Axila Quotes

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El otoño. Nuestra barca en lo alto de las brumas inmóviles vira hacia el puerto de la miseria, la ciudad enorme de cielo manchado de fuego y lodo. ¡Ah! ¡los harapos podridos, el pan empapado en lluvia, la embriagues, los mil amores que me han crucificado! ¿No acabará nunca esta vampira, soberana de millones de almas y de cuerpos muertos y que serán juzgados! Vuelvo a verme, la piel devorada por el fango y la peste, lleno de gusanos los cabellos y las axilas y con gusanos aún mayores en el corazón, tendido entre desconocidos sin edad, sin sentimiento… Hubiera podido morir allí… ¡Horrible evocación! Execro la miseria.
Arthur Rimbaud (A Season in Hell)
Compraba estas prendas cuando podía —porque debes recordar que yo, al igual que tú, era pobre, lo que, por lo menos en parte, justifica nuestra desesperación— en el sótano de Filene, donde saldaban la ropa de buena calidad que no lograban vender en las distinguidas plantas superiores. A veces había que probárselas en los pasillos, porque escaseaban los probadores, y la bodega (pues eso es lo que era en realidad) de techo bajo, mal iluminado, con el ambiente viciado de olor a ansiosas axilas y a pies castigados, se atestaba en los días de rebajas con mujeres forcejeantes que, en bragas y sostenes, se embutían en modelos de alta costura rasgados y sucios, al son de trabajosas respiraciones y del siseo de centenares de cremalleras.
Margaret Atwood (Chicas bailarinas)
Los recuerdos no son como las palabras; son suaves y viscosos. Están cubiertos de un limo pegajoso, igual que un pene tras el acto sexual, o la vagina durante la menstruación, y tienen la forma de renacuajos o culebrillas de agua. Cuando estos recuerdos durmientes despiertan, empiezan por retorcerse, después nadan, primero despacio, poco a poco más rápido, hasta la superficie. Y una vez que llegan ahí, tus sentidos se cierran. La primera oleada te da en los labios, después en la palma de las manos, en los dedos del pie, en las axilas. Algunos recuerdos se escapan por los poros de la piel y merodean por tu cuerpo como una niebla, esperando a que lleguen los demás y se les unan. Cuando ya están todos ahí, se juntan para formar una imagen, y es como si se encendiera una pantalla de televisor ante tus ojos.
Ryū Murakami (Piercing)
Entró con mucho amor, descalabro, café negro, pásame un cigarrillo, esto es solo para ti, esta musiquita es sólo para ti, no importa si no te has bañado, ven para acá, te tengo, no cierres la ventana, pero por favor no llores, te juro que estaré junto a ti cuando llegue la lluvia de noviembre, ven para acá, ven a mis babas, anoche no pude dormir, eres sensacional, déjame meter mis dientes en tus dientes, déjame tumbar todas tus palabras, las quiero manosear, quiero restregar mi cuerpo en cada una de tus palabras, en tu nombre, en las axilas, pero por favor sigue, no soporto más el día, mira esos perros allá cerca de los árboles, no cierres la ventana, pásame otro cigarrillo, háblame cerca del oído, quiero que tus palabras se metan por toda mi sangre, háblame de lo que más te gusta, de tu jabón preferido, de tus blusas vaporosas, de tus pantalones que huelen a días molidos, ven para acá, te tengo, ábrete un botón y luego otro, y otro, y háblame de tu amor, descalabro, angustia, café negro, ven para acá, te tengo, no cierres tu ventana, pocillo, vaso.
Rafael Chaparro Madiedo
Vitruvio, el arquitecto, escribe en su tratado de arquitectura que las medidas del hombre se distribuyen del siguiente modo: La longitud de los brazos extendidos de un hombre es igual a su altura. Desde el nacimiento del pelo hasta la punta de la barbilla es la décima parte de la altura de un hombre; desde la punta de la barbilla hasta la parte superior de la cabeza es un octavo de su estatura; desde la parte superior del pecho hasta el extremo de su cabeza será un sexto de un hombre. Desde la parte superior del pecho hasta el nacimiento del pelo será la séptima parte del hombre completo. La anchura mayor de los hombros contiene en sí misma la cuarta parte de un hombre. Desde los pezones hasta la parte de arriba de la cabeza será la cuarta parte del hombre. Desde el codo hasta la punta de la mano será la quinta parte del hombre; y desde el codo hasta el ángulo de la axila será la octava parte del hombre. La mano completa será la décima parte del hombre; el comienzo de los genitales [Il membro virile] marca la mitad del hombre. El pie es la séptima parte del hombre.
Walter Isaacson (Leonardo da Vinci: La biografía)
—¡Arriba, princesita! El grito la sobresaltó, incorporándose de golpe, desorientada. Miró a su alrededor. La luz había vuelto, y Hewan estaba de pie en mitad de la estancia. Tenía una cadena más delgada en una mano, y una bolsa negra en la otra. Se había cambiado la falda de cuero de la noche anterior por otra de lana gruesa, tejida a cuadros verdes con líneas negras —¿No puedes ser más delicado a la hora de despertarme? —se quejó Rura con irritación. —¿La princesita se ha asustado? —Se llevó la mano al pecho, simulando estupor—. Lo lamento mucho, alteza imperialísima. ¿Vais a ordenar azotarme? Rura se levantó. Se sentía sucia y horrenda, con el pelo enredado y el quimono lleno de arrugas. Y olía a sudor. Hacía años que sus axilas no olían. —No me llames así —gruñó. —¿Princesita? ¿No te gusta? —Me importa un comino si me llamas princesita. No te dirijas a mí como Alteza Imperial. No tengo el derecho a usar el título. Rura intentó evitarlo, pero la amargura fue evidente en su voz. Hewan soltó una carcajada y puso los brazos en jarras. La cadena y la bolsa negra colgaban de sus manos. —Vaya, vaya, vaya… Así que no eres hija legítima —se burló—. Lástima. Pensaba utilizarte como moneda de cambio, pero ya veo que no me servirás ni para eso. Probablemente, cuando la noticia de tu captura llegue a oídos de tu padre, el gran príncipe heredero, se sentirá aliviado. ¿No es así? —¡Mi padre me quiere! —gritó furiosa—. ¿Me oyes, bestia inmunda? ¡Mi padre me quiere, y cuando venga a por mí, traerá con él todo el ejército imperial! ¡Destrozará estas montañas hasta encontrarme! Y tú y tu pueblo lo pagaréis con la exterminación. Se sintió como una niña malcriada gritando toda esa sarta de mentiras, pero en aquel momento no podía afrontar la verdad que había en las palabras de aquel extraño. La sonrisa de Hewan murió y su rostro se transformó en una máscara colérica. —Claro que te quiere, princesita —siseó. Tenía el cuello en tensión, y los tendones se marcaban, abultados bajo la piel—. Por eso permitió que tu esposo el gobernador te repudiara y te exiliara. Rura no contestó. ¿Qué iba a decir? ¿Confesar ante este extraño que se lo merecía por lo que había hecho? ¿Que tenía suerte de estar viva? Había conspirado para matar a Kayen. El hecho que fuese por orden de su padre, no la convertía en inocente. Además, estaba segura que su exilio tenía mucho más que ver con la paliza que le dio a la esclava, que con el intento de asesinato. —¿No dices nada? Rura se escondió de nuevo tras su máscara de princesa. Levantó la barbilla con orgullo y se negó a hablar. Hewan se acercó a ella, y Rura luchó con el impulso de huir de él. Le puso la bolsa delante de la cara. —Hueles que apestas —le dijo. Rura enrojeció de rabia y de vergüenza—. Te voy a llevar a los baños para que te puedas lavar, pero para eso tengo que taparte la cabeza. —No quiero ir. Puedo lavarme aquí si alguien me trae agua y jabón. —Nadie te ha pedido tu opinión, princesita. —Le pasó la bolsa por la cabeza y se la anudó en el cuello, por encima del collar metálico—. No te preocupes, no dejaré que te caigas… creo. Desenganchó la cadena que la mantenía sujeta a la pared, y aseguró la nueva cadena que llevaba en la mano, más delgada y corta. —¿Tienes que llevarme como si fuera un perro? —preguntó indignada— . No voy a echar a correr. —Por supuesto que no correrás —contestó Hewan, guasón—. Esta cadena no es para impedir que huyas; es para humillarte. —Eres un animal. —Puede ser, pero no soy yo el que lleva collar y cadena, princesita. Y que no se te ocurra intentar quitarte la bolsa de la cabeza: si lo haces, tendré que arrancarte esos bonitos ojos que tienes.
Alaine Scott (La princesa sometida (Cuentos eróticos de Kargul #3))
Las cortesanas impregnan de rosas sus manos y perfuman sus pies con elixires de almendras y flores de azahar. Sus axilas exhalan fragancias de limón y de canela, y los dátiles del desierto dan aroma a su cabellera, brillante de aceite de nuez. Y llega el turno del maquillaje. Polvo de escarabajos colorea sus mejillas y sus labios. Polvo de antimonio dibuja sus cejas. El lapislázuli y la malaquita pintan un antifaz de sombras azules y sombras verdes en torno de sus ojos. En su palacio de Alejandría, Cleopatra entra en su última noche.
Eduardo Galeano (Mujeres)
Disección de ganglio centinela y mapeo linfático: Puede realizarse en las siguientes condiciones si existe en la institución un equipo quirúrgico con la experiencia clínica para realizarlo: * tumor primario T1 o T2 * Axila clínicamente negativa * No cirugía previa Es posible utilizar colorantes azules (el ideal es el azul isosulfan, en el HGSJD utilizamos el azul de metileno ya que es el único medio en Guatemala) o Tecnecio 99. Si no se identifica el ganglio centinela deberá de realizarse una disección ganglionar estándar Si el ganglio centinela es positivo deberá de completarse la disección ganglionar.
Sergio Ralon (Manual de CirugÍa (Spanish Edition))
Tal vez sea verdad que el día del Juicio llegará. Que todos esos esqueletos y calaveras enterrados en el transcurso de los miles de años que ha estado viviendo gente en la tierra recogerán sus huesos, se levantarán sonrientes hacia el sol, y Dios, omnipotente e inmenso, los juzgará arriba en su cielo, con una pared de ángeles encima y otra debajo de él. Sobre la tierra, tan verde y maravillosa, retumbarán las trompetas, y de todos los prados y valles, playas y llanuras, mares y lagos, se levantarán los muertos caminando hacia el Señor su Dios, siendo elevados hasta él, pesados y lanzados a las llamas del infierno o pesados y elevados hasta la luz del cielo. También los que andaban por allí en ese momento, con sus maletas sobre ruedas y bolsas de tiendas libres de impuestos, sus carteras y tarjetas de crédito, sus axilas perfumadas y sus gafas, su pelo teñido y sus andadores, serán despertados, no se apreciará ninguna diferencia entre ellos y los que murieron en la Edad Media o en la Edad de Piedra, serán muertos y los muertos son los muertos, y los muertos serán juzgados el día del Juicio.
Karl Ove Knausgård (La muerte del padre (Mi lucha, #1))
Quando estamos habituados a uma só boca há muito tempo, as outras bocas parecem incongruentes e apresentam dificuldades: os dentes são demasiado grandes ou demasiado pequenos, os lábios são avaros ou excessivamente abundantes, a língua move-se a destempo ou permanece hirta, como se não fosse músculo mas carne e osso; o odor das zonas mais olorosas (virilhas, sexo, axilas) é desconcertante, como o é a intensidade descompensada do abraço, o tato anestésico das peles, o áspero suor das coxas (que se deve talvez aos escrúpulos), os volumes mal acoplados, as cores desconhecidas que modificam a luz do quarto, o tamanho e a humidade do vazio. As mãos não compreendem a medida diferente de uns peitos que talvez transbordem das próprias mãos ou parecem subtrair-se a estas, ou que se endurecem com um mamilo pouco liso, que quase arranha quando se lambe. O corpo novo não é manuseável (nenhum corpo novo é manuseável), e há sempre uma reserva ou uma interrogação em relação à ordem e à força com que se devem beijar as suas diferentes partes, ou apertá-las, ou mordiscá-las, ou examiná-las com os dedos, ou em relação ao efeito que produzirá no outro ficar-se parado a olhar para elas, interromper o contacto e dedicar-se a vê-las com calma.
Javier Marías (All Souls)
Para tu comunidad microbiana –tu «microbioma»–, tu cuerpo es un planeta. Algunos prefieren el bosque templado de tu cuero cabelludo, otros las áridas planicies de tu antebrazo y algunos el bosque tropical de tu entrepierna o axila. Tus intestinos, orejas, dedos de los pies, boca, ojos, piel, y cada superficie, conducto y cavidad que tienes están infestados de bacterias y hongos. Llevas más microbios encima que células ‘propias’.
Merlin Sheldrake (La red oculta de la vida (edición Ilustrada) (geoPlaneta Ciencia) (Spanish Edition))
Llevo diez días amurallado, al principio aseándome las axilas y rasurando la barba, al principio tirando mis desechos en bolsas y barriendo. Pero después la cera de las velas, las plumas grises de los gansos en los platos, la escarcha en los rincones y los tazones marcados de sebo de té. Ya no quiero ni un rumor dentro de mi casa, no quiero indicarles que fumo, que doy varios pasos hasta el fregadero, en qué pieza me muevo, si todavía hay latidos y presión sanguínea. Cada tanto un indigente alienta al resto y tiran piedras, atrás se acumulan como regalos de navidad las piedras que quisieron derribarme.
Ariana Harwicz (Degenerado)
Pero sobre todo, a medida que el verano llegaba a su fin, aprendió a amar la indolencia, no la indolencia de los fragmentos de libertad robados furtivamente al trabajo forzado, hurtos clandestinos saboreados en cuclillas tras un macizo de flores con el rastrillo entre las manos, sino la de una entrega de su ser al tiempo, a un tiempo que discurría tan lentamente como el aceite de un horizonte a otro de la cara del mundo, lavando su cuerpo, circulando por las axilas e ingles, agitando sus párpados.
J.M. Coetzee (Vida y época de Michael K (Spanish Edition))
antes de salir de nuestras casas rociamos nuestras axilas con micropartículas de aluminio como si fuera lo más normal del mundo.
Federico Kukso (Odorama: Historia cultural del olor (Spanish Edition))
Los guardias llegaron a él. Sagaz los empujó y volvió a dar contra la pared. Algo salió de una grieta de la pared. Era un Patrón móvil que parecía dar relieve a la piedra. Cruzó a la mano de Sagaz, que este metió en sus harapos mientras los guardias lo cogían por las axilas para sacarlo a los jardines y arrojarlo entre los mendigos que había allí. Cuando los guardias se hubieron marchado, Sagaz rodó y miró el Patrón que le estaba cubriendo la mano. Parecía tiritar. —Vida antes que muerte, pequeñín —susurró Sagaz.
Brandon Sanderson (Juramentada (El archivo de las tormentas, #3))