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Llego, pues, a la conclusiĂłn de que un prĂncipe, cuando es apreciado por el pueblo, debe cuidarse muy poco de las conspiraciones; pero que debe temer todo y a todos cuando lo tienen por enemigo y es aborrecido por Ă©l. Los Estados bien organizados y los prĂncipes sabios siempre han procurado no exasperar a los nobles y, a la vez, tener satisfecho y contento al pueblo. Es este uno de los puntos a que más debe atender un prĂncipe. (p. 33)
Sólo quien sea capaz de cortar, como suele decirse, un cabello en el aire, podrá hallar alguna diferencia entre “excusa” y “justificación”. (p. 50)
Sucede lo que los mĂ©dicos dicen del tĂsico: que al principio su mal es difĂcil de conocer, pero fácil de curar, mientras que, con el transcurso del tiempo, al no haber sido conocido ni atajado, se vuelve fácil de conocer, pero difĂcil de curar. (p. 4)
Como quiera que haya sido, lo cierto es que nadie probablemente ha sido, tanto como Maquiavelo, signo de contradicción. Nadie ha tenido tan varia y tempestuosa fortuna, como suelen decir los italianos; y vale recordar algunas por lo menos de sus más sonadas peripecias. (p. 11)
Maquiavelo puede pasar casi como un santo. Que una u otra vez sacrificó en los altares de Afrodita (de la Pandemia siempre, porque fue varón a carta cabal), parece ser lo más probable pero fueron pasiones o pasioncillas que no alteraron la paz de su hogar, ni sobrepusieron en modo alguno (la carta a Vettori lo está diciendo) a su labor intelectual. (p. 25)
… y si no perseverĂł más en el gĂ©nero dramático -un entretenimiento para Ă©l, en fin de cuentas- fue por la simple razĂłn de que lo que ante todo le absorbĂa era el homo politicus, o como Ă©l decĂa, el ragionar dello stato, y en esto hubo de consumirse lo mejor de su energĂa espiritual. (p. 11)
En la concepciĂłn de Maquiavelo, el PrĂncipe es el Estado… En cuanto al pueblo, es algo que no ha podido definirse jamás. Como entidad polĂtica, es una entidad puramente abstracta. No se sabe exactamente ni dĂłnde comienza ni dĂłnde acaba. El adjetivo de soberano aplicado al pueblo es una farsa trágica… Al pueblo no le queda ni un monosĂlabo para afirmar y obedecer. (p. 15)
En los Discursos sobre Tito Livio abundan declaraciones semejantes. “Hay que partir del presupuesto de que los hombres son todos perversos (tutti gli uomini rei), y que siempre que se les presente ocasión, harán uso de la malignidad de su ánimo… Los hombres no obran jamás el bien, a no ser por necesidad”. (p. 32)
La libertad, por tanto, es para Maquiavelo el supremo bien a cuya consecuciĂłn debe ordenarse la comunidad polĂtica, y por esta consideraciĂłn censura severamente a Julio CĂ©sar, por haber sido el exterminador de las libertades pĂşblicas y, en suma, de la RepĂşblica romana. (p. 28)
Ha de notarse, pues, que a los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, porque si se vengan de las ofensas leves, de las graves no pueden; asĂ que la ofensa que se haga al hombre debe ser tal, que le resulte imposible vengarse. (p. 3)
… no sin haberle colgado previamente una inscripciĂłn segĂşn la cual Maquiavelo habrĂa sido un hombre astuto y pĂ©rfido, coadjutor de los demonios e incomparable artĂfice de maquinaciones diabĂłlicas: “Homo vafer ac subdolus, diabolicarum cogitationum faber optimus, cacodaemonis auxiliator”. (p. 12)
Quien confĂa en el pueblo edifica sobre arena. (se me olvidĂł colocar la página)
Y Traiano Boccalini, por su parte, decĂa lo siguiente: “No vemos por quĂ© ha de condenarse la lectura de Maquiavelo, cuando se recomienda la lectura de la Historia”. (p. 38)
… en esto acabĂł por convertirse, segĂşn dice Macaulay, el odiado polĂtico florentino. (p. 13)
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