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Cuando salió, no lo vio. Solo quedaban los restos de una noche con compañía masculina. Raquel empezó a buscar entre su extensa colección de stilettos un par que combinara con su traje negro de Armani. —¿Te apetece un zumito, reina? —El camarero de El Confidente traía una bandeja con dos vasos de zumo recién exprimido, un par de cafés aguados y unas tostadas—. Tu despensa es una calamidad, chica. No sé cómo puedes tomarte este café soluble asquerosillo. Y tampoco tienes bollos, ni nada que ponerle a las tostadas… —Pues comes lo que te apetezca cuando salgas a la calle. —¡Joder! Pero qué bordes sois las tías… Eso es culpa del feminismo. Si no fuera por esa demagogia feministilla, serías tú quien me hiciera el desayuno y además te quedarías calladita y sonriendo a tu macho. —Si no fuera por el feminismo, no podrías tirarte a todas tus clientas, rico. Miguel soltó una carcajada sonora y franca. —¡Me hago feminista! ¿Dónde me hago el carné de socio? —repuso levantando el brazo. A Raquel se le escapó una risa resignada. Cogió unos zapatos cerrados de Jimmy Choo con estampado de cebra, punta estrecha y tacón altísimo.
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