“
Todo se volvió cuestión de saber o no saber, mientras el guion era reemplazado por una catarata de improvisaciones. Cortes de pelo, dietas, música grabada de las radios, los ritmos desobedientes de mi cuerpo, el delantal por la túnica, la plaza vacía, minas en tetas en las revistas, el rímel contrabandeado a pesar de mamá, la gimnasia frente al televisor, Mazinger y los Hardy Boys, el Papa visto por un aparatito de cartón con un espejito en la punta, la multidad acalorada por tomos de papilla evangelizadora. Sombra celeste hasta las cejas, auscultación de entrepiernas, corpiños por zapatos de charol, los himnos de la tele como Sancor pero peor, la plaza llena, más Hardy Boys, toqueteos, los primeros asaltos con Coca Cola, polleras plato, comunicados de miles de cifras, minas en tanga, la plaza llena, el americano más vendido, minifaldas, escudos, Kiss y la matanza de pollitos, medias de nailon por vinchas, el fin de las Trillizas de Oro, graffitis silenciados, los domingos eternos para la juventud. Las instrucciones sonámbulas de mis maestras, más minas en bolas, banderitas, blanco y negro, más instrucciones, procedimientos, celeste y blanco, DNI, papeles más, papeles menos, fuga en el siglo XXIII, aros de plástico por anillitos de oro, maestras que nos mostraban —como si en vez de un cuadernillo de defensa civil estuvieran siguiendo un manual de demonología— cómo se evitaba cualquier tipo de peligro si uno lograba pararse debajo del marco de una puerta.
”
”