Casa Limpia Quotes

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Por las mañanas, al asomarme al balcón, veo el pueblo con sus tejados rojos, negruzcos, sus chimeneas cuadradas y el humo que sale por ellas en hebras muy tenues en el cielo gris del otoño. Después de las lluvias abundantes, las casas están desteñidas, las calles limpias; la carretera descarnada, con las piedras al descubierto. El azul del cielo parece lavado cuando sale entre nubes: es más diáfano, más puro.
Pío Baroja (Las Inquietudes De Shanti Andia)
Me sentía como un prisionero de guerra que acabara de ser liberado por un ejército invasor y al que hubieran comunicado que podía irse a casa, sin ningún papeleo, sin tener que informar sobre nada, sin preguntas, sin autobuses, sin pasar puertas, sin la necesidad de esperar cola para que le diesen ropa limpia, tan solo comenzar a caminar.
André Aciman (Call Me By Your Name (Call Me By Your Name, #1))
¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!, ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir. Yo siempre estoy esperando a que los muertos se levanten, que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras? Por eso me sobrecoge el entierro. Aseguran las tapas de la caja, la introducen, le ponen lajas encima, y luego tierra, tras, tras, tras, paletada tras paletada, terrones, polvo, piedras, apisonando, amacizando, ahí te quedas, de aquí ya no sales. Me dan risa, luego, las coronas, las flores, el llanto, los besos derramados. Es una burla: ¿para qué lo enterraron?, ¿por qué no lo dejaron fuera hasta secarse, hasta que nos hablaran sus huesos de su muerte? ¿O por qué no quemarlo, o darlo a los animales, o tirarlos a un río? Había de tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir.
Jaime Sabines (Recuento De Poemas, 1950-93 (Spanish Edition))
Se levanta y hace la cama, luego recoge del suelo unos libros de bolsillo (novelas policíacas) y los pone en la librería. Tiene ropa que lavar antes de irse, ropa que guardar, medias que emparejar y meter en los cajones. Envuelve la basura en papel de periódico y baja tres pisos para dejarla en el cubo de la basura. Saca los calcetines de Cal de detrás de la cama y los sacude, dejándolos sobre la mesa de la cocina. Hay trapos que lavar, hollín en el alféizar de las ventanas, cacerolas en remojo por fregar, hay que poner un plato bajo el radiador por si funciona durante la semana (se sale). Oh. Aj. Que se queden las ventanas como están, aunque a Cal no le gusta verlas sucias. Esa espantosa tarea de restregar el retrete, pasarle el plumero a los muebles. Ropa para planchar. Siempre se caen cosas cuando recoges otras. Se agacha una y otra vez. La harina y el azúcar se derraman sobre los estantes que hay encima de la pila y tiene que pasar un paño; hay manchas y salpicaduras, hojas de rábano podridas, incrustaciones de hielo dentro de la vieja nevera (hay que mantener la puerta abierta con una silla, para que se descongele). Pedazos de papel, caramelos, cigarrillos y ceniza por toda la habitación. Tiene que quitarle el polvo a todo. Decide limpiar las ventanas a pesar de todo, porque quedan más bonitas. Estarán asquerosas después de una semana. Por supuesto, nadie la ayuda. Nada tiene la altura adecuada. Añade los calcetines de Cal a la ropa de ambos que tiene que llevar a la lavandería de autoservicio, hace un montón separado con la ropa de él que tiene que coser, y pone la mesa para sí misma. Raspa los restos de comida del plato del gato, y le pone agua limpia y leche. «Mr. Frosty» no parece andar por allí. Debajo de la pila encuentra un paño de cocina, lo recoge y lo cuelga sobre la pila, se recuerda a sí misma que tiene que limpiar allí abajo más tarde, y se sirve cereales, té, tostadas y zumo de naranja. (El zumo de naranja es un paquete del gobierno de naranja y pomelo en polvo y sabe a demonios.) Se levanta de un salto para buscar la fregona debajo de la pila, y el cubo, que también debe estar por allí. Es hora de fregar el suelo del cuarto de baño y el cuadrado de linóleo que hay delante de la pila y la cocina. Primero termina el té, deja la mitad del zumo de naranja y pomelo (haciendo una mueca) y algo del cereal. La leche vuelve a la nevera —no, espera un momento, tírala—, se sienta un minuto a escribir una lista de comestibles para comprarlos en el camino del autobús a casa, cuando vuelva dentro de una semana. Llena el cubo, encuentra el jabón, lo deja, friega sólo con agua. Lo guarda todo. Lava los platos del desayuno. Coge una novela policíaca y la hojea, sentada en el sofá. Se levanta, limpia la mesa, recoge la sal que ha caído en la alfombra y la barre. ¿Eso es todo? No, hay que arreglar la ropa de Cal y la suya. Oh, déjalo. Tiene que hacer la maleta y preparar la comida de Cal y la suya (aunque él no se marcha con ella). Eso significa volver a sacar las cosas de la nevera y volver a limpiar la mesa, dejar pisadas en el linóleo otra vez. Bueno, no importa. Lava el plato y el cuchillo. Ya está. Decide ir por la caja de costura para arreglar la ropa de él, cambia de opinión. Coge la novela policíaca. Cal dirá: «No has cosido mi ropa.» Va a coger la caja de costura del fondo del armario, pisando maletas, cajas, la tabla de plancha, su abrigo y ropa de invierno. Pequeñas manos salen de la espalda de Jeannine y recogen lo que ella tira. Se sienta en el sofá y arregla el desgarrón de la chaqueta de verano de él, cortando el hilo con los dientes. Vas a estropearte el esmalte. Botones. Zurce tres calcetines. (Los otros están bien.) Se frota los riñones. Cose el forro de una falda que está descosido. Limpia zapatos. Hace una pausa y mira sin ver. Luego reacciona y con aire de extraordinaria energía saca la maleta mediana del armario y empieza a meter su ropa para
Joanna Russ (The Female Man)
–Rimpoché, mira qué pulcro y qué limpio lo tienen todo en Occidente. Hasta los lugares donde depositan los cadáveres están inmaculados. En Oriente, ni siquiera las casas donde vive la gente están tan limpias. –Ah, sí – replicó él–, es verdad; es un país muy civilizado. Tienen casas maravillosas para los cadáveres de los muertos. Pero, ¿no te has fijado? También tienen casas muy bonitas para los cadáveres de los vivos.
Sogyal Rinpoche (The Tibetan Book of Living and Dying)
Cuando hubo llegado a la plaza, hace detener en medio de ella su coche, manda cesar el repique de las campanas, y arroja a la calle todo el amueblado de la casa que las autoridades han preparado para recibirle: alfombrado, colgaduras, espejos, sillas, mesas, todo se hacina en confusa mezcla en la plaza, y no desciende sino cuando se cerciora de que no quedan sino las paredes limpias, una mesa pequeña, una sola silla y una cama. Es un espartano, diría otro que yo, que no veo en todos estos miserables manejos sino la insolencia brutal de un bárbaro que insulta a las ciudades, afectando desdeñar sus goces, su lujo y sus usos civilizados. Mientras que esta operación se efectúa, llama a un niño que acierta a pasar cerca de su coche, le pregunta su nombre, y al oír el apellido Rosa, le dice: «Su padre, don Ignacio de la Rosa, fué un grande hombre; ofrezca a su madre de usted mis servicios.»
Domingo Faustino Sarmiento (Facundo)
Para el impensable año dos mil se auguraba –sin especificar cómo íbamos a lograrlo– un porvenir de plenitud y bienestar universales. Ciudades limpias, sin injusticia, sin pobres, sin violencia, sin congestiones, sin basura. Para cada familia una casa ultramoderna y aerodinámica (palabras de la época). A nadie le faltaría nada. Las máquinas harían todo el trabajo. Calles repletas de árboles y fuentes, cruzadas por vehículos sin humo ni estruendo ni posibilidad de colisiones. El paraíso en la tierra. La utopía al fin conquistada.
José Emilio Pacheco (Las batallas en el desierto)
La comida no era tan buena como la que le servían en su casa, pero la atmósfera era muy tranquila. Los sillones del saloncito para fumadores eran antiguos y cómodos, los camareros eran mayores y lentos, el papel de la pared estaba descolorido y la pintura había perdido color. Todavía tenían luz de gas. Los hombres como Walden acudían allí porque sus casas les resultaban excesivamente limpias y femeninas. —Dijo usted que casi lo habían
Ken Follett (El hombre de San Petersburgo)
Ella es madre sólo de las moscas, porque una le entró por la nariz y se le quedó en la cabeza, y ahí cría, y de ahí nacen todas las moscas del pueblo. Y cuando los muchachos le preguntan qué hace con Cataldo, responde con limpia naturalidad: Hacemos moscas.” “El que se casa se siente elegido y a la vez siente el placer y la responsabilidad de elegir. Se comprende que no se ha agotado la posibilidad de elegir y de ser elegido
Antonio di Benedetto (Mundo animal / El cariño de los tontos)
Ella es madre sólo de las moscas, porque una le entró por la nariz y se le quedó en la cabeza, y ahí cría, y de ahí nacen todas las moscas del pueblo. Y cuando los muchachos le preguntan qué hace con Cataldo, responde con limpia naturalidad: Hacemos moscas.” “El que se casa se siente elegido y a la vez siente el placer y la responsabilidad de elegir. Se comprende que no se ha agotado la posibilidad de elegir y de ser elegido
Antonio di Benedetto
Los recuerdos son así. Chispas. Nacen cuando menos te lo esperas. Chrrs. El tacto algo áspero contra la mejilla que tanto se parece a ese suéter que te tejía tu abuela, con un dibujo navideño en medio y la lana gruesa. Chrrs. Esa palabra que tu padre usaba para dirigirse a ti y solo a ti, diferenciándote del resto, ese «corazón, dame un beso de buenas noches». Chrrs. El sol. La luz. Una luz concreta. La del mediodía, la de los domingos en el porche de casa justo después de comer, cuando parecía que los rayos estaban perezosos y apenas calentaban. Chrrs. El olor de un suavizante, el aroma suave a rosas, la sensación de llevarte a la nariz la ropa limpia y aspirar con lentitud. Chrrs. El sonido ronco de una risa conocida. Chrrs. Toda una vida en imágenes, texturas, olores y sabores pasando ante tus ojos en un segundo.
Alice Kellen (Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1))
Ella toma un sorbo del café, que está tan amargo como esas palabras, como verse a sí misma a los ojos de él, ¡la cantidad de mugre que se acumula tras años de convivencia! Tan sólo una finísima capa separa la vida rutinaria del día a día de ingentes montañas de basura, piensa. [...] Creemos que nuestra casa queda limpia cuando todos los días tiramos la basura al contenedor, creemos que nuestros cuerpos están limpios tras la ducha diaria, pero la suciedad verdaderamente peligrosa se nos acumula bajo la piel y ésa no hay quien la elimine, porque incluso cuando la sacamos de ahí tal y como él está haciendo ahora, no queda eliminada, sino que se multiplica, y ahora estará también dentro de ella, porque todas las personas son un pequeño universo que va acumulando basura, y aunque nos duchemos y perfumemos, aunque nos vistamos elegantes y salgamos al restaurante, al teatro o a la ópera, o cuando hablamos educadamente o incluso cuando hacemos el amor, se trata de dos montones de basura que se harán visibles a la primera ocasión.
Zeruya Shalev (Pain)
Una casa limpia es señal de una vida desperdiciada.
Marc Acito (How I Paid for College: A Novel of Sex, Theft, Friendship & Musical Theater (Edward Zanni, #1))
Los representantes del conservadurismo liberal vernáculo insisten en referirse a la Argentina de principios del siglo XX como el “paraíso perdido”, una nación rica que supuestamente perdimos por dejarnos tentar por “populismos”. María Sáenz Quesada describe a la Buenos Aires que se aprestaba a festejar su primer siglo de existencia: “La ciudad causaba una impresión favorable. Llamaba la atención en primer término la vista del Plaza Hotel recién inaugurado en la plaza San Martín; la Avenida de Mayo parecida a un bulevar de París; las muy elegantes Alvear, Callao y Santa Fe bordeadas de casas nuevas y bien construidas; las calles limpias arboladas y alumbradas con electricidad; los anuncios luminosos, las plazas y los parques diseñados por grandes paisajistas [Palermo, el Jardín Botánico, el parque Lezama, la Plaza del Congreso]. La zona céntrica se veía atestada de tranvías eléctricos, carruajes y automóviles [...] Los nuevos edificios monumentales eran el palacio de Aguas Corrientes, el Teatro Colón, la sede del diario La Prensa, el palacio de Correos, el de Tribunales y el del Congreso. En todos ellos se había hecho alarde de magnificencia y quizás también de un gusto bastante recargado en la profusión de columnas, capiteles y estatuas. Las mansiones particulares más lujosas imitaban el estilo de los Borbones franceses: el palacio Anchorena (actual Cancillería) y el palacio Paz (hoy Círculo Militar), ambos sobre la plaza San Martín, el palacio Ortiz Basualdo (hoy embajada de Francia) en la calle Cerrito y la actual Nunciatura (Alvear y Montevideo)”.
Pacho O'Donnell (Breve historia argentina. De la Conquista a los Kirchner (Spanish Edition))
ABUELO. Entonces, vete. ¿Qué esperas todavía? PEREGRINA. Ahora ya, nada. Sólo quisiera antes de marchar, que me despidieras sin odio, con una palabra buena. ABUELO. No tengo nada que decirte. Por dura que sea la vida, es lo mejor que conozco. PEREGRINA. ¿Tan distinta me imaginas de la vida? ¿Crees que podríamos existir la una sin la otra? ABUELO. ¡Vete de mi casa, te lo ruego! PEREGRINA. Ya me voy. Pero antes has de escucharme. Soy buena amiga de los pobres y de los hombres de conciencia limpia. ¿Por qué no hemos de hablarnos lealmente? ABUELO. No me fío de ti. Si fueras leal no entrarías disfrazada en las casas, para meterte en las habitaciones tristes a la hora del alba. PEREGRINA. ¿Y quién te ha dicho que necesito entrar? Yo estoy siempre dentro, mirándoos crecer día por día desde detrás de los espejos. ABUELO. No puedes negar tus instintos. Eres traidora y cruel. PEREGRINA. Cuando los hombres me empujáis unos contra otros, sí. Pero cuando me dejáis llegar por mi propio paso... ¡cuánta ternura al desatar los nudos últimos! ¡Y qué sonrisas de paz en el filo de la madru gada! ABUELO. ¡Calla! Tienes dulce la voz, y es peligroso escucharte. PEREGRINA. No os entiendo. Si os oigo quejaros siempre de la vida, ¿por qué os da tanto miedo dejarla? ABUELO. No es por lo que dejamos aquí. Es porque no sabemos lo que hay al otro lado. PEREGRINA-Lo mismo ocurre cuando el viaje es al revés. Por eso lloran los niños al nacer.
Alejandro Casona (La dama del alba)
Una casa y una mente limpia son indispensables para una buena vida
Andrea Rodríguez (9 hábitos japoneses que cambiarán tu vida)