Esa Mirada Quotes

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El amor no entiende de tiempo. Cuando llega, llega, y no importa que conozcas a esa persona desde hace cinco años o de sólo un simple cruce de miradas. Porque el amor es algo tan poderoso que escapa al control del tiempo, simplemente porque es algo que no se puede medir con nada. Jade
Lena Valenti (El libro de Jade (Saga Vanir #1))
Esa mirada casual fue el origen de un cataclismo de amor que medio siglo después aún no había terminado.
Gabriel García Márquez (L'amore ai tempi del colera)
En ese estado febril, en el que otro, quizás, habría escrito versos, miraba atentamente los ojos de las mujeres con las que me cruzaba, esperando como respuesta esa misma mirada amplia y terrible. Nunca me acercaba a las mujeres que me contestaban con una sonrisa, pues sabía que a una mirada como la mía sólo podía contestar con una sonrisa una prostituta o una virgen.
M. Ageyev
No solo somos lo que hacemos, sino también lo que no hacemos. Somos lo que decimos, casi tanto como lo que callamos. Somos las preguntas que no nos atrevemos a pronunciar, en la misma medida que las respuestas que nunca llegarán y permanecerán eternamente flotando entre remolinos de miedo e incertidumbre. Somos la sutilidad de una mirada, la intimidad de una caricia suave, la curva de una sonrisa bonita. Somos momentos bonitos, instantes agridulces, noches tristes. Somos detalles. Somos reales. Pero, por encima de todo lo demás, somos las decisiones que tomamos. En toda su dimensión. Por cada elección, damos un paso al frente y abandonamos algo en el camino. O damos un paso atrás y abandonamos algo que estaba por llegar. Avanzamos entre alternativas, seleccionando unas, rechazando otras, marcando nuestro destino. Siempre habrá algo que pierdas incluso cuando ganes, pero eso no es lo importante. Lo realmente valioso es ser capaz de tomar esa decisión, hacerlo siendo libre; apostar por un sueño, por uno mismo o por otra persona, sin dudas ni temor, solo con ganas, con pasión.
Alice Kellen (Nosotros en la Luna)
Cuando se detiene, todavía estoy aquí, y él me esta mirando como si no pudiera creer que lo esté, y quiero mantener esa mirada por siempre.
Katja Millay (The Sea of Tranquility)
Era yo quien no era lo suficientemente buena. Yo sería quien arruinaría todo, arruinándolo a él. Él me odiaría un día, y yo no podría ver la mirada en sus ojos cuando llegara a esa conclusión.
Jamie McGuire (Beautiful Disaster (Beautiful, #1))
Al rozar sus labios, entendí que el esfuerzo valía la pena. El dolor. Quitarme el chubasquero. Dejar pasar al miedo. Sentir. Sentir. Sentir. Vi ante mis ojos cómo las emociones se equilibraban con picos y bajadas cruzándose, porque si la tristeza no existiese, nadie se habría tomado nunca la molestia de inventar la palabra «felicidad». Y besarlo había sido eso. Una chispa de felicidad, de las que prenden y explotan como un castillo de fuegos artificiales. Había sido un cosquilleo en el estómago. El sabor de esa noche estrellada en los labios. El olor del mar impregnado en su piel. Sus dedos ásperos contra mi mejilla. Su mirada desnudándome por dentro. Él. De nuevo él. Siempre él.
Alice Kellen (Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1))
—¿Y entonces por qué le dejaste por mí? —Porque él no me quería. Y tú sí. Esa no era la respuesta que yo quería oír. —¿Te quedaste conmigo sólo porque yo sí te quiero? —pregunté muy despacito, dándole una segunda oportunidad. —Nunca subestimes el poder de sentirse querido —repuso él bajando la mirada.
Nayra Ginory (A través del sexo)
Levantó la vista para ver quien pasaba por la ventana, y esa mirada casual fue el origen de un cataclismo de amor que medio siglo después no había terminado.
Gabriel García Márquez
Ese chico roto en la playa parecía como hace una vida. Los años habían pasado, colegio y la NFL, matrimonio y un bebé, pero de vez en cuando, cuando Jude miraba hacia mí y me daba esa lenta mirada, con esa sonrisa conocida en él, yo era esa chica en bikini negro de nuevo, anhelando por un chico que nunca pensé que podría ser mío.
Nicole Williams (Crush (Crash, #3))
–¿Cómo es esa famosa “mirada”? –fuera como fuera, iba a tener que empezar a tomar precauciones extremas para protegerse de ella. Amy sonrió. –¿Te acuerda de los dibujos de Tom y Jerry, cuando Tom llevaba días sin comer e imaginaba a Jerry con aspecto de jamón? Algo así.
Julie James (Something About You (FBI/US Attorney, #1))
La mirada es una elección. El que mira decide fijarse en algo en concreto y, por consiguiente, a la fuerza elige excluir su atención del resto de su campo visual. Esa es la razón por la cual la mirada, que constituye la esencia de la vida, es, en primera instancia, un rechazo.
Amélie Nothomb (Métaphysique des tubes)
—Qué va. —Hablaba en serio. Jess lo supo por su mirada—. Toda esa historia de Jesús es realmente interesante, ¿no te parece? —¿Qué quieres decir? —Toda aquella gente que quiso matarle sin que él les hubiera hecho nada. Vaciló. De verdad que era una historia preciosa: como la de Abraham Lincoln o Sócrates o Aslan. —No tiene nada de hermosa —interrumpió May Belle—. Da miedo eso de hacer agujeros en las manos de alguien. —Tienes razón, May Belle. —Jess buscó en las profundidades de su mente—. Dios hizo que Jesús muriera porque nosotros somos unos miserables pecadores. —¿Crees que eso es verdad? Se quedó atónito. —Lo dice la Biblia, Leslie. Le miró como si estuviera dispuesta a ponerse a discutir con él, pero luego pareció cambiar de opinión. —Qué locura, ¿verdad? —Leslie sacudió la cabeza—. Tú que tienes que creer en la Biblia, la odias. Y yo, que no tengo que creerla, la encuentro preciosa. —Volvió a sacudir la cabeza—. Es cosa de locos.
Katherine Paterson (Bridge to Terabithia)
Me miró, desde su altura, de una manera tal que me dio vuelta todo lo que tenía en el alma. Si alguien me mirara así cada tres o cuatro meses, estoy seguro de que mi vida sería digna de una biografía en varios tomos. En la mirada esa había de todo: agresión y ternura, desafío y ruego, erotismo, desdén, caricias, puñales, hielo, fuego, música… Me sentí como si un caballo me hubiera pateado la cabeza con las herraduras de los dos cascos traseros al mismo tiempo, pero dándose maña para hacerme sentir que me estaba haciendo un favor.
Mario Levrero (Fauna / Desplazamientos)
Cuántos hombres habrán muerto a causa de esa sonrisa tuya y esa mirada.
David Cotos
En esa mirada cálida, se sentía como en un hogar.
Anagaby Arrieta (Ángel, la mênis del guardián)
«Cuando tiene esa mirada perdida, es preferible no interrumpir», señala su madre.
Walter Isaacson (Elon Musk)
... y esa mirada casual fue el origen de un cataclismo de amor...
Gabriel García Márquez
Esa mirada que esta hablándote.. Gritándote... Tu siendo Ciego, sordo. Y no puedes observar lo que tu corazòn pinto en un lienzo de razón con su pincel de intuición... Firmando como la Perdición.
Natasha santana
Su mirada es segura y decidida, lleva las ideas envueltas en un mar de cabello negro, y como su nombre indica, es la responsable de las arrugas de mis comisuras. Esa luz, esos gestos de complicidad, esa sonrisa.
Chris Pueyo (El chico de las estrellas)
Antes no se lo hubiera cuestionado, pero ese momento, sólo esa mirada bastó para que todo lo que él creía, todas las reglas a las que estaba acostumbrado, se vinieran abajo tan de repente como un castillo de naipes.
Matías Zitterkopf (Mientras mi cielo se derrumba)
A pesar de existir entre nosotros unas diferencias tan obvias, los humanos, con su mirada puesta siempre en el cielo en virtud de lo elevado de sus mentes, o de alguna tontería por el estilo, son simplemente incapaces de apreciar esas diferencias externas; así que no hablemos de nuestro carácter, que trasciende con creces su limitada comprensión.
Natsume Sōseki (Soy un gato)
-¿Eres doctor? -preguntó. Levantó la mirada y le volvió a dirigir esa sonrisa encantadora. -Soy un joker, milady, lo cual es aún mejor. -¿Cómo puede ser eso mejor que un doctor? -¿Acaso no has escuchado que la risa es la mejor medicina?
Marissa Meyer (Heartless)
Tu mirada distraída me acarició sin quererlo y en el acto, en cuanto se encontró con la atención de mis ojos, se convirtió en aquella manera tuya de mirar a las mujeres —cómo me estremecieron los viejos recuerdos—, esa mirada tierna que te envuelve y a la vez te desnuda, que te rodea y casi te toca...
Stefan Zweig (CARTA DE UNA DESCONOCIDA (Spanish Edition))
... y Norma cerraba los ojos de pura vergüenza, para no ver la mancha oscura que de pronto aparecía sobre su bata y empapaba la sábana de la cama; para no ver las narices fruncidas por el asco de las mujeres de las camas aledañas, ni las miradas acusadoras de las enfermeras, cuando al fin se dignaban a cambiarla, sin desamarrarla ni un solo instante de la cama porque esas habían sido las instrucciones de la trabajadora social: tenerla prisionera hasta que la policía llegara, o hasta que Norma confesara y dijera lo que había hecho, porque ni siquiera bajo la anestesia que le inyectaron antes de que el doctor le metiera fierros logró la trabajadora social sacarle algo a Norma, ni siquiera cómo se llamaba, ni que edad verdaderamente tenía, ni qué era lo que se había tomado, ni quién era la persona que se lo había dado, o dónde era que lo había botado, mucho menos por qué lo había hecho, y dónde vivía, para que la policía fuera a arrestarlo, porque el muy desgraciado se había largado después de dejarla abandonada en el hospital. ¿No le daba coraje? ¿No quería que él también pagara?
Fernanda Melchor (Temporada de huracanes)
Los amores platónicos son así, se quedan contigo para siempre. Pasan los años y, mientras olvidas besos y caricias de rostros borrosos, puedes seguir recordando una sonrisa de ese chico que fue tan especial para ti. A veces pensaba que lo sentía de esa manera por eso, por ser platónico, por no llegar nunca a suceder, como una pregunta que permanece flotando en el aire: «¿Cómo serían sus besos?». Años atrás, antes de quedarme dormida solía imaginármelos. En mi cabeza, los besos de Axel eran cálidos, envolventes, intensos. Como él. Como cada uno de sus gestos, su forma sigilosa de moverse, la mirada inquieta y llena de palabras no dichas, el rostro sereno de líneas marcadas… ¿Por qué era tan difícil olvidar un amor que ni siquiera llegó a ser real, a existir? Quizá porque para mi corazón… simplemente fue" - Leah
Alice Kellen (Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1))
A menudo me veía obligado a apartar mi mirada de él, a mirar a otra parte. A esconderme. Descubrí por qué los padres sostienen el diario de la tarde de esa forma
David Foster Wallace (Brief Interviews with Hideous Men)
Nuestras miradas se encontraron y se produjo esa clase de perfecto entendimiento que no necesita palabras.
Stephen King (The Green Mile)
Fue en esas primeras miradas, en esos primeros intercambios, que percibí no la incertidumbre del amor entre los dos, sino más bien la apremiante inevitabilidad del mismo.
Alyson Richman (Los amantes de Praga)
Al caminar hube de encontrar en cada senda la mirada de una mujer que fuera precisamente esa: puntual, como la mirada de la Gioconda, pero mía.
José Armando López Freeman (Las miradas exactas (Spanish Edition))
De vez en cuando, eso pasa. Esas impresiones instintivas que hacen que una persona sea mirada con desconfianza por más que no haya dado muestras visibles para ello.
Luis M. Nunez (La sombra dorada (Spanish Edition))
Si que­da­ba al­gu­na es­pe­ran­za, debía estar en los pro­les, por­que solo en esas masas des­pre­cia­das, que cons­ti­tuían el ochen­ta y cinco por cien­to de la po­bla­ción de Ocea­nía, podía ge­ne­rar­se la fuer­za ne­ce­sa­ria para des­truir al Par­ti­do. Este no podía de­rro­car­se desde den­tro. Sus enemi­gos, si es que los había, no te­nían forma de unir­se o si­quie­ra de re­co­no­cer­se mu­tua­men­te. In­clu­so en caso de que exis­tie­ra la le­gen­da­ria Her­man­dad —lo cual no era del todo im­po­si­ble— re­sul­ta­ba in­con­ce­bi­ble que sus miem­bros pu­die­ran re­unir­se en gru­pos de más de dos o tres. La re­be­lión se li­mi­ta­ba a un cruce de mi­ra­das, una in­fle­xión de la voz o, como mucho, una pa­la­bra su­su­rra­da oca­sio­nal­men­te. En cam­bio los pro­les, si pu­die­ran ser cons­cien­tes de su fuer­za, no ten­drían ne­ce­si­dad de cons­pi­rar. Bas­ta­ría con que se en­ca­bri­ta­ran como un ca­ba­llo que se sa­cu­de las mos­cas. Si qui­sie­ran, po­drían volar el Par­ti­do en pe­da­zos a la ma­ña­na si­guien­te. Tarde o tem­prano tenía que ocu­rrír­se­les. Y sin em­bar­go…
George Orwell (1984)
Después comprendí que esa mirada que atrae, que te envuelve y te desnuda a la vez, esa mirada de seductor consumado, era tu modo de mirar a todas las mujeres que se cruzaban en tu camino, a cualquier vendedora que te atendía, a cualquier criada que te abría la puerta. No eres consciente de la fuerza de esa mirada que tu ternura hacia las mujeres hace parecer más dulce y afectuosa en su insistencia.
Stefan Zweig (CARTA DE UNA DESCONOCIDA (Spanish Edition))
-No se enamore nunca de ninguna criatura salvaje, Mr. Bell -le aconsejó Holly-. Esa fue la equivocación de Doc. Siempre se llevaba a su casa seres salvajes. Halcones con el ala rota. Otra vez trajo un lince rojo con una pata fracturada. Pero no hay que entregarles el corazón a los seres salvajes: cuanto más se lo entregas, más fuertes se hacen. Hasta que se sienten lo suficientemente fuertes como para huir al bosque. O subirse volando a un árbol. Y luego a otro árbol más alto. Y luego al cielo. Así terminará usted, Mr. Bell, si se entrega a alguna criatura salvaje. Terminará con la mirada fija en el cielo.
Truman Capote (Breakfast at Tiffany’s and Three Stories)
deseo, esa «fuerza Misteriosa que hay detrás de cada cosa». ¡Cómo le gustaban esas palabras de Alfred de Musset! El deseo que hace que toda la superficie de la piel se alumbre y desee la superficie de otra piel de la que no se sabe nada. Antes de conocerse ya son íntimos. Ya no se puede vivir sin la mirada del otro, sin su sonrisa, sin su mano, sin sus labios. Se pierde el rumbo. Se vuelve uno loco. Se le seguiría al fin del mundo, mientras la razón dice: Pero ¿qué sabes tú de él? Nada, nada, ayer mismo no sabíamos ni su nombre. ¡Qué hermoso ardid inventado por la biología para el ser humano, que se creía tan fuerte! ¡Qué triunfo el de la piel sobre el cerebro! El deseo se infiltra en las neuronas y las embota. Nos encadenamos, nos privamos de libertad. En la cama, en todo caso… El último eslabón de vida primitiva
Katherine Pancol (Les yeux jaunes des crocodiles (Joséphine, #1))
—Eres hermosa— le susurró. Ella observó de nuevo con esa mirada que se hace con un rápido parpadeo su rostro tostado por el sol, sus anchos hombros, su porte, su figura alta, inmóvil, que estaba a sus pies. Luego sonrió. En la sombría belleza de su rostro esa sonrisa era como el primer rayo de luz en una noche de tormenta, como una flecha fugaz y clara entre nubes sombrías, anunciadora del amanecer y del trueno.
Joseph Conrad (An Outcast of the Islands)
Hemos llegado, desde una gran distancia el uno al otro. Siempre lo hemos hecho. A través de grandes distancias, a través de años, a través de abismos de casualidad. Porque él viene de tan lejos, nada puede separarnos. Nada, ni la distancia, ni los años, puede ser más grande que la distancia que siempre estuvo entre nosotros, la distancia de nuestro sexo, la diferencia de nuestro ser, la de nuestras mentes; esa brecha, ese abismo que salvamos con una mirada, un roce, una palabra, la cosa más simple del mundo. Mira lo lejos que está, dormido. Mira lo lejos que está, lo lejos que está siempre. Pero vuelve, vuelve, vuelve...
Ursula K. Le Guin (The Dispossessed: An Ambiguous Utopia)
Simon decidió salvar la situación. -James, hoy vamos a repasar cada momento de la noche en la que te capturaron. Al parecer, el desayuno dejó de interesarle a su amigo, porque James colocó su tenedor lentamente dobre la mesa. -Tenía la impresión de que ya lo habíamos hecho. -No como vamos a hacerlo hoy. Agatha asintió. -Muy bien. Yo también quiero oírlo. James se ruborizó de la manera más sorprendente. -¡Aggie! Hubo algunos detalles muy importantes ese día. Cosas que tú no deberías oír. -Oh, ¿Te refieres al hecho de que pasaste seis horas con tu amante esa noche? Por Dios, James, ¿Qué demonios hiciste durante seis horas enteras? A mí me consta que para eso se tarda muchísimo menos. ¿No es cierto, Simon? Simon se atragantó con el último bocado que se había llevado a la boca. Esta vez le tocaba a él ruborizarse y evitar la mirada atónita de James.
Celeste Bradley
Las personas que son de suyo difíciles de amar, su continua exigencia de ser amadas, como si fuera un derecho, su manifiesta conciencia de ser objeto de un trato injusto, sus reproches, sea con estridentes gritos o con quejas solamente implícitas en cada mirada o en cada gesto de resentida autocompasión, provocan en nosotros un sentimiento de culpa —esa es su intención— por una falta que no podíamos evitar y que no podemos dejar de cometer.
C.S. Lewis (The Four Loves)
Cuando la luna me ciega con su fulgor eterno, tu luz tenue apacigua mi espíritu. Que no seas eterno inspira más poemas en mi piel que las mil historias que relato, puesto que al saber que prescindo de tu amor, le atesoro más que las más valiosas joyas. Nada en mi constante existencia ha significado más que tú, mi maravilloso compañero. Ningún extremo más que el ardor de tu mirada, suaviza el fruncir de mi ceño. Eres implacable certeza, exquisita quietud, divina fuente de paz. Eres todo y calmas a la nada que desea disiparme con impasividad. Mi deseo, mi lucero, mi luna extrañamente cercana a mi planeta. Te veo soñar y anhelo ser el rostro que se entremeta en tus convalecientes quimeras, para en un rato abrir esas ventanas fulgurosas de alma transparente y desear... desear que jamás nos separe un suspiro más, porque años han sido nuestros verdugos infinitos. Quien merece amor como el nuestro lo obtiene, mi dulce espíritu ambivalente. Quien desea de corazón meterse en los labios de una musa errante, obtiene lo que has tenido, un sabor de mil sabores que no se comparte. Una boca de mil bocas que cuentan historias de mil historias, pero cuya principal promesa eres tú, mi exquisito ángel caído del paraíso. Y si adorarte se vuelve mi mayor testigo, culpable del crimen soy al que me han sometido, puesto que en mi vida, mayor serenidad que en ti no hay, ni mayor anhelo que busque mi psique desazonada y sazonada por tu bello rostro. Todo y nada vale la pena de entremeterme entre tus labios. Todo y nada, mi dulce ángel de sueños entrelazados.
Mariela Villegas Rivero (Mujer de Fuego)
Esas milésimas de segundo donde se encontraban la línea de nuestras miradas eran el único momento de mi jornada en que yo sentía algo: el súbito vuelco en el estómago, el flujo de la ira. Era como un pez mirando desde el anzuelo.
Madeline Miller (La canción de Aquiles)
Una huella imborrable. Y esa mirada que juzga, buscando el punto débil. Y las amenazas. Todo eso hace mella, ¿sabes? Luego cuesta recobrar la confianza en uno mismo. Volver a quererse. Mi padre ha sufrido. Mucho. Soy consciente de ello. Y el tiempo pasa, es verdad, tienes razón. Pero ¿se arreglarán las cosas algún día? No lo sé. No estoy seguro. Me gustaría creer que sí. Yo hace tiempo que le perdoné. Pero ignoro si algo más es posible. Algo parecido al cariño.
Delphine de Vigan (Las gratitudes)
No tardé en advertir con malestar que aquel rito no se agotaba en sí mismo, me sentía atraída por cualquier hombre que me diera un poco de cuerda. Alto, bajo, delgado, gordo, feo, apuesto, viejo, casado o soltero, si el invitado alababa alguno de mis comentarios, si se acordaba de mi libro con palabras bonitas, si llegaba a entusiasmarse con mi inteligencia, yo lo miraba con agrado y tras un breve intercambio de frases y miradas, él captaba esa buena disposición mía.
Elena Ferrante (Those Who Leave and Those Who Stay (The Neapolitan Novels, #3))
La Historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con el amor de los cuerpos mortales. O quizás no, y es sólo que el amor de la carne no aflora a esa versión oficial de la historia que termina siendo la propia Historia, con una mayúscula severa, rigurosa, perfectamente equilibrada entre los ángulos rectos de todas sus esquinas, que apenas condesciende a contemplar los amores del espíritu, más elevados, sí, pero también mucho más pálidos, y por eso menos decisivos. Las barras de carmín no afloran a las páginas de los libros. Los profesores no las tienen en cuenta mientras combinan factores económicos, ideológicos, sociales, para delimitar marcos interdisciplinares y exactos, que carecen de casillas en las que clasificar un estremecimiento, una premonición, el grito silencioso de dos miradas que se cruzan, la piel erizada y la casualidad inconcebible de un encuentro que parece casual, a pesar de haber sido milimétricamente planeado en una o muchas noches en blanco. En los libros de Historia no caben unos ojos abiertos en la oscuridad, un cielo delimitado por las cuatro esquinas del techo de un dormitorio, ni el deseo cocinándose poco a poco, desbordando los márgenes de una fantasía agradable, una travesura intrascendente, una divertida inconveniencia, hasta llegar a hervir en la espesura metálica del plomo derretido, un líquido pesado que seca la boca, y arrasa la garganta, y comprime el estómago, y expande por fin las llamas de su imperio para encender una hoguera hasta en la última célula de un pobre cuerpo humano, mortal, desprevenido. Los amores del espíritu son más elevados, pero no aguantan ese tirón. Nada, nadie lo aguanta.
Almudena Grandes (Inés y la alegría (Episodios de una guerra interminable, #1))
Nunca pensamos en lo excepcional que es lo ordinario para las personas diferentes: el primer beso en los labios; la primera mirada sincera, esa que llega sin restos de compasión; el abrazo real, ese que no juzga; el te quiero sin peros...
Eloy Moreno (Diferente (Spanish Edition))
Al principio yo creé ese «ojo». Para que me viera y me vigilara, por supuesto. Yo no quería salir de su mirada. Me había formado bajo esa mirada, a partir de esa mirada, y estaba satisfecho de ella porque yo existía sólo porque era consciente de que era observado en todo momento. Era como si pudiera dejar de existir si el ojo no me observaba. Aquello era una verdad tan evidente que se me olvidó que yo lo había creado y me sentía agradecido a ese ojo que me permitía existir.
Orhan Pamuk (The Black Book)
Habito en silencio, habito los resquicios, me abro camino entre las líneas del mundo, entre las grietas de las tumbas, en los espacios en blanco que se intercalan entre el silencio de la fusilería, en las promesas que se cumplen, en los sueños que se anhelan y en la mirada de los amantes destinados a no encontrarse. Escuchame. Soy la canción secreta del mundo. Estoy aquí por ti. Puedes oírme. Eso te hace libre. Mientras puedas oírme serás libre. Cuando me niegues, perecerás, esa es la verdadera muerte. Ese es el verdadero olvido, el verdadero final. Soy la fuerza que guía al mundo. La voluntad. Lo imposible. Lo soy todo. La llamarada que calienta al aterido. El sustento del famélico. Soy el entramado, la fuerza inalcanzable. Soy la canción por la canción. La excusa para el siguiente latido, la pausa entre besos. Soy ella, soy él. Soy ese niño. Y esa niña. Soy el anciano al borde de la tumba que sonríe porque todavía no ha caído en ella. Soy el grito de la lujuria, el estremecimiento del orgasmo, la llamarada infinita. Soy la vida.
José Antonio Cotrina (La canción secreta del mundo)
Ahora es ella quien lo mira divertida, o tierna, o nerviosa, y finalmente le pregunta: —¿Vas a decirme qué te pasa, Benjamín? Chaparro se siente morir, porque acaba de advertir que esa mujer pregunta una cosa con los labios y otra con los ojos: con los labios le está preguntando por qué se ha puesto colorado, por qué se revuelve nervioso en el asiento o por qué mira cada doce segundos el alto reloj de péndulo que decora la pared próxima a la biblioteca; pero, además de todo eso, con los ojos le pregunta otra cosa: le está preguntando ni más ni menos qué le pasa, qué le pasa a él, a él con ella, a él con ellos dos; y la respuesta parece interesarle, parece ansiosa por saber, tal vez angustiada y probablemente indecisa sobre si lo que le pasa es lo que ella supone que le pasa. Ahora bien —barrunta Chaparro—, el asunto es si lo supone, lo teme o lo desea, porque esa es la cuestión, la gran cuestión de la pregunta que le formula con la mirada, y Chaparro de pronto entra en pánico, se pone de pie como un maníaco y le dice que tiene que irse, que se le hizo tardísimo; ella se levanta sorprendida —pero el asunto es si sorprendida y punto o sorprendida y aliviada, o sorprendida y desencantada—, y Chaparro poco menos que huye por el pasillo al que dan las altas puertas de madera de los despachos, huye sobre el damero de baldosas negras y blancas dispuestas como rombos, y recién retoma el aliento cuando se trepa a un 115 milagrosamente vacío a esa hora pico del atardecer; se vuelve a su casa de Castelar, donde esperan ser escritos los últimos capítulos de su historia, sí o sí, porque ya no tolera más esta situación, no la de Ricardo Morales e Isidoro Gómez, sino la propia, la que lo une hasta destrozarlo con esa mujer del cielo o del infierno, esa mujer enterrada hasta el fondo de su corazón y su cabeza, esa mujer que a la distancia le sigue preguntando qué le pasa, con los ojos más hermosos del mundo.
Eduardo Sacheri (El secreto de sus ojos (Spanish Edition))
—¿Te das cuenta de cómo hemos cambiado, Kenneth? reflexionó en voz alta—. ¿La oyes? —señaló con la cabeza hacia su derecha—. El primer día en el hospital esa risa me robó el corazón y ahora es suyo para siempre. —Mañana regresarás a tu mundo —dijo él enfrentando su mirada. —Mi mundo es éste también. —No —contradijo tomándola por los hombros—. Ésta es tu fantasía. Y no te das cuenta que la escapada que tú vives como una ilusión, es mi vida real. Cuando estés en Boston, lo verás todo con otros ojos. (...) —Tú eres una poderosa razón para volver. La única que me importa.
Olivia Ardey (Delicias y secretos en Manhattan (Delicias y secretos en Manhattan, #1))
Todos tenemos una persona, que sólo es para nosotros. La única que nos entiende con sólo una mirada, donde un simple gesto puede alegrarnos el día o entristecerlo. Y esa persona existe. Quizás de momento no eres consciente de quién es, pero ahí está. Pronto te encontrará, aparecerá ante ti… Ya lo verás
Inma Gisbert Boronat (Mesa para tres)
¿Te sientes bien Elizabeth?- Pregunta esa voz que recorre hasta lo más profundo de mis entrañas. De nuevo todo se silencia entre los dos. El tiempo se detiene y a mi alrededor no hay nada, ni siquiera luces multicolores flotando como siempre. No hay voces, ni vibras. Solamente su mirada y la mía. [pp. 48]
Zoe. (Inmortal (Inmortal #1))
Es una especie de misterio, pero hay que intentear entenderlo, sirviéndose de la fantasía, y olvidar lo que se sabe de modo que la imaginación pueda vagabundear en libertad, corriendo lejos por el interios de las cosas hasta ver que el alma no es siempre diamante sino a veces velo de seda-esto puedo entenderlo-imagínate un velo de seda trasparente, cualquier cosa podría rasgarlo, incluso una mirada, y piensa en la mano que lo coge- una mano de mujer- sí- se mueve lentamente y lo aprieta entre los dedos, pero apretarlo es ya demasiado, lo levanta como si no fuera una mano, sino un golpe de viento, y lo encierra entre los dedos como si no fueran dedos sino...- como si no fueran dedos sino pensamientos. Así es. Esta habitación es esa mano, y mi hija es un velo de seda [...] - Edel, ¿hay algún modo de conseguir hombres que no hagan daño? Eso debe habérselo preguntado Dios también, en su momento. - No lo sé, pero lo intentaré
Alessandro Baricco (Ocean Sea)
Las estadísticas importan, los datos importan, los detalles técnicos importan, pero si queremos que esas estadísticas y esos datos y esos detalles técnicos cuenten una historia que deje, en los lectores, el rastro que deja un texto inolvidable, hay que huir de las miradas burocráticas y de las prosas embalsamadas.
Enric González (Cada Mesa, Un Vietnam)
Compañera, cuando amábamos (for Juanita Ramos and other spik dykes) ¿Volverán, campañera, esas tardes sordas Cuando nos amábamos tiradas en las sombras bajo otoño? Mis ojos clavados en tu mirada Tu mirada que siempre retiraba al mundo Esas tardes cuando nos acostábamos en las nubes Mano en mano nos paseábamos por las calles Entre niños jugando handball Vendedores y sus sabores de carne chamuzcada. La gente mirando nuestras manos Nos pescaban los ojos y se sonreían cómplices en este asunto del aire suave. En un café u otro nos sentábamos bien cerquita. Nos gustaba todo: las bodegas tiznadas La música de Silvio, el ruido de los trenes Y habichuelas. Compañera, ¿Volverán esas tardes sordas cuando nos amábamos? ¿Te acuerdas cuando te decía ¡tócame!? ¿Cuándo ilesa carne buscaba carne y dientes labios En los laberintos de tus bocas? Esas tardes, islas no descubiertas Cuando caminábamos hasta la orilla. Mis dedos lentos andaban las lomas de tus pechos, Recorriendo la llanura de tu espalda Tus moras hinchándose en mi boca La cueva mojada y racima. Tu corazón en mi lengua hasta en mis sueños. Dos pescadoras nadando en los mares Buscando esa perla. ¿No te acuerdas como nos amábamos, compañera? ¿Volverán esas tardes cuando vacilábamos Pasos largos, manos entrelazadas en la playa? Las gaviotas y las brizas Dos manfloras vagas en una isla de mutua melodía. Tus tiernas palmas y los planetas que se caián. Esas tardes tiñadas de mojo Cuando nos entregábamos a las olas Cuando nos tirábamos En el zacate del parque Dos cuerpos de mujer bajo los árboles Mirando los barcos cruzando el río Tus pestañas barriendo mi cara Dormitando, oliendo tu piel de amapola. Dos extranjeras al borde del abismo Yo caía descabellada encima de tu cuerpo Sobre las lunas llenas de tus pechos Esas tardes cuando se mecía el mundo con mi resuello Dos mujeres que hacían una sola sombra bailarina Esas tardes andábamos hasta que las lámparas Se prendían en las avenidas. ¿Volverán, Compañera, esas tardes  cuando nos amábanos?
Gloria E. Anzaldúa (Borderlands/La Frontera: The New Mestiza)
Una mañana mi madre me dio un pedazo de pan que parecía recién hecho o quizá lo imagino recién hecho y un puñado de aceitunas negras, muy sabrosas, de esas aceitunas arrugadas que se llaman de Aragón. Recuerdo aquellos sabores, la alegría de mi libertad en la calle. La mirada protectora de mi madre. Si pudiera volver a aquella mañana.
Manuel Vázquez Montalbán
—Había una chica —dice Will—. Se mudó a una casa de la calle hace un tiempo. Todavía recuerdo el momento en que la vi detenerse en el camión de mudanzas. Estaba tan segura en esa cosa. Era cien veces más grande que ella, pero lo llevó sin siquiera pedir ayuda. Vi cómo lo puso en el parque y apoyó la pierna arriba del tablero, como si conducir un camión de mudanzas era algo que hacía todos los días. Un pedazo de pastel. —Tenía que ir a trabajar pero Caulder había atravesado ya la calle. Estaba luchando con una espada imaginaria con el niño que había estado en el camión de mudanzas. Estaba a punto de gritarle que viniera a meterse en el coche, pero había algo en esa chica. Solo tenía que conocerla. Crucé la calle, pero ni siquiera se dio cuenta. Estaba mirando a su hermano jugar con Caulder, con esa mirada distante en su rostro. —Me paré al lado del camión de mudanzas y solo la miré. Me quedé mirándola mientras ella observaba con una mirada triste. Quería saber lo que le pasaba, lo que estaba pasando en su cabeza. ¿Qué le había hecho estar tan triste? Quería abrazarla. Cuando por fin salió del camión de mudanzas y me presenté, dejé todo lo que tenía que dejar irse de mis manos. Quería aferrarme a ella para siempre. Quería hacerle saber que no estaba sola. Fuera cual fuera la carga que llevaba a su alrededor, quería llevarla por ella.
Colleen Hoover (Slammed (Slammed, #1))
—Pero ¿por qué te has hecho esa marca? En esa ocasión no se ruborizó ni apartó la mirada. —Es una promesa de ser mejor de lo que era —explicó—. Es un juramento de que, si no puedo ser nada más para ti, al menos puedo ser un arma en tu mano. —Se encogió de hombros—. Y supongo que es un recordatorio de que querer algo y merecerlo no son lo mismo.
Leigh Bardugo (Ruin and Rising (The Shadow and Bone Trilogy, #3))
Arde la vida en cada abandono, en cada amor, en cada tragedia, en cada milagro. Arde iluminando, arde dañando. Arde en esa llamada que no llega, y en esa sobreprotección que asfixia como el negro humo de una explosión. Arde en el adiós, y en ciertas miradas... Arde, arde, arde la vida. Arde hasta el hartazgo. Arde más cuando no se puede sentir su ardor.
Magalí Tajes Parga (Arde la vida: ¿Hasta cuándo vas a tener miedo?)
»Te encontraré en la mirada de alguien, en la risa de cualquiera. Me fijaré en las personas a las que les guste el color amarillo, el olor a vainilla, los gatos... En esas personas que le tengan pánico a las arañas, que al ponerse nerviosas les tiemble la mandíbula o que cuando se les moje el pelo se pongan a rascárselo de forma exagerada, muy exagerada.
Eloy Moreno (Diferente (Spanish Edition))
Luisa, es peligroso pasar días enteros con la cabeza abatida sobre el pecho, las manos inertes, la mirada vaga; es peligroso buscar las avenidas sombrías y no participar de las diversiones que regocijan los corazones de las las jóvenes; es peligroso, Luisa, escribir con a punta del pie; como sueles hacer, sobre la arena, letras que, por más que te apresures a borrarlas; siempre aparecen por debajo del talón, principalmente cuando esas letras se asemejan más a una L que a una B; es peligroso, en fin, forjarse allá en la mente mil extrañas ilusiones, fruto de la soledad y de los dolores de cabeza; esas ilusiones socavan las mejillas de una pobre muchacha al mismo tiempo que su cerebro, y no es cosa rara ver en esas ocasiones a una persona de amable y risueño trato volverse taciturna y fastidiosa, y a la de más talento convertida en una imbécil.
Alexandre Dumas (Le Vicomte de Bragelonne I)
Nadie debería olvidar a sus padres, es una de las cosas más tristes que te pueden suceder en esta vida. Todos deberíamos recordar la sonrisa de una madre o la mirada orgullosa de un padre hasta el fin de nuestros días, porque esa memoria es parte fundamental de nuestra dignidad. Cuando nos sentimos mezquinos, nos recuerda que un día fuimos inocentes; cuando sólo queda el odio, nos dice que también hemos sido dignos de amor.
David B. Gil (El guerrero a la sombra del cerezo)
Nunca la había visto así por la sencilla razón de que nunca había sido así. Mi madre me miraba con amor. Esa mirada suya -que yo había esperado y mendigado toda mi infancia y por la que me habría desprendido voluntariamente de todo mi capital de niño ahorrador- la recibía ahora gratis. [...] Habría querido tirarla de la silla de una patada, como había hecho ella conmigo a lo largo de aquellos siete meses. Me habría gustado meterle aquel amor por los ojos a puñetazos y decirle que se lo guardara para el otro mundo, en el que, si tenía suerte, conseguiría engatusar a alguien y convencerle de que era capaz de amar. Me habría gustado arrancarle en aquel segundo, con unas tenazas al rojo vivo, todos los cuentos no contados, todas las nanas no cantadas, todas las caricias en el pelo que me correspondían, pero que ella me había escamoteado como una roñosa.
Tatiana Țîbuleac (Lato, gdy mama miała zielone oczy)
Por esa razón afirmo que Kurtz era un hombre notable. Él tenía algo que decir. Lo decía. Desde el momento en que yo mismo me asomé al borde, comprendí mejor el sentido de su mirada, que no podía ver la llama de la vela, pero que era lo suficiente amplia como para abrazar el universo entero, lo suficiente penetrante como para introducirse en todos los corazones que baten en la oscuridad. Había resumido, había juzgado. «¡El horror!».
Joseph Conrad (ADAPTED CLSCS HEART OF DARKNESS SE 95)
Le había dicho que se paseaba por el patio como si estuviera en una fiesta. Yo no lo habría expresado así, pero entiendo lo que quería decir. Tiene relación con lo que dije de que Andy llevaba su libertad como un abrigo invisible y con lo que dije de que nunca llegó a tener en realidad una mentalidad carcelaria. Nunca llegó a tener esa mirada obtusa. Nunca llegó a caminar como caminan los hombres cuando termina la jornada y han de volver a sus celdas para otra noche interminable... encorvados, aturdidos. Andy caminaba erguido y con paso vivo siempre, como quien se dirige a casa, donde le aguardan una buena cena hogareña y una buena mujer, y no la bazofia insípida de verduras pastosas, puré de patatas grumoso y una o dos tajadas de ese material cartilaginoso y grasiento que casi todos los presos llaman «carne de enigma»... eso y una foto de Raquel Welch en la pared.
Stephen King (Rita Hayworth and Shawshank Redemption)
Ha comprendido que la mujer, que una sola mujer es más fuerte que todos los hombres juntos, y de ahí que los hombres necesiten apretarse entre ellos como niños débiles y asustadizos, necesiten fanfarronear y bravuconear y hablen del amor como de una matufia urdida por ellos para hacer caer a las mujeres en la celada del sexo. No hay que creerles, no hay que preocuparse. Llegado el caso, una mujer puede con una sola mirada desbaratar toda esa falsa tramoya de los hombres.
Marco Denevi (CUENTOS SELECTOS II - MARCO DENEVI)
Él guardó silencio, manoseando el papel entre los dedos, ella suspiró, irritada. - De acuedo. Es una lista. -alargó el brazo con la palma hacia arriba, esperando que él pusiera allí la nota. - ¿Qué clase de lista? -preguntó Gabriel con una mirada inquisitiva. - Una lista personal. -Respondió ella, tratando de imprimir en su voz un tono de femenino desdén, esperando que así se sintiera poco caballeroso y renunciara a aquella batalla en particular. - ¿Una lista de compras? ¿Una lista de libros impropios que te gustaría leer? ¿una lista de hombres...? -ella se puso colorada antes esa última preguta y él hizo una pausa al tiempo que agrandaba los ojos- Santo Dios, Callie, ¿es una lista de hombres? Callie golpeó el suelo con el pie, en un gesto repleto de irritación. - ¡Santo cielo, no! Da igual lo que contenga la lista, Ralston. Lo único que cuenta es que me pertenece. - Esa no es una buena respuesta, emperatriz -señaló él, y comenzó a abrir la nota.
Sarah MacLean (Nine Rules to Break When Romancing a Rake (Love By Numbers, #1))
El amor es una fuente ingenua, que sale de su lecho de berros, de flores, de arena, que, arroyo o río, muda de naturaleza y aspecto a cada onda y se arroja a un inconmensurable océano en que los espíritus incompletos ven la monotonía, en que las almas grandes se entregan a contemplaciones perpetuas. ¡Cómo osar describir esas tintas transitorias del sentimiento, esas naderías que tanto precio tienen, esas palabras cuyo acento agota los tesoros del lenguaje, esas miradas más fecundas que los más bellos poemas!
Honoré de Balzac (The Wild Ass's Skin)
Después de tanto tiempo juntos, ambos tenemos la cabeza atiborrada de esas advertencias menores, esas pistas útiles sobre la otra persona: lo que le gusta y lo que le disgusta, sus preferencias y sus tabúes. No te pongas detrás de mí cuando estoy leyendo. No uses mis cuchillos de cocina. No desordenes. Cada cual cree que el otro debería respetar esa serie frecuentemente repetida de instrucciones de uso, pero el caso es que se anulan las unas a las otras: si Tig debe respetar mi necesidad de remolonear sin pensar en nada, libre de malas noticias, antes de la primera taza de café ¿no debería yo respetar su necesidad de escupir catástrofes para librarse cuanto antes de ellas? -Oh, lo siento- dice, y me dirige una mirada de reproche. ¿Por qué tengo que decepcionarlo de ese modo? ¿No sé acaso que si no puede contarme las malas noticias de inmediato, alguna glándula biliar o alguna úlcera de las malas noticias estallará en su interior y le producirá una peritonitis del alma? Entonces quien lo sentirá seré yo. Tiene razón, debería sentirlo. No me queda nadie más cuyo pensamiento pueda leer.
Margaret Atwood (Moral Disorder)
Usted conoce perfectamente la Riviera. Se nos aparece siempre bella, pero monótona; a todas horas ofrece un paisaje de tarjeta postal; indolentemente muestra unos colores cansados, una belleza dormida, perezosa que, indiferente, se deja acariciar por todas las miradas; una belleza casi oriental en su inmutable y suntuosa disposición. Pero a veces, muy raramente, esa belleza, se aviva, fulgura, avanza, por decirlo así, hacia nosotros, imperativa, adornada de colores vivos de encendidos destellos, esparciendo, victoriosa, sobre nosotros sus polícromos encantos, y arde toda su sensualidad.
Stefan Zweig
Meche no podía formular de un modo coherente y lógico, ni con palabras ni con pensamientos, lo que le pasaba, el género de este acontecer enrarecido y el lenguaje nuevo, secreto y de peculiaridades únicas, privativas, de que se servían las cosas para expresarse, aunque más bien no eran las cosas en general ni en su conjunto, sino cada una de ellas por separado, cada cosa aparte, específica, con sus palabras, su emoción y la red subterránea de comunicaciones y significaciones, que al margen del tiempo y del espacio, las ligaba a unas con otras, por mas distantes que estuviesen entre sí y las convertía en símbolos y claves imposibles de ser comprendidas por nadie que no perteneciera, y en la forma mas concreta, a la conjura biográfica en que las cosas mismas se autoconstruían en su propio y hermético disfraz. Arqueología de las pasiones, los sentimientos y el pecado, donde las armas, las herramientas, los órganos abstractos del deseo, la tendencia de cada hecho imperfecto a buscar su consanguinidad y su realización, por mas incestuoso que parezca, en su propio gemelo, se aproximan a su objeto a través de una larga, insistente e incansable aventura de superposiciones, que son cada vez la imagen más semejante a eso de que la forma es un anhelo, pero que nunca logra consumar, y quedan como subyacencias sin nombre de una cercanía siempre incompleta, de inquietos y apremiantes signos que aguardan, febriles, el instante en que puedan encontrarse con esa otra parte de su intención, al contacto de cuya sola presencia se descifren. Así un rostro, una mirada, una actitud, que constituyen el rasgo propio del objeto, se depuran, se complementan en otra persona, en otro amor, en otras situaciones, como los horizontes arqueológicos donde los datos de cada orden, un friso, una gárgola, un ábside, una cenefa, no son sino la parte móvil de cierta desesperanzada eternidad, con la que se condensa el tiempo, y donde las manos, los pies, las rodillas, la forma en que se mira, o un beso, una piedra, un paisaje, al repetirse, se perciben por otros sentidos que ya no son los mismos de entonces, aunque el Pasado apenas pertenezca al minuto anterior.
José Revueltas (El apando)
El hombre alado de cabello oscuro que entró detrás de ella... Bryce ahogó un grito. —¿Ruhn? El hombre parpadeó. Sus ojos eran del mismo tono azul violeta que los de Ruhn. Su cabello corto era del mismo negro brillante. La piel de este hombre era un poco más morena, pero la cara, la postura... Eran las de su hermano. También tenía las orejas puntiagudas, aunque él tenía esas alas de cuero como las de los otros dos hombres. La mujer a su lado le preguntó a la mujer pequeña algo en su lenguaje. Pero el hombre se quedó viendo a Bryce. La sangre que tenía encima, la Espadastral y la daga, que seguían brillando con sus luces opuestas Él levantó la mirada hacia la de ella con estrellas en los ojos. Estrellas de verdad.
Sarah J. Maas (House of Sky and Breath (Crescent City, #2))
En ese momento no lo sabes. Nunca lo sabes. Nadie reconoce el instante que va a cambiar su vida para siempre. Solo es uno más, que llega, pasa y todo sigue como si nada. Sin embargo, ha ocurrido. Algo ha cambiado y ya no hay vuelta atrás. Del mismo modo que nadie reconoce a esa persona que está destinada a cambiarte para siempre. Solo es una más, que aparece un día, sin esperarla, y que te mira. En ese momento no lo sabes, pero ha ocurrido algo. Unas pupilas que se dilatan. Un soplo en la piel que hace que te erices. Una mirada que se alarga. Detalles imperceptibles que atribuyes a otras cosas, pero que son el comienzo de algo importante. Algo que puede salvarte o hundirte. Porque hay olas que te devuelven a tierra y otras que te arrastran al fondo del mar.
NOT A BOOK (Cuando no queden más estrellas que contar (Spanish Edition))
Es curioso que los mortales nos pinten siempre dándoles ideas, cuando, en realidad, nuestro trabajo más eficaz consiste en evitar que se les ocurran cosas. Desvia su mirada de Él hacia ellos mismos. Haz que se dediquen a contemplar sus propias meritos y que traten de suscitar en ellas, por obra de su propia voluntad, sentimientos o sensaciones. Enséñales a medir el valor de cada oración por su eficacia para provocar el sentimiento deseado, y no dejes que lleguen a sospechar hasta qué punto esa clase de éxitos o fracasos depende de que estén sanos o enfermos, frescos o cansados, en ese momento. Los humanos no parten de una percepción directa del Enemigo. Nunca han experimentado esa horrible luminosidad, ese brillo abrasador e hiriente que constituye el fondo de sufrimiento.
C.S. Lewis (The Screwtape Letters)
La ira puede ser demente y absurda; uno puede sentirse irritado sin tener razón; pero sólo se indigna cuando tiene razón en el fondo en algunos aspectos. Jean Valjean estaba indignado. Y, además, la sociedad humana sólo le había causado daño; nunca le había visto más que ese rostro enojado al que llama su Justicia y que les muestra a los que ésta castiga. Los hombres no lo habían tocado sino para magullarlo. Cualquier contacto con ellos había sido un golpe. Nunca, desde la infancia, desde su madre, desde su hermana, nunca se había encontrado con una palabra amiga y una mirada benévola. De sufrimiento en sufrimiento, llegó poco a poco a la convicción de que la vida era una guerra; y que, en esa guerra, el vencido era él. No tenía más arma que su odio. Decidió afilarlo en presidio y llevárselo consigo cuando se fuera.
Victor Hugo (Les Misérables)
Este señor se compone sólo de letras. De muchísimas letras, se entiende, de un número astronómico de letras, pero al fin y al cabo sólo de letras. Aquí está su amiga. Es, como se ve, de carne y hueso. ¡Y de qué carne! Da gusto verla, ¡y no digamos tocarla! Los dos van ahora juntos a la feria. En la góndola y la noria todo va bien todavía. Pero luego llegan a una caseta de tiro al blanco; un tiro al blanco un poco extraño, esa es la verdad. ¡Pruébate a ti mismo!, puede leerse en grandes letras en la parte de arriba. Y más abajo figuran las reglas. Sólo son tres: 1. Cada tiro es un blanco garantizado. 2. Por cada blanco, un tiro gratis. 3. El primer tiro es gratuito. El señor que rodea con el brazo la cintura de su amiga estudia atentamente el letrero. Quiere seguir su camino rápidamente, pero ella insiste en que haga uso de la ventajosa oferta. Quiere ver de lo que es capaz. Pero el señor no quiere. -¿Pero por qué no, cariño? ¿Qué tiene de malo? Tiene de malo que hay que disparar sobre un blanco bastante insólito, sobre uno mismo, es decir, sobre la propia imagen reflejada en un espejo de metal. Y el señor de letras no se siente en absoluto lo bastante real para distinguir de una manera tan arriesgada entre sí y su imagen reflejada. -¡O disparas -dice la amiga, por fin, furiosa-, o te dejo! El sacude la cabeza. Entonces ella se va con otro, un carnicero que entiende de carnes y huesos. El señor se queda solo y la sigue con la mirada. Cuando desaparece de su vista en el gentío, él se deshace lentamente en un pequeño montón de diminutas minúsculas y mayúsculas que la multitud pisotea al pasar. La verdad es que para eso podría hacer disparado, ¿verdad?
Michael Ende (El espejo en el espejo)
A lo largo de nuestras vidas todos nos hemos sentido alguna vez Mofetas. Ese día extraño en que nadie quiere sentarse a tu lado, esas horas en las que la gente te evita y las miradas en tu ciudad resultan algo amenazantes. (...) Esos momentos en los que sospechas que tu equipo ha caído eliminado de la Champions League porque has acudido al estadio para animarlos. Pero esos días son equiparables en la gent normal a transitorias menstruaciones de energías negativas. Sin embargo, el aso de las Mofetas es mucho más triste. La vida de las Mofetas Psíquicas es un constante terremoto de despropósitos emocionales. De hecho, son personas acostumbradas a la soledad. De pequeños, ningún niño les invitó a su fiesta de cumpleaños. Y de mayores, no se percatan de que nadie los llama por teléfono y que sus amigos son simplemente compañeros de oficina.
Santi Balmes (La doble vida de las hadas)
Esas cajas que contienen mi biblioteca constituyen mi biografía. Hay muchas maneras de narrar una vida. Es posible decir, como suele hacerse, la fecha de nacimiento, la nacionalidad, el estado civil, la profesión..., pero, en muchos casos, sería más pertinente hacer una lista de libros [...]. Una biblioteca es una biografía escrita con las palabras de otros, hecha de la acumulación y el orden de los diferentes libros que alguien ha leído durante su vida, un puzle textual que permite reconstruir la vida del lectore. Además, y aunque eso pueda resultar paradójico o pueda enfadar a aquellos que se dedican profesionalmente a la escritura, al mismo tiempo que alegrar a los libreros, para constituir una biblioteca como biografía, a los libros leídos habría que añadir los libros que poseemos sin haberlos leído, aquellos que reposan en las estanterías o esperan sobre las mesas sin haber sido nunca abiertos y recorridos con la mirada, ni total ni parcialmente. En una biografía, los libros no leídos son un indicador de anhelos frustrados, deseos pasajeros, amistades rotas, vocaciones no realizadas, depresiones secretas que se disimulan bajo la apariencia de la sobrecarga de trabajo o la falta de tiempo, son, a veces, máscaras que le false lectore lleva para emitir señales literarias, buscando suscitar la simpatía o la complicidad de otres lectores. Otras veces, como en una página de Instagram, solo cuenta la portada, el nombre del autor o incluso el título. Otras, los libros todavía no leídos son una reserva de futuro, trozos de tiempo contenido, indican una dirección que la vida podría tomar en cualquier momento. Hecha de ese cúmulo de palabras leídas, recordadas, olvidadas y no leídas, una biblioteca es una prótesis textual del lectore, un cuerpo de ficción externalizado y público.
Paul B. Preciado (Dysphoria Mundi)
Qué fecha, a qué hora, nace un amor es algo difícil de precisar. ¿Nace la primera vez que vemos a la persona amada? ¿O la primera vez que, al buscarlo los ojos, nos encontramos correspondidos con la misma mirada, esa que no pretende ver sino entrar a través de las pupilas? ¿Nace la primera vez que pronunciamos su nombre como si invocáramos todo el universo? ¿Nace cuando se dice, cuando se reconoce: «Te quiero»? ¿Nace y crece tan poco a poco que no se sabe cuándo nació? Nadie registra, cronómetro en mano, la fecha de nacimiento de un amor. Pero todo el mundo necesita un número rodeado con rotulador rojo en el calendario. Lo verdaderamente difícil de precisar en el momento de marcarlo es por cuánto tiempo se seguirá celebrando. Del mismo modo en que no se sabe cuál será el futuro de una semilla cuando se planta en el suelo, la incertidumbre también es la esencia de las semillas de los aniversarios.
Begoña Oro (Pomelo y limón)
Leonardo era un maestro de los gestos, pero también sabía hacerlos enigmáticos, de modo que el espectador participara en la obra. ¿Baja la mano como diciendo: «Lo sabía»? ¿Señala con el pulgar a Judas? Ahora detengámonos en Mateo. Con las palmas de las manos vueltas hacia arriba, ¿apunta a Jesús o a Judas? El espectador no tiene por qué avergonzarse por su confusión; a su manera, Mateo y Tadeo también lo están sobre lo que acaba de ocurrir, intentan aclararse y acuden a Simón el Zelote en busca de respuesta. Jesús tiende la mano derecha hacia un vaso de vidrio lleno una tercera parte de vino tinto. En un detalle deslumbrante, se le ve el meñique a través del vaso, más allá del cual hay un plato y un pedazo de pan. La mano izquierda de Jesús, con la palma hacia arriba, se alarga hacia otro pedazo de pan, al que contempla bajando la mirada. La perspectiva y la composición de la pintura, en especial vista desde la puerta que los monjes usaban para acceder al refectorio, guían la mirada del espectador en la misma dirección que los ojos de Jesús, descendiendo por su brazo izquierdo hasta el pedazo de pan. Ese gesto y esa mirada crean el segundo momento destacado en el relato pictórico: el de la institución de la eucaristía. En el Evangelio según san Mateo, esta ocurre en el momento posterior al anuncio de la traición: «Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: “Tomad, comed, este es mi cuerpo”. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: “Bebed de ella todos, porque esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados”». Este pasaje del relato parte de Jesús para abarcar tanto la reacción a su revelación de que Judas lo traicionaría como la institución del santísimo sacramento.[11]
Walter Isaacson (Leonardo da Vinci: La biografía (Spanish Edition))
¿Cuándo cambié a tus ojos? Adam me miró con otro «tú estás loca». —No pienso contártelo. —¿Por qué no? —Porque es una de esas cosas de tíos que no entenderías y que probablemente te cabreará. Genial. Ahora estaba definitivamente intrigada. —No me enfadaré. Solo dímelo por favor —le supliqué con dulzura. —Vale. —Me miró con cautela—. Fue la mañana siguiente a tu decimoctavo cumpleaños. Mis ojos se agrandaron al recordarlo. «¿En serio?» —Sí, la mañana en la que tú… oh, casualmente, me dijiste que habías perdido la virginidad. ¿Fue ese el momento en que se dio cuenta de que sentía algo por mí? Dios… Joss tenía razón, los hombres era trogloditas. (...) Adam había estado celoso. No fue lo que me pareció en aquel momento. —Supe que estabas enojado conmigo, pero creí que era otro de esos episodios de «hermano mayor sobreprotector». —¡No! —Adam movió la cabeza sombríamente, se echó hacia atrás y se apoyó en las palmas de las manos—. Fue uno de esos episodios «estoy buscando a la hermana pequeña de mi mejor amigo, que me acaba de decir que se ha acostado con un tío por primera vez y lo único que veo son sus labios hinchados y su pelo revuelto recién salido de la cama y me he puesto jodidamente cachondo». —Sus ojos se detuvieron en mi boca conforme recordaba—. Mi cuerpo reaccionó a lo que habías dicho antes de que pudiera hacerlo mi cabeza. De repente me encontré preguntándome cómo sería ser acariciado por tus labios, a qué sabrías, cómo me sentiría al tener tus largas piernas alrededor de mi espalda mientras empujaba dentro de ti... —Me sacudí, notando cómo se me calentaba la piel ante el conocimiento de que Adam había estado teniendo pensamientos lascivos sobre mí durante mucho tiempo sin que yo tuviera ni idea—. Así que me cabreé. Conmigo por desearte así. Y también contigo… por dejarle probarte… Nuestras miradas se encontraron y mi respiración se tornó pesada. Supe que si no decía nada terminaríamos haciendo el amor en la segunda habitación antes de que pudiéramos acabar nuestro paseo por el sendero de la memoria.
Samantha Young (Until Fountain Bridge (On Dublin Street, #1.5))
Si alguien les pregunta por él, díganle que quizá no vuelva nunca o que si regresa acaso ya nadie reconozca su rostro; díganle también que no dejó razones para nadie, que tenía un mensaje secreto, algo importante que decirles pero que lo ha olvidado. Díganle que ahora está cayendo, de otro modo y en otra parte del mundo, díganle que todavía no es feliz, si esto hace feliz a alguno de ellos; díganle también que se fue con el corazón vacío y seco y díganle que eso no importa ni siquiera para la lástima o el perdón y que ni él mismo sufre por eso, que ya no cree en nada ni en nadie y mucho menos en él mismo, que tantas cosas que vio apagaron su mirada y ahora, ciego, necesita del tacto, díganle que alguna vez tuvo un leve rescoldo de fe en Dios, en un día de sol, díganle que hubo palabras que le hicieron creer en el amor y luego supo que el amor dura lo que dura una palabra. Díganle que como un globo de aire perforado a tiros, su alma fue cayendo hasta el infierno que lo vive y que ni siquiera está desesperado y díganle que a veces piensa que esa calma inexorable es su castigo; díganle que ignora cuál es su pecado y que la culpa que lo arrastra por el mundo la considera apenas otro dato del problema y díganle que en ciertas noches de insomnio y aun en otras en que cree haberlo soñado, teme que acaso la culpa sea la única parte de sí mismo que le queda y díganle que en ciertas mañanas llenas de luz y en medio de tardes de piadosa lujuria y también borracho de vino en noches de lluvia siente cierta alegría pueril por su inocencia y díganle que en esas ocasiones dichosas habla a solas. Díganle que si alguna vez regresa, volverá con dos cerezas en sus ojos y una planta de moras sembrada en su estómago y una serpiente enroscada en su cuello y tampoco esperará nada de nadie y se ganará la vida honradamente, de adivino, leyendo las cartas y celebrando extrañas ceremonias en las que no creerá y díganle que se llevó consigo algunas supersticiones, tres fetiches, ciertas complicidades mal entendidas y el recuerdo de dos o tres rostros que siempre vuelven a él en la oscuridad y nada.
Darío Jaramillo Agudelo
—Nunca mantengo una relación cercana con la gente con la que he salido. A casi nadie le gusta quemar las naves. En mi caso es como si las volara, seguramente porque no habría mucha nave, para empezar. A veces lo abandono todo en casa de ellos y desaparezco sin más. Odio el proceso eterno de recogerlo todo y mudarse y todas esas conversaciones post mortem que se convierten en súplicas llorosas para seguir juntos; sobre todo, odio fingir prolongar una relación cuando ya ni siquiera queremos que nos toque la persona con la que ni recordamos haber querido acostarnos. Tienes razón: no sé por qué empiezo con nadie. Una relación nueva es pura molestia. Además de las pequeñas costumbres domésticas que tengo que aguantar. El olor de la jaula del pájaro. La forma en que le gusta apilar los CD. El ruido del radiador antiguo en mitad de la noche, que me despierta siempre a mí y nunca a él. Él quiere cerrar las ventanas. A mí me gustan abiertas. Yo dejo la ropa por cualquier parte. Él quiere las toallas dobladas y guardadas. Le gusta apretar el tubo de la pasta de dientes con cuidado, de abajo arriba; yo lo aprieto como sea y siempre pierdo el tapón, que él encuentra luego en el suelo detrás del inodoro. El mando tiene su lugar, la leche tiene que estar a mano, pero no demasiado cerca del congelador, la ropa interior y los calcetines van en este cajón, no en ese otro. Y sin embargo, no soy complicada. En realidad soy buena persona, solo que un poco terca, aunque es solo fachada. Soporto a todo el mundo y lo soporto todo. Por lo menos un tiempo. Luego, un día, el impacto: no quiero estar con este tipo, no lo quiero tener cerca, necesito irme. Combato ese sentimiento, pero en cuanto un hombre lo nota te acosa con ojos desesperados de cachorrito. Una vez que veo esa mirada, uf, me voy y encuentro a otro inmediatamente. ¡Hombres! —dijo por último, como si aquella palabra resumiera todos los defectos que la mayoría de las mujeres está dispuesta a pasar por alto y aprender a soportar, y en última instancia a perdonar en los hombres a quienes esperan amar el resto de su vida, hasta que saben que no lo harán—. Odio que la gente salga herida.
André Aciman (Find Me (Call Me By Your Name, #2))
No hace mucho, un párroco quiso graficar en la misa dominical la idea que tenía de Dios. Explicó que siempre se ha dicho que Dios está en todas partes y que acompaña a todo el mundo en todo momento. Lo difícil, sugirió, es hacer tangible esa presencia, ofrecer ejemplos prácticos que no dejen lugar a dudas. Hizo silencio y enseguida agregó que Dios es como los mapas en línea (dijo textualmente "Google Maps"). Puede observar desde arriba y desde los costados, es capaz de abarcar con la mirada un continente o enfocarse en una casa, hasta hacer zoom sobre el patio de una casa. Y así, como todos los resentes en ese momento podían imaginar, nada escapaba a su vigilancia. Ahora bien, agregó, Dios funcionaba como los mapas digitales, pero mejor, porque no estaba reducido a la representación visual y sus distintas modalidades (mapa, relieve, tránsito, etc.): estaba en condiciones de abarcar literalmente todo, desde las voces y sonidos en el aire hasta los sentimientos más inconfesables, de un modo tal que podía prescindir de la visualización sin mayor problema, cosa imposible para Google Maps.
Sergio Chejfec (La experiencia dramática)
[Stephen Dedalus] Entraba y salía de interminables capillas en las que algún anciano dormitaba, algún empleado limpiaba el polvo o alguna mujer se arrodillaba. Mientras caminaba a paso lento por el laberinto de calles, devolvía con orgullo las miradas de tonta maravilla que recibía y observaba de soslayo los grandes torsos vacunos de los policías que se volvían para analizarlo una vez los había pasado. Estos vagabundeos endurecían las raíces de su ira ya bien arraigada, y cada vez que se topaba con un grueso cura sudado bajo sus ropas negras haciendo su ronda matinal por esas colmenas de piadosos reptantes para atestiguar la estabilidad de su parálisis, maldecía con ira la farsa del Catolicismo, la farsa de su isla: una isla donde los habitantes confían y venden su espíritu al mejor postor, una isla en la que todo el poder y la riqueza están en manos de los guardianes de las llaves del otro mundo, una isla en la que César confiesa a Cristo y Cristo confiesa a César, engordando ambos de la mano su tripa y su bolsillo como puercos a costa del hambre de una plebe a la que consuela fácilmente con palabras y frases vulgares como: el Reino de Dios está en cada uno de vosotros.
James Joyce (Stephen Hero)
Las letanías de Satán Oh, tú, el más sabio y bello de los ángeles, Dios traicionado por el destino y de alabanzas privado, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Oh, Príncipe del exilio, a quien se ha agraviado, y que, vencido, siempre más poderoso vuelves a levantarte, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Tú que todo lo sabes, gran Rey de las cosas subterráneas, tú, familiar sanador de las angustias humanas, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Tú que, hasta a los leprosos y los parias malditos, enseñas mediante el amor el sabor del Paraíso, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Oh tú que de la Muerte, esa amante vieja y poderosa, engendras la Esperanza, esa adorable loca, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Tú que das al condenado esa mirada en torno al cadalso que, arrogante y serena, a todo un pueblo condena, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Tú que sabes en qué rincón de las tierras ansiosas el celosos Dios ocultó sus piedras preciosas, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Tú cuya clara mirada conoce los profundos arsenales en donde duerme amortajado el pueblo de los metales, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Tú cuya extendida mano oculta los precipicios al sonámbulo que vaga al borde de los edificios, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Tú que, mágicamente, haces flexibles los viejos huesos del borracho rezagado al que los caballos atropellaron, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Tú que, para consolar al frágil que sufre, nos enseñas a mezclar el salitre y el azufre, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Tú que pones tu marca, oh cómplice sutil, en la frente del Creso despiadado y vil, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Tú que pones en el corazón de las muchachas el culto a las heridas y el amor a los harapos, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Báculo del desterrado, lámpara del inventor, confesor del ahorcado y del conspirador, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Padre adoptivo de aquellos a quienes, en su negra cólera, Dios padre del Paraíso terrenal expulsó, ¡oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria! Oración ¡Gloria y alabanza a ti, Satán, en las alturas del Cielo, donde reinas, y en las profundidades del Infierno, donde, vencido, en silencio sueñas! ¡Haz que mi alma un día, bajo el árbol de la Ciencia, cerca de ti descanse, en la hora en que sobre tu frente como un Templo nuevo sus ramas se extiendan!
Charles Baudelaire (Les Fleurs du Mal)
Entre las cosas más importantes que se van preparando dentro de uno se cuentan los encuentros aplazados. Puede tratarse tanto de lugares como de personas, tanto de cuadros como de libros. Hay ciudades que ansío tanto ver, que es como si estuviese predestinado a pasar en ellas una vida entera, desde el comienzo. Con cien ardides evito ir a esas ciudades, y cada nueva ocasión de visitarlas que dejo pasar acrecienta tanto su importancia en mí, que cabría pensar que estoy en el mundo únicamente en razón de ellas, y que si dichas ciudades, que me siguen aguardando, no existiesen, hace ya mucho tiempo que habría yo perecido. Hay personas sobre las cuales oigo hablar con gusto, y es tanto lo que oigo, y tal la avidez con que lo oigo, que podría pensarse que sé yo más sobre ellas que ellas mismas, pero evito ver alguna foto o cualquier representación visual suya, como si hubiera una prohibición especial y justificada de conocer su rostro. También hay personas con las que durante años me he venido encontrando en un mismo camino, personas sobre las cuales reflexiono, parecidas a enigmas que me hubieran encargado de resolver a mí, y no les dirijo, sin embargo, una sola palabra, paso mudo a su lado como mudas ellas pasan junto a mí, y nos miramos con una mirada que es una pregunta y mantenemos bien cerrados los labios; me imagino nuestra primera conversación, y me emociono al pensar cuántas cosas inesperadas llegaría a conocer. Y hay, finalmente, personas a las que desde hace años vengo amando sin que ellas puedan llegar a barruntarlo; yo me voy haciendo cada vez más viejo, y sin duda tiene que parecer una ilusión absurda el que alguna vez vaya a decirles que las amo, aunque siempre vivo pensando en ese instante magnífico. Sería incapaz de existir sin estos prolijos preparativos de lo futuro; y cuando me examino a mí mismo con detalle, veo que no son para mí menos importantes que las sorpresas súbitas que llegan como si no llegasen de ningún sitio y subyugan en el acto. No me gustaría mencionar los libros para los que todavía me estoy preparando; entre ellos se cuentan algunas de las obras más famosas de la literatura universal, obras de cuya importancia no me permitirá dudar, pues sobre ellas están de acuerdo todos aquellos autores del pasado cuyas opiniones han sido determinantes para mí. Es evidente que, tras haber estado aguardando veinte años, una colisión con esas obras se convierte en algo de enorme importancia; tal vez sólo así resulte posible acceder a esos renacimientos espirituales que nos preserven de las consecuencias de la rutina y la decadencia.
Elias Canetti (Masa y poder)
No puedo soportar más en silencio. Debo hablar con usted por cualquier medio a mi alcance. Me desgarra usted el alma. Estoy entre la agonía y la esperanza. No me diga que es demasiado tarde, que tan preciosos sentimientos han desaparecido para siempre. Me ofrezco a usted nuevamente con un corazón que es aún más suyo que cuando casi lo destrozó hace ocho años y medio. No se atreva a decir que el hombre olvida más prontamente que la mujer, que su amor muere antes. No he amado a nadie más que a usted. Puedo haber sido injusto, débil y rencoroso, pero jamás inconsciente. Sólo por usted he venido a Bath; sólo por usted pienso y proyecto. ¿No se ha dado cuenta? ¿No ha interpretado mis deseos? No hubiera esperado estos diez días de haber podido leer sus sentimientos como debe usted haber leído los míos. Apenas puedo escribir. A cada instante escucho algo que me domina. Baja usted la voz, pero puedo percibir los tonos de esa voz cuando se pierde entre otras. ¡Buenísima, excelente criatura! No nos hace usted en verdad justicia. Crea que también hay verdadero afecto y constancia entre los hombres. Crea usted que estas dos cosas tienen todo el fervor de “F. W. “Debo irme, es verdad. Pero volveré o me reuniré con su grupo en cuanto pueda. Una palabra, una mirada me bastarán para comprender si debo ir a casa de su padre esta noche o nunca”.
Jane Austen (Persuasion)
¿Quién soy yo y qué clase de persona? ¿Qué no hubo de maldad… o en mis hechos o, si no en mis hechos, en mis dichos o, si no en mis dichos, en mi voluntad? Tú, en cambio, Señor, has sido bueno y misericorde4, que con tu diestra volvías la mirada a la profundidad de mi mente y evacuabas del fondo de mi corazón un abismo de corrupción. Y esto consistía en que no quisiera yo todo lo que quería y quisiera lo que Tú querías5. Pero ¿dónde estaba a lo largo de tantos años…? ¡Y de qué bajo y profundo escondrijo en un instante se hizo salir mi libre decisión, la de entregarte mi cerviz a tu grato yugo y mis hombros a tu ligera carga6, Cristo Jesús, protector mío y redentor mío7! ¡Cuán deleitoso me resultó de pronto carecer de los deleites de tantas bobadas, esas que había temido desaprovechar y era ya un gozo despachar. La verdad era que de mí las expulsabas Tú, verdadero y sumo deleite, y entrabas en su lugar, más dulce que todo placer —pero no para la carne y la sangre8—, más brillante que toda luz —pero más íntimo que todo secreto—, más sobresaliente que todo honor —pero no para los que sobresalen en sus personas—. Ya estaba mi espíritu libre de las devoradoras preocupaciones de ambicionar, y de adquirir, y de revolcarme, y de raspar la sarna de las pasiones. Y charlaba contigo, luminosidad mía, y riqueza mía, y salvación mía, Señor Dios mío.
Augustine of Hippo (Confesiones)
- Silencio -gruñó Anthony, mirándolos fijamente-. Estoy intentando apuntar. - En un momento de crisis, esa necesidad de silencio no te servirá para nada -apuntó Colin. - Cállate -dijo Anthony - Si nos atacaran -continuó Colin, gesticulando con una mano mientras hablaba-, habría mucho ruido y, sinceramente, me preocupa que no puedas… - ¡Colin! -exclamó Anthony. - Ignórame -le dijo Colin. - Voy a matarlo -anunció Anthony-. ¿Os molesta si le mato? Nadie se movió, aunque Sophie levantó la cabeza y dijo algo sobre la sangre y que no quería tener que limpiarlo todo después. - Es un fertilizante excelente -dijo Phillip, puesto que aquel era un tema que él dominaba. - Ah. -Sophie asintió y volvió a su libro-. Entonces, mátalo. - ¿Qué tal el libro, querida? -le preguntó Benedict. - Es muy bueno. - ¿Queréis hacer el favor de callaros todos? -gritó Anthony. Luego, ligeramente sonrojado, se giró hacia su cuñada y dijo-: Sophie, tú no, por supuesto. - Me alegra ser la excepción -dijo ella, sonriendo. - No intentes amenazar a mi mujer -le dijo Benedict, suavemente, a su hermano. Anthony se giró hacia su hermano y lo atravesó con la mirada. - Debería mataros y descuartizaros a todos -dijo. - Menos a Sophie -le recordó Colin. Anthony lo miró con cara de pocos amigos. - ¿Te das cuenta de que el revólver está cargado? - Por suerte para mí, el fratricidio no está permitido.
Julia Quinn
Brindaron, apuraron sus copas y Peio Anzola señaló la primera moneda, la de cobre octogonal. —Ese maravedí compró un secreto y con él siempre sabrás la verdad. Eso no hay dinero que lo pague —añadió con un guiño y señaló la siguiente moneda—. El doblón de oro pagó el beso de una reina de Aragón. Fue una apuesta, por supuesto, y queriendo o sin querer, la reina la perdió. Con ese doblón podrás tener cuantos besos quieras y de quien tú quieras, eso tampoco tiene precio... —¿Y esta? —se anticipó Urko, carcomido por la curiosidad. Tocó la pieza de plata y la encontró caliente, como si estuviese hechizada. Sin embargo, las otras dos permanecían frías y así lo comprobó. Su tío le sacó de sus pensamientos con una frase sincera y sentida: —Espero que nunca tengas que usar esa última moneda, chico. Las otras dos tienen crédito ilimitado, su magia nunca se agota, pero esa pieza de plata solo podrás usarla una vez y, cuando lo hagas, ya no será tuya. Tendrás que regalarla junto con las otras dos. —¿Tú ya la has usado, tío? —Eso no importa, lo crucial es que sepas quién la usó primero. Esta pieza de plata se utilizó para pagar una muerte. Una muy importante. —¿La de otro rey? —aventuró Urko. —Algo parecido, no te lo vas a creer cuando te lo diga. Digamos que solo hay treinta monedas como esa… y son las treinta que compraron la vida del Rey de Reyes. —¿En serio? —masculló Urko, sin apartar su mirada del brillo de la plata—. ¿Las monedas de Judas? Vale, tío, tienes razón. No me lo creo.
Mara Oliver (Hechizo de Mar y Luna)
Carta a James Sandoe, 14 de octubre de 1949. Ahora estoy leyendo “So little time”, de Marquand. Recuerdo, o creo recordar, que fue bastante maltratada cuando apareció, pero a mí me parece llena de ingenio agudo y vivacidad, y en general mucho más satisfactoria que “Point of no return”, que me resultó aburrida en su impacto total, aunque no aburrida mientras se la lee. También empecé “A sea change”, de Nigel Demis, que parece bien. Pero siempre me gustan los libros equivocados. Y las películas equivocadas. Y la gente equivocada. Y tengo la mala costumbre de empezar un libro y leer sólo lo necesario para asegurarme de que quiero leerlo, y ponerlo a un lado mientras rompo el hielo con otros dos. De ese modo, cuando me siento aburrido y deprimido, cosa que pasa con demasiada frecuencia, sé que tengo algo para leer tarde en la noche, que es cuando más leo, y no ese horrendo sentimiento desolador de no tener a nadie con quien hablar o a quien escuchar. ¿Por qué diablos esos idiotas de editores no dejan de poner fotos de escritores en sus sobrecubiertas? Compré un libro perfectamente bueno... estaba dispuesto a que me gustara, había leído sobre él, y entonces le echo una mirada a la foto del tipo y es obviamente un completo imbécil, una basura realmente abrumadora (fotogénicamente hablando) y no puedo leer el maldito libro. El hombre probablemente no tiene nada malo, pero para mí esa foto, esa tan espontánea foto con la corbata chillona desajustada, el tipo sentado en el borde de su escritorio con los pies en la silla (siempre se sienta así, piensa mejor). He pasado por esta comedia de la foto, sé lo que hace con uno.
Raymond Chandler (Selected Letters)
Estas cosas son fáciles de decir, pues las palabras no sienten vergüenza y nunca se sorprenden (14) Imágenes del pasado remoto se agolpan en mi cabeza, y la mitad de las veces soy incapaz de distinguir si son recuerdos o invenciones. Tampoco es que haya mucha diferencia, si es que hay alguna (14) Hay quien afirma, que sin darnos cuenta, nos lo vamos inventando todo, adornándolo y embelleciéndolo, y me inclino a creerlo, pues Madame Memoria es una gran y sutil fingidora (14) Me la debo de estar inventando (14) En mi opinión, los nombres de las mujeres casadas nunca suenan bien. ¿Es porque todas se casan con los nombres equivocados, o, en cualquier caso, con los apellidos equivocados? (17) …y en mi oído resonaban los tins y los plofs de sus tripas en su incesante labor de transubstanciación (18) Ahora me pregunto si ella también estaba enamorada de mí, y esas muestras de gracioso desdén eran una manera de ocultarlo ¿O todo esto no es más que vanidad por mi parte? (25) …y al presenciar todas aquellas cosas sentí el dolor dulce y agudo de la nostalgia, sin objeto pero definida, como el dolor fantasma de un miembro amputado (27) …permanecimos echados boca arriba durante mucho tiempo, como si practicáramos para ser los cadáveres que seríamos algún día (34) …y yo me quedé en medio de la sala, sin ser gran cosa, a duras penas yo mismo. Había momentos como ése, en los que uno estaba en punto muerto, por así decir, sin preocuparse de nada, a menudo sin fijarse en nada, a menudo sin ser realmente en ningún sentido vital (42) El Tiempo y la Memoria son una quisquillosa empresa de decoradores de interiores, siempre cambiando los muebles y rediseñando y reasignando habitaciones (43) En lugar de los tonos de color rosa y melocotón que había esperado –Rubens es en gran parte responsable de ello-, su cuerpo, de manera desconcertante, mostraba una variedad de tonos apagados que iban del blanco magnesio al plata y al estaño, un matiz mate de amarillo, ocre pálido, e incluso una especie de verde en algunos lugares y, en los recovecos, una sombra de malva musgoso (45) ¿Era eso estar enamorado, me pregunté, ese repentino y plañidero viento que te atravesaba el corazón? (62) …no estaba acostumbrado todavía al abismo que se abre entre la comisión de un hecho y el recuerdo de lo cometido (65) …la noche del último día ella ya me había dejado para siempre (75) No todo significa algo (100) Cómo anhelábamos en aquellos años, pasar aunque sólo fuera un día normal, un día en el que pudiéramos levantarnos por la mañana y desayunar sin preocuparnos por nada, leernos fragmentos del periódico el uno al otro y planear hacer cosas, y luego dar un paseo, y contemplar las vistas con una mirada inocente, y luego compartir un vaso de vino y por la noche irnos juntos a la cama (102) Debe de ser difícil acostumbrarse a que no haya nada que hacer (107) A lo largo de los años, los vagabundos, los auténticos vagabundos, han disminuido constantemente en calidad y cantidad (107) Qué frágil resulta este absurdo oficio en el que me he pasado la vida fingiendo ser otras personas, y sobre todo fingiendo no ser yo mismo (119) …tan sólo vulgarmente humana (123) El quinto de los seis cigarrillos que según ella son su ración diaria (143) …participar en una película es algo extraño, y al mismo tiempo no lo es en absoluto; se trata de una intensificación, una diversificación de lo conocido, una concentración en el yo ramificado; y todo eso es interesante, y confuso, y emocionante y perturbador (143) El hecho es que me echó a perder a otras (157) Era, como ya he dicho, todo un género en sí misma (158) Los cisnes, con su belleza estrafalaria y sucia, siempre me dan la impresión de mantener una fachada de indiferencia tras la cual realmente viven una tortura de timidez y duda (173)
John Banville
La vida empezó a hacerse dura para Marius. Comerse la ropa y el reloj no significaba nada. Se vio reducido a esa situación inexplicable que se llama comerse los codos, algo terrible que se traduce en días sin pan, noches sin sueños y sin luz, hogar sin fuego, semanas sin trabajo, porvenir sin esperanza; la levita rota en los codos, el sombrero viejo y raído, que hace reír a las jóvenes; la puerta cerrada de noche, porque no se paga a la patrona; la insolencia del portero y del bodegonero, la burla de los vecinos, las humillaciones, la dignidad ultrajada; el trabajo de cualquier clase, aceptado; los disgustos, la amargura, el abatimiento. Marius aprendió a devorarlo todo, y a no tener para devorar más que estas cosas. En ese momento de la existencia en que el hombre tiene necesidad de orgullo, porque tiene necesidad de amor, se vio despreciado, porque iba mal vestido, y se sintió ridículo, porque era pobre. A la edad en que la juventud hincha el corazón con imperial altivez, posó más de una vez los ojos en las botas agujereadas y conoció las injustas afrentas, el punzante bochorno de la miseria. Admirable y terrible prueba, de la cual los débiles salen infames y los fuertes, sublimes. Crisol donde el destino arroja a un hombre muchas veces, cuando quiere hacer de él un ser despreciable o un semidiós. Porque hay muchas acciones grandes en estas pequeñas luchas. El valor tenaz e ignorado, que se defiende palmo a palmo en la sombra, contra la fatal invasión de las necesidades y de la ignominia. Nobles y misteriosos triunfos que ninguna mirada ve, que ninguna fama recompensa, que ningún aplauso saluda. La vida, la desgracia, el aislamiento, el abandono, y la pobreza son campos de batalla que tienen sus héroes, héroes oscuros, es verdad, pero a veces más grandes que los héroes ilustres. Hay naturalezas firmes y raras, que han sido creadas así; la miseria, casi siempre madrastra, es algunas veces madre, la desnudez engendra en ocasiones el vigor del alma y del corazón; la miseria suele ser nodriza de la grandeza; la desgracia es una buena leche para los magnánimos.
Victor Hugo (Les Misérables)
Érase una vez una muchacha que estaba demasiado segura de sí misma. No todos la consideraban hermosa, pero admitían que poseía cierta elegancia que intimidaba con más frecuencia de la que cautivaba. La sociedad coincidía en que no era alguien a quien uno quisiera contrariar. "Guarda su corazón en una cajita de porcelana", susurraba la gente, y tenían razón. A la joven no le gusta abrir la cajita. Contemplar su corazónla perturbaba. Siempre le parecía más pequeño y al mismo tiempo más grande de lo que esperaba. Palpitaba contra la porcelana blanca. Parecía un carnoso rudo rojo. A veces, sin embargo, apoyaba la mano sobre la tapa de la cajita y, entonces, el rítmico palpitar se transformaba en una agradable música. Una noche, otra persona oyó esa melodía. Un chico hambriento que se encontraba lejos de casa. Se trataba (por si les interesa) de un ladrón. Trepó por las paredes del palacio de la joven.Introdujo sus dedos fuertes a través de la estrecha abertura de una ventana. La abrió lo suficiente para poder pasar y entró. Mientras la dama dormía (sí, la vio en la cama y apartó rápidamente la mirada) robó la cajita sin ser consciente de lo que contenía. Lo único que sabía era que la quería. Su naturaleza estaba llena de deseos, anhelaba constantemente algo, y los anhelos que comprendía eran tan dolorosos que no le interesaba examinar los que no comprendía.Cualquier miembro de la sociedad de la dama podría haberle advertido que robarle era mala idea. Habían visto lo que les pasaba a sus enemigos. De un modo u otro, la joven siempre les daba su merecido. Pero el muchacho no habría seguido esos consejos. Se hizo con su botín y huyó. La habilidad de la joven casi parecía cosa de magia. Su padre (la gente susurraba que se trataba de un dios,pero su hija,que lo amaba,sabía que era completamente mortal) le había enseñado bien. Cuando una ráfaga de viento procedente de la ventana abierta la despertó, captó el aroma del ladrón. Había impregnado el marco de la ventana,el tocador,incluso una de las cortinas del dosel de la cama, que estaba ligeramente entreabierta. Le dio caza.
Marie Rutkoski (The Winner's Kiss (The Winner's Trilogy, #3))
Ícaro ¿Será, entonces, que pertenezco a los cielos? ¿Por qué, si no, persistirían los cielos en clavar en mí su azul mirada, instándome, y a mi mente, a subir cada vez más, a penetrar en la bóveda celeste, tirando de mí sin cesar hacia unas alturas muy por encima de los humanos? ¿Por qué, cuando se ha estudiado a fondo el equilibrio y se ha calculado el vuelo hasta sus últimos detalles de manera a eliminar todo elemento aberrante: por qué, con todo, este afán de remontarse ha de parecer, en sí mismo, tan próximo a la locura? Nada hay que pueda satisfacerme; toda novedad terrena pierde en seguida su encanto; me siento atraído hacia arriba sin cesar, más inestable, cada vez más cerca de la refulgencia del sol. ¿Por qué me abrasan, estos rayos de razón, por qué me destruyen estos rayos? Pueblos y sinuosos ríos allá abajo me parecen tolerables a medida que aumenta la distancia. ¿Por qué suplican, consienten, me tientan con la promesa de que puedo amar lo humanoviéndolo únicamente, así, a lo lejos, aunque la meta nunca pudo ser el amor, ni, de haberlo sido, podría yo haber pertenecido jamás a los cielos? No he envidiado al ave su libertad, ni anhelado nunca la comodidad de la naturaleza, impulsado no por otra cosa que por el extraño anhelo de subir y subir, más cerca cada vez, para zambullirme en el profundo azul del cielo, tan opuesto a toda alegría de los órganos, tan alejado de los placeres de la superioridad, pero siempre hacia arriba, aturdido, tal vez, por la vertiginosa incandescencia de unas alas de cera. ¿O es que yo, al fin y al cabo, pertenezco a la tierra? ¿Por qué, si no, habría de darse la tierra tanta prisa en abarcar mi caída? Sin conceder espacio para pensar o sentir, ¿por qué la blanda, indolente tierra me saludaba con una sacudida de chapa de acero? La tierra blanda ¿se habrá vuelto de acero sólo para hacerme ver mi propia blandura?, ¿para que la naturaleza pueda hacerme comprender que caer —no volar— está en el orden de las cosas, algo mucho más natural que esa pasión imponderable? El azul del cielo ¿será un sueño y nada más? ¿Era un invento de la tierra a que yo pertenecía, por causa de la provisoria, candente embriaguez alcanzada brevemente por unas alas de cera? ¿Instigaron los cielos ese plan de castigarme por no creer en mí mismo o por creer demasiado; ansioso de saber a quién debía yo lealtad o suponiendo, vanidosamente, que ya lo sabía todo; por querer volar hacia lo desconocido o lo conocido; ambos una misma mota, azul, de idea?
Yukio Mishima (El sol y el acero (El libro de bolsillo - Bibliotecas de autor - Biblioteca Mishima nº 1))
Ícaro ¿Será, entonces, que pertenezco a los cielos? ¿Por qué, si no, persistirían los cielos en clavar en mí su azul mirada, instándome, y a mi mente, a subir cada vez más, a penetrar en la bóveda celeste, tirando de mí sin cesar hacia unas alturas muy por encima de los humanos? ¿Por qué, cuando se ha estudiado a fondo el equilibrio y se ha calculado el vuelo hasta sus últimos detalles de manera a eliminar todo elemento aberrante: por qué, con todo, este afán de remontarse ha de parecer, en sí mismo, tan próximo a la locura? Nada hay que pueda satisfacerme; toda novedad terrena pierde en seguida su encanto; me siento atraído hacia arriba sin cesar, más inestable, cada vez más cerca de la refulgencia del sol. ¿Por qué me abrasan, estos rayos de razón, por qué me destruyen estos rayos? Pueblos y sinuosos ríos allá abajo me parecen tolerables a medida que aumenta la distancia. ¿Por qué suplican, consienten, me tientan con la promesa de que puedo amar lo humanoviéndolo únicamente, así, a lo lejos, aunque la meta nunca pudo ser el amor, ni, de haberlo sido, podría yo haber pertenecido jamás a los cielos? No he envidiado al ave su libertad, ni anhelado nunca la comodidad de la naturaleza, impulsado no por otra cosa que por el extraño anhelo de subir y subir, más cerca cada vez, para zambullirme en el profundo azul del cielo, tan opuesto a toda alegría de los órganos, tan alejado de los placeres de la superioridad, pero siempre hacia arriba, aturdido, tal vez, por la vertiginosa incandescencia de unas alas de cera. ¿O es que yo, al fin y al cabo, pertenezco a la tierra? ¿Por qué, si no, habría de darse la tierra tanta prisa en abarcar mi caída? Sin conceder espacio para pensar o sentir, ¿por qué la blanda, indolente tierra me saludaba con una sacudida de chapa de acero? La tierra blanda ¿se habrá vuelto de acero sólo para hacerme ver mi propia blandura?, ¿para que la naturaleza pueda hacerme comprender que caer —no volar— está en el orden de las cosas, algo mucho más natural que esa pasión imponderable? El azul del cielo ¿será un sueño y nada más? ¿Era un invento de la tierra a que yo pertenecía, por causa de la provisoria, candente embriaguez alcanzada brevemente por unas alas de cera? ¿Instigaron los cielos ese plan de castigarme por no creer en mí mismo o por creer demasiado; ansioso de saber a quién debía yo lealtad o suponiendo, vanidosamente, que ya lo sabía todo; por querer volar hacia lo desconocido o lo conocido; ambos una misma mota, azul, de idea?
Yukio Mishima (El sol y el acero (El libro de bolsillo - Bibliotecas de autor - Biblioteca Mishima nº 1))
latinos conservados. El verdadero éxito de la palabra llegó cuando la rescataron varios humanistas a partir de 1496 y cuando más tarde se extendió por todas las lenguas romances. Durante siglos, ha seguido viva y su uso se ha extrapolado a otros ámbitos. Ya no se aplica solo a la literatura; ni siquiera solo a la creación; para mucha gente, un clásico no es más que vocabulario futbolístico. Es cierto que hablar de «clásicos» implica utilizar una terminología de origen clasista, como su propio nombre indica. El concepto nos llega desde una época que lanzaba una mirada jerárquica sobre el mundo, imbuida por arrogantes nociones de privilegio, como casi todas las épocas, por otra parte. Sin embargo, hay algo conmovedor en el hecho de considerar las palabras una forma —aunque sea metafórica— de riqueza, frente a la siempre avasalladora soberanía de la propiedad inmobiliaria y del dinero. De la misma manera que las estirpes de los ricos, los clásicos no son libros aislados, sino mapas y constelaciones. Italo Calvino escribió que un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lea aquel reconoce enseguida su lugar en la genealogía. Gracias a ellos descubrimos orígenes, relaciones, dependencias. Se esconden unos en los pliegues de otros: Homero forma parte de la genética de Joyce y Eugenides; el mito platónico de la caverna regresa en Alicia en el País de las Maravillas y Matrix; el doctor Frankenstein de Mary Shelley fue imaginado como un moderno Prometeo; el viejo Edipo se reencarna en el desgraciado rey Lear; el cuento de Eros y Psique, en La Bella y la Bestia; Heráclito en Borges; Safo en Leopardi; Gilgamesh en Supermán; Luciano en Cervantes y en La guerra de las galaxias; Séneca en Montaigne; las Metamorfosis de Ovidio en el Orlando, de Virginia Woolf; Lucrecio en Giordano Bruno y Marx; y Heródoto en La ciudad de cristal, de Paul Auster. Píndaro canta: «Sueño de una sombra es el ser humano». Shakespeare lo reformula: «Somos de la misma materia de la que están hechos los sueños, y nuestra breve vida está circundada por el sueño». Calderón escribe La vida es sueño. Schopenhauer entra en el diálogo: «La vida y los sueños son páginas del mismo libro». El hilo de las palabras y las metáforas atraviesa el tiempo, ovillando las épocas. El problema, para algunos, es la llegada a los clásicos. Incrustados en los programas escolares y universitarios, se han convertido en lecturas obligatorias. Corremos el riesgo de percibirlos como imposiciones que nos ahuyentan. En La desaparición de la literatura, Mark Twain proponía una definición irónica: «Clásico es un libro que todo el mundo quiere haber leído pero nadie quiere leer». Pierre Bayard toma prestada esa veta de humor para su ensayo Cómo hablar de los libros que no se han leído. Allí analiza los resortes que nos impulsan a la hipocresía lectora. Por el miedo infantil a defraudar, para no quedar excluidos de una conversación, jugando de farol en un examen, decimos que sí, casi sin
Irene Vallejo (El infinito en un junco)
Hume era de aspecto poco atractivo. «Mostraba esa mirada preocupada del estudioso meditabundo que tan a menudo hace pensar a quien no la conoce que se encuentra ante un imbécil», dice un biógrafo.
Anonymous
Jo abrió los ojos lentamente, esperanzada de que alguna señal de autodefensa le indique que esa persona que la miraba, que le pedía perdón, no era para ella y que solo la lastimaría. Rogó por una reacción defensiva. - Perdóname – volvió a decir como un disco rayado. Ella giró lentamente la mirada hacia la ventana, abandonando toda esperanza. Era estúpida como había dicho Emma, lo amaba ciegamente, sin importar lo que había hecho, sin importar que la lastimara.
Maia Maranghello (Lucero)
La lectura en negativo reifica las relaciones para convertirlas en cosas, nihiliza esas cosas transformándolas en cosas ausentes, "explica" el mundo por desplazamiento de las carencias, postula una causalidad de la carencia. Este tipo de lectura engendra "objetos" como el "fracaso es-colar", el "handicap sociocultural", pero también en otros campos la "exclusión" o los "sin domicilio fijo". La lectura en negativo es la mirada que los dominantes tienen sobre los dominados, es efecto de la dominación en el espacio de la denominación y en el campo de la teorí­a. ¿Qué es la lectura "en positivo"? Esta expresión, que hemos empleado en nuestro libro sobre los colleges, ha sido frecuentemente interpretada como lectura "optimista" de la realidad. No es para nada falso. Practicar una lectura en positivo es prestar también atención a lo que la gente hace, logra, tiene y no solamente a lo que pierde y a lo que le falta. Es, por ejemplo, preguntarse por lo que saben (a pesar de todo) los alumnos fracasados, lo que saben de la vida pero también lo que han adquirido de los saberes que la escuela intenta dispensarles. En este sentido, se trata de una lectura "optimista", si nos circunscribirnos a esta palabra. Pero lo esencial no es eso. La lectura en positivo constituye antes que nada una postura epistemológica y metodológica. Practicar una lectura en positivo no es solamente, ni fundamentalmente, percibir adquisiciones al lado de las carencias, es leer de otra forma lo que es leí­do como carencia por la lectura en negativo.
Bernard Charlot (Du rapport au savoir)