“
Cuando los adultos dicen: “Los adolescentes piensan que son invencibles”, con esa sonrisa mañosa y estúpida en sus rostros, no saben cuán en lo correcto están. Necesitamos no perder nunca la esperanza, porque nunca nos podemos romper de manera irreparable. Pensamos que somos invencibles porque los somos. No podemos nacer y no podemos morir. Como toda la energía, sólo podemos cambiar formas, tamaños y manifestaciones. Ellos olvidan eso al envejecer. Temen perder y fracasar. Pero esa parte nuestra, más grande que la suma de nuestras partes, no puede nacer y no puede morir, así que no puede fracasar.
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John Green (Looking for Alaska)
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Y si, estás lejos. No es que no te tenga porque nada es realmente mío. Yo soy de apreciar las cosas, de encontrarle sentido o dárselo si no lo tienen. Ahora que estás lejos, sólo me queda contemplarte. Verte ser feliz con quién quieras, con lo que quieras. Agradecer que alguna vez esa sonrisa fue para mí, que esas manos han tocado las mías y que esos labios una vez hicieron el amor conmigo. Así sea en palabras. Y si, estás lejos, ¿qué importa si lo estás? De esa manera, rodeas también mi vida, a una órbita mayor por supuesto, ¿pero qué importa? Pues de esa manera te conviertes en mi paisaje. Y es así como llego amar a tu ausencia.
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J. Porcupine (La vuelta al mundo para abrazarte por la espalda)
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En ese estado febril, en el que otro, quizás, habría escrito versos, miraba atentamente los ojos de las mujeres con las que me cruzaba, esperando como respuesta esa misma mirada amplia y terrible. Nunca me acercaba a las mujeres que me contestaban con una sonrisa, pues sabía que a una mirada como la mía sólo podía contestar con una sonrisa una prostituta o una virgen.
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M. Agueev
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Me dedicó una cálida sonrisa, y esa sonrisa, podría haber derretido el mundo entero, porque si el mundo entero la hubiera visto,
ella habría tenido la fuerza suficiente para acabar con todas las guerras y toda la enemistad del planeta, o al menos habría dado lugar a una larga tregua.
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Jostein Gaarder
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No solo somos lo que hacemos, sino también lo que no hacemos. Somos lo que decimos, casi tanto como lo que callamos. Somos las preguntas que no nos atrevemos a pronunciar, en la misma medida que las respuestas que nunca llegarán y permanecerán eternamente flotando entre remolinos de miedo e incertidumbre. Somos la sutilidad de una mirada, la intimidad de una caricia suave, la curva de una sonrisa bonita. Somos momentos bonitos, instantes agridulces, noches tristes. Somos detalles. Somos reales.
Pero, por encima de todo lo demás, somos las decisiones que tomamos. En toda su dimensión. Por cada elección, damos un paso al frente y abandonamos algo en el camino. O damos un paso atrás y abandonamos algo que estaba por llegar. Avanzamos entre alternativas, seleccionando unas, rechazando otras, marcando nuestro destino. Siempre habrá algo que pierdas incluso cuando ganes, pero eso no es lo importante. Lo realmente valioso es ser capaz de tomar esa decisión, hacerlo siendo libre; apostar por un sueño, por uno mismo o por otra persona, sin dudas ni temor, solo con ganas, con pasión.
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Alice Kellen (Nosotros en la Luna)
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Ese chico roto en la playa parecía como hace una vida. Los años habían pasado, colegio y la NFL, matrimonio y un bebé, pero de vez en cuando, cuando Jude miraba hacia mí y me daba esa lenta mirada, con esa sonrisa conocida en él, yo era esa chica en bikini negro de nuevo, anhelando por un chico que nunca pensé que podría ser mío.
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Nicole Williams (Crush (Crash, #3))
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En solo un día, había llegado a amar esa sonrisa. Y ahora la quiero eliminar.
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Gayle Forman (Just One Day (Just One Day, #1))
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Fue esa sonrisa la que me cautivó y me llenó de alegría a pesar de que no iba dirigida a mí. Yo estaba ahí afuera, tras el cristal, como un mirón y sin atreverme a respirar… ¡tan perfecto me pareció ese momento!
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Nicolas Barreau (La sonrisa de las mujeres)
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-¿Eres doctor? -preguntó.
Levantó la mirada y le volvió a dirigir esa sonrisa encantadora.
-Soy un joker, milady, lo cual es aún mejor.
-¿Cómo puede ser eso mejor que un doctor?
-¿Acaso no has escuchado que la risa es la mejor medicina?
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Marissa Meyer (Heartless)
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He pintado varios cuadros imaginándome como será esa sonrisa que me desarme. He juntado tantos sueños que no se en cual creer, hasta le pedí al viento que te hable de mí.
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Dulce María
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— No puedes tener suficiente de mí, ¿verdad? —Preguntó Wesley, se extendió sobre la espalda de nuevo con una sonrisa—. Eso suena muy bien para mí, pero si soy tan fantástico, deberías correr la voz con tus amigas. Dices que las adoras, por lo que deberías permitirles experimentar el mismo placer alucinante... tal vez al mismo tiempo.
Es lo correcto.
Le fruncí el ceño—. Cuando pienso que tal vez tienes alma, dices mierdas como esa.
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Kody Keplinger (The DUFF: Designated Ugly Fat Friend (Hamilton High, #1))
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Su mirada es segura y decidida, lleva las ideas envueltas en un mar de cabello negro, y como su nombre indica, es la responsable de las arrugas de mis comisuras. Esa luz, esos gestos de complicidad, esa sonrisa.
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Chris Pueyo (El chico de las estrellas)
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—El amor no es esperar angustiado a que responda un mensaje ni medir cuánto vales por la atención que te preste un día, a sabiendas de que el viento soplará en otra dirección y ella cambiará de parecer el siguiente. —Esa es la emoción de… —No. Eso es el amor mal entendido. Si te hace sufrir, no es amor. Amar es divertido. Superdivertido, en realidad. —Esbozó una sonrisa preciosa, clara, fiable—. Te sientes tan cómodo y tan tú con el otro que casi podrías hacer cualquier cosa. Te sientes capaz. Y os reís con la boca llena, peleando, cocinando y hasta en la cama. David, de verdad…, el amor es mucho más ligero que todo lo que has sentido. Te hace volar,
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Elísabet Benavent (Un cuento perfecto)
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Nuestras manos entrelazadas nos acompañaban en un mundo que pasó a ser maravilloso desde el mismo instante en que entraste en él, y que ahora que no estás se resiente y echa en falta la alegría de esa sonrisa que me enamoró un día.
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Alejandro Ordóñez Perales
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Ella lo llamó con una sonrisa coqueta, último requisito para concluir que esa joven podía robarle hasta los pensamientos.
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Isabel Allende (Of Love and Shadows)
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Mi padre solía hacer algo similar —dice ella—. Esa atractiva, encantadora seducción. Pasé los primeros pocos años de mi vida viendo a mi madre anhelarlo, fuertemente. Amándolo y deseándolo mucho después del tiempo cuando él había perdido el poco interés en ella que había podido contener. Hasta un día cuando yo tenía cinco años y ella se quitó la vida. Cuando fui lo suficientemente mayor para entenderlo, me prometí a mi misma que no sufriría por nadie. Tomará mucho más que esa encantadora sonrisa tuya para seducirme.
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Erin Morgenstern (The Night Circus)
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Cuando los adultos dicen: “Los adolescentes piensan que son invencibles”, con esa sonrisa mañosa y estúpida en sus rostros, no saben cuán en lo correcto están. Necesitamos no perder nunca la esperanza, porque nunca nos podemos romper de manera irreparable. Pensamos que somos invencibles porque lo somos.
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John Green (Looking for Alaska)
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Pero allí, en la vida real, en esa pequeña calle cubierta de nieve, en una gran ciudad a la que se considera la ciudad del amor, me convirtió en el hombre más feliz de París.
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Nicolas Barreau (La sonrisa de las mujeres)
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Ámate a ti mismo y de esa forma podrás amar a otros. Ama tus sueños, para poder construir con ellos un mundo cálido y hermoso, lleno de sonrisas y abrazos.
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A.G. Roemmers (El regreso del Joven Pr)
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Cuántos hombres habrán muerto a causa de esa sonrisa tuya y esa mirada.
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David Cotos
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Haría cualquier cosa por esa sonrisa que estás poniendo ahora mismo.
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Jamie McGuire (Walking Disaster (Beautiful, #2))
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(...) y se planta ante mí con los ojos brillantes y esa sonrisa facilona, anárquica, irresistible a más no poder.
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Jandy Nelson (I'll Give You the Sun)
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El colocó un dedo sobre mis labios. -Tomé decisiones terribles. Puedo ser un imbécil y hacerlo a propósito. Tiendo a intimidar a la gente para que haga lo que quiero. Y dejé que todo lo que ha pasado con Dawson amplifique aquellos…uh, rasgos de mi personalidad. Pero —quitó su dedo, y su mueca se extendió en una sonrisa. —Pero tú…me haces querer ser diferente. Eso es por lo que no maté a Blake. Es por eso, por lo que no te quiero tomando esas decisiones o tenerte cerca si yo debo tomarlas. Abrumada por lo que había admitido, no supe que decir.
Pero él bajó su cabeza y me besó, y había aprendido que a veces cuando alguien dice algo tan devastadoramente perfecto, no hay necesidad de una respuesta. Las palabras lo decían todo.
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Jennifer L. Armentrout (Opal (Lux, #3))
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Existe la magia de las pequeñas cosas, de los gestos sencillos y las sonrisas fugaces, de un perdón sincero, de los te quieros y las promesas eternas. Que a esa magia vosotros la llamáis felicidad.
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Laia Soler Conangla (Nosotros después de las doce)
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Y si lo tengo que escribir, prefiero hacerlo con lápiz para poder borrarlo todo inmediatamente, suprimiendo por completo esa parte de mi vida para que se disuelva en la nada y yo pueda empezar de nuevo, dibujándome como quiero ser, que es con una sonrisa de libertad y un corazón puro y un nombre que pueda escribir con mayúsculas porque no me dé miedo revelarlo en una carta garrapateada en un cobertizo.
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Annabel Pitcher (Ketchup Clouds)
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—Echo de menos a la chica que eras antes. Ya sabes, verte pintar, bromear contigo, esa sonrisa que tenías... Y no sé cómo, pero voy a conseguir sacarte de ahí, de donde quiera que estés, y traerte de vuelta.
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Alice Kellen (Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1))
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Peter no era como los demás chicos, pero por fin sentía miedo. Le recorrió un
estremecimiento, como un temblor que pasara por el mar, pero en el mar un temblor sucede a otro hasta que hay cientos de ellos y Peter sintió solamente ése. Al momento siguiente estaba de nuevo erguido sobre la roca, con esa sonrisa en la cara y un redoble de tambores en su interior. Éste le decía: «morir será una aventura impresionante.»
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J.M. Barrie
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Sonríele a la vida y la vida te devolverá esa sonrisa. Gruñe, y gruñidos a cambio tendrás. La vida es un eco de nuestra actitud y de nuestro ánimo. Recibimos lo que previamente entregamos, y creo que es un trato justo.
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Ignacio Novo
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Esa sonrisa que Lily contenía, florece en un instante. Bajo el techo desnudo del Gran Comedor, su expresión se ilumina y cuando se muerde el labio inferior, James avanza, inclina la cabeza, contiene el aliento y prueba un beso suave. Se rozan despacio, los labios juntos y nada más. Los rizos de Lily le hacen cosquillas en la cara y por un momento piensa que está volando y que es el viento el que le hace sentirse así, flotando a varios pies del suelo.
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Irati (Marauder Crack (2021))
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Cuando el señor Stessman entró, fingió caer de espaldas contra la pizarra.
—Dios mío, Eleanor, déjalo ya. Me está deslumbrando. Ahora etiendo por qué guarda esa sonrisa a buen recaudo; los pobres mortales no podrían soportarla.
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Rainbow Rowell (Eleanor & Park)
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El señor Keene sonrió. Si Bill hubiera visto esa sonrisa, habría confirmado su opinión de que el señor Keene no era, exactamente, el campeón de la simpatía, Era una sonrisa agria, la del hombre que ha encontrado mucho que cuestionar pero poco que enaltecer en el género humano.
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Stephen King (It)
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Nadie debería olvidar a sus padres, es una de las cosas más tristes que te pueden suceder en esta vida. Todos deberíamos recordar la sonrisa de una madre o la mirada orgullosa de un padre hasta el fin de nuestros días, porque esa memoria es parte fundamental de nuestra dignidad. Cuando nos sentimos mezquinos, nos recuerda que un día fuimos inocentes; cuando sólo queda el odio, nos dice que también hemos sido dignos de amor.
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David B. Gil (El guerrero a la sombra del cerezo)
“
—¿Qué me has traído? —me preguntó, emocionada.
Sonreí.
—¿Y tú? ¿Qué me has traído? —bromeé.
Auri sonrió y alargó la mano. Vi brillar algo en su palma a la luz de la luna.
—Una llave —contestó con orgullo, y me la puso en la mano.
La cogí y noté su agradable peso.
—Es muy bonita —dije—. ¿Qué abre?
—La luna —respondió ella, muy seria.
—Ah, podría serme muy útil —dije examinándola.
—Eso mismo pensé yo. Así, si hay una puerta en la luna, podrás abrirla. —Se sentó en el tejado con las piernas cruzadas y me miró con una amplia sonrisa en los labios—. Aunque yo no fomentaría esa clase de comportamiento insensato.
[...]
—Te he traído un poco de pan. [...]. Y una botella de agua.
—Eso también es muy bonito —dijo ella con gentileza. [...]—. ¿Qué hay en el agua? [...].
—Flores —respondí—. Y el trozo de luna que no está en el cielo esta noche. Lo he metido también.
[...]
—Yo ya mencioné la luna —dijo con un deje de reproche.
—Entonces, solo flores. Y el brillo del cuerpo de una libélula. Yo quería un trozo de luna, pero solo conseguí el brillo azul de una libélula.
Auri inclinó la botella y dio un sorbo de agua.
—Es maravillosa.
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Patrick Rothfuss (The Name of the Wind (The Kingkiller Chronicle, #1))
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Los amores platónicos son así, se quedan contigo para siempre. Pasan los años y, mientras olvidas besos y caricias de rostros borrosos, puedes seguir recordando una sonrisa de ese chico que fue tan especial para ti. A veces pensaba que lo sentía de esa manera por eso, por ser platónico, por no llegar nunca a suceder, como una pregunta que permanece flotando en el aire: «¿Cómo serían sus besos?». Años atrás, antes de quedarme dormida solía imaginármelos. En mi cabeza, los besos de Axel eran cálidos, envolventes, intensos. Como él. Como cada uno de sus gestos, su forma sigilosa de moverse, la mirada inquieta y llena de palabras no dichas, el rostro sereno de líneas marcadas… ¿Por qué era tan difícil olvidar un amor que ni siquiera llegó a ser real, a existir? Quizá porque para mi corazón… simplemente fue" - Leah
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Alice Kellen (Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1))
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Cada mujer tiene su sonrisa propia y esa suave dilatación de los labios toma formas infinitas, perceptibles apenas, pero que les sirve de sello.
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Gustavo Adolfo Bécquer (Rimas de Bécquer)
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Cada dos metros nos parábamos para besarnos y tardamos una eternidad en llegar al portal de mi casa. Pero el tiempo no importaba en esa noche que no conocía ni el día ni las horas.
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Nicolas Barreau (La sonrisa de las mujeres)
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—¿Es esa una sonrisa? —Se inclinó hacia mí, viéndome demasiado intensamente como para ser en serio—. Lo es. Me has agraciado con tres ahora. Se detiene mi corazón.
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Jennifer L. Armentrout (A Shadow in the Ember (Flesh and Fire, #1))
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Hay que mirar las cosas muy atentamente para poder ver los electrones. Son esas cositas minúsculas que parecen sonrisas diminutas. Los neutrones son grises y parecen ceños fruncidos.
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Neil Gaiman (The Ocean at the End of the Lane)
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Me miró con comprensión, mucho más que con comprensión. Era una de esas raras sonrisas capaces de tranquilizarnos para toda la eternidad, que sólo encontramos cuatro o cinco veces en la vida. Aquella sonrisa se ofrecía —o parecía ofrecerse— al mundo entero y eterno, para luego concentrarse en ti, exclusivamente en ti, con una irresistible predisposición a tu favor. Te entendía hasta donde querías ser entendido, creía en ti como tú quisieras creer en ti mismo, y te garantizaba que la impresión que tenía de ti era la que, en tus mejores momentos, esperabas producir.
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F. Scott Fitzgerald (The Great Gatsby)
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Mitch me estudió con una sonrisa engreída e interrogante. Les era tan fácil, a los hombres, esa asignación inmediata de valor. Y daba la impresión de que querían que tú convinieras en el juicio.
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Emma Cline (The Girls)
“
—Gracias por traerme. —Me acerqué a él para despedirme con un beso en la mejilla, pero él corrió su cara y nuestros labios se terminaron rozando. Me alejé de él de un golpe—. No.
—Dijiste que no ibas a analizarlo.
—No quiero usarte.
Sus ojos se volvieron más pequeños y esa sonrisa traviesa que lo caracterizaba se puso en sus labios y en sus ojos—. Soy utilizable, no me preocupo por eso.
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Paulina V. Olguín (A tercera vista también es Amor (A tercera vista, #1))
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—¿Me prometes que vas a quedarte conmigo?
Por entonces no era más que una niña con miedo a perder a su hermana mayor. Creo que en el fondo eso no ha cambiado. Recuerdo cada detalle de esa noche. Que me dijiste que brillo seiscientas veces más que el sol y que Maia era el nombre ideal para mi galaxia. Y también tu mirada llena de cariño cuando te hice esa pregunta que me había costado tanto pronunciar.
Y lo que pasó después, cuando una de las estrellas se despegó y me cayó sobre la nariz. La apartaste con una sonrisa. Después, volviste a tumbarte bocarriba en la cama, conmigo a tu lado y la estrella sobre la mesilla de noche.
—Claro que sí. Hasta que se caigan todas —dijiste señalando al techo—. Hasta que nos quedemos sin oportunidades, Maia. O hasta que nos quedemos sin estrellas.
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Inma Rubiales (Hasta que nos quedemos sin estrellas)
“
deseo, esa «fuerza Misteriosa que hay detrás de cada cosa». ¡Cómo le gustaban esas palabras de Alfred de Musset! El deseo que hace que toda la superficie de la piel se alumbre y desee la superficie de otra piel de la que no se sabe nada. Antes de conocerse ya son íntimos. Ya no se puede vivir sin la mirada del otro, sin su sonrisa, sin su mano, sin sus labios. Se pierde el rumbo. Se vuelve uno loco. Se le seguiría al fin del mundo, mientras la razón dice: Pero ¿qué sabes tú de él? Nada, nada, ayer mismo no sabíamos ni su nombre. ¡Qué hermoso ardid inventado por la biología para el ser humano, que se creía tan fuerte! ¡Qué triunfo el de la piel sobre el cerebro! El deseo se infiltra en las neuronas y las embota. Nos encadenamos, nos privamos de libertad. En la cama, en todo caso…
El último eslabón de vida primitiva
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Katherine Pancol (Les yeux jaunes des crocodiles (Joséphine, #1))
“
—Eres hermosa— le susurró.
Ella observó de nuevo con esa mirada que se hace con un rápido parpadeo su rostro tostado por el sol, sus anchos hombros, su porte, su figura alta, inmóvil, que estaba a sus pies. Luego sonrió. En la sombría belleza de su rostro esa sonrisa era como el primer rayo de luz en una noche de tormenta, como una flecha fugaz y clara entre nubes sombrías, anunciadora del amanecer y del trueno.
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”
Joseph Conrad (An Outcast of the Islands)
“
—Aku cinta kamu —pronunció Magnus, leyendo esas palabras, y sonrió a Alec, una sonrisa brillante que abarcaba un mundo entero—. Mi amor es tuyo, mi corazón es tuyo, mi alma es tuya, Alexander. Ahora y para siempre.
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Cassandra Clare (Queen of Air and Darkness (The Dark Artifices, #3))
“
—¿No vas a pedirme ese beso? —preguntó Álvaro, recordando el famoso «Bésame» que tanto tiempo llevaba esperando escuchar.
Celia le regaló una sonrisa luminosa. Sonaba a promesa de quinceañeros, pero le daba igual, llevaba una vida entera soñando con decir esas cuatro palabras.
—Bésame y vente conmigo, siempre, siempre, siempre…
Y Álvaro lo hizo, y con ello le regaló una sensación de íntima complicidad que Celia no olvidaría nunca.
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Olivia Ardey (Bésame y vente conmigo)
“
Aura vestida de verde, con esa bata de tafeta por donde asoman, al avanzar hacia ti la mujer, los muslos color de luna: la mujer, repetirás al tenerla cerca, la mujer, no la muchacha de ayer: la muchacha de ayer - cuando toques sus dedos, su talle - no podía tener mas de veinte anos; la mujer de hoy - y acaricies su pelo negro, suelto, su mejilla pálida - parece de cuarenta: algo se ha endurecido, entre ayer y hoy, alrededor de los ojos verdes; el rojo de los labios se ha oscurecida fuera de su forma antigua, como si quisiera fijarse en una mueca alegre, en una sonrisa turbia: como si alternara, a semejanza de esa plata del patio, el sabor de la miel y el de la amargura. No tienes tiempo de pensar mas: (47)
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Carlos Fuentes (Aura)
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—Todo en la vida tiene su parte buena y su parte mala —contesto mirándola—. Las oportunidades, los lugares, los puestos de trabajo..., incluso las personas. Sobre todo las personas. No te fíes de nadie que vaya por ahí diciendo que es perfecto —añado dedicándole una sonrisa—. La vida consiste en tomar decisiones. Hay que valorar si esas cosas malas merecen la pena con tal de disfrutar de las buenas. A veces es mejor dejar pasar el tren por decisión propia. Y en otras lo bueno compensa tanto que tienes que atarte al asiento con una cuerda para que no te obliguen a bajar.
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Inma Rubiales (Hasta que nos quedemos sin estrellas)
“
Él la miró, su sonrisa pretendía tranquilizarla, decirle que todo iba a estar bien. Después se dirigió a mí: "Ahora tú eres el hombre de la casa, Alberto", fue lo último que pronunció. Como una constante, el peso de esas palabras me perseguiría toda la vida. Una sentencia, un susurro permanente.
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Sophie Goldberg (El jardín del mar)
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Las mujeres tienen derecho a decidir qué les parece gracioso y qué no, sin que por ello las acusen de ser lesbianas recalcitrantes. O frígidas. O alemanas. Esto incluye el derecho a ir por la calle sola con gesto neutro sin temor a que algún desconocido te suelte un «¡alegra esa cara!» a voz en grito.
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Bridget Christie (A Book for Her)
“
El idioma materno; Cervantes lo decía con una expresión de origen popular: “la lengua que se mama en las tetas”. Las mujeres tienen un vínculo casi diríamos primordial con el lenguaje: junto con la leche, los bebés paladean las primeras palabras. La lengüita que se mueve procura el alimento y se ejercita para la pronunciación. Las palabras son al mismo tiempo vida que se succiona, sonrisa de placer y adormecimiento, blancura espesa de un nombre incesantemente repetido. Esa unidad es irrecuperable. Pasamos el resto de nuestra existencia para lograr escasos segundos de una fulguración lejanamente parecida, y solo a costa de innumerables esfuerzos de concentración.
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Mario Ortiz (Cuadernos de Lengua y Literatura : Volúmenes V, VI y VII. (Spanish Edition))
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―Incluso tus pies son sexys -murmuró ella.
―¿Esa es tu parte preferida de mí? - preguntó él en voz baja tan cerca de su oído que la piel se le puso de gallina en el cuello.
―Deberías saber cuál es mi parte preferida de ti.
―¿La llamas La Bestia?
Ella sonrió. Se imaginó que eso era lo que él pensaba. ―No, pero La Bestia está en el Top Diez.
―El Top Diez, ¿eh? -Brian le besó el borde la oreja. Un escalofrió le recorrió la columna.
―¿Son mis labios?
Ella sacudió la cabeza. ―No, pero también están en el Top Diez.
Con la lengua le rozó el punto pulsante bajo su oreja. ―¿La lengua?
―No. Mi Top Diez parece muy lleno.
Él se echó a reír y la abrazó. ―Es obvio que son mis manos. -Brian las sostuvo frente a ella y flexionó los dedos.
―Equivocado de nuevo. Sin embargo es una buena suposición.
―De acuerdo, me rindo -dijo él.
Myrna se dio vuelta para mirarlo. ―Es tu cerebro.
Él cubrió la sorpresa con una sonrisa. ―Bueno, tengo que admitir que esa era la última parte que pensé que dirías.
―Controla todas tus otras partes. Es el responsable de tu increíble talento, tanto para la guitarra como en la cama.‖ Brian sonrió. Ella nunca descubriría porque necesitaba que lo completara cuando tenía groupies gritando por su piedad. ―Te hace decir cosas que me
hacen reír y pensar. Te da esa dulce y romántica racha que trato de resistir. Tu personalidad, tu talento, tu corazón y tu alma. Lo que te hace ser tú. Todo eso está en tu asombrosa mente. No me malinterpretes. El cuerpo que tienes también es fabuloso.
―Creo que me estoy sonrojando.
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Olivia Cunning (Backstage Pass (Sinners on Tour, #1))
“
Sonrió comprensivamente. mucho más que comprensivamente. Era una de esas raras sonrisas, con una calidad de eterna confianza, de esas que en toda la vida no se encuentran más que cuatro o cinco veces. Parecía contemplar por un instante el universo entero y después se concentraba en uno con irresistible parcialidad; lo comprendía a uno hasta el límite en que uno deseaba ser comprendido.
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F. Scott Fitzgerald (The Great Gatsby)
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Mátenme al alba. Con cuchillos [ilegible] y con cuchillas oxidadas. Estaré en cuclillas esperando. Salva tu amor. No lo salves. Desafección y mierda violenta que aprendió a expresarse en nuestros días mediante fórmulas atroces como «hacer el amor» y «asumir la responsabilidad» y «negar el pasado» y «el hombre es lo que se hace». No hay más que la memoria, maravilla sin igual, horror sin semejanza. Hace mucho que me entregué a las sombras. Y no me contenta mi destino sombrío, mi destino asombrado. Me han asolado, me han agostado. Libérame de ti pues te amo y no estás. No me hables. No te apostes en mis rincones preferidos. Estás aquí. Me deliras. Me cortas las cintas de colores que me aliaban a las niñas que fui. Me abandonas loca furiosa, comiendo sombras furiosamente, girando convulsa con las manos espantadas, revolcándome en tu huida hasta los atroces orgasmos y gritos de bestia asesinada. Pero te amo. A ti te asumo, ante ti sin pasado ni relojes ni sonidos. Sucia y susurrante, leve, ingrávida, llena de sangre y de sustancias sexuales, húmeda, mojada, reventando de calor, de sangre que pide. Me dañas la columna vertebral, tantos días despeñada sobre tu cuerpo imaginado. Me dañas la cabeza que di contra las paredes porque no sabía qué hacer salvo esto: que debía golpearme y castigarme ya que tú no venías. Con tu sonrisa de paraíso exactamente situado en el tiempo y en el espacio. Con tus ojos que sonríen antes que tus labios. En tus ojos encuentro mi persona súbitamente reconstruida. En tus ojos se acumulan mis fragmentos que se unen apenas me miras. En tus ojos vivo una vida de aire puro, de respiración fiel. En tus ojos no necesito del conocimiento, no necesito del lenguaje. En tus ojos me siento y sonrío y hay una niña azul en el jardín de un castillo. Ahora que no estás me atrae la caída, la mierda, lo abyecto, lo denigrante. Salgo a la calle y siento la suciedad, la ruina. Entro en los bares más siniestros y tomo un vino como sangre coagulada, como menstruación, y me rodean brujas negras, perros sarnosos, viejos mutilados y jóvenes putos de ambos sexos. Yo bebo y me miro en el espejo lleno de mierda de moscas. Después no me veo más. Después hablo en no sé cuál idioma. Hablo con estos desechos que no me echan, ellos me aceptan, me incorporan, me reconocen. Recito poemas. Discuto cuestiones inverosímiles. Acaricio a los perros y me chupo las manos. Sonrío a los mutilados. Me dejo tocar, palpar, manos en mi cuerpo adolescente que tanto te gustaba por ser ceñido y firme y suave. («La lisura de tu vientre, tus caderas de efebo solar, tu cintura hecha a la medida de mis manos cerrándose, tus pechos de niña salvaje que los deja desnudos aun cuando llueve, tu sexo y tus gritos rítmicos, que deshacían la ciudad y me llevaban a una selva musical en donde todo confabulaba para que los cuerpos se reconozcan y se amen con sonidos de leves tambores incesantes. Esas noches en que hacíamos el amor debajo de las grandes palabras que perdían su sentido, porque no había más que nuestros cuerpos rítmicos y esenciales… Y ahora llueve y tengo náuseas y vomito casi todo el día y siempre que hay un olor espantoso en la calle, un olor a paquete olvidado, a muerto olvidado. Y tengo miedo. Eso quería decir: que no estás y tengo miedo.»)
”
”
Alejandra Pizarnik (Diarios)
“
Mueve la cabeza de arriba abajo y frunce el ceño. - Ese es Matt Fuller. Es un sénior y nuestro Asesor promesa. -Me mira con los ojos entrecerrados y trata de leer mi mente.
- ¿En serio? - Sonrío demasido grande, porque ahora él sabe totalmente que estaba mintiendo acerca de la parte linda.
- ¿Cuándo? Estoy muy segura de que me acordaría de él. -Miro a Phillip con curiosidad.
- No lo recuerdo exactamente, pero creo que me vio cuando llevé en mis hombros a través del campus.- Phillip niega con la cabeza hacia mí-. Realmente no sé por qué dejo que te salgas con la tuya, con las cosas que haces.
- Porque soy irresistible, Phillip. - Sonrió y me encojo de hombros-. Tú no puedes ayudarte a ti mismo. Además, no fuiste por todo el campus, soló fueron unos cincuenta metros antes de que fingieras un ataque al corazón y te apoyarás en mi peso colapsando sobre mí en la hierba.
-Oh, sí. Lo recuerdo. Creo que has ganado algo de peso. - Golpeo su hombro.
Lo ignora y continúa -Ahora que lo pienso, creo que es cuando Matt te vió.
Me da una gran sonrisa. Justo ahora lo recordaba.
-Tu probablemente no te diste cuenta, porque estabas muy ocupada rodando en el césped conmigo.
- Estoy bastante segura de que estaba tratando de quitarte de encima de mí.
- Bueno, Matt no lo vio de esa manera puesto que me preguntó si tú eras mi novia.
-Oh Dios. ¿Qué historia inventaste está vez, Phillip?
Él sonríe. - Oh solo le dije que a pesar de que estas locamente enamorada de mí, no quiero estar atado, por lo que soló somos amigos. Por supuesto, lo que tendría que haber dicho es por favor solo llévatela, ella son muchos problemas de los que no valen la pena.
”
”
Jillian Dodd (That Boy (That Boy, #1))
“
Esa es otra cosa que los humanos no comprenden, el recuerdo es inherente al tiempo. Haberla
amado durará por siempre, al igual que sus caricias en tu piel y su cuerpo tembloroso debajo de
ti. Nunca vas a poder olvidarla, su sonrisa nunca será arrebatada de ti, ni de nadie. Ni la felicidad
que vivió a tu lado. O su cuerpo calcinándose en la brazas de la injusticia, Lucio. Las que son
como ella, nunca mueren, son eternas.
”
”
Francisco Daniel Colorado Castro (Los ojos del fantasma (Spanish Edition))
“
La vejez es la enferma-edad: la enfermedad. La única enfermedad incurable que hay en el mundo y que mata a la gente antes de que ésta muera.
Salvo mamá, que parecía cada vez más joven y más hermosa con sus cabellos rubios y sus ojos azules de cielo de atardecer.
Hay bellezas sublimadas, como la de mamá, en las que el alma rejuvenece cada día y adquiere la perfección de una flor inextinguible.
La belleza de mamá daba a su sonrisa el perfume de esa flor.
”
”
Augusto Roa Bastos (Contravida)
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Me miro con comprensión, mucho más que con comprensión. Era una de esas raras sonrisas capaces de tranquilizarnos para toda la eternidad, que solo encontramos cuatro o cinco veces en la vida. Aquella sonrisa se ofrecía —o parecía ofrecerse— al mundo entero y eterno, para luego concentrarse en ti, exclusivamente en ti, con una irresistible predisposición a tu favor. Te entendía hasta donde querías ser entendido, creía en ti como tú quisieras creer en ti mismo, y te garantizaba que la impresión que tenía de ti era la que, en tus mejores momentos, esperabas producir.
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F. Scott Fitzgerald (El Gran Gastby)
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No solo somos lo que hacemos, sino también lo que no hacemos. Somos lo que decimos, casi tanto como lo que callamos. Somos las preguntas que no nos atrevemos a pronunciar, en la misma medida que esas respuestas nunca llegarán y permanecerán eternamente flotando entre remolinos de miedo e incertidumbre. Somos la sutilidad de una mirada, la intimidad de una caricia suave, la curva de una sonrisa sincera. Somos momentos bonitos, instantes agridulces, noches tristes. Somos detalles. Somos reales.
Pero, por encima de todo lo demás, somos las decisiones que tomamos. En toda su dimensión.
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Alice Kellen (Nosotros en la Luna)
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—Capaz es porque hay algunas historias que lo que te dejan son eso: un recuerdo que se envuelve en una sensación.
—¿Y cuál es esa sensación?
—Ese limbo que tanto te gusta. Una mezcla de escape y pertenencia en un mundo secreto. Una sonrisa escondida debajo de la oscuridad. El silencio en el volar de las cuerdas. El jugueteo que haces con tu pelo suelto cuando nadie está viendo. Un par de estelas curiosas en el cielo desnudo. Pies descalzos e inquietos bailando a mi voz. Un tic nervioso en tus parpados. No sé. Creo que mis notas hablarían mejor que mis palabras.
—Esa habilidad poética no la tienes restringida a un pentagrama.
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Jean Paul Vizuete (Nombres en el Silencio)
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- Nunca vuelvas a llamarme así - le espeté.
- Es mejor que llarmarle <> a alguien, ¿no? - Salió por la puerta - Qué visita tan estimulante. La recordaré mucho tiempo.
Aquello ya era suficiente.
- ¿Sabes qué? Tienes toda la razón. Mira que llamarte tarado...Esa es una palabra que no te define bien - le dije sonriendo - <> te pega más.
- Conque <>, ¿eh? - repitió - Eres un encanto.
Levanté el dedo corazón.
(pág.20)
Eran más de la una, pero parecía que Daemon acabara de levantarse. Llevaba los tejanos arrugados y el pelo enmarañado. Hablaba con alguien por teléfono mientras se pasaba la mano por la mandíbula.
- ¿Tu hermano no tiene camisetas o qué? - le pregunté mientras cogía la pala.
- Me temo que no. No las lleva ni en invierno. Siempre va por ahí medio desnudo - refunfuñó - Es bastante incómodo tener que verlo así todo el día, enseñando tanta...carne ¡Qué grima!
A ella le daría grima, pero a mí...me alteraba bastante. Me puse a cavar hoyos en lugares estratégicos mientras notaba que se me secaba la garganta. Tenia una cara perfecta, un cuerpo de ensueño y una mala leche espectacular. Las tres reglas de oro de cualquier tío macizo, vaya.
(pág. 39)
- Tienes una cabecita bastante sucia, gatita.
Pestañeé. <>
- ¿Qué has dicho?
- Que tienes la cabeza sucia - repitió en voz baja. Sabía que Dee no podía oírle -, llena de tierra. ¿Qué creías que quería decir?
- Nada -...Tener a Daemon tan cerca no me reconfortaba en absoluto - Es normal ensuciarse cuando plantas.
Los labios le temblaron un instante.
- Hay muchas maneras de ensuciarse. Aunque no tengo la intención de mostrártelas.
(pág.46)
- Me da a mí que te has mojado tú más que el coche. Nunca pensé que lavar un coche pudiera ser tan complicado pero, después de observarte durante los últimos quince minutos, creo que deberían convertirlo en deporte olímpico.
- ¿Estabas observándome? - Qué grima. Y qué morbo. ¡No! de morboso, nada.
(pág.51)
- Pues sí ¿Y tú siempre te quedas mirando a los tíos cuando llamas a su puerta para preguntar por una dirección?
- ¿Siempre abres la puerta medio desnudo?
- Pues sí. Y no has respondido a mi pregunta. ¿Siempre pegas esos repasos?
Las mejillas me ardían.
(pág.53)
- Hasta mañana a medio día, gatita.
- Te odio - resoplé.
- El sentimiento es mutuo - Me miró por encima del hombro - Me juego veinte pavos a que llevas bañador y no biquini.
Era insufrible.
(Pág. 62)
- ¿Que no confía en mi? ¿Y qué tiene que confiarme, tu virtud?
Se le escapó otra carcajada y tardó unos momentos en poder contestar.
- Pues claro; no le gustan las chicas guapas que están coladitas por mi.
- ¿Qué? - ... - Estás de broma, ¿no?
- ¿A qué parte te refieres? - preguntó-
- ¡A todas!
- Venga ya. No me digas que no sabes que eres guapa. ¿No te lo ha dicho ningún chico antes?
(pág.90)
- Creo que estás condenada a estar conmigo un rato más.
- Seguro que parezco un gato remojado.
- Estás bien. La lluvia te favorece.
Fruncí el ceño.
- Ya me estás mintiendo otra vez.
Sentí que su cuerpo se movía junto al mío y, sin mediar palabra, me rozó la barbilla con los dedos y me atrajo hacia él. En sus labios se dibujó una sonrisa torcida.
- No te miento; te lo dijo en serio.
(pág.101)
- Bueno...Ya llegó el innombrable.
A Dee le dio un ataque de risa que hizo que toda la cafetería nos mirara.
- ¡Me parto!
Me hundí en la butaca. Desde la mañana en que Dee y él me habían preparado el desayuno, me había evitado y a mí me daba igual.
...
Seguramente Daemon era físicamente el hombre más perfecto que jamás había visto - su cara haría las delicias de cualquier retratista -, pero a la vez tenía bastantes papeletas para ser el cretino más grande sobre la faz de la Tierra.
(pág.145)
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Jennifer L. Armentrout (Obsidian (Lux, #1))
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Pues éste es el valle de la muerte, aunque las vacas medren en él.
En el jardín de esa mujer, las mentiras estaban desplegando sus sedas húmedas,
Y los ojos del asesino moviéndose como babosas, de soslayo,
Incapaces de encararse con los dedos, esos malditos egotistas.
Los dedos estaban estampando una mujer en una pared,
Un cuerpo en una pipa, y el humo elevándose.
Este olor es el de los años que arden, aquí en la cocina,
Éstos son los engaños, clavados como fotos familiares,
Y esto es un hombre, mira su sonrisa,
¿El arma homicida? No, nadie ha muerto.
En la casa, no hay ningún cuerpo del delito.
Hay un olor a brillo, hay alfombras de felpa.
Hay la luz del sol, empuñando sus aceros,
Matón aburrido en un cuarto rojo
Donde la radio habla sola como un pariente anciano.
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Sylvia Plath
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Mi padre era un hombre decente. O, por lo menos, eso que llamaríamos un hombre decente: alguien que, en las pequeñas circunstancias de la vida, prefiere no complicarse con las molestias de la indecencia. Uno que, por ejemplo, si al salir de la panadería desecubre que se lleva, además de las facturas, pebetes y miñones, un cuarto kilo de cuernitos sin pagar, vuelve al local, compone una sonrisa tímida, turbada - que le sale perfecta- e intenta un chiste malo para decirle a la dueña que ha vuelto porque es un hombre decente:
-¡Vengo a denunciar un robo!
Le dirá, por ejemplo, y que él es el delincuente que acaba de llevarse el cuarto de cuernitos sin previo abono de su precio estipulado. O sea: mi padre era un hombre cómodo, que nunca quiso tomarse el trabajo de ver qué haía un poco más allá de la decencia, de la conveniencia, de los buenos modales y las reglas morales. La decencia, en general, es cuestión de falta de imaginación o de pereza, y mi padre tenía, por lo que sé, bastante de las dos. Aunque, por supuesto, no sé qué habría pasado si alguna vez la tentación de la indecencia lo hubiera asaltado en serio, armada de una buena recompensa. Es fácil ser decente cuando te cuesta un cuarto de cuernitos; de allí en más se hace más y más difícil, hasta que llega al punto en que cada cual encuentra su temperatura de fundido. Si no hay metal que resista el calor pertinente, ¿por qué habría hombres o mujeres? Es - si existen tales cosas - una de esas verdades innegables; sabiéndolo, ¿no es preferible ahorrarse el fuego de decenas, cientos de grados celsius, y fundirse cin tanto despilfarro?
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Martín Caparrós
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No solo somos lo que hacemos, sino también lo que no hacemos. Somos lo que decimos, casi tanto como lo que callamos. Somos las preguntas que no nos atrevemos a pronunciar, en la misma medida que esas respuestas que nunca llegarán y permanecerán eternamente flotando entre remolinos de miedo e incertidumbre. Somos la sutilidad de una mirada, la intimidad de una caricia suave, la curva de una sonrisa sincera. Somos momentos bonitos, instantes agridulces, noches tristes. Somos detalles. Somos reales.
Pero, por encima de todo lo demás, somo las decisiones que tomamos. En toda su dimensión. Por cada elección, damos un paso al frente y abandonamos algo en el camino. O damos un paso atrás y abandonamos algo que estaba por llegar. Avanzamos entre alternativas, seleccionando unas, rechazando otras, marcando nuestro destino.
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Alice Kellen (Nosotros en la Luna)
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Comienza por hacerle caso a tu sonrisa” ...que en tu sonrisa, como en el rayo de un sol que abre los cielos, aguarda el camino que ilumina la felicidad de tu corazón. Tu mente puede guardar extraños sortilegios para andar, puede incluso dudar de lo dulce y aún creer que dos cuerpos amantes son dos cuerpos y no uno solo, como un solo verbo que es y se promete a la vez. Tus pasos pueden llevarte lejos, pero tu sonrisa sabe qué nombre murmura por las noches, qué nombre recita en tus sueños y qué reflejos la iluminan en esa otra sonrisa. El amor tiene forma de dos labios felices, y el amor encontrado, el sabor de dos bocas lado a lado. Busca en los caminos, busca el amor en la noche más sincera o el día más lejano, pero lleva siempre contigo la brújula de tu sonrisa, y será el faro de tus pasos, pues no hay amor que no se mida en largos de labios. Comienza por hacerle caso a tu sonrisa, y al fin hallarás otra que de la tuya sea norte y orilla.
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Jacques Pierre (Declaro el estado de poesía permanente)
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Anunció que empezaríamos bailando salsa. Me señaló una silla, se envolvió en los brazos de Willie y esperó el compás exacto de la música para lanzarse a la pista.
-El hombre guía -fue su primera lección.
-¿Por qué? -le pregunté.
-No sé, pero así es -dijo.
-¡Ajá! -celebró Willie con aire de triunfo.
-No me parece justo -insistí.
-¿Qué es lo que no es justo? -preguntó la escandinava.
-Creo que nos deberíamos turnar. Una vez manda Willie y otra vez mando yo.
-¡El hombre siempre guía! -exclamó esa bruta.
Ella y mi marido se deslizaron por la pista al son de la música latina, entre los grandes espejos que multiplicaban hasta el infinito sus cuerpos entrelazados, las largas piernas con medias negras y la sonrisa idiota de Willie, mientras yo refunfuñaba en mi silla.
Al salir de la clase, en el auto tuvimos una pelea que por poco acaba apuñetazos. Según Willie, ni siquiera se había fijado en las piernas o las pechugas de la profesora, que eran ideas mías.«¡Jesús! ¡Hay que ver qué tonta es esta mujer!», exclamó.
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Isabel Allende (La suma de los días)
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Hay caricias que duran incluso después del roce. Hay, a veces, personas a la que la distancia no puede separar. Y escalofríos provocados por el calor de un abrazo. Aún hay sonrisas de esas que parecen cualquier otro amanecer. Algunas noches tengo la sensación de que el camino corto también puede ser el correcto. Que, por una vez, la felicidad no depende de llegar a ningún sitio, sino de disfrutar del lugar en el que estamos. Solo hay que cerrar los ojos, cerrarlos con fuerza y acordarse de lo bonito. De la brevedad, del detalle, del momento. No se puede vivir como aquel que no recordó darse una oportunidad para ser feliz. Y agarrarse a la esperanza. Agarrarse con fuerza a las ilusiones. Y seguir. Seguir, parar, tomar aire. Respirar. Mojarnos bajo la lluvia. Y nunca, nunca, creer que las cosas que se derrumban no pueden levantarse de nuevo. Nunca creer que lo triste durará más que nuestras fuerzas. Quizá el problema sea que miramos el cielo por la noche y nos parece que ya no hay demasiadas estrellas. Que algo se apagó hace tiempo y que nada luce igual. Pero no lo olvidéis. No olvidéis hacer brillar vuestros ojos. Que nadie nos quite, nunca, el derecho de iluminar un poquito el mundo”.
SERGIO CARRIÓN en “En un mundo de grises”.
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Sergio Carrion (En un mundo de grises)
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Basándose en las miles de páginas de los cuadernos manuscritos de Leonardo y nuevos descubrimientos sobre su vida y su obra, Walter Isaacson teje una narración que conecta el arte de Da Vinci con sus investigaciones científicas, y nos muestra cómo el genio del hombre más visionario de la historia nació de habilidades que todos poseemos y podemos estimular, tales como la curiosidad incansable, la observación cuidadosa y la imaginación juguetona. Su creatividad, como la de todo gran innovador, resultó de la intersección entre la tecnología y las humanidades. Despellejó y estudió el rostro de numerosos cadáveres, dibujó los músculos que configuran el movimiento de los labios y pintó la sonrisa más enigmática de la historia, la de la Mona Lisa. Exploró las leyes de la óptica, demostró como la luz incidía en la córnea y logró producir esa ilusión de profundidad en la Última cena. La habilidad de Leonardo da Vinci para combinar arte y ciencia —esplendorosamente representada en el Hombre de Vitruvio— continúa siendo la regla de oro de la innovación. La apasionante vida de este gran hombre debe recordarnos la importancia de inculcar el conocimiento, pero sobre todo la voluntad contagiosa de cuestionarlo: ser imaginativos y pensar de manera diferente.
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Walter Isaacson (Leonardo da Vinci: La biografía)
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—Me llamo Greg...
—Te llamas Elton John —dijo Aline, anotándolo.
—No —insistió el licántropo—. Me llamo Greg. Greg Anderson.
—Elton John —repitió Aline, cogiendo un sello—. Tienes treinta y seis años y eres un limpiachimeneas que vive en Bel Air. —Selló el papel con tinta roja: INSCRITO, y se lo devolvió.
El licántropo cogió el papel, confuso.
—¿Qué estás haciendo?
—Esto significa que la Clave no podrá encontrarte —explicó Tavvy, que estaba bajo la mesa, jugando con un coche de juguete—. Pero que estás inscrito en el Registro.
—Técnicamente —dijo Helen, esperando que él aceptara la triquiñuela. Si no lo hacía, tendrían problemas con el resto.
Greg miró otra vez el papel.
—Es solo mi opinión —dijo—, pero el tipo que viene detrás de mí se parece a Humphrey Bogart.
—¡Pues Humphrey será! —exclamó Aline, agitando el sello—. ¿Quieres ser Humphrey Bogart? —le preguntó al siguiente subterráneo, un brujo alto y delgado con cara triste y orejas de caniche.
—¿Y quién no? —repuso el brujo.
La mayoría de los subterráneos se mostraban inquietos mientras avanzaba la cola, pero cooperativos. Hubo incluso algunas sonrisas y agradecimientos. Parecieron entender que Aline y Helen estaban tratando de socavar el sistema, aunque no el porqué.
De pronto Aline señaló a un hada alta y rubia, con un vestido de bambula.
—Esa es Taylor Swift.
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Cassandra Clare (Queen of Air and Darkness (The Dark Artifices, #3))
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Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo.
Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan.
Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz.
Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen.
Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo,
me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto,
no solamente mi cuerpo, sino mi alma.
A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse.
A un niño le daría alas, pero le dejaría que él sólo aprendiese a volar.
A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido. Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombre. He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada. He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre.
He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse. Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no habrá de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo. Trata de decir siempre lo que sientes y haz siempre lo que piensas en lo más profundo de tu corazón. Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría al Señor para poder ser el guardián de tu alma. Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo, te diría “te quiero” y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes. Siempre hay un mañana y la vida nos da siempre otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré. El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que si mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo, un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo.
Mantén a los que amas cerca de ti, diles al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles, “lo siento,” “perdóname”, “por favor,” “gracias” y todas las palabras de amor que conoces. Nadie te recordará por tus nobles pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos. Finalmente, demuestra a tus amigos y seres queridos cuanto te importan.
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Gabriel García Márquez
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El dolor, cuando se instala en nuestro cuerpo, no quiere irse. Sobretodo si fue forjado en una relación.
Cada foto, cada rincón de la casa, el barrio o la ciudad está impregnada por aquella persona que ya no está a nuestro lado. Y como si fuera a propósito, el recuerdo nos trae a la memoria los momentos más felices, las situaciones más divertidas, la complicidad, las sonrisas compartidas, el dolor soportado juntos.
¿Y ahora qué necesito esa mano? ¿Cómo soporto el dolor?
Esa unión que antes alimentaba mi amor, se ha desgarrado, se rompió y ya no hay vínculo que lo reemplace.
Como un muñón, ahora debo aprender a vivir sin esa parte de mi, que se ha ido.
Una herida infectada es mejor cortarla, limpiarla aunque duela, coserla y esperar a que cicatrice. No hay manera de hacerlo más fácil. No hay trampa posible que le hagamos a nuestro corazón. Pero sanará.
Pero sabemos que el dolor a cuenta gotas sería muchísimo peor a la larga, drenaría nuestra vida, nos haría infelices para siempre. Y es mortal.
Y cuando reconocemos que hay otras conexiones que salen de nosotros, que tenemos espacio para abrir un nuevo canal, cuando vemos que hay otros que necesitan también sanar sus heridas, entonces aceptamos recorrer un nuevo camino.
Solo debemos tener un solo cuidado: el desierto que cruzamos en el dolor nos permite saber quiénes somos, qué queremos, qué hicimos mal, que nos dejamos hacer y no debimos, qué tanto nos rebajamos o que tan inflexibles somos. No es necesario sufrir, pero es imprescindible aprender. En el camino nos habremos recuperado y estaremos caminando hacia otro horizonte.
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Leo Batic (Heredera de dragones (El último reino, #2))
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Joan era dura en el exterior, pero tenía una verdadera vulnerabilidad cuando llegabas a conocerla. Casi desde el momento en que me uní a The Runaways, había habido un lazo especial entre nosotras. La gente nos había comenzado a llamar “Sal y Pimienta”, no sólo por los contrastantes colores de cabello, sino porque siempre parecíamos estar juntas. En Joan, encontré una amistad mucho más intensa, y mucho más profunda, de lo que había conocido hasta ese punto en mi vida. Éramos niñas: Joan sólo era un año mayor que yo, y me aferraba más a ella que a cualquiera en la banda, y ella hacía lo mismo conmigo.
Cuando pienso en Joan y nuestra relación, todavía puedo sentir un distante temblor por dentro. Nuestra amistad fue un regalo de Dios para mí. Era profunda, y por momentos ella era la única que me mantenía cuerda. Joan era perceptiva. Casi como si pudiera leer mi mente. Dios, cómo necesitaba esa clase de conexión. Especialmente cuando me sentía tan desconectada. Creía en ella, y en el sueño que la había conducido tan lejos. Me sentía segura cuando me quedaba cerca de ella, como si fuera arrastrada por la red de seguridad de su resuelta visión de lo que estábamos haciendo.
A veces nos mirábamos y yo sentía un cosquilleo en mi estómago. Su sonrisa era tibia y su actitud de amor a la diversión me hacía olvidar cuán extraño y bizarro este mundo nuevo y loco realmente era. Ella era mi ancla. ¿Cómo explico a una persona que era mi mejor amiga, alguien en quien podía confiar como una hermana, alguien que para mí se volvió una fuerte atracción sexual? Bueno, es fácil. Tan fácil como era estar con ella. Podría dejarlo en que tuve momentos con una amiga que aún hoy me hacen temblar. Y fueron algunos de los momentos más satisfactorios de mi joven vida.
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Cherie Currie (Neon Angel: A Memoir of a Runaway)
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—¡Arriba, princesita!
El grito la sobresaltó, incorporándose de golpe, desorientada.
Miró a su alrededor. La luz había vuelto, y Hewan estaba de pie en mitad de la estancia. Tenía una cadena más delgada en una mano, y una bolsa negra en la otra. Se había cambiado la falda de cuero de la noche anterior por otra de lana gruesa, tejida a cuadros verdes con líneas negras
—¿No puedes ser más delicado a la hora de despertarme? —se quejó Rura con irritación.
—¿La princesita se ha asustado? —Se llevó la mano al pecho, simulando estupor—. Lo lamento mucho, alteza imperialísima. ¿Vais a ordenar azotarme?
Rura se levantó. Se sentía sucia y horrenda, con el pelo enredado y el quimono lleno de arrugas. Y olía a sudor. Hacía años que sus axilas no olían.
—No me llames así —gruñó.
—¿Princesita? ¿No te gusta?
—Me importa un comino si me llamas princesita. No te dirijas a mí como Alteza Imperial. No tengo el derecho a usar el título.
Rura intentó evitarlo, pero la amargura fue evidente en su voz. Hewan soltó una carcajada y puso los brazos en jarras. La cadena y la bolsa negra colgaban de sus manos.
—Vaya, vaya, vaya… Así que no eres hija legítima —se burló—. Lástima. Pensaba utilizarte como moneda de cambio, pero ya veo que no me servirás ni para eso. Probablemente, cuando la noticia de tu captura llegue a oídos de tu padre, el gran príncipe heredero, se sentirá aliviado. ¿No es así?
—¡Mi padre me quiere! —gritó furiosa—. ¿Me oyes, bestia inmunda? ¡Mi padre me quiere, y cuando venga a por mí, traerá con él todo el ejército imperial! ¡Destrozará estas montañas hasta encontrarme! Y tú y tu pueblo lo pagaréis con la exterminación.
Se sintió como una niña malcriada gritando toda esa sarta de mentiras, pero en aquel momento no podía afrontar la verdad que había en las palabras de aquel extraño.
La sonrisa de Hewan murió y su rostro se transformó en una máscara colérica.
—Claro que te quiere, princesita —siseó. Tenía el cuello en tensión, y los tendones se marcaban, abultados bajo la piel—. Por eso permitió que tu esposo el gobernador te repudiara y te exiliara.
Rura no contestó. ¿Qué iba a decir? ¿Confesar ante este extraño que se lo merecía por lo que había hecho? ¿Que tenía suerte de estar viva? Había conspirado para matar a Kayen. El hecho que fuese por orden de su padre, no la convertía en inocente.
Además, estaba segura que su exilio tenía mucho más que ver con la paliza que le dio a la esclava, que con el intento de asesinato.
—¿No dices nada?
Rura se escondió de nuevo tras su máscara de princesa. Levantó la barbilla con orgullo y se negó a hablar.
Hewan se acercó a ella, y Rura luchó con el impulso de huir de él. Le puso la bolsa delante de la cara.
—Hueles que apestas —le dijo. Rura enrojeció de rabia y de vergüenza—. Te voy a llevar a los baños para que te puedas lavar, pero para eso tengo que taparte la cabeza.
—No quiero ir. Puedo lavarme aquí si alguien me trae agua y jabón.
—Nadie te ha pedido tu opinión, princesita. —Le pasó la bolsa por la cabeza y se la anudó en el cuello, por encima del collar metálico—. No te preocupes, no dejaré que te caigas… creo.
Desenganchó la cadena que la mantenía sujeta a la pared, y aseguró la nueva cadena que llevaba en la mano, más delgada y corta.
—¿Tienes que llevarme como si fuera un perro? —preguntó indignada— . No voy a echar a correr.
—Por supuesto que no correrás —contestó Hewan, guasón—. Esta cadena no es para impedir que huyas; es para humillarte.
—Eres un animal.
—Puede ser, pero no soy yo el que lleva collar y cadena, princesita. Y que no se te ocurra intentar quitarte la bolsa de la cabeza: si lo haces, tendré que arrancarte esos bonitos ojos que tienes.
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Alaine Scott (La princesa sometida (Cuentos eróticos de Kargul #3))
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Y cuando vi su sonrisa, lo supe. Esa era la sonrisa que quería ver siempre al despertar durante el resto de mi vida.” Mario Benedetti.
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Carolina Paz (Gael (Serie Hermanos Miller 2))
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Su amor no fue como un rayo caído del cielo. Comenzó con una sonrisa, una palabra, una mirada guasona. Con cada segundo pasado en presencia de ella fue aumentando hasta llegar a ese momento, en que de repente lo supo. La amaba. [...] Tal vez esa era la definición del amor entonces. Cuando uno la desea, la necesita, la adora de todos modos, aun cuando esté absolutamente furioso con ella y muy dispuesto a atarla a la cama para que no salga a crearse más problemas. Esa era la noche. Ese era el momento. Se sentía a rebosar de emoción y tenía que decírselo. Tenía que demostrárselo”. - Colin Bridgerton
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Julia Quinn (Romancing Mister Bridgerton (Bridgertons, #4))
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»—Adiós —dijo Mort y se sorprendió al notar un nudo en la garganta—. Vaya palabra más desagradable, ¿no?» »MUCHO. La Muerte lanzó una sonrisa que más bien era una mueca porque, como se ha dicho en múltiples ocasiones, no tenía demasiadas opciones. Pero probablemente esa vez fue una sonrisa sentida. PREFIERO AU REVOIR, dijo.
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Terry Pratchett (Mort (Mundodisco, #4))
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Años después, una señora se acerca a Laurent Fignon en un restaurante. Lleva esa cara que se te pone cuando reconoces un rostro famoso, pero no acabas de identificarlo del todo. Entonces avanza una pregunta, tímida, educada: «Usted es el que perdió un Tour por ocho segundos, ¿no?». Y Fignon, que tiene el día irónico, le contesta, media sonrisa: «No, señora, yo soy el que ganó dos Tours».
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Marcos Pereda (Periquismo: Crónica de una pasión (Spanish Edition))
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Y pareciera que todos andamos esperando la primera lluvia para relajarnos, para decirle adiós al eterno verano y por fin asumir el año que recién comienza en marzo, cuando el país retoma su agenda de burócrata planificado, cuando de un dos por tres se pasa del febrero ocioso a las carreras por las tiendas buscando el uniforme escolar, porque los niños ahora crecen de pronto. Uno no se da ni cuenta y los pitufos te miran desde arriba, alegando por la ingeniosa ley que acorta las vacaciones y los mete de sopetón en el odiado primer día de clases. Ese latero reencuentro con la institución educadora, con esos profesores almidonados que les dan la bienvenida con la sonrisa chueca. Los profes que ahora son jóvenes, recién egresados de las universidades, que fuman pitos e igual odian dejar el carrete, los jeans y las zapatillas para entrar en su doble vida de impecables reformadores. Y quizás, ese es el único punto en que alumnos y profesores se encuentran realmente, planchando la ropa, ordenando papeles y cuadernos para comparecer en el bostezo ritual de la primera mañana escolar.
Allí, alineados en el patio, separados por curso y género (porque se fomenta la fornicación adolescente, dicen los educadores). A esa hora de la mañana, tener que escuchar los interminables discursos de la directora, que con los ojos blancos, cacarea su oración por la santa patria, por el puro Chile que te educa para ser chileno (qué novedad), por las buenas costumbres, que por lo general son para los estudiantes chupamedias, que escuchan en primera fila con cara de santurrones el discurso de la señora. Mientras atrás, a puro pellizcón, los inspectores mantienen a raya a los desordenados, a los pailones de la última fila, los que no se cansan de joder con sus bromas y chistes picantes. Los que se tiran peos e inundan el ordenado aire de la mañana escolar con ese olor rebelde. Tal vez son los únicos que escuchan el discurso de la directora, los únicos que le ponen atención para imitarla, para remedarle su curso y mentirosa acogida. Y la escuchan porque la odian, porque saben que ella no los pasa, detesta su música, su ropa y sus peinados y su desfachatez de pararse en el mundo así. Y llega cada año con nuevos reglamentos e ideas y talleres lateros para que sus niños ocupen mejor el tiempo.
Los estudiantes de la última fila saben que la directora nunca los pierde de vista. Y por cualquiera anotación pasarán por su oficina cabizbajos, escuchando el mismo sermoneo, la misma citación de apoderados, el mismo: «Hasta cuándo González. Hasta cuándo, Loyola. Hasta cuándo, Santibáñez. ¿Nunca se va a aburrir de hacer tanto desorden?». Y la verdad, los alumnos de la última fila seguirán con sus manotazos y pifias mientras la sagrada educación nacional no los represente. Mientras les alarguen la tortura de las clases hasta las cuatro de la tarde, ellos seguirán riéndose del tiempo extra que gasta el estado para domarlos. Si nadie les pregunto, si nadie les dijo a ellos, que son los únicos afectados. Y por eso los chicos andan a patadas con los bancos, escupiendo con rabia a espaldas del inspector que los manda a cortarse el pelo. Ese largo pelo que durante las vacaciones se lo lavaron y cuidaron como seda.
Esa hermosa cascada de cabello que los péndex se sueltan femeninos cuando van a la disco. Tal vez lo único ganado de todas las revoluciones y muchas juveniles. Esa larga bandera de pelo que los chicos desatan clandestinamente y la educación se las arrebata de un zarpazo.
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Pedro Lemebel (Zanjón de la Aguada)
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risas para el Rey Lear
y para el Rey Edipo
y risas para España,
sin cuencas ya y sin lágrimas también».
«¡Smile, Smile, Smile!»
Polvo es el aire,
polvo de carbón apagado…
y el mercader y el gobernante
pregonando sonrisas
para esconder la sombra
y la miseria.
«¡Risas, risas, risas!»
Polvo es el aire,
polvo de carbón apagado…
y el huracán y el viento
vendiendo a gritos
risas por la calle.
(¡Ja, ja, ja!…)
¡Perseguid esa zorra,
perseguid esa zorra a pedradas,
perseguidla y matadla!
(Je, je, je…)
Oíd, amigos,
los que comprasteis la sonrisa en una feria,
o en un ten cent store:
el que asesina la alegría
con la sonrisa merca luego,
y el creador del llanto
es el que dice: «¡Smile!»
(¡Ja, ja, ja!…)
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León Felipe (Nueva Antología Rota)
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Y hemos recibido del psiquiatra, que no han descrito como una eminencia, un diagnóstico alarmante: la ausencia de medicación ha puesto a Daniel en un peligro gravísimo de «quedarse del otro lado». Esas palabras no pueden resultarme más aterradoras. Sí, hay un «otro lado» que no es la muerte sino la enajenación permanente. Pienso en esos seres de andar pesado, miradas perdidas y sonrisas bobaliconas que veía de pequeña en la clínica para enfermos mentales donde trabajaba una tía. ¿Podría Daniel algún día traspasar ese umbral, entrar al espeso bosque de la locura y perderse en él para siempre? El solo hecho de que la enfermedad haya vuelto a manifestarse, y de esta manera extrema, me suene ahora en un dolor estupefacto: sí, esto está pasando, nuestro hijo adorado ha perdido la razón de forma momentánea, su enfermedad es grave, estamos en una ciudad extraña, afrontando una situación que jamás habríamos imaginado
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Piedad Bonnett (Lo que no tiene nombre)
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—Ah, joven del puente. —El bajo boticario se ajustó las gafas. Se inclinó hacia delante, pasando los dedos por su barba fina y blanca—. ¿Vienes por una guarda contra el peligro, tal vez? ¿O tal vez una joven limpiadora del campamento ha llamado tu atención? Tengo una poción que, deslizada en la bebida, la hará mirarte con buenos ojos. Kaladin alzó una ceja. Syl, sin embargo, abrió la boca con expresión sorprendida. —Deberías dársela a Gaz, Kaladin. No estaría mal que te apreciara más. «Dudo que su función sea esa», pensó Kaladin con una sonrisa.
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Brandon Sanderson (El camino de los reyes (El archivo de las tormentas, #1))
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Gente que sí Hay gente que te la hace fácil. Que te allana el camino. Que te corre las piedras que vos no viste porque estabas demorada en otro pantano. Gente que festeja tu sonrisa. Que te pone una manta porque, como tiene frío, se adelanta al tuyo. Gente que te escucha con el corazón y mirándote a los ojos. Gente a la que no le importa gastar un minuto en discutir algo que no le suma a ninguna de las dos partes. Es gente que te cuida. Te valora y te respeta, sobre todo cuando estás ausente. Gente que sí. Es gente que te quiere sin vueltas. Sin enrosques. Sin pase de facturas ni reproches. Gente que te elige por tu compañía. Por quien sos. Porque acepta tu herida y tu belleza. Gente buena. Que acompaña tu dolor sin cuestionarlo. Tus decisiones sin juzgarlas. Gente que vuela con tu vuelo y te recuerda los tres deseos que te tocan para tu cumpleaños. Gente que alimenta tu alma. Que se alegra por tu existencia. La celebra. Gente que sana, que cura, que salva. Esa gente se vuelve imprescindible. Le da sentido a tu mundo cuando de vez en cuando se te apaga. Esa gente es necesaria. Se la cuida como oro y uno tiene que valorarla cuando está, no cuando hace falta. Es gente que sí. A esa gente se la ama. Y punto.
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Lorena Pronsky (Curame (Spanish Edition))
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«No dejes escapar a quienes hacen bonito tu mundo. A esas personas que permanecen, te sacan una sonrisa y te sosiegan. Las que te reconfortan siempre que lo necesitas y te mantienen fuerte ante la vida. Con ellas tendrás una relación sólida, consistente, leal. Especial. Su sola presencia emociona porque no juzgan, respetan. Te dan la mano y, cuando te miran, se instalan en tu corazón.
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Lorena Franco (El club de medianoche)
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… En un platillo de la balanza siempre tendrás problemas y tristezas, en el otro, pequeñas alegrías cotidianas. La felicidad consiste en que esos detalles y momentos felices pesen más y desequilibren la balanza. Por esas pequeñas alegrías (la mermelada en el desayuno, el té compartido, la sonrisa de alguien que te quiere, un paisaje hermoso bajo la lluvia, el sabor del chocolate, el olor de las sábanas limpias recién cambiadas, las excavaciones arqueológicas que aportan nuevos y sombrosos descubrimientos…) te levantas cada mañana, sin importar lo imperfecta que sea tu vida o el mundo en el que habitas.
No todas las historias tienen un final feliz, aunque a veces el final es lo de menos; lo que de verdad importa es el camino que te ha llevado hasta allí.
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Mónica Gutiérrez Artero, Sueño de una noche de teatro
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Todo sucede en el oleaje de la memoria:
palabras que fueron dichas pierden su esplendor,
de las sonrisas desaparece esa boca,
el amanecer ocurre todavía pero nadie lo espera ya (...)
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María Mercedes Carranza (De amor y desamor y otros poemas)
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La música era de los dedos de Tallin, que me tamborileaban sobre el cuero; era el oro de sus ojos verdes, la curva de su sonrisa. Era su risita susurrante y la forma en que decía esas dos palabras. Sí, esa era la razón por la que yo luchaba, eso era lo que yo había jurado salvar
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Sarah J. Maas (A Court of Thorns and Roses (A Court of Thorns and Roses, #1))
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—Perdóname, oh, loado dios de la comedia.
Me dio un golpecito con el codo cuando subíamos la escalera y me dirigió esa sonrisa traviesa con la que sentía el corazón en la garganta.
—Me alegra ver que no te importa admitir que soy un dios.
—Dios mío —suspiré, sacudiendo la cabeza.
—Lo que yo decía —insistió, con total naturalidad—. Así es como deberías dirigirte a mí.
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Nicole Williams (Crush (Crash) by Nicole Williams (2013-04-23))
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Arriesga. Cada minuto, miles de personas en lugares diferentes están recordándose. Muchas seguramente a la vez. Otras abrazadas a personas equivocadas. Incluso con puro agobio. El miedo a ser valiente, a equivocarse es lo que evita las cosas más bonitas de la vida. Y equivocarse también es de esas cosas. La ilusión de las sonrisas nuevas llegan de la nada. Y aunque seguramente lloraremos más de lo que vamos a sonreir, siempre merecerá más la pena arriesgarse, que quedarse con las dudas eternas. Que esas sí que queman. Arriesga.
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Defreds (Casi sin querer)
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«¡Estoy jodido!», pensé cuando ella cogió mi móvil.
Llevaba meses con largas llamadas, con mensajes de texto y, sobre todo, con esas fotos. Así que me quedé callado, observando, rezando para que no se diera cuenta, pero entonces la cara empezó a cambiarle. Iba deslizando con su dedo la pantalla hasta que se detuvo, y ahí supe que era el final.
Era la última foto que nos hicimos juntos, abrazados y con una sonrisa que podía iluminar una habitación entera. Ella continuó en silencio, viendo con detalle el resto de las fotografías, hasta que lo dejó finalmente sobre la mesa.
—¿Por qué él? No lo entiendo —preguntó con su voz entrecortada.
Sin embargo, cómo podría hacerle entender que llevaba eso dentro de mí sin ver la luz desde siempre, sepultado bajo tantas lágrimas… Así que simplemente hablé:
—Lo quiero.
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Candela Córdoba (Mis sueños de papel)
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Pamela nos abre la puerta y nos saluda con abrazos apretados y esa bella sonrisa suya que ni siquiera puede ser opacada por la tristeza. Después de un
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Piedad Bonnett (Lo que no tiene nombre (Spanish Edition))
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Y sigo preguntando ¿por qué esa envidia y ese ansia de aniquilar a quien no se conoce? ¿Por qué esa facilidad para el juicio liviano que sólo valga otra sonrisa de los poderosos?
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Francisco Casavella (Lo que sé de los vampiros)
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Sólo unos cuantos niños se quedaron a observar con ávido interés, mientras ellos descargaban los fardos. A Ayla no le molestaban. Llevaba años enteros sin ver un niño, desde que se separara del Clan, y sentía tanta curiosidad como ellos. Liberó a Corredor del arnés y de la brida; luego dio a los dos animales unas palmaditas a modo de caricias. Después de rascar con ganas al potrillo y abrazarlo afectuosamente, levantó la vista. Latie miraba con avidez el potro. — ¿Tú quieres tocar caballo? —preguntó Ayla hablando con dificultad el idioma de los Mamutoi. — ¿Podría? —Ven. Dame mano. Yo muestro. Cogió la mano de Latie y la sostuvo contra el apelmazado pelo de invierno del potro. Corredor giró la cabeza para olfatear a la niña y la tocó con el hocico. La sonrisa de gratitud de Latie era todo un regalo. — ¡Le gusto! —Él gusta que rasquen, también. Así —observó Ayla, indicando a la criatura los lugares donde mayor comezón sentía el potrillo. Corredor estaba encantado con aquellos mimos y no dejó de demostrarlo; Latie no cabía en sí de alegría. El potrillo la había atraído desde un principio; Ayla les volvió la espalda para ayudar a Jondalar; no vio, pues, que se aproximaba otro niño. Cuando giró en redondo, ahogó una exclamación: sintió que su rostro se demudaba. — ¿No importa si Rydag toca el caballo? —preguntó la niña—. No sabe hablar, pero yo sé que lo desea. Rydag siempre provocaba sorpresa en la gente, y ella lo sabía. — ¡Jondalar! —llamó Ayla, con un susurro ronco—. Esa criatura. ¡Podría ser mi hijo! ¡Parece Durc! Él, al volverse, abrió los ojos con atónita sorpresa. Era un niño de espíritus mezclados. Los cabezas chatas (aquellos a los que Ayla siempre llamaba “el Clan”) eran, para casi todos, animales; los niños como aquél eran considerados por la mayoría como “abominaciones”, mitad animales, mitad humanos. Para él había sido un desagradable golpe enterarse de que Ayla había dado a luz a un hijo híbrido. Por lo común, la madre de semejante criatura era una paria, descastada por miedo a que atrajera otra vez al maligno espíritu animal, haciendo que otras mujeres alumbraran nuevas abominaciones. Algunos ni siquiera querían admitir que existían; descubrir a uno viviendo allí, con la gente, era algo más que inesperado: era asombroso. ¿De dónde había salido aquel niño? Ayla y el pequeño se miraban mutuamente, sin prestar atención a nada más. «Es delgado para ser medio Clan —pensó Ayla—. Por lo común son de huesos grandes y musculosos. Ni siquiera Durc era tan delgado. Está enfermo». Su mirada de mujer adiestrada en la medicina le reveló que era un problema de nacimiento, algo que afectaba a ese músculo fuerte que latía dentro del pecho, haciendo mover la sangre, supuso. Pero archivó esos datos sin pensar en prestarles mayor atención. Estaba observando con mayor interés el rostro y la cabeza, en busca de las similitudes y las diferencias entre aquella criatura y su propio hijo. Los ojos pardos, grandes e inteligentes, eran como los de Durc, incluso en la expresión de antigua sabiduría, muy superior a la edad. Sintió una punzada de nostalgia y un nudo en la garganta. Pero había también dolor y sufrimiento, no siempre físico, jamás experimentados por Durc. Se sintió llena de compasión. Las cejas del niño no eran tan pronunciadas, apostilló tras un estudio detallado. Durc tenía las protuberancias supraorbitales bien desarrolladas incluso a los tres años, al marcharse ella; sus ojos y su ceño saliente eran del Clan, pero la frente era como la de aquel niño: no echada hacia atrás y achatada, como la del Clan, sino alta y curvada como la suya. Sus pensamientos comenzaron a divagar. Durc ya tendría seis años, edad suficiente para ir con los hombres cuando practicaran con las armas de caza. Pero sería Brun quien le enseñara a cazar, no Broud. Al recordar a Broud sintió un arrebato de ira. Jamás o
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Anonymous
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Sólo había otra única mujer en el mundo a la que le había visto solamente la parte inferior de la cara.
La sonrisa era igual; el atractivo hoyuelo en el extremo del mentón era igual. Todo era igual.
Sophie era la mujer del vestido plateado, la mujer del baile de máscaras.
De pronto todo cobró sentido. Sólo dos veces en su vida había sentido esa atracción inexplicable, casi mística, por una mujer. Le había parecido extraordinario encontrar a dos, cuando en su corazón siempre había creído que sólo había una mujer perfecta para él.
Su corazón no se había equivocado.
Sólo había una.
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Julia Quinn (An Offer From a Gentleman (Bridgertons, #3))
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Sentía los latidos del corazón con fuerza en la garganta y se aceleraban más, a medida que me acercaba a él. Verlo tan gallardo en su caballo, esperándome con esa sonrisa que me dominaba, que me hipnotizaba, que me estremecía y me hacía decirle “sí” a todo sin poder negarme, hacía que me enamorara más de él.
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Itxamany Bustillo (El Príncipe de Bórdovar 1)
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La gallinita dijo eureka “que te deja y su semilla germina” Solía oír tus pasos por aquí cerca solía sentir una calidez total en mejores momentos incluso, te ví. La dicha de saberte, como se sabe acerca de la ciencia, una certeza demostrable, y más, sentí alegría por tu sonrisa. Simplemente tu energía venía, como acercándose a todo, sin alejarse de nada, ni de tí, y por eso quise gritar, la emoción hecha sonido, el sonido siendo hueco, y eterno. Hoy tengo la estela, la vida dejada, un poco de ese color que tenías, unos pétalos del paso distante, pero, sabes?, a lo lejos siento más aquella emoción, que se hace invencible, contenta, que te deja y su semilla germina, en las palabras no escritas, en las frases no pensadas, en el salto no dado; es el vacío que permite crecer, es esa energía de lo no existente, que tarde o temprano, hace existir!
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Miguel Lopez (Cartas que guardo bajo la almohada (Prosa Poética) (Cartas Nocturnas) (Spanish Edition))
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—Por favor. ¿Podrían limpiarle los ojos?
—A la mierda sus ojos.
—Inclínate un poco, Jesse.
Le lamí la sangre de los ojos. Tardé mucho rato; la sangre estaba espesa y reseca, pegada en las pestañas. Tenía que escupirla a cada momento. Con el cerco rojizo, sus ojos despedían un destello ambarino.
—Eh, Maggie, a ver esa sonrisa.
(Del cuento A ver esa sonrisa)
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Lucia Berlin (A Manual for Cleaning Women: Selected Stories)
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Cuando volví a verlo, cuando iniciamos esta segunda amistad que espero no terminará ya nunca, dejé de pensar en toda forma de ataque. Quedó resuelto que no le hablaría jamás de Inés ni del pasado y que, en silencio, yo mantendría todo aquello viviente dentro de mí. Nada más que esto hago, casi todas las tardes, frente a Roberto y las caras familiares del café. Mi odio se conservará cálido y nuevo mientras pueda seguir viviendo y escuchando a Roberto; nadie sabe de mi venganza, pero la vivo, gozosa y enfurecida, un día y otro. Hablo con él, sonrío, fumo, tomo café. Todo el tiempo pensando en Bob, en su pureza, su fe, en la audacia de sus pasados sueños. Pensando en el Bob que amaba la música, en el Bob que planeaba ennoblecer la vida de los hombres construyendo una ciudad de enceguecedora belleza para cinco millones de habitantes, a lo largo de la costa del río; el Bob que no podía mentir nunca; el Bob que proclamaba la lucha de los jóvenes contra los viejos, el Bob dueño del futuro y del mundo. Pensando minucioso y plácido en todo eso frente al hombre de dedos sucios de tabaco llamado Roberto, que lleva una vida grotesca, trabajando en cualquier hedionda oficina, casado con una mujer a quien nombra “mi señora”; el hombre que se pasa estos largos domingos hundido en el asiento del café, examinando diarios y jugando a las carreras por teléfono.
Nadie amó a mujer alguna con la fuerza con que yo amo su ruindad, su definitiva manera de estar hundido en la sucia vida de los hombres. Nadie se arrobó de amor como yo lo hago ante sus fugaces sobresaltos, los proyectos sin convicción que un destruido y lejano Bob le dicta algunas veces y que sólo sirven para que mida con exactitud hasta donde está emporcado para siempre.
No sé si nunca en el pasado he dado la bienvenida a Inés con tanta alegría y amor como diariamente le doy la bienvenida a Bob al tenebroso y maloliente mundo de los adultos. Es todavía un recién llegado y de vez en cuando sufre sus crisis de nostalgia. Lo he visto lloroso y borracho, insultándose y jurando el inminente regreso a los días de Bob. Puedo asegurar que entonces mi corazón desborda de amor y se hace sensible y cariñoso como el de una madre. En el fondo sé que no se irá nunca porque no tiene sitio donde ir; pero me hago delicado y paciente y trato de conformarlo. Como ese puñado de tierra natal, o esas fotografías de calles y monumentos, o las canciones que gustan traer consigo los inmigrantes, voy construyendo para él planes, creencias y mañanas distintos que tienen luz y el sabor del país de juventud de donde él llegó hace un tiempo. Y él acepta; protesta siempre para que yo redoble mis promesas, pero termina por decir que sí, acaba por muequear una sonrisa creyendo que algún día habrá de regresar al mundo de las horas de Bob y queda en paz en medio de sus treinta años, moviéndose sin disgusto ni tropiezo entre los cadáveres pavorosos de las antiguas ambiciones, las formas repulsivas de los sueños que se fueron gastando bajo la presión distraída y constante de tantos miles de pies inevitables.
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Juan Carlos Onetti (Cuentos completos)
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Es como la imagen del burro que va jalando una carretita mientras el dueño mantiene una zanahoria colgando frente a su hocico. Tal vez el dueño va hacia donde quiere ir, pero el burrito sólo persigue una ilusión, un engaño. Y el día de mañana sólo habrá otra zanahoria para él.” “¿Quieres decir que cuando me imagino un nuevo guante de beisbol, dulces y juguetes, soy como el burro y su zanahoria?”, preguntó Mike. “Sí. Y a medida de que creces, los juguetes se vuelven más caros. Entonces necesitas un auto nuevo, un bote y una mansión para impresionar a tus amigos”, dijo padre rico, con una sonrisa. “El miedo te lleva hasta la puerta y el deseo te atrae con sus llamados. Esa es la trampa.
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Robert T. Kiyosaki (Padre rico. Padre pobre (Nueva edición actualizada). Qué les enseñan los ricos a sus hijos acerca del dinero, ¡que los pobres y la clase media no!)
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—¿Te queda algo? —preguntó Aziz.
Su amigo dudó y tragó saliva. El puntito de luz roja que era su ojo derecho tembló.
—Ya sabes que no. Hace días que lo terminamos.
—No me mentirías, ¿verdad? No a mí. Nos conocemos desde hace demasiado tiempo como para eso. No le mentirías a tu único amigo, a la persona que podría abandonarte aquí a tu suerte. —La sonrisa en el rostro de Aziz se apretó—. Dime, ¿sabrías encontrar el camino de vuelta sin mí?
Roc acomodó su peso en el asiento y los amortiguadores gimieron. El vehículo que conducía estaba equipado para recorrer los desiertos, compuesto por un chasis de malla espacial que se asemejaba a una jaula sostenida por cuatro ruedas enormes. El cañón de un rifle de aspecto cruel asomaba a su lado, dispuesto a ser usado en caso de necesidad. Arrastraba un remolque de un eje que estaba cubierto por una lona, sin nada todavía con lo que cargar. El motor anclado en la parte de atrás del vehículo hacía un ruido infernal.
—Tú nunca… —empezó a decir Roc.
—¿Yo nunca te haría eso? —bufó Aziz—. Tal vez, pero cada día que pasamos aquí es peor que el anterior y todavía tenemos que volver. Es mucho tiempo, Roc. Muuuuucho tiempo. Quién sabe qué puede pasar por la cabeza de una persona tantos días aquí fuera. Y más si esa persona lleva ya demasiado tiempo sobrio.
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Pau Varela (La Cosecha Estelar (El Eterno Retorno, #2))
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Matilde había sido siempre fea, trabajadora, decían que inteligente. Su familia era muy humilde. A costa de becas y de esfuerzos le habían pagado una carrera universitaria. Pero ella tenía un tipo refinado, de intelectual nata; un desparpajo natural, una autoridad que encubría cierta timidez muy oculta. A los veintisiete años Matilde no había tenido un solo pretendiente a sus encantos. Muy allá dentro sabía ella que esto no le hubiera importado lo más mínimo si no existiera esa manía, inculcada desde la cuna en las mujeres, de que han nacido para gustar a los hombres, y que si no su vida puede considerarse un puro fracaso.
Matilde no podía decir la verdad; no podía decir: ‘No me interesan lo más mínimo los asuntos amorosos…’ Esta verdad encontraba siempre una sonrisa compasiva. Y esta sonrisa compasiva fue la que la hizo sentirse preocupada y amargada por tal asunto. Compuso unas poesías muy oscuras, muy intelectualizadas, sobre el ansia del amor carnal -ansia que jamás había sentido-, ya que el espiritual le parecía un poco ridículo como tema. Entre su grupo de amigos aquellas poesías tuvieron franco éxito. Ahora sabía ella que aquellos versos no valían nada; que ella no era artista, sino organizadora, constructora. Hasta se avergonzaba al pensar en ello.
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Carmen Laforet (La isla y los demonios)