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El miedo al desempleo permite que impunemente se burlen los derechos laborales. La jornada máxima de ocho horas ya no pertenece al orden jurĂdico, sino al campo literario, donde brilla entre otras obras de la poesĂa surrealista; y ya son reliquias, dignas de ser exhibidas en los museos de arqueologĂa, los aportes patronales a la jubilaciĂłn obrera, la asistencia mĂ©dica, el seguro contra accidentes de trabajo, el salario vacacional, el aguinaldo y las asignaciones familiares. Los derechos laborales, legalmente consagrados con valor universal, habĂan sido, en otros tiempos, frutos de otros miedos: el miedo a las huelgas obreras y el miedo a la amenaza de la revoluciĂłn social, que tan al acecho parecĂa. Pero aquel poder asustado, el poder de ayer, es el poder que hoy por hoy asusta, para ser obedecido. Y asĂ se rifan, en un ratito, las conquistas obreras que habĂan costado dos siglos.
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