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me encontré para almorzar con Herr Ballin; acababa de llegar de Alemania. Nos sentamos juntos y le pregunté qué pensaba sobre la situación. Con las pocas palabras que pronunció, se vio claro que no había venido en viaje de placer. Dijo que la situación era grave. «Me acuerdo —dijo él— del viejo Bismarck cuando me decía, un año antes de su muerte, que llegaría un día en que estallaría una gran guerra europea a consecuencia de algún simple incidente en los Balcanes.» Estas palabras podían ser ciertas. Todo dependía del zar. ¿Qué haría si Austria hacía la guerra a Serbia? Unos cuantos años antes no habría habido peligro, pues el zar no estaba seguro en su trono, pero ahora no era así y, además, el pueblo ruso era muy sensible a cualquier cosa que pasara en Serbia. «Entonces —añadió él—, si Rusia ataca a Austria, nosotros iremos a la guerra y, por consiguiente, también Francia; y ¿qué haría Inglaterra en tal caso?» Yo no estaba en situación de decir nada más que sería una gran equivocación el suponer que Inglaterra no tendría que hacer nada y, añadí, que ella juzgaría los acontecimientos a medida que se fueran produciendo. Replicó, hablando con tono muy vivo: «Suponga usted que nosotros entramos en guerra con Rusia y Francia, y suponga que derrotamos a Francia y, sin embargo, no nos apropiamos de nada de esta en Europa, ni un simple metro de su territorio, sino solo algunas de sus colonias en concepto de indemnización; ¿sería esto causa de una actitud diferente por parte de Inglaterra? Suponga usted que damos previamente una garantía». Yo, por mi parte, me hice firme en mi fórmula de que Inglaterra juzgaría los acontecimientos y que sería erróneo suponer que quedara al margen de cuanto pudiera suceder. Esta conversación la referí por el curso debido a sir Edward Grey y la repetí al principio de la siguiente semana en el Gabinete. El miércoles de dicha semana se nos telegrafió oficialmente desde Berlín exactamente la misma proposición que hizo Herr Ballin, es decir, que Alemania no haría conquista territorial alguna en Francia, pero se indemnizaría en sus colonias. Esta proposición fue rechazada inmediatamente. No tengo la menor duda de que el emperador había confiado directamente a Herr Ballin la misión de explorar qué es lo que haría Inglaterra. La impresión de esta visita a Inglaterra la describió Herr Ballin en sus memorias diciendo: «Incluso un diplomático alemán medianamente capacitado podría haber llegado a un acuerdo con Inglaterra y Francia, lo que habría asegurado la paz e impedido a Rusia empezar la guerra». El redactor de estas memorias añade: «La gente, en Londres, estaba, ciertamente, muy preocupada con la nota austríaca, pero la medida en que el Gabinete deseaba el mantenimiento de la paz puede deducirse de la observación que hizo Churchill, casi con lágrimas en los ojos, a Ballin cuando se separaron:“Mi querido amigo, no nos hagan ir a la guerra”.». Tenía proyectado pasar el domingo con mi familia en Cromer y resolví no alterar mis planes. Dispuse que hubiera continuamente un operador en las oficinas de telégrafos para asegurarme un servicio de noche y de día. El sábado por la tarde llegaron noticias de que Serbia aceptaba el ultimátum. Me fui a la cama con la sensación de que las cosas se resolverían. Esta narración nos ha mostrado que antes se habían resuelto muchas veces; de vez en cuando las nubes se habían amontonado constantemente, amenazando, y quedaron después dispersas.
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Winston S. Churchill (La crisis mundial. Su historia definitiva de la Primera Guerra mundial 1911-1918)