos. En toda su dimensión. Por cada elección, damos un paso al frente y abandonamos algo en el camino. O damos un paso atrás y abandonamos algo que estaba por llegar. Avanzamos entre alternativas, seleccionando unas, rechazando otras, marcando nuestro destino.
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Alice Kellen (Nosotros en la Luna)
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Comienza por hacerle caso a tu sonrisa” ...que en tu sonrisa, como en el rayo de un sol que abre los cielos, aguarda el camino que ilumina la felicidad de tu corazón. Tu mente puede guardar extraños sortilegios para andar, puede incluso dudar de lo dulce y aún creer que dos cuerpos amantes son dos cuerpos y no uno solo, como un solo verbo que es y se promete a la vez. Tus pasos pueden llevarte lejos, pero tu sonrisa sabe qué nombre murmura por las noches, qué nombre recita en tus sueños y qué reflejos la iluminan en esa otra sonrisa. El amor tiene forma de dos labios felices, y el amor encontrado, el sabor de dos bocas lado a lado. Busca en los caminos, busca el amor en la noche más sincera o el día más lejano, pero lleva siempre contigo la brújula de tu sonrisa, y será el faro de tus pasos, pues no hay amor que no se mida en largos de labios. Comienza por hacerle caso a tu sonrisa, y al fin hallarás otra que de la tuya sea norte y orilla.
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Jacques Pierre (Declaro el estado de poesía permanente)
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Anunció que empezaríamos bailando salsa. Me señaló una silla, se envolvió en los brazos de Willie y esperó el compás exacto de la música para lanzarse a la pista.
-El hombre guía -fue su primera lección.
-¿Por qué? -le pregunté.
-No sé, pero así es -dijo.
-¡Ajá! -celebró Willie con aire de triunfo.
-No me parece justo -insistí.
-¿Qué es lo que no es justo? -preguntó la escandinava.
-Creo que nos deberíamos turnar. Una vez manda Willie y otra vez mando yo.
-¡El hombre siempre guía! -exclamó esa bruta.
Ella y mi marido se deslizaron por la pista al son de la música latina, entre los grandes espejos que multiplicaban hasta el infinito sus cuerpos entrelazados, las largas piernas con medias negras y la sonrisa idiota de Willie, mientras yo refunfuñaba en mi silla.
Al salir de la clase, en el auto tuvimos una pelea que por poco acaba apuñetazos. Según Willie, ni siquiera se había fijado en las piernas o las pechugas de la profesora, que eran ideas mías.«¡Jesús! ¡Hay que ver qué tonta es esta mujer!», exclamó.
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Isabel Allende (La suma de los días)
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Hay caricias que duran incluso después del roce. Hay, a veces, personas a la que la distancia no puede separar. Y escalofríos provocados por el calor de un abrazo. Aún hay sonrisas de esas que parecen cualquier otro amanecer. Algunas noches tengo la sensación de que el camino corto también puede ser el correcto. Que, por una vez, la felicidad no depende de llegar a ningún sitio, sino de disfrutar del lugar en el que estamos. Solo hay que cerrar los ojos, cerrarlos con fuerza y acordarse de lo bonito. De la brevedad, del detalle, del momento. No se puede vivir como aquel que no recordó darse una oportunidad para ser feliz. Y agarrarse a la esperanza. Agarrarse con fuerza a las ilusiones. Y seguir. Seguir, parar, tomar aire. Respirar. Mojarnos bajo la lluvia. Y nunca, nunca, creer que las cosas que se derrumban no pueden levantarse de nuevo. Nunca creer que lo triste durará más que nuestras fuerzas. Quizá el problema sea que miramos el cielo por la noche y nos parece que ya no hay demasiadas estrellas. Que algo se apagó hace tiempo y que nada luce igual. Pero no lo olvidéis. No olvidéis hacer brillar vuestros ojos. Que nadie nos quite, nunca, el derecho de iluminar un poquito el mundo”.
SERGIO CARRIÓN en “En un mundo de grises”.
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Sergio Carrion (En un mundo de grises)
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Basándose en las miles de páginas de los cuadernos manuscritos de Leonardo y nuevos descubrimientos sobre su vida y su obra, Walter Isaacson teje una narración que conecta el arte de Da Vinci con sus investigaciones científicas, y nos muestra cómo el genio del hombre más visionario de la historia nació de habilidades que todos poseemos y podemos estimular, tales como la curiosidad incansable, la observación cuidadosa y la imaginación juguetona. Su creatividad, como la de todo gran innovador, resultó de la intersección entre la tecnología y las humanidades. Despellejó y estudió el rostro de numerosos cadáveres, dibujó los músculos que configuran el movimiento de los labios y pintó la sonrisa más enigmática de la historia, la de la Mona Lisa. Exploró las leyes de la óptica, demostró como la luz incidía en la córnea y logró producir esa ilusión de profundidad en la Última cena. La habilidad de Leonardo da Vinci para combinar arte y ciencia —esplendorosamente representada en el Hombre de Vitruvio— continúa siendo la regla de oro de la innovación. La apasionante vida de este gran hombre debe recordarnos la importancia de inculcar el conocimiento, pero sobre todo la voluntad contagiosa de cuestionarlo: ser imaginativos y pensar de manera diferente.
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Walter Isaacson (Leonardo da Vinci: La biografía)
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Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo.
Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan.
Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz.
Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen.
Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo,
me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto,
no solamente mi cuerpo, sino mi alma.
A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse.
A un niño le daría alas, pero le dejaría que él sólo aprendiese a volar.
A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido. Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombre. He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada. He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre.
He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse. Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no habrá de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo. Trata de decir siempre lo que sientes y haz siempre lo que piensas en lo más profundo de tu corazón. Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría al Señor para poder ser el guardián de tu alma. Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo, te diría “te quiero” y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes. Siempre hay un mañana y la vida nos da siempre otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré. El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que si mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo, un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo.
Mantén a los que amas cerca de ti, diles al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles, “lo siento,” “perdóname”, “por favor,” “gracias” y todas las palabras de amor que conoces. Nadie te recordará por tus nobles pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos. Finalmente, demuestra a tus amigos y seres queridos cuanto te importan.
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Gabriel García Márquez
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El dolor, cuando se instala en nuestro cuerpo, no quiere irse. Sobretodo si fue forjado en una relación.
Cada foto, cada rincón de la casa, el barrio o la ciudad está impregnada por aquella persona que ya no está a nuestro lado. Y como si fuera a propósito, el recuerdo nos trae a la memoria los momentos más felices, las situaciones más divertidas, la complicidad, las sonrisas compartidas, el dolor soportado juntos.
¿Y ahora qué necesito esa mano? ¿Cómo soporto el dolor?
Esa unión que antes alimentaba mi amor, se ha desgarrado, se rompió y ya no hay vínculo que lo reemplace.
Como un muñón, ahora debo aprender a vivir sin esa parte de mi, que se ha ido.
Una herida infectada es mejor cortarla, limpiarla aunque duela, coserla y esperar a que cicatrice. No hay manera de hacerlo más fácil. No hay trampa posible que le hagamos a nuestro corazón. Pero sanará.
Pero sabemos que el dolor a cuenta gotas sería muchísimo peor a la larga, drenaría nuestra vida, nos haría infelices para siempre. Y es mortal.
Y cuando reconocemos que hay otras conexiones que salen de nosotros, que tenemos espacio para abrir un nuevo canal, cuando vemos que hay otros que necesitan también sanar sus heridas, entonces aceptamos recorrer un nuevo camino.
Solo debemos tener un solo cuidado: el desierto que cruzamos en el dolor nos permite saber quiénes somos, qué queremos, qué hicimos mal, que nos dejamos hacer y no debimos, qué tanto nos rebajamos o que tan inflexibles somos. No es necesario sufrir, pero es imprescindible aprender. En el camino nos habremos recuperado y estaremos caminando hacia otro horizonte.
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Leo Batic (Heredera de dragones (El último reino, #2))
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Joan era dura en el exterior, pero tenía una verdadera vulnerabilidad cuando llegabas a conocerla. Casi desde el momento en que me uní a The Runaways, había habido un lazo especial entre nosotras. La gente nos había comenzado a llamar “Sal y Pimienta”, no sólo por los contrastantes colores de cabello, sino porque siempre parecíamos estar juntas. En Joan, encontré una amistad mucho más intensa, y mucho más profunda, de lo que había conocido hasta ese punto en mi vida. Éramos niñas: Joan sólo era un año mayor que yo, y me aferraba más a ella que a cualquiera en la banda, y ella hacía lo mismo conmigo.
Cuando pienso en Joan y nuestra relación, todavía puedo sentir un distante temblor por dentro. Nuestra amistad fue un regalo de Dios para mí. Era profunda, y por momentos ella era la única que me mantenía cuerda. Joan era perceptiva. Casi como si pudiera leer mi mente. Dios, cómo necesitaba esa clase de conexión. Especialmente cuando me sentía tan desconectada. Creía en ella, y en el sueño que la había conducido tan lejos. Me sentía segura cuando me quedaba cerca de ella, como si fuera arrastrada por la red de seguridad de su resuelta visión de lo que estábamos haciendo.
A veces nos mirábamos y yo sentía un cosquilleo en mi estómago. Su sonrisa era tibia y su actitud de amor a la diversión me hacía olvidar cuán extraño y bizarro este mundo nuevo y loco realmente era. Ella era mi ancla. ¿Cómo explico a una persona que era mi mejor amiga, alguien en quien podía confiar como una hermana, alguien que para mí se volvió una fuerte atracción sexual? Bueno, es fácil. Tan fácil como era estar con ella. Podría dejarlo en que tuve momentos con una amiga que aún hoy me hacen temblar. Y fueron algunos de los momentos más satisfactorios de mi joven vida.
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Cherie Currie (Neon Angel: A Memoir of a Runaway)
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—¡Arriba, princesita!
El grito la sobresaltó, incorporándose de golpe, desorientada.
Miró a su alrededor. La luz había vuelto, y Hewan estaba de pie en mitad de la estancia. Tenía una cadena más delgada en una mano, y una bolsa negra en la otra. Se había cambiado la falda de cuero de la noche anterior por otra de lana gruesa, tejida a cuadros verdes con líneas negras
—¿No puedes ser más delicado a la hora de despertarme? —se quejó Rura con irritación.
—¿La princesita se ha asustado? —Se llevó la mano al pecho, simulando estupor—. Lo lamento mucho, alteza imperialísima. ¿Vais a ordenar azotarme?
Rura se levantó. Se sentía sucia y horrenda, con el pelo enredado y el quimono lleno de arrugas. Y olía a sudor. Hacía años que sus axilas no olían.
—No me llames así —gruñó.
—¿Princesita? ¿No te gusta?
—Me importa un comino si me llamas princesita. No te dirijas a mí como Alteza Imperial. No tengo el derecho a usar el título.
Rura intentó evitarlo, pero la amargura fue evidente en su voz. Hewan soltó una carcajada y puso los brazos en jarras. La cadena y la bolsa negra colgaban de sus manos.
—Vaya, vaya, vaya… Así que no eres hija legítima —se burló—. Lástima. Pensaba utilizarte como moneda de cambio, pero ya veo que no me servirás ni para eso. Probablemente, cuando la noticia de tu captura llegue a oídos de tu padre, el gran príncipe heredero, se sentirá aliviado. ¿No es así?
—¡Mi padre me quiere! —gritó furiosa—. ¿Me oyes, bestia inmunda? ¡Mi padre me quiere, y cuando venga a por mí, traerá con él todo el ejército imperial! ¡Destrozará estas montañas hasta encontrarme! Y tú y tu pueblo lo pagaréis con la exterminación.
Se sintió como una niña malcriada gritando toda esa sarta de mentiras, pero en aquel momento no podía afrontar la verdad que había en las palabras de aquel extraño.
La sonrisa de Hewan murió y su rostro se transformó en una máscara colérica.
—Claro que te quiere, princesita —siseó. Tenía el cuello en tensión, y los tendones se marcaban, abultados bajo la piel—. Por eso permitió que tu esposo el gobernador te repudiara y te exiliara.
Rura no contestó. ¿Qué iba a decir? ¿Confesar ante este extraño que se lo merecía por lo que había hecho? ¿Que tenía suerte de estar viva? Había conspirado para matar a Kayen. El hecho que fuese por orden de su padre, no la convertía en inocente.
Además, estaba segura que su exilio tenía mucho más que ver con la paliza que le dio a la esclava, que con el intento de asesinato.
—¿No dices nada?
Rura se escondió de nuevo tras su máscara de princesa. Levantó la barbilla con orgullo y se negó a hablar.
Hewan se acercó a ella, y Rura luchó con el impulso de huir de él. Le puso la bolsa delante de la cara.
—Hueles que apestas —le dijo. Rura enrojeció de rabia y de vergüenza—. Te voy a llevar a los baños para que te puedas lavar, pero para eso tengo que taparte la cabeza.
—No quiero ir. Puedo lavarme aquí si alguien me trae agua y jabón.
—Nadie te ha pedido tu opinión, princesita. —Le pasó la bolsa por la cabeza y se la anudó en el cuello, por encima del collar metálico—. No te preocupes, no dejaré que te caigas… creo.
Desenganchó la cadena que la mantenía sujeta a la pared, y aseguró la nueva cadena que llevaba en la mano, más delgada y corta.
—¿Tienes que llevarme como si fuera un perro? —preguntó indignada— . No voy a echar a correr.
—Por supuesto que no correrás —contestó Hewan, guasón—. Esta cadena no es para impedir que huyas; es para humillarte.
—Eres un animal.
—Puede ser, pero no soy yo el que lleva collar y cadena, princesita. Y que no se te ocurra intentar quitarte la bolsa de la cabeza: si lo haces, tendré que arrancarte esos bonitos ojos que tienes.
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Alaine Scott (La princesa sometida (Cuentos eróticos de Kargul #3))
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empezaba a convertirse en el mayor de los peligros de un modo que jamás hubiese sospechado. Su expresión apenada desarmaba a Álvaro cada vez que ella le dedicaba una tímida sonrisa. No lo podía evitar, sentía la necesidad de ofrecerle su protección, se la veía tan desvalida, tan vulnerable, y era tan… atractiva, sí. Álvaro reconoció para sí mismo que Judith era una chica muy bonita, un poco delgada, pero bien proporcionada. Todo en ella le atraía y, sencillamente, eso no podía ser. Tenía que librarse desesperadamente de esa mezcla de compasión y deseo que Judith despertaba en él. Era una enemiga, todos lo eran en aquella mesa, y tenía que permanecer concentrado.
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Fernando Trujillo Sanz (La última jugada)
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Su corazón se hallaba en constante y turbulenta agitación, temperamento creador, tenía un don para saber esperar y, sobre todo, una romántica presteza; era la suya una de esas raras sonrisas, con una calidad de eterna confianza, de esas que en toda la vida no se encuentran más que cuatro o cinco veces.
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F. Scott Fitzgerald
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Hay una sonrisa otra vez, junto con los ojos en llamas. Esa chica me mata poco a poco...
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Jennifer Castle (Juntos a medianoche (Spanish Edition))
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Y entonces ella sonrió. Y, por esa sonrisa, él habría sido capaz de recorrer el infierno, luchar con dragones y levantar a los muertos.
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Laura Esparza (¡Piratas!)
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Es como la imagen del burro que va jalando una carretita mientras el dueño mantiene una zanahoria colgando frente a su hocico. Tal vez el dueño va hacia donde quiere ir, pero el burrito sólo persigue una ilusión, un engaño. Y el día de mañana sólo habrá otra zanahoria para él.” “¿Quieres decir que cuando me imagino un nuevo guante de beisbol, dulces y juguetes, soy como el burro y su zanahoria?”, preguntó Mike. “Sí. Y a medida de que creces, los juguetes se vuelven más caros. Entonces necesitas un auto nuevo, un bote y una mansión para impresionar a tus amigos”, dijo padre rico, con una sonrisa. “El miedo te lleva hasta la puerta y el deseo te atrae con sus llamados. Esa es la trampa.
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Robert T. Kiyosaki (Padre rico. Padre pobre (Nueva edición actualizada). Qué les enseñan los ricos a sus hijos acerca del dinero, ¡que los pobres y la clase media no!)
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pero a veces sencillamente lo sabes. Que esa persona no es cualquiera, que la piel no se te pone de gallina en vano, que el brillo en tus ojos y esa sonrisa estúpida y perpetua no la consigue el chico que te sirve el café en el Starbucks aunque lleva meses intentándolo. Sabes que hay algo especial porque en tu interior algo estalla y se renueva. Y ya no eres el mismo. Es así de místico e inevitable.
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Isa Quintín (LadyKiller)
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hicieron su aparición en la ciudad numerosas personas de medio pelo. En épocas turbias, de incertidumbre y transición, aparecen siempre y por todos lados personas de medio pelo. No hablo de los llamados «progresistas», de los que siempre se dan más prisa que los demás (tal es su afán cardinal), cuyos propósitos, aunque a menudo descabellados, están más o menos definidos. No. Hablo sólo de la canalla. En todo período de transición surge esa canalla de la que ninguna sociedad está libre, y surge no sólo sin propósito alguno, sino sin ningún asomo de idea, sólo para sembrar con ahínco la inquietud y la impaciencia. Y, sin embargo, esa canalla, sin advertirlo siquiera, cae casi siempre bajo el caudillaje de un puñado de «progresistas», que ya sí obran con un propósito definido, y son los que llevan a ese hato de truhanes a donde les da la gana, si es que ese puñado de «progresistas» no es también un puñado de sandios, lo que, por otra parte, sucede más de una vez.
(...)Y, con todo, las personas más ruines adquirieron de súbito ascendiente entre nosotros y se pusieron a criticar a voz en cuello todo lo más sagrado, cuando antes no osaban decir esta boca es mía; en tanto que las personas principales, que hasta entonces habían llevado la voz cantante, se aprestaron de pronto a escucharlos, mientras ellos a su vez callaban; y algunos hasta aprobaban cínicamente con risitas mal disimuladas. Individuos como Liamshin, como Teliatnikov, terratenientes por el estilo del Tentiotnikov de Gogol, toscos y quejumbrosos Radishchevs caseros, pequeños israelitas de lúgubre aunque altiva sonrisa, viajeros jocosos, vates politizados de la capital, poetas que a falta de ideas o talento visten camisas campesinas y calzan botas embreadas, comandantes y coroneles que se burlan de lo insensato de su profesión y que por un rublo más estarían dispuestos a colgar el sable y trabajar como escribientes en los ferrocarriles, generales que se hacen abogados, educados árbitros de conflictos laborales y pequeños comerciantes en vías de educarse, incontables seminaristas, mujeres que encarnan la cuestión femenina…, toda esta gente se enseñoreó de pronto. ¿Y sobre quién? Sobre el club, sobre los funcionarios, sobre generales mutilados en campaña y sobre las damas más severas e inabordables de nuestra sociedad. Si la propia Varvara Petrovna, con su adorado hijo, habían servido casi de mandaderos de toda esa pillería hasta el momento mismo de la catástrofe, bien se puede perdonar hasta cierto punto a otras de nuestras Minervas locales por la aberración de entonces. Como ya he apuntado, ahora se culpa de todo a la Internationale.
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Fyodor Dostoevsky (Demons)
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Cuando volví a verlo, cuando iniciamos esta segunda amistad que espero no terminará ya nunca, dejé de pensar en toda forma de ataque. Quedó resuelto que no le hablaría jamás de Inés ni del pasado y que, en silencio, yo mantendría todo aquello viviente dentro de mí. Nada más que esto hago, casi todas las tardes, frente a Roberto y las caras familiares del café. Mi odio se conservará cálido y nuevo mientras pueda seguir viviendo y escuchando a Roberto; nadie sabe de mi venganza, pero la vivo, gozosa y enfurecida, un día y otro. Hablo con él, sonrío, fumo, tomo café. Todo el tiempo pensando en Bob, en su pureza, su fe, en la audacia de sus pasados sueños. Pensando en el Bob que amaba la música, en el Bob que planeaba ennoblecer la vida de los hombres construyendo una ciudad de enceguecedora belleza para cinco millones de habitantes, a lo largo de la costa del río; el Bob que no podía mentir nunca; el Bob que proclamaba la lucha de los jóvenes contra los viejos, el Bob dueño del futuro y del mundo. Pensando minucioso y plácido en todo eso frente al hombre de dedos sucios de tabaco llamado Roberto, que lleva una vida grotesca, trabajando en cualquier hedionda oficina, casado con una mujer a quien nombra “mi señora”; el hombre que se pasa estos largos domingos hundido en el asiento del café, examinando diarios y jugando a las carreras por teléfono.
Nadie amó a mujer alguna con la fuerza con que yo amo su ruindad, su definitiva manera de estar hundido en la sucia vida de los hombres. Nadie se arrobó de amor como yo lo hago ante sus fugaces sobresaltos, los proyectos sin convicción que un destruido y lejano Bob le dicta algunas veces y que sólo sirven para que mida con exactitud hasta donde está emporcado para siempre.
No sé si nunca en el pasado he dado la bienvenida a Inés con tanta alegría y amor como diariamente le doy la bienvenida a Bob al tenebroso y maloliente mundo de los adultos. Es todavía un recién llegado y de vez en cuando sufre sus crisis de nostalgia. Lo he visto lloroso y borracho, insultándose y jurando el inminente regreso a los días de Bob. Puedo asegurar que entonces mi corazón desborda de amor y se hace sensible y cariñoso como el de una madre. En el fondo sé que no se irá nunca porque no tiene sitio donde ir; pero me hago delicado y paciente y trato de conformarlo. Como ese puñado de tierra natal, o esas fotografías de calles y monumentos, o las canciones que gustan traer consigo los inmigrantes, voy construyendo para él planes, creencias y mañanas distintos que tienen luz y el sabor del país de juventud de donde él llegó hace un tiempo. Y él acepta; protesta siempre para que yo redoble mis promesas, pero termina por decir que sí, acaba por muequear una sonrisa creyendo que algún día habrá de regresar al mundo de las horas de Bob y queda en paz en medio de sus treinta años, moviéndose sin disgusto ni tropiezo entre los cadáveres pavorosos de las antiguas ambiciones, las formas repulsivas de los sueños que se fueron gastando bajo la presión distraída y constante de tantos miles de pies inevitables.
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Juan Carlos Onetti (Cuentos completos)
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Era imposible no sonreírle de regreso; era más reflejo que acción.
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Vanessa Bonilla (En esa Esquina del Bosque)
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Cada mujer tiene su sonrisa propia y esa suave dilatación de los labios toma formas infinitas, perceptibles apenas, pero que les sirve de sello.
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”
Gustavo Adolfo Bécquer (Rimas de Bécquer)
“
—¿Te queda algo? —preguntó Aziz.
Su amigo dudó y tragó saliva. El puntito de luz roja que era su ojo derecho tembló.
—Ya sabes que no. Hace días que lo terminamos.
—No me mentirías, ¿verdad? No a mí. Nos conocemos desde hace demasiado tiempo como para eso. No le mentirías a tu único amigo, a la persona que podría abandonarte aquí a tu suerte. —La sonrisa en el rostro de Aziz se apretó—. Dime, ¿sabrías encontrar el camino de vuelta sin mí?
Roc acomodó su peso en el asiento y los amortiguadores gimieron. El vehículo que conducía estaba equipado para recorrer los desiertos, compuesto por un chasis de malla espacial que se asemejaba a una jaula sostenida por cuatro ruedas enormes. El cañón de un rifle de aspecto cruel asomaba a su lado, dispuesto a ser usado en caso de necesidad. Arrastraba un remolque de un eje que estaba cubierto por una lona, sin nada todavía con lo que cargar. El motor anclado en la parte de atrás del vehículo hacía un ruido infernal.
—Tú nunca… —empezó a decir Roc.
—¿Yo nunca te haría eso? —bufó Aziz—. Tal vez, pero cada día que pasamos aquí es peor que el anterior y todavía tenemos que volver. Es mucho tiempo, Roc. Muuuuucho tiempo. Quién sabe qué puede pasar por la cabeza de una persona tantos días aquí fuera. Y más si esa persona lleva ya demasiado tiempo sobrio.
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Pau Varela (La Cosecha Estelar (El Eterno Retorno, #2))
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—¿Los vampiros sufren el jet-lag?
Veneno se quitó las gafas para mostrarle sus impactantes ojos, con pupilas verticales como las de las serpientes. Aunque ya los había visto antes, Elena sintió un vuelco en el corazón, una respuesta visceral a la extraña inteligencia de esa mirada. Una parte de ella se preguntaba si sus ojos eran lo único en él que había cambiado con la Conversión. ¿Veneno pensaba como los humanos, o su intelecto era más bien de sangre fría?
—¿Te estás ofreciendo a aliviar mis dolores, cazadora? —inquirió el vampiro. Se pasó la lengua por uno de sus largos incisivos y sacó una gota dorada de veneno—. Me siento conmovido.
—Solo pretendía ser amable —dijo ella. Las pupilas de Veneno se contrajeron en el instante en que volvió a ponerse las gafas. Elena no pudo evitarlo. —¿Por qué no tienes la lengua bífida?
—¿Por qué no puedes volar? —Una sonrisa desdeñosa—. Esas cosas que tienes en la espalda no están de adorno, ¿lo sabías?
Elena le mostró el dedo corazón a modo de respuesta.
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Nalini Singh (Archangel's Kiss (Guild Hunter, #2))
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—Sé que creías amarla, pero el amor, mi niño, es otra cosa —me aseguró.
—¿No es sentirse vivo, palpitar, sentir a manos llenas...?
Su mano se apoyó en mi antebrazo, parando mi discurso.
—El amor no es esperar angustiado a que responda un mensaje ni medir cuánto vales por la atención que te preste un día, a sabiendas de que el viento soplará en otra dirección y ella cambiará de parecer el siguiente.
—Esa es la emoción de...
—No. Eso es el amor mal entendido. Si te hace sufrir, no es amor. Amar es divertido. Superdivertido, en realidad. —Esbozó una sonrisa preciosa, clara, fiable—. Te sientes tan cómodo y tan tú con el otro que casi podrías hacer cualquier cosa. Te sientes capaz. Y os reís con la boca llena, peleando, cocinando y hasta en la cama. David, de verdad..., el amor es mucho más ligero que todo lo que has sentido. Te hace volar, no te aplasta contra un sofá abrazado a..., ¿qué es esto? —Señaló una prenda de ropa que tenía agarrada y que abrazaba cuando estaba tirado en el sofá.
—Una camiseta suya.
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Elísabet Benavent (Un cuento perfecto)
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Le doy a la tecla de enviar y observo su reacción al leer el mensaje. Se echa a reír. Se echa a reír y eso me irrita. Sobre todo porque su sonrisa es muy... sonriente. ¿Tiene sentido lo que acabo de decir? Es que no se me ocurre otra forma de describirla. Es como si toda la cara sonriera, no sólo la boca. Me pregunto qué aspecto tendrá esa sonrisa de cerca.
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Colleen Hoover (Maybe Someday (Maybe, #1))
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Ty se mordió el labio. Durante un momento, Kit pensó que no iba a decirle nada.
—No es el significado, solo el sonido —le explicó—. Sombra, cristal, vidrio, estrella, susurro, mellizo. —Apartó la mirada de Kit, una temblorosa silueta en una sudadera demasiado grande con el oscuro pelo absorbiendo la luz de la luna sin reflejarla.
—Susurrar también es lo mío —le confesó Kit. Dio un paso hacia Ty y le tocó el hombro con suavidad—. Nube, secreto, huracán, espejo, castillo, espino.
—Blackthorn —dijo Ty con una sonrisa deslumbrante, y Kit supo en ese momento que cualquier cosa que se hubiese dicho a sí mismo durante los últimos días sobre escaparse, no era más que una mentira. Y quizá era a esa mentira a la que Livvy había respondido con su actitud en el exterior de la tienda de magia; contra la semilla en el corazón de Kit que le decía que aún podría marcharse.
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Cassandra Clare (Lord of Shadows (The Dark Artifices, #2))
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Ty sonrió. Una auténtica sonrisa de las que iluminaban el rostro, e hizo que Kit recordara la primera vez que se habían visto. En esa ocasión no tenía a Ty sentado encima, pero le apoyaba una daga en el cuello.
Kit lo miró y se olvidó de la daga. «Hermoso», había pensado.
Hermoso como los cazadores de sombras eran hermosos, como la luz de la luna reflejándose en los bordes de un cristal quebrado: encantador y letal. Cosas hermosas, cosas crueles, crueles de un modo que solo puede ser la gente que cree absolutamente que su causa es la correcta.
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Cassandra Clare (Lord of Shadows (The Dark Artifices, #2))
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No solo somos lo que hacemos, sino también lo que no hacemos. Somos lo que decimos, casi tanto como lo que callamos. Somos las preguntas que no nos atrevemos a pronunciar, en la misma medida que esas respuestas que nunca llegarán y permanecerán eternamente flotando entre remolinos de miedo e incertidumbre. Somos la sutilidad de una mirada, la intimidad de una caricia suave, la curva de una sonrisa sincera. Somos momentos bonitos, instantes agridulces, noches tristes. Somos detalles. Somos reales. Pero, por encima de todo lo demás, somos las decisiones que tomamos. En toda su dimensión. Por cada elección, damos un paso al frente y abandonamos algo en el camino. O damos un paso atrás y abandonamos algo que estaba por llegar. Avanzamos entre alternativas, seleccionando unas, rechazando otras, marcando nuestro destino. Siempre habrá algo que pierdas incluso cuando ganes, pero eso no es lo importante. Lo realmente valioso es ser capaz de tomar esa decisión, hacerlo siendo libre; apostar por un sueño, por uno mismo o por otra persona, sin dudas ni temor, solo con ganas, con pasión.
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Alice Kellen (Nosotros en la luna (Planeta) (Spanish Edition))
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—Me llamo Greg...
—Te llamas Elton John —dijo Aline, anotándolo.
—No —insistió el licántropo—. Me llamo Greg. Greg Anderson.
—Elton John —repitió Aline, cogiendo un sello—. Tienes treinta y seis años y eres un limpiachimeneas que vive en Bel Air. —Selló el papel con tinta roja: INSCRITO, y se lo devolvió.
El licántropo cogió el papel, confuso.
—¿Qué estás haciendo?
—Esto significa que la Clave no podrá encontrarte —explicó Tavvy, que estaba bajo la mesa, jugando con un coche de juguete—. Pero que estás inscrito en el Registro.
—Técnicamente —dijo Helen, esperando que él aceptara la triquiñuela. Si no lo hacía, tendrían problemas con el resto.
Greg miró otra vez el papel.
—Es solo mi opinión —dijo—, pero el tipo que viene detrás de mí se parece a Humphrey Bogart.
—¡Pues Humphrey será! —exclamó Aline, agitando el sello—. ¿Quieres ser Humphrey Bogart? —le preguntó al siguiente subterráneo, un brujo alto y delgado con cara triste y orejas de caniche.
—¿Y quién no? —repuso el brujo.
La mayoría de los subterráneos se mostraban inquietos mientras avanzaba la cola, pero cooperativos. Hubo incluso algunas sonrisas y agradecimientos. Parecieron entender que Aline y Helen estaban tratando de socavar el sistema, aunque no el porqué.
De pronto Aline señaló a un hada alta y rubia, con un vestido de bambula.
—Esa es Taylor Swift.
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Cassandra Clare (Queen of Air and Darkness (The Dark Artifices, #3))
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Esos “bárbaros” medievales... Imaginemos que un turista llega a París y decide ver todo lo que se pueda. Solo tiene tres días ya que la exigencia de su “tour” no le permite más. Decide no seguir con el grupo para tener más independencia (y hace bien); abre rápidamente su guía y comienza a ver qué visitará en esa jornada; es tanto lo que tiene para ver que decide cortar por lo sano; se acerca a un parisino que encuentra por la calle y en un aceptable inglés, le pregunta: - “Buenos días; disculpe por favor... Soy turista y es mi primera vez aquí. Dígame: debo ver París en solo tres días: ¿qué me recomienda Ud.?” El parisino, un joven de apenas 25 años, con barba, boina y un bolso estilo hippie, le dice mientras pita un cigarrillo: - “No deje de ver ‘La Sainte-Chapelle’, ‘Notre Dame’, el ‘Quartier Latin’, el Museo del Louvre, el de Cluny y la Basílica real de Saint-Denis. ¡Ah...! –agrega– si puede vaya a ver la Tour Eiffel, al menos por afuera”. Y el hippie no se equivoca... sabe que todas aquellas “construcciones medievales” no pueden dejarse de visitar. Es que la “Edad Media” construyó cosas tan horripilantes que incluso hasta el día de hoy existe gente que desea despilfarrar sus ahorros y masacrar sus sentidos con las catedrales góticas y románicas, los manuscritos iluminados, los frescos en las paredes de los claustros o iglesias, la poesía medieval, los cantares de gesta, los vitrales, las esculturas que adornan el interior y el exterior de las casas y edificios, los instrumentos, el canto y la polifonía, etc. Es todo esto lo que un turista que viaje a Europa se obstinará una y otra vez por visitar. ¡Qué masoquistas que somos! Ir a visitar la obra de unos brutos “bárbaros”... Pero... “¿bárbara la Edad Media, que ha construido Sainte-Foy-de-Conques, Cluny y el Thoronet?¿Bárbaros, los tímpanos románicos de Moissac o de Autun?¿Bárbaras las catedrales góticas de Amiens o de Beauvais?¿Bárbaro el Ángel de la sonrisa de Notre-Dame de Reims?¿Bárbaros los vitrales de Chartres o los de la Sainte-Chapelle?¿Bárbaros los manuscritos iluminados, los relicarios, los ostensorios y los vasos litúrgicos, piezas de arte sacro que conmueven todavía hoy a los incrédulos?¿Bárbaros el canto llano gregoriano, la polifonía de Guillermo de Machaut o de Josquin des Prés?¿Bárbaros esos monjes que, concibiendo la gama, el ritmo y la armonía, pusieron las bases de la música occidental? ¿Bárbaros esos clérigos que, en el siglo XIII, fundaron las grandes universidades europeas? ¿Bárbaros esos astrónomos y esos médicos que, a pesar de una técnica limitada, profundizaron el aporte de los griegos y de los árabes, preparando el inicio científico del mundo moderno?”[38]. ¡Qué genios estos bárbaros! –diría Chesterton.
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Javier Pablo Olivera Ravasi (Que no te la cuenten 1: La falsificación de la historia (Spanish Edition))
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Clark:
Cuando leas esto, habrán pasado algunas semanas. Si seguiste las instrucciones, estarás en París en una de esas sillas que nunca se apoyan bien en la vereda. Espero que aún esté soleado. Del otro lado del puente, a tu derecha verás L'Artisan Parfumeur. Prueba el perfume Papillons Extréme. Siempre pensé que iría bien contigo. Hay algunas cosas que quería decir y no pude porque te ponías muy emocional y no me dejabas terminar. Así que, aquí van. Cuando regreses a casa Michael Lawler te dará acceso a una cuenta con fondos suficientes para que comiences de nuevo. No entres en pánico. No alcanza para que no hagas nada por el resto de tu vida pero te dará libertad. Al menos para salir de ese pueblito que ambos llamamos hogar. Vive al máximo, Clark. Exígete. No te conformes. Lleva esas piernas rayadas con orgullo. Saber que tienes posibilidades es un lujo. Saber que quizá yo te las di me ha hecho las cosas más fáciles a mí.
Así que esto es todo. Dejaste una marca en mi corazón, Clark. Desde el primer día que llegaste con tu dulce sonrisa y tu ropa ridícula. Tus chistes malos y tu incapacidad para ocultar tus sentimientos. No pienses mucho en mí. No quiero que te pongas triste. Vive bien. Solo vive. Yo caminaré a tu lado en todo momento. Con amor, Will.
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Jojo Moyes (Me Before You (Me Before You, #1))
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No vaya a creer que sus cuadros me dijeran cosas directas, pues en ellos no había ni siquiera figuras humanas, y mucho menos anécdota. Eran naturalezas muertas: una silla al lado de una ventana, un florero. Pero, qué milagro: uno dice "silla" o "ventana" o "reloj", palabras que designan meros objetos de ese frígido e indiferente mundo que nos rodea, y sin embargo de pronto transmitimos algo misterioso e indefinible, algo que es como una clave como un patético mensaje de una profunda región de nuestro ser. Decimos "silla" pero no queremos decir "silla", y nos entienden. O por lo menos nos entienden aquellos a quienes está secretamente destinado el mensaje, críptico, pasando indemne a través de las multitudes indiferentes y hostiles. Así que ese par de zuecos, esa vela, esa silla no quiere decir ni esos zuecos, ni esa vela macilenta, ni aquella silla de paja, sino Van Gogh, Vincent (sobre todo Vincent): su ansiedad, su angustia, su soledad; de modo que son más bien su autorretrato, la descripción de sus ansiedades más profundas y dolorosas. Sirviéndose de aquellos objetos externos e indiferentes, esos objetos de ese mundo rígido y frío que está fuera de nosotros, que acaso estaba antes de nosotros y que muy probablemente seguirá permaneciendo, indiferente y helado, cuando hayamos muerto, como si esos objetos no fueran más que temblorosos y transitorios puentes (como las palabras para el poeta) para salvar el abismo que siempre se abre entre uno y el universo; como si fueran símbolos de aquello profundo y recóndito que refleja; indiferentes y objetivos y grises para los que no son capaces de entender la clave pero cálidos y tensos y llenos de intención secreta para los que la conocen. Porque en realidad esos objetos pintados no son los objetos de aquel universo indiferente sino objetos creados por aquel ser solitario y desesperado, ansioso de comunicarse, que hace con los objetos lo mismo que el alma realiza con el cuerpo: impregnándolo de sus anhelos y sentimientos, manifestándose a través de las arrugas carnales, del brillo de sus ojos, de las sonrisas y de las comisuras de sus labios; como un espíritu que trata de manifestarse (desesperadamente) con el cuerpo ajeno, y a veces groseramente ajeno (...).
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Ernesto Sabato (Sobre héroes y tumbas)
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No solo somos lo que hacemos, sino también lo que no hacemos. Somos lo que decimos, casi tanto como lo que callamos. Somos las preguntas que no nos atrevemos a pronunciar, en la misma medida que esas respuestas que nunca llegarán y permanecerán eternamente flotando entre remolinos de miedo e incertidumbre. Somos la sutilidad de una mirada, la intimidad de una caricia suave, la curva de una sonrisa sincera. Somos momentos bonitos, instantes agridulces, noches tristes. Somos detalles. Somos reales.
Pero, por encima de todo lo demás, somos las decisiones que tomamos. En toda su dimensión. Por cada elección, damos un paso al frente y abandonamos algo en el camino. O damos un paso atrás y abandonamos algo que estaba por llegar. Avanzamos entre alternativas, seleccionando unas, rechazando otras, marcando nuestro destino. Siempre habrá algo que pierdas incluso cuando ganes, pero eso no es lo importante. Lo realmente valioso es ser capaz de tomar esa decisión, hacerlo siendo libre; apostar por un sueño, por uno mismo o por otra persona, sin dudas ni temor, solo con ganas, con pasión.
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Alice Kellen (Nosotros en la Luna)
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«Y cuando vi su sonrisa, lo supe. Esa era la sonrisa que quería ver siempre al despertar durante el resto de mi vida» — Mario Benedetti
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D.D. Gianni (Lo llamaban La Bestia del Rancho)
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Y pareciera que todos andamos esperando la primera lluvia para relajarnos, para decirle adiós al eterno verano y por fin asumir el año que recién comienza en marzo, cuando el país retoma su agenda de burócrata planificado, cuando de un dos por tres se pasa del febrero ocioso a las carreras por las tiendas buscando el uniforme escolar, porque los niños ahora crecen de pronto. Uno no se da ni cuenta y los pitufos te miran desde arriba, alegando por la ingeniosa ley que acorta las vacaciones y los mete de sopetón en el odiado primer día de clases. Ese latero reencuentro con la institución educadora, con esos profesores almidonados que les dan la bienvenida con la sonrisa chueca. Los profes que ahora son jóvenes, recién egresados de las universidades, que fuman pitos e igual odian dejar el carrete, los jeans y las zapatillas para entrar en su doble vida de impecables reformadores. Y quizás, ese es el único punto en que alumnos y profesores se encuentran realmente, planchando la ropa, ordenando papeles y cuadernos para comparecer en el bostezo ritual de la primera mañana escolar.
Allí, alineados en el patio, separados por curso y género (porque se fomenta la fornicación adolescente, dicen los educadores). A esa hora de la mañana, tener que escuchar los interminables discursos de la directora, que con los ojos blancos, cacarea su oración por la santa patria, por el puro Chile que te educa para ser chileno (qué novedad), por las buenas costumbres, que por lo general son para los estudiantes chupamedias, que escuchan en primera fila con cara de santurrones el discurso de la señora. Mientras atrás, a puro pellizcón, los inspectores mantienen a raya a los desordenados, a los pailones de la última fila, los que no se cansan de joder con sus bromas y chistes picantes. Los que se tiran peos e inundan el ordenado aire de la mañana escolar con ese olor rebelde. Tal vez son los únicos que escuchan el discurso de la directora, los únicos que le ponen atención para imitarla, para remedarle su curso y mentirosa acogida. Y la escuchan porque la odian, porque saben que ella no los pasa, detesta su música, su ropa y sus peinados y su desfachatez de pararse en el mundo así. Y llega cada año con nuevos reglamentos e ideas y talleres lateros para que sus niños ocupen mejor el tiempo.
Los estudiantes de la última fila saben que la directora nunca los pierde de vista. Y por cualquiera anotación pasarán por su oficina cabizbajos, escuchando el mismo sermoneo, la misma citación de apoderados, el mismo: «Hasta cuándo González. Hasta cuándo, Loyola. Hasta cuándo, Santibáñez. ¿Nunca se va a aburrir de hacer tanto desorden?». Y la verdad, los alumnos de la última fila seguirán con sus manotazos y pifias mientras la sagrada educación nacional no los represente. Mientras les alarguen la tortura de las clases hasta las cuatro de la tarde, ellos seguirán riéndose del tiempo extra que gasta el estado para domarlos. Si nadie les pregunto, si nadie les dijo a ellos, que son los únicos afectados. Y por eso los chicos andan a patadas con los bancos, escupiendo con rabia a espaldas del inspector que los manda a cortarse el pelo. Ese largo pelo que durante las vacaciones se lo lavaron y cuidaron como seda.
Esa hermosa cascada de cabello que los péndex se sueltan femeninos cuando van a la disco. Tal vez lo único ganado de todas las revoluciones y muchas juveniles. Esa larga bandera de pelo que los chicos desatan clandestinamente y la educación se las arrebata de un zarpazo.
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Pedro Lemebel (Zanjón de la Aguada)
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Gente que sí Hay gente que te la hace fácil. Que te allana el camino. Que te corre las piedras que vos no viste porque estabas demorada en otro pantano. Gente que festeja tu sonrisa. Que te pone una manta porque, como tiene frío, se adelanta al tuyo. Gente que te escucha con el corazón y mirándote a los ojos. Gente a la que no le importa gastar un minuto en discutir algo que no le suma a ninguna de las dos partes. Es gente que te cuida. Te valora y te respeta, sobre todo cuando estás ausente. Gente que sí. Es gente que te quiere sin vueltas. Sin enrosques. Sin pase de facturas ni reproches. Gente que te elige por tu compañía. Por quien sos. Porque acepta tu herida y tu belleza. Gente buena. Que acompaña tu dolor sin cuestionarlo. Tus decisiones sin juzgarlas. Gente que vuela con tu vuelo y te recuerda los tres deseos que te tocan para tu cumpleaños. Gente que alimenta tu alma. Que se alegra por tu existencia. La celebra. Gente que sana, que cura, que salva. Esa gente se vuelve imprescindible. Le da sentido a tu mundo cuando de vez en cuando se te apaga. Esa gente es necesaria. Se la cuida como oro y uno tiene que valorarla cuando está, no cuando hace falta. Es gente que sí. A esa gente se la ama. Y punto.
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Lorena Pronsky (Curame (Spanish Edition))
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La música era de los dedos de Tallin, que me tamborileaban sobre el cuero; era el oro de sus ojos verdes, la curva de su sonrisa. Era su risita susurrante y la forma en que decía esas dos palabras. Sí, esa era la razón por la que yo luchaba, eso era lo que yo había jurado salvar
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Sarah J. Maas (A Court of Thorns and Roses (A Court of Thorns and Roses, #1))
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Pamela nos abre la puerta y nos saluda con abrazos apretados y esa bella sonrisa suya que ni siquiera puede ser opacada por la tristeza. Después de un
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Piedad Bonnett (Lo que no tiene nombre (Spanish Edition))
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—Tu-dijiste que querías a-amistad.
—Sí —dice, traga—. Lo hice. Lo hago. Yo quiero ser tu amigo. —Él asiente y
me doy cuenta del ligero cambio en el aire entre nosotros—. Quiero ser el amigo que cae perdidamente enamorado. El que te tiene en sus brazos y en su cama y que en tu mundo privado se mantiene atrapado en tu cabeza. Yo quiero ser esa clase de amigo —dice—. El que va a memorizar las cosas que dices, así como la forma de tus labios cuando las dices. Quiero conocer cada curva, cada peca, cada estremecimiento de tu cuerpo, Juliette…
—No. —Me quedo sin aliento—. N-no sé qué decir…
No sé qué voy a hacer si él sigue hablando. No sé lo que voy a hacer y no
confío en mí misma.
—Quiero saber dónde tocarte —dice—. Quiero saber cómo tocarte. Quiero saber cómo convencerte para diseñar una sonrisa sólo para mí. —Siento su pecho subiendo, bajando, arriba y abajo, arriba y abajo—. Sí —dice—. Yo quiero ser tu amigo. —Él dice: —Quiero ser tu mejor amigo en el mundo entero.
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Tahereh Mafi
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Pero cosas como escuchar esa sonrisa de ese preciado ser, observar sus movimientos y ver como aclama a tus llamados con sus oídos, hace olvidar las innumerables e infinitas razones maltrechas que se te interpusieron en esos momentos de la vida. Total, ellos no lo escogieron., fue uno mismo quien quiso que ellos pertenecieran a nuestra vida.
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Juan Carlos J. Arráez Brito (CIELO OSCURO SOBRE EL CARIBE. Vaguada de Vargas, 1999.: ¿SI LA NATURALEZA SE OPONE, LUCHAREMOS CONTRA ELLA? (Spanish Edition))
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Cuando el gran maestro Zen Roshi Taji estaba en su lecho de muerte, sus discípulos mayores se congregaron a su lado. Uno de ellos recordó que a Roshi le encantaba un cierto tipo de pastel y dedicó medio día a recorrer las pastelerías de Tokio buscándolo, a fin de ofrecérselo al maestro en ese momento final. Con una sonrisa lánguida, Roshi aceptó un trozo y comenzó a masticarlo lentamente. A medida que se iba debilitando, sus discípulos se fueron acercando y, finalmente, le preguntaron si tenía unas últimas palabras para ellos. “Sí”, respondió Roshi. Los discípulos se inclinaron ansiosos sobre el lecho: “¡Por favor, dínoslas!”. “¡Pero, caramba, este pastel está delicioso!”, y, diciendo esas palabras, expiró. Un maestro Zen no habla de Dios, no habla de la muerte, no habla del más allá. Habla sobre el momento inmediato. Estaba masticando un trozo de pastel, y esa era la realidad. En ese momento, eso era lo real. Lo inmediato es lo real. La respuesta es muy inesperada: “¡Pero, caramba, este pastel está delicioso!”, muy presente. No pueden imaginar a Ramakrishna diciendo eso, ni a un cristiano o a un musulmán. Imposible. Solamente a un maestro Zen… En ese momento, Dios es el sabor delicioso en su boca. Esa es la verdad en ese momento. No hay nada más que la verdad de ese momento. Ni siquiera en su lecho de muerte aplica un maestro Zen algún sistema de creencia; no trae la mente a la situación. Permanece fiel a lo que sea que es.
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Osho (El principio Zen. La vivencia de la más grande paradoja)
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aquellas estatuas de piedra, en su porte, en sus rostros impasibles y, en especial, en la que, siendo aún muy niño, había visto en aquel cómic, enterrada hasta el pecho, ladeada sobre su izquierda, con esa medio sonrisa burlona que nada tenía que envidiar a la de la Gioconda;
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Antonio Castro (Ariki (Spanish Edition))