“
Todo ser humano que no haya sido transformado por la obra redentora de Jesucristo vive una vida centrada en sí mismo. Cada una de nuestras vidas fluye de nuestro pequeño «yo» y de cómo se forma y se define ese «yo». Así que si me creo superior, muy inteligente y un regalo para el mundo, entonces cómo pienso, lo que hago, cómo trato a los demás y lo que busco fluirá de ese «yo» arrogante. Si me creo inferior, poco valioso e incapaz, entonces cómo pienso, lo que hago, como trato a los demás y lo que busco fluirá de ese «yo» destrozado. Si soy Enrique VIII y creo que soy la cabeza suprema del reino y de la iglesia, con derechos divinos que no pueden cuestionarse, entonces echaré a las personas, les cortaré las cabezas a las reinas poco satisfactorias, mentiré, robaré o haré cualquier cosa que me plazca sin temor al juicio. Si soy una joven que ha sido maltratada y abusada sexualmente desde los tres hasta los dieciocho años, estaré aterrorizada, destrozada y me autoprotegeré porque mi «yo» está sumergido en una cultura de abuso. Ese «yo», moldeado por poderosos y por nuestras propias decisiones, ejerce una gran influencia sobre nuestras vidas. Estamos en peligro si creemos que ese «yo» como centro no es un problema extendido en la cristiandad.
”
”