Amante De Letras Quotes

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Há palavras que nos beijam Como se tivessem boca. Palavras de amor, de esperança, De imenso amor, de esperança louca. Palavras nuas que beijas Quando a noite perde o rosto; Palavras que se recusam Aos muros do teu desgosto. De repente coloridas Entre palavras sem cor, Esperadas inesperadas Como a poesia ou o amor. (O nome de quem se ama Letra a letra revelado No mármore distraído No papel abandonado) Palavras que nos transportam Aonde a noite é mais forte, Ao silêncio dos amantes Abraçados contra a morte.
Alexandre O'Neill (Poesias Completas)
Sería un curioso tema de investigación y observación el de si, en el fondo, el amor y el odio no son la misma cosa. Ambos hacen que un individuo dependa de otro en lo que se refiere al alimento de su espíritu; ambos dejan, al amante apasionado o, igualmente, al que odia con pasión, desoladamente solitario cuando su objeto desaparece.
Nathaniel Hawthorne (La letra escarlata)
Lorenzo fue educado, gracias a los intereses y a la cultura de sus padres, de acuerdo con las normas de la aristocracia septentrional, por lo que acabó convirtiéndose en un personaje refinado, amante de las letras y poco inclinado hacia las actividades típicamente burguesas. Primero fue un hombre piadoso, Gentile Becchi, que más tarde alcanzaría el obispado de Arezzo, quien educó al Magnífico. Luego siguieron Marsilio Ficino y el poeta neoplatónico Cristoforo Landino, así como el filósofo griego Janos Argyropoulos, que se había instalado definitivamente en Florencia en 1456.
Eladio Romero (Breve historia de los Medici (Spanish Edition))
—Vino la muerte a buscarme —suspira Villa—, pero se equivocó de hora. Los dos resucitados van a parar a una misma celda en la prisión de Tlatelolco. Conversando pasan los días y los meses. Magaña habla de Zapata y de su plan de reforma agraria y del presidente Madero, que se hace el sordo porque quiere quedar bien con los campesinos y con los terratenientes, montado en dos caballos a la vez. Un pequeño pizarrón y un par de libros llegan a la celda. Pancho Villa sabe leer personas, pero no letras. Magaña le enseña; y juntos van entrando, palabra por palabra, estocada tras estocada, en los castillos de Los tres mosqueteros. Después emprenden viaje por Don Quijote de La Mancha, locos caminos de la vieja España; y Pancho Villa, el feroz guerrero del desierto, acaricia las páginas con mano de amante. Magaña le cuenta: —Este libro… ¿Sabes? Lo escribió un preso. Uno como nosotros.
Eduardo Galeano (Memory of Fire: III: Century of the Wind: Part Three of a Trilogy)
—Vino la muerte a buscarme —suspira Villa—, pero se equivocó de hora. Los dos resucitados van a parar a una misma celda en la prisión de Tlatelolco. Conversando pasan los días y los meses. Magaña habla de Zapata y de su plan de reforma agraria y del presidente Madero, que se hace el sordo porque quiere quedar bien con los campesinos y con los terratenientes, montado en dos caballos a la vez. Un pequeño pizarrón y un par de libros llegan a la celda. Pancho Villa sabe leer personas, pero no letras. Magaña le enseña; y juntos van entrando, palabra por palabra, estocada tras estocada, en los castillos de Los tres mosqueteros. Después emprenden viaje por Don Quijote de La Mancha, locos caminos de la vieja España; y Pancho Villa, el feroz guerrero del desierto, acaricia las páginas con mano de amante. Magaña le cuenta: —Este libro… ¿Sabes? Lo escribió un preso. Uno como nosotros.
Eduardo Galeano (Memory of Fire: III: Century of the Wind: Part Three of a Trilogy)
Así pasa con la letra escrita: aunque nadie la lea, basta con que esté ahí para que gravite como ley de bendición o condena.
Laura Restrepo (Canción de antiguos amantes)
Si un amigo, una amada o un amante coloca un libro en nuestras manos, rastreamos sus gustos y sus ideas en el texto, nos sentimos intrigados o aludidos por las líneas subrayadas, iniciamos una conversación personal con las palabras escritas, nos abrimos con mayor intensidad a su misterio. Buscamos en su océano de letras un mensaje embotellado para nosotros.
Irene Vallejo (El infinito en un junco)
Todo es amor en ti. Yo también me ocupo de esta ardiente fiebre que nos devora como a dos niños. Yo, viejo, sufro el mal que ya debía haber olvidado. Tú sola me tienes en este estado. Tú me pides que te diga que no quiero a nadie. ¡Oh, no! A nadie amo, a nadie amaré. El altar que tú habitas no será profanado por otro ídolo ni otra imagen, aunque fuera la de Dios mismo. Tú me has hecho idólatra de la humanidad hermosa. Créeme; te amo y te amaré sola y no más. ¡No te mates! Vive para mí y vive para ti. Vive para que consueles a los infelices y a tu amante, que suspira por verte. Estoy tan cansado del viaje y de todas las quejas de tu tierra, que no tengo tiempo para escribirte con letras chiquiticas y cartas grandotas como tú quieres. Pero en recompensa, si no rezo, estoy todo el día y la noche entera haciendo meditaciones eternas sobre tus gracias y sobre lo que te amo, sobre mi vuelta y lo que harás y lo que haré cuando nos veamos otra vez.
Alfonso Rumazo González (Simón Bolívar (Spanish Edition))
De cuando en cuando, como lo había hecho tantas veces en el África y en el Brasil, hacía el amor a solas, garabateando las páginas de su diario con letra nerviosa y apurada, frases sintéticas, a veces tan chuscas como solían ser aquellos amantes de unos minutos o unas horas a los que tenían luego que gratificar. Esos simulacros lo hundían en un sopor deprimente, de modo que procuraba espaciarlos, pues nada lo hacía tan consciente de su soledad y de su condición de clandestino, que, lo sabía muy bien, lo acompañaría hasta su muerte
Mario Vargas Llosa (El sueño del celta)