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Esto, amigos mĂos, me parece muy bien dicho. Pues verdaderamente debĂ©is de tener algo divino en vosotros si, no estando persuadidos de que la injusticia sea preferiÂble a la justicia, sois empero capaces de defender de tal modo esa tesis. Yo estoy seguro de que en realidad no opináis asĂ, aunque tengo que deducirlo de vuestro modo de ser en general, pues vuestras palabras me harĂan desconÂfiar de vosotros y cuanto más creo en vosotros, tanto más grande es mi perplejidad ante lo que debo responder. En efecto, no puedo acudir en defensa de la justicia, pues me considero incapaz de tal cosa, y la prueba es que no me habĂ©is admitido lo que dije a TrasĂmaco creyendo demostrar con ello la superioridad de la justicia sobre la injustiÂcia; pero, por otra parte, no puedo renunciar a defenderÂla, porque temo que sea incluso una impiedad el callarse cuando en presencia de uno se ataca a la justicia y no deÂfenderla mientras queden alientos y voz para hacerlo. Vale más, pues, ayudarle de la mejor manera que pueda.
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